jueves, 25 de agosto de 2016

Posts baby

Atrás quedó el trending topic ocasionado por anuncio de que en el matrimonio la cigüeña nueve meses después haría un alunizaje suave. Ahora la criaturita lleva apenas ocho meses de vivir en el vientre de cuna de mamá, ella por su parte ya van tres ecosonogramas – ¡están cañón de interpretar qué forma tiene!–que sube a su Facebook, mismos que han acuñado un titipuchal de like que le enorgullecen; mientras el culeco de papá ha creado una quiniela en su Twitter con el hashtag, #niñaoniño, donde sus amistades realizan pronósticos.

Cuando por fin conoce el mundo, mientras el médico le da la nalgada de bienvenida, papá lo recibe con el Smartphone, sacándole mil y un fotografías que posteará en el Facebook que le creó con el nombre que seleccionaron del libro nombres de bebés para Dummies, desde luego que sin tomar en cuenta su aprobación aceptó a las amistades de él y de mamá con el dominio del actual perfil. Ahí cada uno de ellos descubrirá como mamá se embriaga e incluso se vuelve adicta al olor de los piecitos de su retoño, igual serán testigos de ese paso evolutivo cuando vea a la luz el primer diente, también cual astronauta camine por vez primera sobre la superficie terrestre.

Años más adelante recibirá 569 “me gusta”, gracias a la foto que mamá le sacó aquella vez que iba de abejita al festival de la primavera del kínder; de igual forma atiborrará la red cuando realice sus aportes al arte rupestre en la sala y mamá entre sentimientos encontrados se atreva a llamarlo “campos de oro” con tal de atraer la simpatía de los contactos, a quienes también les resultará imposible evadir cada vez que cumpla años el muro repleto de imágenes donde se evidencia la transformación del querubín.

Lo que no saben sus progenitores es que poco a poco esos contactos que le adjudicaron al bebé ya ni leen lo que “publica”, incluso es posible que hasta lo hayan bloqueado, debido al hartazgo de conocer las peripecias, travesuras y eventos personales con los que los bombardean a diario.

Madres y padres, ya sabemos que su encanto con el nene aún no termina, pero por favor recuerden que existen hechos tan íntimos del pequeño que a los demás ni nos interesan, incluso existen lugares como la CDMX donde de acuerdo al código penal es una falta administrativa tomar fotografías o videos a alguien sin su consentimiento y a ustedes durante los primeros años de vida de su retoño les valió sorbete hacerlo.

jueves, 18 de agosto de 2016

WhatsApp... casos de la vida real

Era feliz aquella vez cuando alguien tuvo la amabilidad de integrarme a un grupo de WhatsApp, fue tanto el gusto, que para diferenciar el tono de llamada del “Guats” con el del grupo y así saber cuándo alguien enviara mensajes, le programé el ringtone de Chewbacca" de Star Wars. Las primeras horas experimentaba orgullo de que la gente con admiración preguntaba la fuente del sonido, obvio que creía que chui era la neta del planeta, pero a los tres días ya me había hartado de que cada tres o cuatro minutos el alarido del Wookie interrumpiera momentos agradables de mi vida.

Una vez acostumbrado al tono, volví al disfrute de intercambiar ideas y opiniones acordes con la intención del grupo, pero… de pronto uno de los contactos decidió romper con la rutina y sacando sus brillantes dotes de Polo Polo, envió los chistes más pedantes y jocosos, sin cerciorarse de que algunos pudieran ofenderse o experimentar vergüenza del contenido, inmediatamente saturaron de "emoji", que dejaban en duda si aprobaban o no la acción –digo, hay caritas donde les salen lágrimas y uno ignora si son de llanto o de alegría. Ridículamente aseguramos detestar el bullying, pero en el grupo la mayoría disfrutábamos cuando alguien hacía de su patiño a alguno de los contactos, todos –en el chat, claro está–, arremetían contra él, unos a favor de la guasa, otros disque defendiéndolo pero ejecutándoselo a la vez.

