jueves, 17 de diciembre de 2015

Do they know it's Christmas?

Faltan unos días para que los colimenses bajo nuestro particular sincretismo celebremos la navidad, lo más seguro es que a escasas veinticuatro horas abarrotaremos las tiendas para las tradicionales compras de pánico, adquiriendo esas cosas que de tan necesarias que son se vuelven a los pocos días algo inútiles, tan efímeras como la ilusión misma de creer que lo que se regala traerá felicidad, más a veces, la expectativa generada por la imaginación de quien lo recibe bajo la terca esperanza de que le llegue aquello que siempre ha añorado, se vuelve desilusión al no resultar lo esperado, despreciando así la intensión del sentimiento de fraternidad.

Dicen que por estas fechas las personas nos volvemos extremadamente felices y melancólicos a la vez, es como si esa ilusión de la espera a que cambiemos nos mantiene la expectativa de ser felices en un mundo repleto de inseguridades, donde las religiones se han encargado de privarnos de tantos derechos, incluso hasta el de pensar, aunado a ello la mercadotecnia, fomentando el consumismo que nos enerva a tal grado de programarnos que la felicidad es un regalo, entonces, los vendedores de dioses de papel nos hacen comprar trozos de orgullo y dignidad.

Bajo la influencia del supuesto espíritu navideño, un sábado por la mañana mientras alucinado adornaba la fachada de la casa con luces decorativas, colocaba la corona de Santa Claus y llenaba de botitas rojas la puerta, un chamaquito todo andrajoso me pidió que le dejara barrer la banqueta por diez pesos, de reojo lo miré pues no quería observarlo bien, ya que sentía que su apariencia en sí fuera una expresión de cómo me consideraba internamente, más al verlo tan deplorable accedí.

Cuando terminó, me di cuenta del nivel de desnutrición que tenía, por lo que le ofrecí un plato de alimentos que me habían sobrado de la cena de ayer, gustoso la comía, pero observé que dejó la mitad. Pregunté qué si no le había gustado. El pequeño con sonrisa de satisfacción y agradecimiento, dijo: “su almuerzo está riquísimo, pero al igual que usted voy a compartir mi plato con mi hermanita que no ha probado nada desde ayer”. Sentí vergüenza conmigo mismo, pues yo en realidad no compartí, ofrecí lo que me sobra.

En pocas palabras estaba dando algo con cálculo o vanidad, es decir, cuando la caridad se vuelve orgullo, y luego nos preguntamos por qué la gente continúa siendo pobre a pesar de ayudas como éstas, pero en realidad, cuando les damos lo que nos sobra los estamos obligando a subsistir, en lugar de que mejoren.

Lector, en estas festividades decembrinas piensa en ellos, imagina si la situación fuera al revés, ¿te conformarías argumentando la idea de que no hay mejor regalo que la vida misma? ¡Claro que no! Si continúas creyendo en que la felicidad son todas esas cosas que sólo duran unos instantes y luego se van.

jueves, 10 de diciembre de 2015

A deshoras de la madrugada

Tres de la mañana de un día en este diciembre, el frío como un ladrón invade mi cuarto, por fin tan sólo en las madrugadas por la Ciudad de las Palmeras este intruso expulsó el sudoroso calor poniendo en asueto a los ventiladores que días atrás trabajaban horas extras. Por la ventana observo los foquitos navideños de mis vecinos que se encienden y apagan, esos que adornaron la fachada con tantas luces que se asemeja a la nave nodriza de “Encuentros cercanos del tercer tipo”.

En el ambiente a esa hora impera una tranquilidad exquisita, si fumara, creo que en este momento sería un desperdicio no echarme un humeante taco de taquicardia y contaminar más de lo que se encuentra nuestra ciudad, afortunadamente es un vicio que no poseo, no es por miedo a padecer enfisema pulmonar, lo que sucede es que nunca le encontré el gusto a inhalar y exhalar humo, mucha gente tiene la idea de que si no tomo alcohol ni fumo es por alargar la vida, pero tenga o no uno de esos vicios igual de algo moriré.

En mi cerebro nacen las ganas por escuchar una rolita, de esas tan oníricas que me hagan alucinar, pero por respeto a los que duermen las postergo y con la mente le doy play al tracklist, entonces sonorizando entre las neuronas “cerezo rosa” del cubano de nacimiento y mexicano por adopción, Pérez Prado, llega a la imaginación auditiva ¡qué chingón suena la trompeta solista del maestro Beto González!

El pecho se hincha y nacen las ganas de zapatear, contoneando las piernas sigo el ritmo, mientras un ángel pinta de plateado a la luna, pues parece que con sus retocadas el brillo de ella es aún más intenso a deshoras de la madrugada. No hay tránsito, la tranquilidad es de un gozo absoluto, sólo la música de mis pensamientos me lleva al disfrute de tan placentero escenario. Ahora comprendo porque tanta gente le gusta nuestro Colima para vivir, pese a que nos amontonamos en cualquier plaza, que hablamos de nosotros más de lo que somos y que mentir es el lenguaje de hoy. De pronto, escucho los gritos de mi vecina que en esos momentos suda por el simple hecho de darle gusto al cuerpo, quien me hace abruptamente romper con la reflexión.

Aunado al placentero berrido, el gallo canta sobre el hombro de Pérez Prado, con ello el ritmo muere al amanecer y es precisamente cuando un kilométrico bostezo coquetea con la almohada, que le guiñe “ven a mí”, pero el orgulloso deber llama a perderse en la velocísima ciudad a jugarme el pellejo como todo los días, únicamente resta bailar sobre el recuerdo de ese momento cuando gocé de ser libre entre la fría noche.

jueves, 3 de diciembre de 2015

El museo de lo frío

Si perteneces a la clase trabajadora cuyo universo es una oficina, lo más seguro es que en ese espacio donde los cubículos y el estrés ocasionado por el jefe hacen del acontecer diario una faena, tal vez exista una pequeña área donde la mayoría de los empleados se escabullen a disfrutar de los sagrados alimentos, charlar de la farándula oficinista y de las casanovas conquistas del patrón.

Son esas personas que para darle cierto sabor a su labor y con tal de evitar la diferencia de clases, inventan uniformarse, calendarizando los colores del guardarropa que utilizarán durante los cinco días de la semana -¡Uy, qué pipiris nice! - y dejando el sábado para lucir las garritas deportivas o casuales, escenario que es aprovechado por la clásica chavarruca para acudir a la chamba en sus leggins, refrescándonos la memoria de que no hay nada como la experiencia de lucir los bien dotados chamorros y encantos que la madre naturaleza le dotó.

Ahí habita un electrodoméstico que se le atribuyen cualidades mágicas, pues se piensa que al depositar en su interior los alimentos jamás se van a echar a perder. Me refiero al refrigerador, el cual en el escabroso mundo oficinista es de la comuna, pues en él todos los miembros laborales tienen la venia de guardar sus sagrados lonches o itacates, con la condicionante de darle mantenimiento por lo menos una vez al mes.

Lamentablemente, la calendarización que exprofeso se hace para el rol de limpieza o descacharrización del frigorífico nadie la respeta y a veces se transforma en un museo donde se exhiben platillos tan antediluvianos, como ese plato de pozole seco a medio terminar que aún conserva su respectivo hueso de espinazo Paz, el yogurt caducado del año pasado, la soda a la mitad con sus clásicas manchas de lápiz labial y el pastel de tres leches del cumpleaños de la señora que hace el aseo, de hace quince días.

Cuando uno abre el refri percibe infinidad de aromas, además de conocer el perfil psicológico de los usuarios a través de esos gadgets que utilizan para conservar la comida, mejor conocidos como tópers, donde la especie refinada y burguesa que sólo consumen sustitutos de azucares, los forever on a diet, conservan aquello que los nutre. Si hay una que otra olla de peltre es fácil deducir que sus respectivos dueños aún viven con sus jefecitas, o sea, los llamados forever alone. No puede faltar aquel desconfiado que como sabueso marca su territorio, señalando con su nombre los trastes, para evitar que los amantes de lo ajeno devoren lo que les apetezca de la congeladora. Si te encuentras una cajita de unicel con restos de sushi, ten mucho cuidado, pues conservar los alimentos de esa forma es bien pinche naco.

Como todo en la vida, nada es suficiente, pues lo que llegamos a tener sólo dura unos instantes y luego pasa al olvido, así aquello que en su momento deleitó el más refinado paladar, después de saciar el apetito es donado al recinto donde se exhibirá por largo tiempo entre colores y olores, dando origen al museo de la heladera para el disfrute y asombro de sus visitantes.

47¿Y…?

Cuarenta y siete, dos dígitos que actualmente equivalen en mi persona a vigilar la alimentación, ya que están prohibidos todos aquellos platillos que hacen transparente la servilleta de papel; actualmente el agotamiento llega con facilidad al realizar actividades que antes hasta riendo hacía, si a ello le agregamos una mala salud de hierro, además de poseer una frente de más de cinco dedos, es más, se le pueden agregar los de la otra mano y creo que hacen falta y el poco cabello que aún conservo es más plateado que la máscara del Santo.

A esta edad cuesta más trabajo ocultar la papada en las fotos de perfil del Facebook –pero bien que la disimulo haciendo guiños tipo Zoolander, y salir gordo, es lo de menos, treinta años de cargar con estos kilos me resignaron a aceptarlos, incluso cuando pierdo unos cuantos en verdad que los echo de menos y de la talla de mis trusas con cuarenta y siente es lo que menos importa. Hay más preocupaciones, como el mantener estable la glucosa o que la ansiedad no me vaya a ocasionar un infarto en este corazón que cansado de latir a veces piensa que su fecha de caducidad esta próxima.

Llegaron los años como la noche al día con sus enigmas tan oscuros y difíciles de pronosticar, llenos de inseguridades como cuando adolescente las tenía, gracias a los supuestos cuerdos de atar –como dijera Joaquín Sabina–, que sujetaron mis tiernos anhelos bajo el pretexto de que ya madurara. Siento decirles que con tantos años de tesón han fracasado, pues continuo teniendo más sueños despierto que dormido, sigo creyendo en Peter Pan a pesar de que su Wendy haya crecido, consciente estoy de que a pesar de aparentar un viejo cascarrabias, soy un niño de corazón que ya no juega a las figuras de acción con los chamacos perdidos, pero a veces tirado en el suelo de la imaginación juego a que el Capitán Pirandella rescata de mil maneras a su amada Princesa Amanecer de Apizaco.

