miércoles, 30 de abril de 2014

Servicio al cliente

Algunos clasemedieros como éste que se atreve a escribir, gracias a la organización de la institución donde nos desempeñamos laboralmente, es que podemos disfrutar de ciertos periodos vacacionales, que ahora en estos tiempos tan apretados y aciagos es casi un privilegio; período de asueto en que algunos lo aprovechan para emigrar a las paradisíacas playas y estresarse con lo caro que resulta ser turista bastimentero del lujoso hotel “camarena”, otros en cambio gozamos de la comodidad del hogar y la grata compañía de quienes apreciamos, invirtiendo ese tiempo en organizar y resolver algunos pendientes.

Es precisamente en uno de esos pendientillos que acompañé a mi pareja a un conocido banco donde en lugar de hacer fila, hay sillas para que esperes a dos nalgas el turno que una desprogramada máquina te lo facilita; después de cinco minutos nos recibió la ejecutiva con su uniforme azul, el cual siempre me recuerda al de las dependientas de cierta tienda departamental, la mujer con su obligada sonrisita una vez que escuchó a mi mujer, la remitió con el personal de “servicio al cliente”, lo cual nos obligó a ir a la pinche maquinita de los turnos por el nuestro.

De nuevo estamos sobre las sillas tipo comedor tercermundista, aguardando a que este personaje nos reciba; así pasaron tres cuartos de hora, mientras el ejecutivo como si fuera un piano le deba click al mouse de la computadora, giraba la pantalla, se tocaba su grasosa barbilla, aparentando concentración laboral, mientras el tablero en números rojos de los turnos continuaba sin avanzar y los clientes crecían de forma aritmética.

Una dependienta – ¡Ups! Perdón, una ejecutiva al observar tal aglomeración se apiadó de nosotros, preguntando a cada uno de los ahí presentes el turno y cuál era el objeto de la visita, esa acción logró descongestionar dos lugares, lo cual apaciguó los ánimos; algo que llamaba nuestra atención, era que detrás del lentísimo ejecutivo había un individuo que observaba lo que éste realizaba en el monitor, ese tipo hizo que tuviera un gracioso recuerdo de “La Pared” del Calabozo, ¿se acuerdan? El programa de televisión de Esteban Arce y el Burro Van Rankin, donde un sujeto de bombín siempre estaba a sus espaldas.

Ya teníamos una hora, nadie avanzaba, fue cuando me arrepentí de no haber llevado una libreta para tomar nota de las recetas de cocina y de los datos curiosos e inútiles, que bien pueden servir para entablar una conversación, que las pantallas de plasma exhibían. De pronto una persona trajeada se empoderó de la ventanilla continua, acción que fue recibida con aprobación, más el gusto fue efímero, pues este sujeto se llevó diez minutos en encender la computadora, imagino que después consultó las actualizaciones de sus redes sociales y dio paso a sus enormes bostezos que de no ser por el cristal que nos separaba de él, bien pudiera haberse comido a uno de nosotros con la bocona que abría.

Pasados la hora y cuarenta minutos, uno de los cajeros por órdenes gerenciales fue puesto a disposición como ventanilla de “servicio al cliente”, gracias a esta encomienda tocó nuestro turno, aprovechando la ocasión, hice la observación de que si así eran de deficientes o ahora por ser periodo vacacional se estaban luciendo, como siempre con su peculiar sonrisa dijo que no, pero ahora que tiene una persona bajo su capacitación –o sea, La Pared del Calabozo–, el titular de esa ventanilla hace un esfuerzo para que aprenda lo mejor posible, ¡híjole, con esas enseñanzas, pues qué generación de servidores nos deparan en un futuro los nuevos trabajadores bancarios!

jueves, 10 de abril de 2014

¡Churros, aquí están sus churros!

Hastiados de la rutina mi pareja y quien escribe decidimos ir esa noche al cine –pongan lo que pongan dijimos, compraríamos una bolsa jumbo de palomitas y dos refrescos grandes; como estamos en vísperas de Semana Santa, exhibían Noé protagonizada por Russell Crowe, Jennifer Connelly y Emma Watson, cinta dirigida por el estadounidense Darren Aronofsky; gracias a la inclinación cristiana heredada por mi madre, cometí el gravísimo error de elegir esta película entre otras que hubiesen estado mejor.

Llegamos a la taquilla y pedimos nuestros boletos, mas como se trataba de esas salas cinematográficas, donde te hacen creer que tienes capacidad de elección de los asientos, en las cuales según mi humilde punto de vista, de tan democrática que resulta tal acción, corres el riego de que ocupes un sitio nada favorable para la apreciación de la proyección, igual, si atrás o adelante se sientan algunos adolescentes con pésima conducta, texteando, hablando entre ellos o haciendo al mal payaso con tal de agradar a las chavitas que los acompañan, pues no puedes cambiarte de lugar, en pocas palabras con ese sistema te aplican la Ley de Herodes.

Después de ver una barra de comerciales –ojo, en casa con el poder que te da el control remoto del televisor los puedes evadir, aquí no–, vinieron los cortos o tráiler de los próximos estrenos, donde exhibieron el de la cinta El Hijo de Dios, causándome controversia al ver a un Jesús metrosexual, es más, daba la impresión de que era algún vocalista de rock; uno al ver ese tráiler se imagina una mixtura entre Jesucristo Superestrella de Andrew Lloyd Webber, The Doors de Oliver Stone y La Pasión esa película gore del australiano Mel Gibson, espero que me equivoque.