En otra ocasión, en plena reunión laboral, suena mi celular, mientras las diapositivas avanzan, la curiosidad me gana y observo en la pantalla un meme de cierto político cuyo nombre omito para no herir susceptibilidades, la risa escapa y el jefe con aire de jalón de orejas, cuestiona mi opinión en relación a lo expuesto, lo cual hace que recurra al hada de la improvisación y la muy torpe se equivoca, entonces el monstruo de la vergüenza acompañado de su amigo ridiculez se quedan conmigo, ¡pinches ojetes!

Debido a la mala experiencia, mi pareja recomienda que silencie por un año los avisos del grupo, ¡tómala! A las tres horas de hacerlo, tenía un círculo verde que me indicaba chorrocientos mil mensajes sin leer. ¿Cuántas horas de mi escaza existencia implicaría para saber su contenido? ¡Un titipuchal! Los fines de semana no faltaba el ocioso que mandara cadenitas milagrosas, chistes de contenido kilométrico – ¡uff, qué flojera!– de todos colores y sabores, fotos de los lugares paradisiacos a donde iba y de la asquerosa comida que degustaba, como si uno se le fueran a antojar el plato de chilaquiles con mucha crema y salsa verde que más bien se asemejaban al vomito de la chica del exorcista.

A raíz de lo anterior, al cabo de seis meses de permanencia voluntaria en el grupo, por cordura propia y salud mental tomé la audaz – ¡uy! ¡Qué valiente!– decisión de abandonarlo. Considero que es genial utilizar este tipo de aplicaciones como herramienta que facilita la comunicación, cuando de verdad se intercambia información y no me refiero a los chismes de lavadero o como plataforma de prospectos a standuperos, pues es ahí donde nace el problema, y lo peor es cuando se abusa de ella.

jueves, 11 de agosto de 2016

¡Lo que callamos los Godínez!

A los oficinistas de antaño se les conocía como “Gutierritos” en honor de aquel obrero bonachón, humilde y honrado que entregaba el sueldo completo a su esposa, la cual le retribuía con humillaciones y desprecios argumentando su mediocridad en el desempeño laboral, opinión que era compartida por el Kool-Aid de su patrón; tal personaje mantuvo pegado al televisor a gran parte de la audiencia de nuestro país a mediados de la década de los sesentas a través de la telenovela. Ahora, con el arribo de la tecnología –adiós máquina de escribir, bienvenida computadora–, Gutiérrez evoluciona hasta transformarse en Godínez.

Pese a su metamorfosis, la sombra de Gutierritos los persigue, pues aún los jefes se siguen pasando de lanza con ellos, no les respetan los horarios laborales, continúan esperando con desesperación los viernes y las quincenas, creen que mejor los identifica el gafete que la credencial de elector y al convivir con los demás empleados, se abstienen de algunas actitudes y acciones, es decir, con tal de mantener la armonía prefieren callarse.

Es común que vean llegar a la secretaria en minifalda de bolitas, la saluden sin prestar atención, una vez que pase, zas, clavan su libidinosa mirada donde termina la espalda, mientras se digan así mismo… La verdad por respeto a ustedes eso no se pude publicar. Cuando se integra un nuevo compañero al equipo, el jefe lo presenta y pide que lo asesoren, con sonrisa de oreja a oreja argumentan que es un placer, mientras que más de alguno piense que es una lata enseñar a chambear a ese simio. Pasada varias semanas y éste insiste en que le expliquen algo nuevamente, se responderá: “¡claro, inmediatamente, no estaría de más!” –mientras que por dentro se piense: “¡ah, qué pendejo! Este Vergara vale su apellido”.

Como en todo centro de trabajo, existen individuos que le agradan al jefe –aquí no cuenta la curvilínea experta taquimecanógrafa que continuamente asedia–, son tus compañeros, pero lo que ellos no saben que a pesar de creer que los une una sincera amistad, algunos los consideran lambiscones, barberos y zalameros, algo así como animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija, así, textual como lo expresa Paquita la del Barrio.