Nunca quise ser un boy scout –con Chabelo y Pepito había de sobra, preferí ser un Goonies, pues esas cosas de buscar tesoros perdidos o de resolver misterios me entusiasmaba un titipuchal más que ayudar a señoras de avanzada edad a cruzar la calle; aún me sigo poniendo agresivo cuando alguien toca mis juguetes y soy adicto a los tres pecados culinarios, echarle chile y limón a todo, así como que los alimentos estén calientitos y que a cualquier lugar se llega “por ahí derechito”.

Ahora creo eso de que la edad pesa, pues la sociedad te exige factura de que con el transcurrir de los años intentes dejar de ser tú y seas lo que ellos imaginan como debieras de ser, ¡haber, haber, tranquilos mis chatos! Uno puede modificar su manera de vivir pero no puede dejar de ser quien es, además uno que sabe cómo es uno, recuerden el estribillo de lo que canta el ídolo del Guamúchil –qué por cierto cada vez Pedro Infante canta más bonito, “yo soy quien soy y no me parezco a naiden, me cuadra el campo y el silbido de sus aigres…”. Más la realidad es que ahora ya tengo 47, uno más que ayer y… ¿qué sigue ahora, hacer una buena fiesta o desaparecer?

jueves, 19 de noviembre de 2015

Música es…

Alguien por ahí, ¿escribió o dijo? –la miopía de mi memoria a veces ocasiona que como especie de flashback recuerde citas textuales que borrosamente me impiden ubicar a su autor y la forma en que lo manifestó–, que la música es el corazón de la vida, pues a través de ella se expresa el amor, se denuncian los errores que cometemos, se protestan las incomodidades, es más, protagoniza tantos momentos de nuestro existir que yo la considero el soundtrack de cada individuo.

Desde niño, gracias a la influencia de mis carnales he escuchado música, hoy tengo una modesta colección de discos, que a lenguaje de quien amo y bajo la influencia de cierto programilla de un canal de televisión privada, según ella que yo posea tanto disco me hace un acumulador, por otro lado, algunos conocidos que se creen acá muy modernos han intentado animarme a que los convierta en MP3 y me deshaga de ellos, pero esto evitaría el enorme disfrute que experimento al escuchar la música y leer los créditos de cada canción, la letra de las mismas en el booklet, además del arte de su diseño, que obviamente en formato de audio digital compreso ni siquiera sabría, digo, por eso las actuales generaciones le atribuyen “Cantares” a Nicho Hinojosa o peor aún que la canción se llama “Caminante no hay camino”.

Ese gusto por escuchar música me ha sido útil para adentrarme en el conocimiento de algunas lenguas extranjeras, pues recuerdo que de chamaco con diccionario de idioma alemán en mano traduje la canción de “Jeanny” del grupo germano Falco, al igual que lo hice con la pachequez hecha rola de “Hotel California” de The Eagles; así, leyendo las letras de las canciones me encontrado con algunas algo extrañas como aquella que dice: “ni entiendes lo que es el amor tu única ley el palo que te sujeta”, ¡órale! Pero una digna de cualquier pedófilo es la que expresa, “tu experiencia primera, el despertar de tu carne, tu inocencia salvaje, me la he bebido yo”, letra que me hace evocar una de Don Agustín Lara que enuncia “tu párvula boca que siendo tan niña me enseñó a pecar”.

El buen Juan Gabriel además de excelente compositor, también ha dejado algunos mensajes acerca de su personalidad, recuerden aquella canción donde afirma “si en el mundo hay tanta gente diferente una de esas tantas gentes me amará” o la de la zona oculta “El Noa Noa” que si repetimos más de diez veces Noa Noa sabremos dónde se ubica esa lugar de ambiente donde todo es diferente. Existen letras prohibidas como aquella con la cual disfrutaba sacar de onda a los locutores en los programas de complacencias llamada “Con él”, una composición de Difelisatti y J.R. Flores, que interpretaba la cantante y actriz Rocío Banquells, letra que en la década de los ochentas era considerada controversial al abordar la vida de aquellas mujeres víctimas de hombres que quieren aparentar masculinidad y las usan para ocultar su verdadera preferencia sexual, razón por la cual negaban su transmisión radiofónica.

Imposible dejar de mencionar a las tres chicas que entre cuadros y revistas, camisetas, discos y jeans, buscaban conquistar al jovenzuelo vergonzoso, ellas que se pasaban varias horas hablando a pesar de que su madre les decía que el teléfono es caro que las dejen en paz y aparte las sermoneaba que de continuar así existe la posibilidad de que la gente rumora que alguien del pueblo su reputación serán las primeras seis letras de esa palabra. Damitas no se preocupen, las personas siempre señalan, es más, algunos dicen que este veterano escribe con las tres últimas letras de esta palabra.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Enseñanzas de la vida

Cierta vez, leyendo de forma obligada un libro cuyo nombre no recuerdo de Paulo Freire, he aquí el resultado de cuando te animan a punta de amenazas a realizar una actividad los profesores, encontré varias ideas de tan ínclito pedagogo entre las cuales hoy rescato: “Enseñar exige respeto a los saberes de los educandos”, cita que debieran de considerar quienes elaboran programas de estudios –¡hágame el favor, pedir a los estudiantes realizar podcast y tutoriales de You Tube en un programa de estudios que cursan tanto alumnos de escuelas urbanas, así como de municipios apartados!

Los educandos son enviados por sus progenitores a recibir los contenidos programáticos que los prepararán para desarrollarse en diversos ámbitos, los desconocidos, que ejercemos la docencia, recibimos honorarios para transmitir esos contenidos, además de tener la obligación de comprobar que éstos los hayan asimilado, entonces, ¿por qué tiznados un docente invierte parte de su hora de clase a narrarles anécdotas familiares? Imagino que quienes hacen esto, tienen la difusa idea de que sus particulares experiencias retribuirán en el aprendizaje de sus educandos.

Siendo sincero nunca me ha servido escuchar la experiencia de los demás, sí les pongo atención, es más, hasta encuentro divertido o chuscas algunas de ellas, pero que sean de aprendizaje o formativo, ¡para nada! Creo que eso de contar vivencias es una fijación educativa tan arcaica, pues recuerdo que en mis épocas de estudiante –hoy continúo en la escuela, pero de la vida–, escuché infinidad de anécdotas de mis profesores entre esas laaaargas pausas que hacían en clases, donde supe de las travesuras, genialidades y proezas de sus vástagos o las inclemencias que vivieron para llegar ser lo que son.

Uno qué culpa tenía de enterarse que a sus exparejas las conquistaron con cartitas de amor –lector nacido en mil nueve noventa, te aclaro que en los sesentas y setentas no contábamos con mensajes de texto, ni correos electrónicos, menos Facebook para enviar mensajes llenos de melcocha a quienes nos gustaban–; no podía faltar aquel profesor que se quedó clavado en la adolescencia y que fácilmente se aventaba una clase teorizando sobre el origen espontáneo de bandas de rock como The Beatles, The Doors y Led Zeppelin.

También había ese docente nerd que se entusiasmaba narrándonos sus peripecias al enfrentar los desafíos del Space invaders, donde en un estado de hipnosis obligado por la consola de Atari, tenía que salir del letargo gracias a las reprimendas de su padre. El entusiasmo y la nostalgia de ya no tener Tamagotchi, remedo de mascota digital resguardada en un aparato electrónico en forma de llavero, la cual exigía ser alimentada o recibir cariño en horarios discontinuos, pero afortunadamente para su distracción, la madre naturaleza se los sustituyó por hijos. Su lado friki al máximo esplendor cuando llevaba el cubo Rubik y nos demostraba armarlo en sesenta segundos, así como las retas que hacia entre nosotros por puntos extras con tal de mejorar la calificación.

Igual de patético era aquel docente que todos los lunes convertía el aula en una especie de programa televisivo de análisis deportivo, la verdad aburría chulada escucharle externar su opinión cual comentarista sobre los equipos de soccer y lo peor, hacer quinielas entre nosotros por calificaciones.

Híjole, tanta tortura que para algunos aprovechados eran momentos de relax y lo más sorprendente es que la mayoría de los compañeros a eso sí ponían toda la atención, en cambio yo, fácilmente les hubiera echado la Policía del Pensamiento de la novela “1984” de George Orwell, para que los encerraran por crimentales, pues sus enseñanzas de la vida nunca me han sido útiles, ¡bueno creo que sí! Para escribir esto.

jueves, 29 de octubre de 2015

¡Los trajeados… nomás!

Viajando en el sistema de autotransporte colectivo de nuestra speedica ciudad, me he topado con cada cosa extraña, una de esas rarezas son los empleados de banco o tienda departamental, es que no sé cómo notar la diferencia, pues ambos visten de traje, algunos a la medida y otros a la medida pero de sus posibilidades, pues las manos desaparecen entre las mangas, al igual que el largo de los pantalones que me recuerdan a los de Clavillazo.

Motivado por la intriga, y, porque no, por el morbo, decidí preguntar a los que durante una semana compartían el diario de ruta conmigo, ¿cuál es la experiencia de portar un traje? Pues con el clima tan cálido que tenemos y ellos todos los días aparentemente bañados, olorosos a fragancia, simulando decencia, mientras uno para lograrlo tiene que mover el rabo. Sus respuestas tal vez fueron de guasa, pero como dicen, entre broma y broma la verdad se asoma. Los cuatro trajeados dicen que pese a ser un requisito para desempeñar su trabajo, tal vestimenta les eleva la autoestima, pues con él la mayoría de las personas los respetan, incluso a veces les ha ameritado un trato especial a diferencia de los demás.

Uno de ellos aseguró que cuando se lo quita como que pierde prestigio, sentimiento que lo ha orillado a salir a cenar a las fondas, ir de compras al súper o al cine con él puesto; en conclusión, el traje es como la pluma mágica de Dumbo. Juan “N”, confirmó el poder que otorga un traje al decir que si alguien te ve sin él, pueque pierda el sentido continuar laborando en tan prestigiada empresa que te obliga a portarlo, pues disipa todo sentido de presunción.