Quince minutos de la hora indicada en la cartelera dio inicio la cinta, híjole aquí es donde empecé a darme golpes de pecho, pero de la arrepentida de haberla elegido, pues vemos un Noé, que es apoyado para construir su mítica arca por los Transformers, sólo que ahora no son ni Autobots ni Decepticons, son de piedra; es penoso que un actor de la talla de Anthony Hopkins se preste a interpretar a un Matusalén que bien pudiera ser la combinación entre Yoda de Star Wars y Gandalf de The Lord of the Rings. Cuando los animalitos de cada especie que debían de sobrevivir al diluvio hicieron su aparición para subir a la arca, tuve un déjà vu de una escena de la Era del Hielo.

Estuve a punto de abandonar la sala, pero mi lado regiomontano lo impidió, también decidí aguantar por la curiosidad de saber en qué terminaría el bodrio ese; al abandonar el cine quise ir a reclamarle a la taquillera esa falta de seriedad por exhibir churros de tal magnitud, pero mi pareja amenazó con molestarse conmigo, lo cual hizo que recapacitara, pues si fui culpable de que ella tuviera que soportar la película a mi lado, bien iba a verme haciéndola quedar en ridículo con mi desplante.

Estoy consciente de que resulta imposible estrechar el vínculo entre cine y religión, pero da mucha pena el tan solo pensar en que cintas como ésta que supuestamente son extraídas del libro que ha evangelizado a generaciones de cristianos, lo único que logra es deformar la idea de la fe y con ello el sentido de una religión, pues lo que vemos a lo largo de la misma dista mucho del texto original, si países como Pakistán y los Emiratos Árabes Unidos la prohibieron por atentar contra las enseñanzas del Islam, por qué aquí ninguna religión cristiana hizo algo o ¿es que resultó más perversa El crimen del padre Amaro?

miércoles, 2 de abril de 2014

Nonantzin

Dicen que en algunos humanos es la primera palabra que pronunciaron, argumento que resulta aceptable si consideramos que con ella pasas el primer año de vida, y si a eso le agregamos que como a los loros te está repitiendo la frase mientras te amamanta o arrulla, pues lo más seguro es que balbuces mamá, para orgullo de ella y envidia del papá.

Hoy no es su día, que la verdad me parece una mamarrachada eso de que durante 24 horas de una fecha en mayo, el mexicano tenga progenitora, ni tampoco escribo para que digan, ¡lo más seguro es que esta exorcizando su complejo de Edipo! Lo hago para reconocer a esas madres de antaño, ellas que con firmeza tenía más agallas que cualquier aguerrido padre, pues a pesar de que les embargaba la tristeza cuando tenían que sancionar a sus vástagos por algo que habían hecho mal, con dureza imponían castigos o su tan peculiar sarcasmo que moralmente nos legaba un mensaje, el cual sin lugar a dudas repercutiría en nuestro carácter.

No es que sea masoquista, pero aquellas amas de casa que educaron a los de mi generación y las de antaño, comparadas con las actuales, que desde mi muy particular punto de vista, son unas consentidoras y blanditas con sus chamacos, gracias a ese maldito sentimiento de culpabilidad ocasionado por no estar al lado de ellos durante buena parte de su desarrollo, debido a la pesada carga laboral de sus empleos y cuando arriban a sus hogares lo hacen de forma extenuante, sin ánimos de compartir tiempo extra con sus hijos, así que reprenderlos por algo que hicieron mal a veces se les hace injusto, pues temen fincarles una imagen negativa de ellas.

De esas sacrosantas amas de casa viene a mi memoria el
remordimiento de haber cometido una travesura en la calle o en otro hogar –de igual forma resulta simpático recordar como cambiábamos de nombre al salir del hogar, jijo de cha seung won, recaón, entre otros motes particulares a su enojo­– y con esa inquisidora mirada que daba al pronunciar las temidas frases “¡espera a que lleguemos y vas a ver!” uno lueguito se ponía quieto, hoy los chamacos dan la impresión de que los muebles, cortinas y manteles donde habitan son de metal, pues cuando están fuera de sus casas andan de arriba para abajo, mientras la autora de sus días finge no percatarse de ello.

Cuando uno llegaba hambriento al medio día se sentaba en el comedor y preguntaba, ¿mamá qué hay de comer? La respuesta era con una lógica tan certera que no dejaba la más remota duda, “pues comida m´hijo, que pensabas que aquí es restaurante”. Los berrinches fueron erradicados gracias a esas dosis de “¿quieres llorar con motivos?” Bóitelas, nos quedábamos tan silenciosos como un desierto. Esas señoras eran capaces de transformar de nuestro lenguaje las palabras “no tengo nada que hacer o estoy aburrido” en tabú, pues al pronunciarlas sabíamos de sobra que nos encomendarían mil y una actividades, en la actualidad la niñez se cansa de no hacer nada, fomentando así ese aburrimiento crónico y de paso la baja tolerancia.

Nos concientizó de que no era un pulpo, pues sólo contaba con dos brazos, de que cuando nosotros íbamos, ella ya había ido un titipuchal de veces; que mientras vivíamos bajo su techo teníamos que hacer lo que ella dijera, su palabra era la ley, simplemente porque ella lo decía y punto; por eso siempre he dicho que cualquier monumento que le hagan será mucha piedra y poca madre, que acaso no dice un conocido adagio “madre sólo hay una” y la mía… es la mejor de todas.