jueves, 12 de marzo de 2020

Cancelando la “realidad”

Son despuesito de las 3 de la tarde, en la regadera yacen mis restos enjabonados cuando la señora que apoya en las labores domésticas me dice que afuera me espera una señorita dispuesta a realizar el censo 2020, respondo con incomodidad que por piedad le diga que regrese más tarde, mientras por mi cabeza rondan todos esos mensajes que mis contactos en WhatsApp me han enviado con tal de evitar caer en una trampa de ladrones, estafadores y secuestradores que supuestamente se hacen pasar por encuestadores –copyright, El Mitotero– o qué tipo de respuesta voy a dar a las preguntas sobre religión, cuentas bancarias, afiliación política y equipo de fútbol, ¡uy, qué ñañaras!

De pronto siento unas molestas cosquillas que van de la nariz a la garganta hasta el explosivo estornudo, seguido de cuatro más, las orejas se empiezan a poner calientes, en el espejo las observo muy coloradas, ¡no manches! Ahora falta que sea resfriado y con la publicidad del Covid-19, padecer alguna enfermedad respiratoria en estos tiempos, existe la posibilidad de que te apliquen el apartheid que se suscitó con la gripe A (H1N1), en donde se creó una rígida división entre la inmensa minoría saludable y la mayoría enferma.

¿Y porque no nos ponemos todos en cuarentena? Así cuando salgamos de ella, tal vez se haya reseteado el Horario de Verano, que ya meritito viene, se terminase el censo y probablemente ya fueron publicados sus resultados en lugar del mes de noviembre, –por cierto la encuestadora además de identificarse fue atenta y cordial, así como nunca hubieron opciones de preguntas de índole personal–, por su parte el coronavirus ya ni exista, en pocas palabras, cancelamos nuestra realidad que se desarrolla más entre embustes y miedos, que de momentos felices. Nos vemos en el próximo… ¡Espero!

jueves, 5 de marzo de 2020

La infancia de todos

Creo que el mundo tecnológico y la violencia han acabado con la diversión de la niñez, ¿los chamacos de ahora qué infancias tienen? Ya no se juega en la calle -por miedo a que se active la Alerta Amber-, pues si salen es a un jardín o a las plazas comerciales, además, creo que debido a la abundancia de información que existe, ahora las charlas del recreo resultarán dificilísimas, imagínate abordar tantos temas en treinta o cuarenta minutos que dura. A diferencia de mi época infantil en que existían tres canales de televisión -niñera de la infancia mexicana de los setenta y ochenta-, dos marcas de juguetes, todos comíamos las mismas golosinas, lo que significaba que había referencias comunes que daban origen a charlas entre cuates que nos faltaba recreo para seguir, con decirles que nuestros enemigos eran Lex Luthor y The Joker o el Comodín como lo conocimos gracias Editorial Novaro.

Las generaciones actuales no conocieron y dudan de que hubiera álbumes de corcholatas de refresco, ¡sí! Existían de personajes de Disney, programas de Televisa, y en donde aplicábamos nuestro ingenio, era con las del mundial Argentina 78, ya que con un botón de camisa al presionarlo con la ficha hacíamos que la imagen impresa de Hugo Sánchez, Armando Manzo, Cristóbal Ortega, Leonardo Cuéllar -¿wey, esos quiénes eran?- y otros más, metieran sus chutazos a gol en las porterías de palillos de los helados Mexti. Los castigos de nuestros progenitores eran perversos, quedarte sin ver tu programa favorito, sin la golosina de la tienda que tanto te gustaba o esconderte el juguete con el que más te divertías, ¡ya ni la amuela mi jefa, esconder por tres meses a Kid Acero!

Aún no supero el sentimiento de culpabilidad de que por unos de mis clásicos berrinches un domingo me prohibieron ver al Profesor Zovek, y fue un día después cuando murió ejecutando una de sus intrépidas acciones. Los castigos que ahora son penados a quienes se los apliquen a los chamacoescuincles, todas esas enormes cantidades de azúcar –que se convirtieron en ciberataques del ratón de los dientes– en la comida chatarra que nos vendía Chabelo, hicieron de nuestra infancia, una niñez que nunca conoció el estrés y menos al psicólogo, pues la vida a esa edad fue un mágico y divertido momento entre nuestro nacimiento y nuestra muerte.