Otro, afirmó que existe el riesgo al quitárselo de perder respeto o personalidad, es por eso que al ducharse se coloca un plástico con tal de protegerlo de la regadera. Hubo quien dijo que una vez la tintorería no se lo entregó a tiempo y sintió que se le derrumbaba la vida, a partir de tan fatídica fecha optó por comprar dos, así mientras se quita uno el otro se encuentra disponible para su uso.

Coincidieron en que son unos incomprendidos, pues la mayoría de las personas no entiende que andar de traje por la vía pública les confiere un trato VIP, orgullo que les brinda satisfacción después de estar ocho extensas horas de pie atendiendo a sujetos con diversos sentidos del humor o los caprichos del gerente. Orgullo que la plebe nunca entenderá –externó entre sollozos–, ¡por favor no nos eviten nuestra única ilusión! Además, si así andamos en la calle no es para aparentar superioridad, sino porque en realidad somos superiores, sino nos creen, pregúntenle a nuestra familia.

Imagino que sus respuestas fueron puro choro, pues en realidad no creo que el traje haga a la persona superior o digna de un trato especial, pero de que eleve la autoestima eso ya es situación de cada quién, pero como ya sabemos a pesar de los años muchos aún tienen acné mental y requieren de apachurrarles las espinillas.

jueves, 22 de octubre de 2015

¿Bac tu de Fiuuturr?

Estoy frente al monitor de la computadora, el audio del ordenador reproduce “Mucha muchacha” interpretada por el genial Juan García Esquivel, le echo un ojo al calendario digital y recuerdo que ayer fue 21 de octubre de 2015, fecha en que probablemente muchos se habrán decepcionado de no ver a través de los medios masivos de información la noticia del arribo de un joven desaliñado Marty McFly acompañado del Dr. M. Brown en el DeLorean, viajeros que nos visitan del año 1985 – ¡ah, la década de los ochentas! – a solucionar ciertas problemáticas particulares.

Sí, gracias a la magia del celuloide quienes hemos disfrutado de la trilogía de Back to the future, sabemos que en este año iban existir una serie de artefactos que para nada se comparan con la realidad virtual, las tabletas y los smartphones con los que contamos. Para empezar, los coches aún no vuelan, bueno alguno que otro conductor sí lo ha logrado, pero han sido pocos los que sobrevivieron al aterrizaje. ¿Imaginan la existencia de estos automóviles? Adiós a los congestionamientos viales y las justificaciones por llegar tarde, más si existieran las líneas aéreas pasarían a ser algo así como una especie de camiones urbanos que circularían las rutas de vuelo, por lo tanto, el piloto comercial tendría que abandonar su impecable uniforme y rostro afeitado, para cambiárselos por una playera de fútbol manchada de salsa y barbita de cuatro días.

La ropa autoajustable no se ha inventado para despreocupación de nosotros los gorditos que sudamos con tan sólo saber que vamos a ir a comprar garritas, de haberlas nos evitaríamos argumentos como: “la talla está reducida”, “me quedó sólo ajustado en las piernas y no me subió”, “como que el cierre se atora”, entre otros. Igual, aún no ha visto la luz esa suculenta pizza deshidratada del tamaño de una mano que al introducirse en el microondas se transforma en familiar, ¡se están viendo lentos Domino's y Mabe!

Tampoco se han instalado en las cafeterías ni en los restaurantes, pantallas donde atiendan a la clientela empleados virtuales en imágenes ciberpunk de celebridades al estilo Max Headroom o ya de perdis como el chafísimo Boris que la televisión nacional transmitía en los años ochenta, sería chidísimo llegar al negocio de comida rápida y que te atiendan Michael Jackson o Freddie Mercury, pero la triste realidad es que en pleno siglo XXI, la comida rápida sigue siendo lenta.

Tampoco he visto en ningún hogar máquinas de fax instaladas en todos los cuartos donde el jefe haga llegar las disposiciones laborales – creo que no fue necesario, si para ello cuenta con el WhatsApp–, y de la precisión del servicio meteorológico mejor ni hablar, pues aún en el 2015 continúan tanteándole, algo así como a ojo de buen cubero.

Por lo que respecta a las Hoverboards, los patinetos mínimo esperarán otros 20 años más para realizar un Pop Shove It sobre una patineta voladora. Además, aún tenemos abogados que nos cobran un buen de dinero por dejarnos libres. A pesar de los avances tecnológicos, el futuro de la película se aleja cada vez más, pero para hacer efectiva la visión del cineasta Robert Zemeckis, hay que empezar sacándonos las bolsas del frente de los pantalones y crear nosotros mismos los jeans futuristas. Mientras, sigo frente al monitor de una computadora del 2010, escuchando una canción de 1960, observando un calendario del 2014, en una construcción de 1989 y tengo ganas de volver…el estómago.

jueves, 15 de octubre de 2015

El lado más bestia de la vida (Segunda parte)

Como siempre, después de saborear el exquisito café con las secretarias, espera mi hábitat natural enrejado, el cubículo, mudo testigo de esas películas prohibidas a menores que observo a través del Internet para distraer la tensión laboral. Los de la oficina de enfrente echan guasa diciendo que nuestros espacios son serpentarios porque se encuentran divididos por cristales, más ridículos los de ellos que sólo tienen divisiones en tablaroca dando la apariencia de caballerizas, y yo prefiero ser una víbora que un penco.

El espacio destinado de archivo como siempre es una mixtura de olores a cebolla, cilantro, perejil y vapores diversos que te recuerdan la cocina de cualquier restaurant chino, pues durante cada receso de alimentos se ha convertido en comedor comunitario. Al caminar por los pasillos se pueden escuchar tres tipos de canciones de distintos géneros sonando a volumen alto. En el ambiente se percibe la ausencia del jefe, pues las risotadas y gritos de los compañeros resuenan en todo el recinto, ellos están conscientes que hasta las 11 de la mañana cuando éste llegue, el lugar se convertirá en un templo budista, aquí aplica aquella cancioncilla de la ronda infantil “Jugaremos en el bosque… la la lara la la...♫”. Además, cada quien ya sabemos lo que nos corresponde durante la jornada, como concluir lo que ayer pausamos por comprarles a los vendedores que deambulan a diario, mientras otros tienen que ejecutar las clásicas órdenes del boss que gira por el WhatsApp.

Hay un ser que se respeta más que al jefe, su secretaria privada, ella es como Dios, pues en sus manos está el destino de todos los empleados, muchas de las decisiones importantes de nuestra oficina están a disposición de su libre albedrío, con decirles que hasta el mero-mero chipocludo en lugar de dictarle los oficios, cede toda su confianza a la atinada redacción de esta mujer, es por ello que muchos optan por dirigirse a tal realeza mediante zalamerías, pues con ella ni es si o no, es “o”, ah, pero eso sí, cuidadito con que le caigas mal, ten la plena seguridad que tu estancia laboral será efímera.

Dentro de la cadena alimenticia de todo empleado existe un eslabón que nos ata al progreso, incluso es la fecha más anhelada, es más, a veces he llegado a pensar que su espera supera a la ansiedad de las vísperas navideñas, ansia semejante a la expectativa de la llegada del viernes, me refiero a la quincena, remuneración que nos da alegría unas cuantas horas, pues sólo dura unos instantes y luego pasa a poder de los aboneros. Otra codiciada presea que es motivo de envidia, rencores y de luchas encarnizadas por conseguirlo es el bono –náquever con el vocalista de U2– de productividad, que supuestamente te haces acreedor asistiendo a cursos.

Pero para ser productivo en el empleo no es necesario asistir a un tedioso curso de sensibilización donde las psicólogas que lo imparten tienen más problemas existenciales que uno o recibir capacitación tras capacitación en el área donde te desempeñas y continuar siendo el malhumorado de siempre que atiende pésimamente a los usuarios, es tan sólo cumplir con la complicada y simple actitud de ser felices en el trabajo o desarrollar tu empleo con gusto. Lamentablemente hemos permitido que el mundo cambie nuestra sonrisa cuando debiera ser a la inversa, pero como siempre sobran esos que con sus malas intenciones intentan darnos de patadas por la espalda y desacreditar nuestro trabajo mientras nos saludan con todo y melcocha.

Más si no somos capaces de cambiar una situación, lo más sensato es cambiar nuestra actitud, pues es de sabios cambiar de opinión y de necios el insistir siempre con lo mismo; cuidarse de esos compañeros inseguros que cambian su actitud hacia nosotros cuando se encuentran al lado de otras personas, evitar justificar nuestros descuidos laborales aludiendo que se hizo lo que se pudo; si miramos a los demás por encima del hombro que sea porque lo estamos apoyando y no humillando. Recuerda que entre mejor realicemos nuestro trabajo, menos se debe de notar, pues haciendo lo que pocos hacen, tendremos lo que pocos tienen.

jueves, 8 de octubre de 2015

Walk on the Wild Side

Lunes de cualquier semana, son las 6:15 a.m., hace cinco minutos que el despertador no ha parado de sonar, es más, su sonido ya despertó a tus vecinos quienes te refrescan la memoria de tu jefecita, en tu cabeza resuena la cruda de ayer, no recuerdas si fuiste sacado a la fuerza o saliste del antro como todo un caballero. Lentamente abandonas la cama, aún el piso se mueve al andar, pasas saliva y un amargo sabor a moneda antigua invade tu aliento, llegas al baño y el agua cala hasta la médula ósea, mientras tu cráneo es una bomba a punto de reventar, te miras al espejo y ves tu cara de nahual sin afeitar, nariz de chile relleno, eres optimista y ves guapura donde no la hay.

Abandonas el hogar con el estómago vacío, sabes que tu intestino en ese momento es incapaz de soportar algún bocado, además, consiente estás de que llegando a la oficina las secretarias estarán en la primera de las tres tandas de alimentos, el desayuno, y obvio que compartirán el Santo Grial de cada mañana contigo, el cafecito. Mientras caminas, ves las calles inundadas de finos coches a gran velocidad, no envidias al volvo o mercedes que circula a tu alrededor, ya que continuamente te han tocado camiones urbanos de esas marcas y con el salario que percibes a lo máximo que aspiras es a un convertible que en la mañana sea de tacos y de noche de dogos.

Abordas la calle, no eres el único, a tu alrededor se mueven rostros anónimos que son los mismos de siempre con los que te topas a esa hora; mientras disimulas la resaca mascando chicle, en la esquina del parabús llega el transporte colectivo, en su interior se respira un olor a objeto guardado, almohadazo y transpiración, los somnolientos salen de su letargo con la guapachoza música del autoestéreo convirtiendo el camión en un antrobús.