Fin de semana, para ser exacto domingo, estás en plena reunión familiar en el Parque Regional degustando una sardina con galletas Pan Crema, entre la algarabía de la reunión, escuchas la alarma del WhatsApp del grupo de la oficina, es el patrón con su clásico saludito lleno de parabienes y melcocha para arremeter después con una sarta de actividades que esperan para el lunes, o sea, desconfía de que por ser día de asueto consumas drinks de más y se te olviden los compromisos laborales. Obviamente, que los compañeros y tú saturan de respuestas afirmativas el grupo, al mismo tiempo que piensan, ¡cómo chifla! ¿A caso no tiene familia? Es mi tiempo de calidad con mis seres queridos y sale con sus estúpidas inseguridades.

El mero mero de arriba –y no es el Creador–, le llama la atención al jefe por una burrada que cometió, llega a la oficina y se desquita con sus subordinados presionándolos para que corrijan el error como si ellos fueran quienes la regaron, sutilmente los trabajadores pondrán cara de que es pan comido, agrado y hasta cierto esmero por evidenciar servicio, pero en su interior aceptarán que son los babosos favoritos que siempre le hacen la valona.

Hay un dicho popular de origen mexica que dice “caras vemos, corazones no sabemos”, el cual se puede interpretar como no confiar en alguien por la simple apariencia, ya que lo exterior no dice nada sobre lo que son y lo que piensan, imagínense si hicieran un lunes antidoping en la chamba, ¡uta! cuántos adictos de esos que hasta varitas de incienso se introducen por… ustedes ya saben por dónde, se encontrarían.

jueves, 4 de agosto de 2016

Big Brother

En una de mis devotas visitas al supermercado, empujando el carrito entre los pasillos, encontré a una señora con sus dos hijas pequeñas, lo que atrajo mi atención fue la lastimera queja de la menor hacia su madre, evidenciando el maltrato de parte de la hermana mayor hacia su persona, mientras la señora revisaba el color de tinte, sin girar su cabeza para verla entre dientes, balbuceó, “¡Ya cállate, no seas chillona!”. Mientras las dejo atrás, por mi desamueblada cabeza concluyo, si la chavita le hubiera dicho que en lugar de su hermana, una niña de su escuela la estaba molestando, segurito que la doña iría directo con las autoridades educativas del plantel con denuncia en mano de la CNDH a embarrársela a la cara, alegando que el plantel no está atendiendo un problema de bullying, discriminación y abuso hacia su hija.

El hecho está en que para algunos padres y madres, las rencillas entre hermanos son nimiedades y hasta llegan a creer que tienen su lado formativo – ¿qué? ¿cómo? –, pues gracias al tesón, vigilancia y descuidos entre ellos, aprenden diversas pautas de defensa personal, se adentran en ciertas nociones del derecho civil que disciplinan las relaciones personales, patrimoniales, voluntarias o forzosas; adquieren sin necesidad de asistir a cursos la aplicación de los primeros auxilios. No es necesario ver alguna película de terror para que los menores experimenten el miedo, de eso se encargan los familiares al darles a conocer un buen de entelequias, llámese el chamuco, coco, bruja, etcétera, con los cuales aprenderán a compartir, respetar a los adultos y estarse sosiegos.

Desde la infancia, nuestros hermanos mayores sin necesidad de ver En Familia con Chabelo, nos adentran en las bondades del trueque catafixiano al permutarnos premios, ganancias y obsequios – por ejemplo el domingo–, por otros más ostentosos pero con el riesgo de que tal maniobra resulte a la inversa, ¡buuaahh! Otra de sus aportaciones, es el enriquecimiento del lenguaje del menor con múltiples palabras soeces, que los inocentes padres atribuirán a los compañeritos de la escuela. Imposible olvidar ese “lero, lero candelero”, enunciado irrebatible que denotaba el gandallismo del hermano quien experimenta satisfacción al escuchar entre sollozos expresar a su hermanito las palabras de “no oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”.

A los hermanos grandes los menores no pueden intimidarlos diciéndoles que su papá tiene una pistola, ya que ese argumento que muchas veces pone fin a cualquier diferencia entre sus colegas chavitos a ellos les hace lo que el viento a Juárez, tampoco surte efecto el “ya córtalas”, pues pese a los resentimientos entre ellos siguen siendo familiares y lo único que queda es decirles “chócalas”, algo así como te perdono nada más porque eres mi gran hermano, no importa que me hagas la vida de cuadritos, chance y hasta también eres mi cuate.