jueves, 12 de julio de 2018

Vacaciones, madre de todos los vicios.

En unas cuantas horas estaremos de vacación, muchos ya preparan sus escasas maletas para dirigir sus pasos humildemente a los destinos que los harán por unos cuantos días cambiar de aire, salir de la rutina, olvidarse de las obligaciones laborales, dejar de madrugar, en pocas palabras, evadirse de lo que uno es durante cierto periodo de tiempo. Claro que habrá quien lea esto y diga: ¡mira, este wee es privilegiado! Pues hay quienes cuando mucho tienen dos o tres días de libres.

Las personas que pueden ufanarse de contar al año de casi un mes de vacaciones, en realidad tienen mucho que agradecer a la institución donde laboran y quienes no cuentan con ellas, tampoco está tan pior, pues podrán jactarse de no coincidir ni convivir con los primeros en los sitios turísticos, además, igual, esos que cuentan con periodos prolongados también se pasaron once meses estresándose, poniéndose los nervios de punta, para luego gastar todo lo que se ahorró en menos de una quincena. Pero… creo que esto es el motivo que impulsa a la mayoría de las personas a regresar a sus empleos –no se hagan que por sus cabecitas no ha rondado la ilusión de ya no volver–, bueno, no sin antes darse una vueltecita al Monte de Piedad, que por cierto, ya no reciben pantallas ni reproductores de Blu-ray.

En pocas palabras, vacacionar es comprar la fantasía de esa vida que siempre uno ha deseado, llena de güeva, tener las guzgueras a la mano –atáscate que hay lodo–, que cuando te llegue hambre solo te sientas a la mesa alzas la mano y el camarero toma tu pedido, salir a divertirte a los antros por las noches, regresar a la madrugada y a nadie rendirle cuentas, dormir hasta la 1 de la tarde del siguiente día, dejar el cuarto todo por sin ningún lado y al regresar encontrarlo limpio y ordenado, algo así como cuando vivías en casa de tus papás. Además, cuando estamos de vacaciones, es como si la Piedra Lisa se convirtiera en nuestro Disney World Resort, las Grutas de San Grabiel, ups… perdón Gabriel fueran el Préhisto-Park de Réclère suizo y la cascada de El Salto nuestras cataratas del Niágara, ¡si el paraíso lo tenemos aquí, pa´qué vamos hasta allá!

Por lo pronto quien firma lo que escribe, ya tiene listo su bastimento de exquisitas sardinas enlatadas, paquete de galletas saladas y chescote de cola, para ir a pasar unas horas de asueto a las albercas del tobogán, razonando siempre esa frase de Nietzsche de que “entre el sentido de culpabilidad y el placer, siempre gana el placer”, por eso a veces las vacaciones pueden llegar a convertirse en la madre de todos los vicios, así que no abusemos.

jueves, 5 de julio de 2018

¡Dispénsame por ser ciclista!

Para los amantes de experimentar la adrenalina, recomiendo el deporte extremo más salvaje, riesgoso e incluso hasta puedes quedar en el intento, es decir, absténganse cardiacos de practicarlo. Me refiero a ser ciclista en la ciudad, eso de pedalear la vida entre tanto conductor suicida del tráfico kamikaze en avenidas y calles principales, ser ante los ojos del chofer un estorbo vial o llegar a convertirte en un tope como algunos consideran también a los peatones.

Escribo esto con la experiencia que da el fracaso de llegar a creer que la bicicleta es un medio de transporte más en la selva de concreto, incluso a veces pienso que eso de que en países de primer mundo la bicla se emplea más que los carros es una falacia, en fin, hay que darle delete al cerebro a tal sueño guajiro, pues estos ojitos que se han de comer los gusanos, han visto a ciclistas ser arrollados e incluso aprovecho este medio para darle las gracias a diosito por las veces que me ha librado, para después escuchar de quien casi me atropella: ¡hazte a un lado pendejo!

Rifársela entre las refrescadas de madre de automovilistas que siempre llevan prisa, esquivar coches cuyos incautos conductores creen que la ciclovía es un tercer carril; en la desesperación por circular subirse a la banqueta para evitar tal ajetreo, enseguida de hacerlo recibir insultos de transeúntes, entre otras estupideces por la insensata idea de querer combinar el ejercicio físico con el medio de transporte y ahorrarme una lana de mensualidad en el gym, cual especie de spinning urbano.

Cansado de oír a los chóferes victimizarse ante quienes les entorpecemos su movimiento, que los agentes de vialidad se hagan de la vista chiquita cuando estamos a punto de perecer porque no respetan nuestro espacio en las calles todos esos gandallas que van detrás de un volante e intentando a la vez evitar recurrir a la violencia verbal y física, simplemente responderé a sus insultos y salivazos con: ¡dispénsame por ser ciclista!.