Absorbes oxígeno y lentamente lo expulsas mientras tu cerebro recuerda una cita de la hoja del calendario que desprendiste el viernes sin el consentimiento del jefe donde se lee: “cada día es un lienzo en blanco, utiliza un color distinto cada vez que lo pintes”, imaginas que su autor es una persona sin problemas, de esos que se la pasan empollando la vida, por eso se le hace fácil hablar sobre la existencia como si ésta fuera un pastel de quinceañera, ignora esa absurda estrategia de la inmensa minoría por tratar de alcanzar el éxito laboral lamiendo escalafones y escupiendo a los que van detrás, esos que creen vivir en el país de las oportunidades, donde papi aprovecha sus nexos con la gente de arriba para que a su retoño le den una chancesita, o igual, no conoce a esos jefes que se aprovechan de aquellos que se creen líderes haciéndoles pensar que en realidad lo son con tal de que le suavicen la carga y responsabilidad laboral.

Al ingresar a la oficina recibes un aluvión de saludos huecos, de esos que te preguntan cómo estás, sin ningún interés en tu estado de ánimo, pues saben que estás por el simple hecho de ver tu estampa ese día, a ellos ni les interesa que en estos momentos la gracia de Nuestra Señora de la Luz se ha alejado de ti, es decir, ya no tienes ni una moneda en tu bolsillo de la quincena, razón por la cual consideras el momento propicio de lanzar el sablazo al más inocente de tus compañeros para pedirle una feria prestada. Ya lo dicen en el National Geographic: entre la manada es común morderse, pero nunca llegar a herirse, entonces si a los compañeritos les agradas o no, habrá uno que te echará la mano, por supuesto que ni te dirigirás a aquellos que muerden la mano que los alimenta y lamen el zapato que los patea.

Continuará…

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Haciendo los mandados

Desde hace más de ocho meses, religiosamente los fines de semana acudo al mercado a surtir la despensa con la cual se preparan los alimentos durante la semana, ojo, yo no voy ni al súper ni a la “Comer” como dice el slogan publicitario, pues la verdad es todo un placer abrirse paso entre la algarabía de los verduleros llevando el diablito bien cargado, los golpes del cuchillo del carnicero al filetear las rebanadas y la diversidad de colores de los puestos que venden verduras, frutas y aguas frescas. En este lugar confío pues existe la plena seguridad de que ahí encontraré alimentos de la canasta básica, artículos para el hogar y abarrotes.

Es triste percatarse cómo la inflación afecta el poder adquisitivo, pues cada ocho días surto los mismos productos con mayor cantidad de pesos, ¡ah, cómo extraño aquel dólar de once pesos! Entre el olor a fritangas, las gorditas de chicharrón dando chacamotas en el aceite hirviendo, los sopitos de manteca con café calientito, los vapores del menudo light y el pozole seco que dejan sin hambre de tan sólo olerlos, camino con bolsas en mano –dije bolsas en mano-, no bolso de brazo.

Aquí podemos comprobar el éxito de las campañas al fomento de la lectura, sólo basta observar cómo las marchantitas adquieren el periódico al merolico voceador que grita que en la sección de policiacas viene la noticia sobre los cuerpos encontrados en el arroyo, además de la infinidad de literatura que hay al alcance de cualquier cartera o bolsa del mandado como el libro Vaquero, Sensacional de Traileros, el Condorito y Lágrimas, Risas y Amor, en fin, una variedad de revistas usadas pero que aún se pueden disfrutar en los puestos que además de ponerlas a la venta, ofrecen mil chucherías más.

Durante todo el tiempo que llevo acudiendo al mandado, he podido reconocer hábitos y costumbres tan comunes de los locatarios, uno de ellos es la atención al cliente, pues si eres asiduo a cierto negocio, ten la plena seguridad que después de la tercera visita de compras gozarás de un trato VIP, que incluye pilón, descuentos, e incluso, hasta llevarse ciertos productos fiados cuando te gastaste hasta el último centavo en ese delicioso tamal de ceniza.

Otra extravagancia de ellos es cuando les pagas con un billete de alta denominación y no tienen cambio, ten la plena seguridad que en ningún puesto lo habrá, además, son unos desconfiados, pues los billetes de cincuenta y veinte pesos –esos que parecen panchólares– siempre los tallan para comprobar si son falsos, ¡claro que en la carnicería lo más seguro es que todos los sean si los frotan con el cuchillo! Olvídate de que te acepten uno de a mil, o sea, en épocas de aguinaldo y fondo de ahorro ni se te ocurra llevártelo.

Ya para finalizar con esas fijaciones de los vendedores, el sábado pasado al pagar con un billete al que le faltaba un diminuto borde, encontré mi infortunio, pues resulta que hay un pacto entre ellos donde de acuerdo a su criterio cuando les ofrezcan un billete con tales características no deben de recibirlo, pues ha perdido validez. Hasta donde sé, un papel-moneda no es válido si le falta un trozo mayor al de una moneda de a diez pesos, pero eso ni lo consideran, pues su necedad insiste en que le falta un trozo, por lo tanto, ni insistas en que te lo reciban, así que no tuve más remedio que regresar mis compras y humildemente volví a casa por otro, es decir, ahora sí les hice el mandado.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

El Chikuncumbia o virus de la duda

Con la guasa característica tan nuestra, en el lugar donde laboro se está llevando una especie de cuenta regresiva de aquellos a los que uno a uno van padeciendo la enfermedad de… híjole, ora sí que me pusieron a parir chayotes pues en la web se utilizan hasta tres tipos de nombres para clasificarla: Chikungunya, Chikunguña o Chikunguya, según San Google, espacio donde se registran 9, 380,000 páginas de Internet que utilizan estas tres palabras, la primera de ellas es el vocablo original en el idioma makonde de un grupo étnico del sureste de Tanzania y del norte de Mozambique, cuya traducción al castellano equivale a doblarse, haciendo referencia a uno de los síntomas.

Esta enfermedad es ocasionada por el piquete del mosquito infectado el cual puede ser Aedes aegypti o Aedes albopictus, presentándose en el afectado fiebre mayor a 39° C., dolor de articulaciones, cabeza, espalda y músculos, es posible en algunos casos náuseas, conjuntivitis (ardor y enrojecimiento de ojos) y erupción cutánea (manchas rojas en la piel con su respectiva comezón).

Quienes experimentan cualquiera de estos síntomas de tan severos que son, a veces pierden la capacidad de realizar cualquier actividad –disfuncionalidad física que según cierto secretario no oficializa incapacidad, o sea, si no te puedes ni mover para ir al W.C. o hasta te duelen los toques que tus amigos te dan en Facebook, lo que te motiva a no presentarte a laborar, el patrón está obligado a decidir si se te pagará o no la falta.

Entre las incógnitas que ha generado la enfermedad, existe que no todos los contagiados presentan la misma sintomatología, la hipótesis que los “expertos” formulan es que dependiendo de las veces en que el insecto picó a la persona así será su gravedad. Otra aún más confusa es cuando en una familia todos han enfermado y uno no o viceversa, ¿qué no se supone que el bichito estuvo en casa y por ende existe la posibilidad de haber infectado a más de uno? Pues supuestamente el virus se transmite de un individuo a otro mediante las picaduras.

A la incertidumbre de las consecuencias de la enfermedad hay que agregarle que no existe vacuna ni medicamentos que la erradique por completo, pues son las mismas defensas del organismo las que lo expulsan, la medicina que recetan únicamente atiende los padecimientos. También existe la amarilla información que se transforma en angustia generada por algunos sitios de Internet donde hipotetizan consecuencias fatales a quienes fueron infectados por el virus, una página de dudosa procedencia afirma que es una de las enfermedades apocalípticas, según eso se liberó el cuarto jinete de Revelaciones, así como si fuera una especie de ébola latino; existen afirmaciones de médicos donde aseguran que algunas personas continuarán desarrollando la inflamación y el dolor de articulaciones hasta en periodos de veinte años.

Gracias a todo el pánico generado a raíz de las supuestas repercusiones de la enfermedad en quienes la han experimentado, se han vuelto abstemios por el miedo de morir, asisten con mayor frecuencia a las sesiones religiosas como agradecimiento o para pedir por la protección de los familiares, ah, pero eso sí, cada vez que se les presenta una secuela del virus de la duda, éste ya tiene nombre, ahora es Chikuncumbia para la burla nacional como especie de catarsis.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Perdido en la traducción

Hace unos días fue publicada por internet la nota donde la alcaldesa de Bom Jardim municipio brasileño del estado de Rio de Janeiro, gobernaba por WhatsApp. ¡Órale, qué padre! Ella hizo realidad el sueño húmedo de cualquier servidor público: saciar su adicción al celular y ejercer las funciones desde cualquier sitio. Creo que tales anhelos han sido desde antaño, pues ahora recuerdo a un jefe que religiosamente nos hacía consultar el correo electrónico todas las mañanas para enterarnos de las disposiciones laborales del día, es decir, no se tomaba la molestia de decirlo personalmente. Mención honorífica merecen esos jefes que se valen de otros empleados para girar órdenes, como si fueran de categoría distinta. ¿Y el personal secretarial, son artículos de lujo o qué? ¿No se dan cuenta que así, en lugar de acelerar procesos generan brechas laborales?

Es común que nos dejemos arrastrar por la vorágine de la tecnología y sus gadgets, pero perder el sentido humano bajo el pretexto de que se agiliza la comunicación con tal de fomentar el gusto de ejercitar la alta velocidad del ojo al pulgar y omitir la rapidez intelectual; si a ello le agregamos la ansiedad por llenar el recuadrito de la pantalla, además de la desesperación porque se agotarán el número de caracteres del mensaje, es cuando cómo todo un chavo-ruco tiene que utilizar acrónimos, esos vulgarismos que la chamacada emplea.

Lo patético es que a veces ignora que esas siglas pueden tener más de un significado de acuerdo al contexto, pero él cree que sus empleados lo percibirán moderno escribiendo BRB en lugar de un “enseguida vuelvo”, que en realidad se trata de un estado del Messenger en inglés que se escribe Be Right Back. Para denotar asombro redacta OMG, según eso para verse fresón, pero en verdad son la síntesis de Oh My God! palabras que originalmente fueron sustraídas de promocionales de esas películas prohibidas a menores que algunos empleados ven durante la jornada laboral, haciendo caso omiso de las siglas NSFW (Not Suitable For Work), es decir, no apto para el trabajo.

Ah, pero qué tal cuando pone WTF como señal de desacuerdo, sin saber que está haciendo alusión al What The Fuck, ese vulgarismo que para lectores castos y puritanos bien se podría traducir como… ¡Ay! A ver, piensa, piensa. Ya sé, ¿qué diablos? ¿Qué demonios? Mientras pongo una sonrisa de satisfacción por mi pequeño momento de brillantez intelectual, recuerdo que también han escrito LOL, que sustituye al “ja, ja, ja, ja”, cuyas siglas pertenecen a Laughing Out Loud, algo así como reírse mucho -no manches, que mal se leería en algún comic de Batman a The Joker o el Guasón, en lugar de sus clásicas risas un simple LOL.

Claro que nuestro intelecto no podía quedarse al margen de tanto acrónimo gabacho, razón por la cual de factura nacional a veces se escribe OPP, que se utiliza como manifestación de admiración o asombro positivo y que con perdón de ustedes significa Otro Pinche Pedo. Amigo, si en tus mensajes de texto del celular, en los chats de Facebook, Twitter o Skype recurres a más de alguna de las siglas antes citadas, la verdad estás en la era de la modernización, por lo tanto eres un chavo-ruco de onda.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Un mundo nos vigila

Hoy gracias a la magia de la tecnología existe un aparato que muchos llaman teléfono celular, otros le dicen simplemente celular, cuando en realidad se trata de un amasijo en donde, en un mismo dispositivo, existe calculadora, señal de televisión, reproductor de audio y vídeo, sintonizador de radio FM, cámara de vídeo y fotográfica a la vez, navegador de internet, GPS, agenda electrónica, reloj auto ajustable al odioso cambio de horario, linterna y diversos juegos, todo complementan el combo embrutecedor de quienes lo utilizamos.

Ese gadget, contrario al ego de sus dueños, entre más pequeño es mejor, pues resulta mucho más fácil de portar. Gracias a todo lo que en él se incluye se ha vuelto en algo vital, al grado de generar una simbiosis entre aparato y usuario; además de acortar distancias prolongando llamadas -¡Bueno, eso depende del crédito o el plan con la compañía!-, se emplea para tomar fotos y hacer cortometrajes de cualquier situación, cayendo en el ridículo de perderse de la adrenalina de un concierto o evadir el apoyo ante una catástrofe con tal de hacer una buena toma.

Ahora somos reporteros sin haber ido a la Escuela de Periodismo, emulando a don Enrique Metinides, quien inició su carrera en la nota roja tomando fotografías de accidentes viales a los 10 años y publicó su primera fotografía a los 12, además de un titipuchal de gráficas que conforman el legado de aquella revista cultural llamada Alarma!, alimento de los hambrientos mirones, es decir, todos nos hemos dedicado a documentar los acontecimientos a través de nuestro celular, como lo son desastres naturales, choques de coches hasta intentos de robo y suicidio.

Una vez obtenidas las evidencias sin escrúpulo alguno por el dolor o sufrimiento ajeno, es más, sin la autorización de los implicados, las subimos al Facebook y nos hinchamos de orgullo al ir acumulando los llamados “Me Gusta”. ¡Hágame el pinche favor, agradarles las calamidades del prójimo! Pero aunque parezca irónico, a muchos de nuestros conocidos les fascinan, incluso hasta hacen juicios morales de los hechos manifestando su modesta opinión. Olvidando que por cada diez like recibidos, mínimo tendrá unas quince críticas destructivas. Ello no importa al saber que gozará del poder efímero que brinda el contar con la aprobación de los demás.

El espectro de esa actividad ha permeado a los medios estándares de información como la televisión, pues éstos reciben a través de las redes sociales el último acontecimiento captado por la lente de algún ciudadano para que se difunda a nivel nacional. Así tenemos a conductores de noticieros haciendo alarde de lo que le reportan sus “televidentes”. Obvio que el regocijo del autor de la fotografía o el vídeo cuando ve su obra en televisión nacional supera el placer de cualquier cantidad de like.

Irónicamente, ignora que al tratarse de una difusión de tal magnitud hay que considerar que cuando todo es importante, ya nada importa. Además, en medio de tanto ruido, quien guarda silencio es el que más llama la atención. Por eso amigo, ¡calladito te ves más chulo y recuerda que un mundo nos vigila!

miércoles, 26 de agosto de 2015

¿Anticuado yo?

Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis, consideraba que los dioses eran gentiles cuando al llegar a la senectud la vida se vuelve más desagradable, lo que nos hace anhelar la muerte con tal de dejar el suplicio de depender de la voluntad de otros. Cito lo anterior debido a que conforme envejezco, empieza a hacerse una brecha que me desarticula de los cambios tecnológicos. Recuerdo como especie de flashback que cuando por fin había aprendido a utilizar la videocasetera, llega el DVD y ahí voy de nuevo a aprender, dejando de ser aquel pipiris nice en artilugios. Para colmo, ahora los llamados gadgets son más desechables que los pañuelos higiénicos, pues hay que cambiarlos por otros continuamente: cuando ya estás familiarizado con el uso de uno, se descompone otro o se vuelve más lento que un caracol practicando tai chi de tantas actualizaciones.

Consciente estoy de que a todos nos maravillan los cambios tecnológicos, pero de igual forma no todos tan fácilmente nos adaptamos a ellos, pero más tardamos los que pertenecemos a la generación que ocupa disco de arranque -de aquellos que funcionaban con disquete de ocho pulgadas- para poder captar. Si a la edad le sumamos las apuraciones que el estrés laboral nos factura, de seguro a muchos jóvenes lectores -¿creen ustedes que la mocedad me lea?, pues algunos ni hábitos de lectura tienen-, les caiga el veinte del por qué cuando estoy whatsappeando tardo tanto en responder los mensajes o de plano sólo utilizo las expresiones “si” y “no”. Pero eso sí, ya aprendí que no todas las consolas de videojuegos se llaman Nintendo.

En mi lento pero copioso aprendizaje, tengo la habilidad de etiquetar fotografías en el Feis, puedo cargar una USB con varias canciones de mp3, tengo bien clarito que el correo electrónico y Messenger no son lo mismo. Otro de mis logros es que por fin pude cambiar el letrerito “Hey there! I am using WhatsApp” en mi estado del Whats y puse una obra literaria de mi intelecto. Lo que si no entiendo es porque a la USB de 512 MB no le caben las 150 fotos del cumpleaños de Rodaila mi gatita, ¡tan bonita que se ve!

Envejecer no es lo difícil, lo ingrato es la adaptación en todos los aspectos cotidianos que implican el uso de las nuevas tecnologías, pues muchos piensan que con sistematizar procesos se facilitan la vida. Pues no, ya que quienes estamos en el umbral de la longevidad pasamos por una serie de dificultades y modificaciones radicales con tal de sobrevivir en la era moderna, manteniéndonos vigentes por el simple hecho de no ser unos anticuados.

miércoles, 19 de agosto de 2015

Arrejuntándonos

A lo largo de la historia, la humanidad ha buscado los canales que faciliten entablar comunicación fluida y rápida. Los medios han sido varios, pero la información que muchas de las veces se intenta transmitir, se ha corrompido por la misma mano del humano, quien en su afán de demostrar elocuencia, inteligencia, talento o ser divertido, convierte la vía de transmisión en un puente que facilite la autopromoción.

Con la existencia de las redes sociales, en lugar de favorecer los canales de comunicación se han entorpecido y desacreditado gracias a la testarudez de sus usuarios, pues no obstante de que un perfil ya tiene miles de “amigos” entre los cuales varios son sus seguidores, crean grupos de distinta índole con el propósito de privatizar la información a cierto núcleo de personas selectas. Esos grupos a veces se integran con familiares, con compañeros de trabajo de una godinezca oficina y hasta con miembros de un salón de clases a través de una asignatura -¡Ah, el profe se modernizó, qué chingón!

Mientras la información fluya, se acorten distancias, ahorre tiempo, no existe problema, lo malo es cuando cierto integrante del grupo utilice ese medio para enviar imágenes de San Andrés, que si le rezas al revés durante una semana, evitas el estrés ocasionado porque el sistema de tu computadora ya no responde por ingresar a ese sitio de internet indebido. Cuando le nazca del corazón publicará imágenes de cariñositos con mensajitos de ternuritas o pondrá a la venta cual mercado de pulgas, los cacharros de su casa al mejor postor, entre otras cosas.

El peor de los casos es que ese chat de grupo del WhatsApp se convierta en una sala del programa de televisión “Ventaneando” y de pronto aparezcan infinidad de copias de Paty Chapoy, Daniel Bisogno, Atala Sarmiento, Ricardo Casares, Jimena Pérez y Pedro Sola despotricando en contra de algún compañero, profesor o el jefe de la oficina -lo más cruel es que ni cuenta se den de que a quien critican, uno de los miembros le muestra todo lo que se escribe de él. ¡Pinche ojete!

También es común que entre los caballeros demuestren su machismo enviando fotografías de damas en paños menores o con traje de Eva, saquen a relucir peladeces elegantes de esas que se hablan en los grandes salones… pero de billar, sin importarles que existan mujeres a las que les merecen respeto y obvio que ellas no son unas expertas en el léxico alburero. Tampoco puede faltar el administrador que bajo influjos tipo Führer realice un holocausto eliminando a esos usuarios que ya no le simpatizan del grupo que hizo. Ilógico es que si creaste el grupo entre supuestos amigos o familiares, hubieras colocado el letrerito de N.R.D.A.

Así es mi amigo, como una especie de Rey Midas a la inversa echamos a perder lo que nos facilita la vida, desvirtuando los canales de comunicación, pero eso sí, alegando a favor que con esas actitudes se logra la cohesión de los grupos. Entonces sigamos creando grupos en Facebook y el Whats, digo, para arrejuntarnos nos pintamos solitos.

jueves, 13 de agosto de 2015

How can you mend a broken heart?

El amor es un complemento, un mal necesario; quien busca la felicidad a través del amor está equivocado: amar es sacrificio, baja autoestima y empatía. Ponerse en los zapatos del otro e incluso querer que nuestra pareja adivine lo que pensamos, los gustos y las ganas. Es precisamente en ese momento cuando aplica sus colmillos el vampiro de la manipulación.

El amor se torna malicioso cuando cierto problema del ego es canalizado hacia la otra persona, acción que nos hace confundir todo ese ensortijado manojo de sentimientos -pasión, deseo carnal, celos, odio y despecho- con el amor. Por ejemplo, el miedo a quedarte sólo de viejo, a confundir el coito como una muestra de cariño; ese error de creer que un revolcón en la cama es una clara prueba del amor consumado en la pareja. Los homo sapiens somos los únicos del planeta que no tenemos temporada de apareamiento como las demás especies que lo habitan. Nosotros lo hacemos por puro gusto o placer, y las intenciones de intercambio carnal las disfrazamos de amor con tal de no ser tan evidentes.

Hasta que la muerte los separe” es una frase tanática, especie de condena. Bien lo decía Immanuel Kant: “El matrimonio es el arrendamiento de los genitales”. Creo que el amor en pareja no debe ser una especie de cautiverio, pero mi cerebro me pone un alto en esa frase cuando llega a la mente el flashback
de la película “Átame” de Almodóvar, donde Victoria Abril suplica a Antonio Banderas, quien la tenía secuestrada, que “no me sueltes las amarras, vuélveme atar”. En fin, una pincelada del constante bombardeo mediático que dictan los patrones sentimentales entre nosotros.

Estás enamorado y pones canciones de esas que generan un efecto narcótico. En pocas palabras, te vuelves un masoquista. Es una pena que como los resfríos, el amor una vez que te hace pasar por las etapas de la congestión, constipación, secreción o expectoración, al igual que un catarro común, se desaparezca y todo se convierta en rutina, dando origen con ello a la costumbre. Luego vienen las tediosas responsabilidades domésticas que nos concientizan a tal grado de hacer al hogar, un aburrido lugar. Por otro lado, la fragilidad mental del hombre, le hace pensar que al tener cautiva a su pareja puede regresar a la conquista de otra, hecho que la historia lo confirma al darnos la idea de que el hombre es mujeriego por naturaleza.

Respecto a la pregunta que da título al texto, la respuesta consiste en no echarle la culpa al corazón -pues la verdad, el pobre con tanto estrés a veces se encuentra al borde del infarto- más bien son las estupideces que inconscientemente realizamos cuando queremos conquistar a alguien. Es nuestro ego el que debe de amedrentarse un poco y fomentar el asombro de que cada día descubrimos una actitud nueva de nuestra pareja, o sea, no invertir tiempo en tratar de comprenderla o entenderla, lo mejor es amarla por lo que es. ¿Qué no fue eso lo que nos atrajo de esa persona? El amor es búsqueda constante, nunca dejar de conquistar a nuestra pareja y no esa torpe permanencia en un estado embelesado con la primera que se nos ponga enfrente.

miércoles, 5 de agosto de 2015

Todos están mal menos yo

¿Por qué a veces tenemos la impresión de que los demás hacen las cosas mal? Tal cuestionamiento viene a mi cerebro, mientras estoy incómodamente sentado en una reunión escuchando al ponente tratar asuntos que competen al entorno donde me desenvuelvo. Tomo un respiro y al oxigenar las escasas neuronas que han sobrevivido a las desveladas y años de estar sentado frente al televisor, se ponen en funcionamiento para llegar a la reflexión de que creo que lo están haciendo mal. Pero tal observación es debida a que simplemente se verán afectados mis intereses particulares o porque no lo están haciendo a mi manera.

Estoy de acuerdo en que las personas son libres de hacer lo que les plazca; digo, por algo existe el albedrío. Lo único malo es cuando a través de nuestra aristocracia crítica, nos da la impresión que ese asunto, llámese empleo, familia o relación sentimental, etcétera, es planeado por otro y no por uno, siendo ahí precisamente cuando lo llegamos a considerar simples caprichos o que fue pensado por una bola de imbéciles que nada saben de lo nuestro. Es más, hay una teoría que señala que los imbéciles se organizan con mayor facilidad que los inteligentes, razón por la cual, en mi particular punto de vista, quienes me presentan una idea ajena a la mía, me hacen creer que la idearon de forma incorrecta.

Tal forma de pensar explota en las redes sociales, pues ahí muchas veces hay gente con apellido y caras falsas dispuestos a exhibir -como aquellas señoras que antes lavaban a mano su ropa interior- en los tendederos de la internet, incluso despotricando contra alguien aún sin conocerlo. ¡Eso no es libertad de expresión! Es opinar pero con lentes oscuros detrás de los ojos.

Pero también la libertad hay que saber administrarla, es decir, debemos de pisar bien la tierra, no subirnos al primer ladrillo y que ahí trepados nos impacte el vértigo de poder, pues una vez levitando en el nirvana es cuando queremos que las cosas se hagan de una forma egoísta, bajo intereses particulares, olvidándonos de pluralidades, llegando a creer que la opinión de esos que no están de acuerdo, en lugar de pulir el cristal de nuestras ideas, lo empañan al grado de romperlo, dando origen a la debacle del sufrimiento que lleva consigo el no haber sido considerado en la formulación de esas ideas.

Por lo tanto y mientras las manecillas del reloj avanzan, todo sigue igual: el precio del gas continua subiendo, la gente seguiremos haciendo berrinches por cualquier cosa, José María Napoleón todavía no sacará un disco con canciones inéditas y esperaré más tiempo a que George Michael edite su álbum Listen Without Prejudice Vol. 2, mientras la historia dará la razón si las cosas fueron planeadas de forma favorable para todos o en realidad eran puras llamaradas de pino.

miércoles, 8 de julio de 2015

Opciones de la vida

Es época de exámenes finales. Por los pasillos y aulas de los recintos escolares, vemos, como si fueran sesiones de clases normales, a aquellos estudiantes que en el desarrollo del ciclo escolar casi ni se veían, pues gracias a la presión de no reprobar, ahora madrugaron. Durante la aplicación de cada instrumento de evaluación se viven diversas pasiones, nerviosismos, una que otra uña devorada a punto del canibalismo al acercarse al dedo e, incluso, hasta sacrificios y mandas a ciertas deidades religiosas.

Los que ocupan las sillas en un examen extraordinario, conscientes están de que quienes exentaron, lo más seguro es que toda la sabiduría que destilaron durante el periodo escolar, transcurrido los días, se les olvidará, mientras que a ellos, debido al esfuerzo intelectual, lo conservarán por un tiempo considerable. Es más, a algunos nunca se les olvidarán. ¿Acaso ellos sí lograron desarrollar las anheladas competencias?

Algunos de esos alumnos continuamente se incomodan porque sus profesores los evalúen con instrumentos tan caducos y tradicionales como las preguntas de complementación, las abiertas, de apareamiento, falso y verdadero, entre otras. Pues bien saben que para su ingreso a otro nivel educativo o para el egreso de ciertas carreras, ridículamente serán evaluados con exámenes de opción múltiple. Saben que así sean cien preguntas, con una pincelada de sentido común, descartando lo obvio de cada opción, obtendrán la respuesta correcta, es decir, si en una de las respuestas fue C, claro que las dos que siguen no lo serán. Igual funciona siempre responder lo que resulta lógico y lo que ya se sabe. En el extremo de los casos, hay que acudir a la oración de “Ave María dame puntería”.

A partir de las evaluaciones con estándares de opción múltiple, los jóvenes pueden llegar a ser incapaces de razonar ante los contenidos a evaluar, emitir juicios reflexivos y hasta confundir que un aprendizaje adquirido puede ser la técnica o el método que se utilizó para encontrar la respuesta correcta. Luego, quienes ejercemos la docencia, nos confundimos y consideramos a aquellos que obtuvieron altos resultados a través de esas pruebas, como superdotados o que se saben todas las respuestas.

La realidad es que el mercado laboral o el sistema de vida donde nos desarrollamos, ni se requiere de eruditos, ni de enciclopedias ambulantes, sino de sujetos que tengan la capacidad de resolver problemas con las herramientas existentes. Por lo tanto, con seleccionar una opción no se resuelve la vida, pues quienes encuentran la solución a los problemas son aquellos capaces de crear sus propias opciones y no simplemente elegirlas, como difusamente intentamos creer que nuestros alumnos lo logran a través de ese tipo de exámenes.

miércoles, 1 de julio de 2015

¡Provecho!

Ayer tuve un déjà vu de las vísperas navideñas al ver sorprendido como algunos vecinos realizaban compras de pánico de sopas instantáneas en los estanquillos, esos que se han multiplicado como conejos por nuestra Ciudad de las Palmeras. Tal reacción es debido a que el SAT anunció que a partir de hoy miércoles 1 de julio, changarros, estanquillos, minisúper y supermercados, nos van a dejar caer un 16% de IVA en los alimentos denominados como comida rápida, tal medida no es nueva, pues desde la Reforma Fiscal del año 2013 ya se había contemplado, pero por ignorancia de los establecimientos comerciales antes mencionados no surtía efecto.

Entonces, para que aplique el adagio de “o todos coludos o todos rabones”, la fecha del ultimátum se hizo llegar por escrito a los grandes, medianos y chicos comerciantes, lo que significa que la inmensa minoría que somos quienes consumimos las vaporizantes tortas, sándwiches de tres pisos, mega burritos hínchame la barriga, lonches franceses o baguetes, nutritivas gorditas de chicharrón, flautas de pollo y suadero, cuernitos rellenos de sepa la bola, empanadas diversas, hotdogs humeantes, hamburguesas de brontosuario o la cangreburguer a la plancha, sushi, tamalitos industrializados -la que vende en la esquina con su chiquigüite de ceniza y carne acompañados del café de olla, ella quién sabe si los suba, pero por estar vigente a lo mejor si-, y la que más me duele: la torta de milanesa con chilaquiles. Ahora tendremos que entrar a un régimen alimenticio distinto.

Con tal de evitar desayunar con IVA para impedir que nuestras carteras adelgacen, muchos tendremos que volver al antediluviano bastimento, lo que se traduce a dos opciones: la primera de ellas es hacer que tu pareja despierte a deshoras de la madrugada y aún modorra te prepararte el virote con frijoles fritos, chile jalapeños y queso seco, además del termo con café o el tupper con jugo de naranja. La segunda es que tú mismo lo hagas pero en la noche, lo que significa que al día siguiente tendrás que hipotecar el asquito que sientes por el criadero bacteriano que en tu chamba llaman horno tostador para calentarlo.

Los clasemedieros como uno, además de llevar lonche, tendremos que despedirnos del tradicional desempance, es decir, cuando la ansiedad se disfraza de hambre, pues se supone que al llegar al trabajo lo primero que haces dizque para funcionar bien, es desayunarte tu taza de algún néctar caliente acompañado de su respectivo pan. Luego de revisar las novedades del Facebook, echarle ganas a los pendientes laborales y volver a revisar el Feis, tomas tus treinta minutos para almorzar, regresas nuevamente a la citada red social y continuas con los quehaceres. Lo justo era que hora y media antes de concluir la faena ir por alguna guzguera, más ahora con el alza de precios, lo único que resta es hacerle al faquir y desearle a los que su bolsillo les permite, ¡buen provecho!

miércoles, 24 de junio de 2015

¡Aaaay nanita!

¿Cuántas veces has experimentado miedo? Yo, uta un titipuchal de veces más que ustedes. Esa angustia que invade mi estado de ánimo debido a la ignorancia o imaginación del tipo de daño que sufriré ante lo desconocido. Claro que muchas veces, las expectativas de pánico imaginarias sobrepasan a la realidad en sí. Agreguémosle que para controlar nuestros ímpetus, durante la infancia los progenitores utilizaban al miedo como una forma de intimidación, convirtiéndose en el clásico “estate sosiego”.

Gracias a ese método de domesticarnos es como muchos supimos de la existencia del Chamuco, el Robachicos, la Llorona, el Diablo, entre otros espectros que curiosamente nunca los vimos. Eso sí, el escuchar el rechinar de los arbustos cuando el viento los movía sobre el cristal de la ventana durante la noche, se nos ponía la piel de gallina. Igual de terrible era lo kilométrico que se encontraba el cuarto de baño de tu habitación a deshoras de la madrugada, pues significaba todo un reto a quienes nos despertaban las ganas de orinar, llegar hasta ahí a encender la luz, al igual que cuando nos retirábamos. También nos hacían falta agallas para sacar los objetos que se nos iban bajo la cama en la noche, pues resultaba menos peligroso hacerlo al día siguiente. Esos monstros, sin lugar a dudas, eran la cristalización de nuestros miedos, pánico y temores infundados.

Años más adelante, cuando la infancia es mancillada por el monstruo de la adultez, florecen las inseguridades gracias al recelo o aprensión. Esta vez, el miedo es el resultado de la probabilidad de que suceda algo contrario a lo que se desea. Es cuando te das cuenta de que el miedo nunca se ha separado de ti, sólo que ahora, todas aquellas aberraciones que tejió la imaginación de mamá o papá se han transformado en otras más malignas como el pavor a ser despedido y andar tocando puertas para conseguir un empleo; las atemorizantes deudas que cada quincena tocan a la puerta de casa y de la conciencia; el mezquino rechazo que te machaca la autoestima hasta hacerte sentir un microbio y el vergonzante desprestigio con su amiga la bruja humillación quienes te empujan al abismo del desequilibrio emocional.

Desafortunadamente ya no están el Santo ni Blue Demon, menos aún Chabelo y Pepito para que se solidaricen en la lucha contra esas abominaciones, ahora eres tu quien los enfrentará. Lo único que no debes de olvidar es que así como los espectros de la infancia, estos sólo habitan entre los muebles de tu cabeza y depende en gran parte de ti exorcizarlos para siempre con el agua bendita del manantial de tu esfuerzo, compromiso y tenacidad.

miércoles, 17 de junio de 2015

Pasajero de la vida

Andando por las calles a pesar de no contar con coche propio, a veces me detengo a observar la señalización vial y caigo a la reflexión de que hace falta una más, esa que advierta a los conductores: “Precaución, cruce de personas con WhatsApp”. Considero que con ello se evitaría el discriminado apalcuachamiento de tanto zombiephone que deambula por la ciudad.

Estoy consciente de que utilizar un medio de transporte es una necesidad, lo único que no me gusta es la dependencia que a veces se genera entre el vehículo y la persona, pues es ridículo que te quedes estático por el simple hecho de que tu carro se descompuso o tener que ir a la tienda de la esquina manejando. El argumento que interpongo a favor es que si no puedo manejar mi vida, entonces, ¿cómo voy a manejar un automóvil?

Más, reflexionando un poco, la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos de pasajeros: recordemos que durante nueve meses mamá nos llevó a distintos lugares en su vientre de cuna, una vez que nos separamos de ella, fuimos transportados por esa carriola que nos hizo ver nuestro alrededor como especie de turismo; sólo faltaba que mamá dijera “Favor de abstenerse de sacar las manos y de tomar fotografías con flash”. Luego vino la andadera -a los que estamos gorditos nos causó una callosidad justo donde una vez estuvo la cintura- con la cual movíamos las piernas igual que los Picapiedras en su Troncomóvil.

Cuántas vueltas satelitales dimos a la cuadra montados en nuestro triciclo de indígena marca, después sobre la bicicleta y lo bien que nos sentimos al evolucionar dejando en la prehistoria las dos llantitas traseras. Posteriormente nos deslizamos por la vida adolescente sobre una patineta. Tiempo después, con el viento golpeando la cara, experimentamos la libertad al conducir una moto.

Viajamos bien acompañados en el servicio de primera clase que ofrece sauna, aromaterapia y masaje, o séase, el camión colectivo; compartimos diversos estados de humor con los múltiples chóferes de taxi. Años más adelante, regresamos a la andadera debido al desgaste de nuestros huesos y por andar queriendo realizar actividades impropias de la edad. Después nos volvieron a sacar a pasear, remitiéndonos nuevamente al turismo, pero esta vez más aburrido, puesto que ahora hemos perdido la capacidad de asombro y casi siempre nos llevan al mismo sitio, nos guste o no en la silla de ruedas.

Lamentablemente, cuando ya no tengamos uso de nuestras facultades vitales, realizaremos el último viaje, esta vez sin boleto de regreso. Mucha gente nos acompañará, algunos tristes por nuestra partida, otros satisfechos por lo bien que viajaron con nosotros. Ese paseo ya no lo realizaremos ni por voluntad propia ni por la de nadie más, y a pesar de que algunos nunca supimos manejar un carro, tampoco pudimos manejar la vida, pero de que fuimos pasajeros, eso nadie nos lo puede negar.

miércoles, 10 de junio de 2015

Ensayo sobre la miopía

Durante los últimos quince años he utilizado lentes para mejorar la vista, pues mis ojos, según el oftalmólogo, padecen un error refractivo que consiste en que los objetos cercanos los puedo ver con bastante claridad, mientras que los distantes se miran como si fueran una pintura impresionista, en pocas palabras: soy miope.

La miopía es un desorden visual, no una enfermedad, o sea, no es contagiosa a pesar de que según cifras del sector salud, un 27% de los mexinacos semos miopes. Desde que estoy consciente de este problema, las personas sarcásticamente afirman que si traigo lentes, por qué me los quito para leer o checar el WhatsApp; lo que no comprenden es que de cerca si veo y las micas entorpecen la visibilidad, además no estoy ciego, utilizo gafas para mejorar la vista, no es que quiera verme hípster. ¿Qué no entienden? ¡Es una necesidad, las antiparras son mis ojos! Ridículo el chistosito que cuando te mira sin ellos sale con la estupidez de: “¿Cuántos dedos ves?” ¡Ay, no mammy blue! Inche indiorante: veo borroso no cosas de menos o de más.

Antes de utilizar gafas, muchos de mis conocidos se incomodaban porque al saludarme a lo lejos, yo ni en cuenta. Lo que ellos no sabían era que no los distinguía, es más, ni estando a escasos metros. Ahora que ya las porto me encuentro con ciertas personas non gratas, y es cuando desearía no traerlas.

Otra situación humillante es el grosor de las micas: a veces ocasionan que los ojos se vean como de pulga o cuando algún conocido se pone mis anteojos, inmediatamente entra a la dimensión desconocida sin necesidad de algún estupefaciente, exclamando: “¡No manches, que horrible ves!” Tristemente evidencia que su capacidad intelectual no le ayuda mucho, no entiende que sin ellos el mundo de lejos lo miro empañado y no deforme como él lo ve porque no sufre de ese trastorno visual.

Existe una operación para corregir tal desperfecto en el control de calidad de mi organismo, con la cual erradicar el historial de topo que he llevado, pero he llegado a la conclusión que utilizando espejuelos uno aparenta cierta respetabilidad, un aire de sabiondo a pesar de la miopía intelectual y si te van a golpear se la piensan dos veces, pues te consideran un discapacitado. Por otro lado, con ellos o sin ellos, de todas formas me he tropezado, pisado excremento canino e incluso he estado a punto de morir atropellado al cruzar las avenidas por no ver los coches. Además, si algún día decidiera someterme a la intervención quirúrgica, lo más probable es que extrañaría a la miopía que muestra el futuro empañado, así como mi realidad misma.

miércoles, 3 de junio de 2015

Contexto electoral

A unos cuantos días de las elecciones, en lo que va de estos últimos meses los candidatos en su pugna por ocupar un puesto de elección popular, sólo han evidenciado el descrédito de la clase política y los partidos que los representan, pues han concientizado a la ciudadanía que únicamente cada tres o cuatro años, con tal de ganar su simpatía, les dan infinidad de obsequios como despensas que a veces incluye comida chatarra, tortas al vapor frías, refrescos calientes, camisetas de algodón tipo oblea (a la primera lavada se romperán), termos que se balancean cuando son depositados sobre una superficie plana y mochilas que a los tres días de uso rasgan sus costuras. Si a eso le agregamos un sinnúmero de promesas de las cuales sólo cumplirán aquellas que se apegan a la realidad -bueno, si es que se acuerdan de ellas cuando ya estén ocupando el puesto– y no los sueños guajiros que plantearon.

No sé si nuestros políticos están conscientes de que todo lo anterior puede ocasionar que las personas se harten de tanta salpicadera de lodo que se hace durante el contexto electoral, y a la mera hora intenten protestar anulando su voto o absteniéndose de acudir a las urnas. Como pueblo debemos de evitar hacer las dos acciones antes mencionadas, pues no es razonable culpar a quienes sí ejercieron su deber ciudadano del Gobierno que tenemos o lo peor, llegar a niveles de afirmar que si ganó equis persona fue porque los votantes lo eligieron, y si éste resulta corrupto, entonces todos los que votaron por él fueron sus cómplices, ¡Hágame el favor!

Sabemos que entre los candidatos actuales es difícil elegir, pero si no votamos por alguien es peor. El domingo sé parte de quién decide y demuestra tu capacidad de elección, más si no lo haces, entonces no hay razón justificable para que te quejes de algo en lo que no participaste. Recuerda, hoy miras las fotos de los postulantes con su mejor sonrisa, date el gusto de quitárselas votando, ten la plena seguridad de que quién pierda vivirá el resto de sus días amargado y los que ganen, pues con tanto trabajo que tendrán ni tiempo habrá para sonreír.

miércoles, 27 de mayo de 2015

Lenguaje apurado

A veces nos horrorizamos de las atrocidades a nuestro lenguaje que se difunden por redes sociales o whatsappeando, tales como “ola ke ace”, “kien iso la t-ea?”, etcétera, pero, ¿a alguien le ha caído el veinte de que nosotros al hablar a veces decimos aberraciones peores? De tan común que las pronunciamos hasta dan la impresión de que decirlas de esa forma es correcto. ¡A ca´on! ¿Y cuáles son? Allí les van y luego no me salgas como picho que tú nunca las has dicho.

Es recurrente cuando uno titubea ante cierta autenticidad decir “¿Veá que si?” o “¿Edá que si?” Al afirmar lo hacemos con un “ehí” en vez de un sí. Al experimentar esa disposición a socializar solemos expresar “tevoadecir algo”, y lueguito lo reafirmamos con “fíate”. Para denotar una necesidad apremiante solemos comentar: “Amigo, necito que me prestes una feria”; cuando queremos realizar un desplazamiento en grupo es común las expresiones de “juimonos” o “ámonos”. Otra rapidez lingüística que implica despedida pero de forma individual es “yamboy”, además de otra muy mentada que se utiliza con la intención de verse al día siguiente es “ayla vemos, tamañana”. Existen órdenes como “hazte patrás” para indicar que se retraigan y cuando conminamos a que alguien sea paciente lo hacemos con un “pérate”, rematándolo con el “tantito”.

Aceptamos nuestra ignorancia a través del “yocuvoasaber”. A veces, al negar algo imitamos a las gallinas con un “claquenó”, reclamamos o como los canes marcamos nuestros terruños con “hítese” o “zakesé”, buscamos objetos extraviados con un “onta” y denotamos cierta desubicación con el balbuciente “ontoi”. Indicamos el clima húmedo con “tayoviendo”, somos capaces de especificar una temporalidad que se ubica entre el ahora y nunca con el “orita”, mientras aceptamos positivamente con un “tagüeno” o el “yastás”. Llamamos la atención con “íralo” al igual que descalificamos algo con la frase “náquever”.

En este mundo que gira de prisa, que los años pasan más rápido que el anterior e incluso a muerto gente que en otros años estaba viva, es común que nuestro lenguaje sea igual de apurado que la vida misma, tal vez debido a la ansiedad por comunicarnos que muchas veces nos consume. Sin más que decir, “ ayla” vemos, hasta el próximo.

miércoles, 20 de mayo de 2015

¡Leer, o no leer, esa es la cuestión!

Hay quienes afirman que nosotros no leemos, que nuestra sociedad además de ser falsa como dice la canción de José Alfredo, no es lectora, ¿eso es una realidad? También habrá quienes argumenten que si lo hacemos, pues es común observar avisos, señalamientos y publicidad en la calle, además de documentos y títulos, los postits de colores – ¡ah, que pinche naco es llenar de ellos el carro del festejado! –, si a esto le sumamos toda esa cantidad de letras que enviamos a través del WhatsApp, las frasecitas doble moral de nuestro muro en el feis, el número de caracteres de un tweet, etcétera, entonces decir que los mexicanos no leen es una falacia.

A que voy con estos argumentos que para los letrados tal vez sea otra de mis idioteces, es que la idea de que no leemos los mexinacos es absurda, pues en realidad si lo hacemos, es decir, no le dedicamos tiempo a chutarnos un libro completito, que creo ahí radica la queja de quienes si leen uno o tal vez varios libros. Ya que toco este asunto, si ustedes quieren pueden consultar en YouTube, un video donde a varios políticos les preguntan por tres libros que marcaron su vida, la mayoría de los encuestados resultaron muy religiosos, pues la Biblia fue el texto más citado, además de concentrar su lectura en un autor alternativo de nombre Frankan, quien escribió dos obras de la literatura universal: La Metamorfosis y El Diario de Ana Frankan. ¡Qué bueno que no dijeron Mago Frank! Claro que hago alusión al del Conejo Blas.

Uno de ellos en su desesperación por la balconeada, se atrevió a decir que no se puede comer pinole y chiflar al mismo tiempo, es decir, o haces propuestas políticas o lees, excusa que bien podemos todos argumentar a favor nuestro por el empleo que desempeñamos, pero en la profesión de la docencia sería absurdo decir que no leemos, digo, ya de perdida los textos que nos regalan las editoriales, pero a veces ni eso, pues es tarea del alumno hacerlo por nosotros. Razón por la cual también a quienes ejercemos la docencia se nos llega a juzgar por no leer, lo cual en lugar de acercarnos a la lectura, termina por hacer un muro de prejuicios entre el acervo bibliográfico y la práctica profesional, dejándola en manos de la infalible improvisación.

Además tal afirmación de que no se lee en nuestro país no es muy específica, ¿se refiere a que no se lee nada o a que no se lee algo en particular? Por otro lado, los mexicanos que si leen en comparación con la producción editorial se aleja de ellos en porcentajes enormes. La queja será siempre por no incrementar nuestro acervo cultural a través de libros, pero, ¿todos son buenos? ¡Claro que no! Hay autores que son cloroformo puro, otros que están del bostezo, ahora bien, si consideramos entonces la calidad del contenido bibliográfico, porqué insistir en que se lean libros y no otras cosas, pues la creación literaria ha cambiado, ya que evolucionamos de la hoja impresa a la página de un blog en internet, lo que significa que ahora un lector es aquel que lee 140 caracteres y lo hace a diario. Entonces, ¿leemos o no leemos? Esa es la cuestión.

miércoles, 13 de mayo de 2015

Los años pasan y pesan

No sé si sea la crisis de los cuarentas, pero en últimas fechas como que los años pesan, ya no rio a carcajadas de cualquier situación como antes, cuando escucho canciones de la década de los ochentas lagrimeo, antes las fiestas BBC, o sea, bodas, bautizos y comuniones eran el espacio propicio para entre charlas etílicas observar a las curvilíneas damas y bailar con la música del grupo versátil, ahora se han convertido en eventos de hueva, porque ni platicar se puede con el ruido tan alto de los grupillos chafas que contratan y soportar a los conocidos en estado de ebriedad es lo peor.

Hace veinte años ni siquiera me preocupaba la soltería, es más, consideraba que tener un compromiso era algo totalmente aburrido, hoy disfruto de estar con mi pareja, la soledad nunca me ha atormentado como a otros, pero estando con la mujer que amo, trato de no ser tan cursi, pero eso sí, espero que lleguemos juntos al asilo. ¡Ah, lo que si harta es la pinche gente preguntando que para cuándo es la boda y si nunca vamos a tener hijos! Situación que me remite 35 años atrás cuando mi madre con su actitud de mánager me advertía de no cometer cierta estupidez hormonal con alguna. Además, desde los 18 años he tenido la necesidad de reproducirme, más nunca me llamó la atención procrear y en la actualidad es algo que continúa sin interesarme.

Ahora que recuerdo a la jefecita, cuando estaba entre los 16 y 30 años ella era la mujer que además de quererla mucho, también discutía conmigo e incluso llegaba a creer que conspiraba en mi contra a toda hora y se esmeraba por ridiculizarme ante mis amigos, ahora he llegado a la conclusión que es una sabia que todo el tiempo ha tenido la razón. Pues de no ser por su tesón obligándome a cumplir con ciertas actividades que en mi perezosa adolescencia siempre hacían que me cansara antes de realizarlas, y que al final de cuentas ella terminara haciendo, no hubiera comprendido que la responsabilidad son todas esas obligaciones que si no las realizas tú, nadie más las hará por ti.

Los fines de semana de ahora ya no son las desveladas de antaño bajo el lema “hasta que desaparezca la luna”, despilfarrando el dinero que no me ganaba con el sudor de mi frente e incluso hasta perdiendo la dignidad por tarugadas, ahora disfruto el tiempo relajado los domingos viendo películas o escuchando música con una fresca bebida. Antes era de la idea de que únicamente las gallinas y los enfermos se acostaban temprano, ahora hacerlo de esa forma es todo un logro, pues madrugar es el momento ideal para aprovechar el resto del día y no como en la pubertad que llegaba a considerar a las mañanas como el mejor momento para dormir. Hacer planes en la actualidad ya no significa revisar la agenda de teléfonos para acordar con tus amigos las idas al cine o a los centros comerciales, es elaborar la lista del súper, calcular la cantidad de ropa a lavar y preparar los alimentos.

Hablando de alimentación, ésta en la actualidad consiste en un régimen de comidas bajas de calorías, escaza de azúcares y grasas, extrañando cuando en la mocedad le empacaba a cualquier antojo que se cruzara por mi vista. Atrás han quedado los días de becario en casa, cuando creía que el empleo era una ocupación que remuneraba dinero, pero por lo bien que vivía mantenido por mis papás era algo que podía esperar, hoy sé que es la única forma de sobrevivencia, lo que si he sido consciente desde mis años prehistóricos es que debo guardar centavos para el futuro, esto es algo que aún tengo pensado hacer.

Después de acuñar fechas, onomásticos y etapas, coincido con la idea aristotélica de que cada persona al nacer somos una tabla rasa en la cual vamos escribiendo lo que nosotros queramos y obvió está que las consecuencias de algún garabato también, desde los primeros años y hasta la fecha he esperado lograr la madurez que mis padres exigían, tal vez algún día llegará.