jueves, 27 de febrero de 2020

¡Empate!

Sé de alguien que cuando decidió contraer matrimonio, lo hizo por las dos formas: al civil y por la religión, pasado un tiempo asegura creer en la anarquía y ser ateo, además de sugerir que en el rito nupcial el protocolo de los consentimientos se debería de modificar de la siguiente forma: “Yo, N., te acepto a ti, N., como esposa y me entrego a ti, y prometo serte fiel en cualquier red social –lo que une el todopoderoso que no lo separe Tinder–, en la prosperidad, en la neurosis, psicosis y en la autodestrucción, y así amarte y respetarte todos los días de mi vida sin tomar en cuenta lo que opinen de ti otros, además de soportarnos olores corporales y flatulencias”.

Creo que la vida en pareja es lo más difícil, si a uno mismo le cuesta entenderse y tener claro a dónde ir, es más, hay días en que no estoy ni para mí mismo, motivo por el cual me vi obligado a pedir disculpas en Facebook, para evitar cosechar enemistades, ya ven, muchos siguen creyendo que soy todo un caballero bien portado y positivo. A ver, ¡sopórtenme una semana! Cambiarán de opinión. Es que a veces uno se cansa de simbolizar esa inteligencia de permanecer callado ante las adversidades de la vida o de intentar aparentar alguien que no abre la boca, que mejor piensen que sé es tonto a soltar la lengua y demostrar lo contrario, ahora imagínense cuando son dos, llegar a establecer acuerdos es muy complicado.

Para tener pareja no hay que estar ni imbécil ni loco, hay que tener humildad, dejar de ser envidioso, sepultar los egos evitando con ello esa estúpida lucha en querer destacar o querer manipular, actitudes así generan diferencias que con el tiempo se convierten en abismos, entonces una pareja es el conjunto de personas que suman más de uno y menos de tres –o sea, los parientes no cuentan–, quienes al permanecer unidos multiplican fuerzas, inteligencias hasta transformarse en seres supremos, recuerden que existen personas con las que nos llevamos bien y otras no soportas ni verles, si por casualidad tienes a tu lado a la que disfrutas su tiempo compartido, pídele lo que sabes que puede proporcionarte y olvida aquello en lo que no es bueno, que la pareja sea siempre un empate.

jueves, 20 de febrero de 2020

A dos de tres caídas

Los que me conocen pero no saben quién soy, de sobra echan de ver que la lucha libre es de mi agrado, por los diversos libros que hay en casa sobre el tema, las figuras de luchadores y las máscaras colgadas en la pared del cuarto de máquinas; como deporte no le encuentro atractivo, es en realidad toda su parafernalia, saliva, sudor y sangre -¡no, no son los discos de Thalía!- a dos de tres caídas sin límite de tiempo, en donde cual película repetida, casi siempre las dos primeras con enredos y engaños los rudos ganan, para después en la tercera los técnicos logran la rendición de sus adversarios con patadas voladoras, saltos desde la tercera cuerda y llaves chingonas.

A los ocho años fue la primera vez que acudí a ver este evento en vivo y todo color -es que antes las veíamos a través del televisor blanco y negro zonda de bulbos que mi jefecita lavando y planchando ajeno compró-, gracias a la motivación de mi padre e inspirado por la máscara de Huracán Ramírez, la neta yo hubiera preferido la del Santo, pero se veía bien chafa confeccionada en terlenka blanca, wee, ni plateada estaba, luego, mis ojetes cuates del barrio, iban a estar moliendo que era la del Dr. Wagner y no la del Enmascarado de Plata.

Para ser honesto, esa noche de sábado no me importó perderme Fiebre del 2 con Fito Girón y Chela Braniff, pues en La Almoloyan, nuestra catedral colimense de la lucha libre, además de que mi padre por vez primera había preferido llevarme a ver un espectáculo de tal envergadura que tomarse unas caguamas, lo acompañaba, nada más y nada menos que la estrella del cuadrilátero: Huracán Ramírez, a quien sin miedo le importó poco que se apagaran las luces e iniciara la función dando paso entre el griterío de la afición a los gladiadores. Hoy quien firma lo que escribe, sin ser luchador, ha perdido la máscara y la cabellera en la pelea de la vida y solo vive de recuerdos.

jueves, 13 de febrero de 2020

Si el amor existe

Este viernes las calles se atascarán de melcocha gracias a la magia del marketing y del calendario que designa al 14 de febrero como Día de San Valentín, personaje romano cuyas obras se vinculan con el concepto de amor y afectividad, por esa razón creyentes o no, se desviven en demostrar su cariño a quienes les han correspondido, comprando muestras de afecto, abarrotando plazas comerciales, saturando tiendas departamentales y hoteles de paso, evidenciando con ello que el amor además de tener fecha de celebración, también tiene de caducidad, digo, para qué celebrarlo únicamente por 24 horas, si ya lo dicen Los Panchos “Toda una vida” implica el amor.

Cuando nos atrevemos a amar de verdad, somos como soldados en la guerra de Vietnam, que llenos de miedo avanzan a ciegas hacia un territorio desconocido, sin ninguna garantía de un final feliz, pues sabemos que amar es un riesgo, pero, ¡qué sería de la vida si no tuviéramos el coraje de arriesgarnos! Siempre caemos hasta setenta veces siete en ese truco sucio que la vida nos presenta con tal de seguir perpetuando la especie y que erróneamente llamamos amor. Dicen que es una locura temporal que se cura con el matrimonio, institución que se establece a través de un contrato con injerencia del gobierno y que atinadamente el filósofo alemán Immanuel Kant llamó “el arrendamiento de los genitales”.

Por amor no hay que casarse al civil, hay que vivir juntos y comprobar que compartir es un concepto difícil, pero hermoso de fomentar cuando se hace con sinceridad, tal vez para algunos en ese convivio concluyan que mejor Adán hubiera muerto con todas sus costillas o que con su muñeca hinchable no habría procreación, en fin, no hay rendición más dolorosa que la de dejar de querer aun queriendo, y ese masoquismo nos hace experimentar que el amor existe.

jueves, 6 de febrero de 2020

Pásame un mapamundi de Colima

Los mexicanos podemos nacer donde queramos” -frase que se la estoy robando a la dama de poncho rojo y carne morena que nos legó la gran Chavela Vargas-, por eso yo escogí Colima como mi cuna de palmas y carrizo, en suelo de tepetate, con la ayuda de la partera y sobre un petate en lugar de llorar con las nalgadas para respirar, decía mi jefecita que sonreí. Los colimenses no viajamos al extranjero, visitamos municipios de acá, donde cada uno de los diez es otro mundo, por eso, los lugares que más me gustan en el planeta Tierra, son los barrios de mi ciudad.

Si hay vida en otros mundos, aquí la tenemos de sobra, solo basta darse una vueltecita al centro histórico, donde descubrirán el hormiguero de personas que transitan por la acera sombreada de la calle Madero, disfrutar de la tuba quita sed y lo “nanguito” como el ínclito Baldo pregonaba en las escuelas; quién no se ha resbalado por La Piedra Lisa, monolito al que Juan José Arreola al mirarlo pregunto: “¿cuántas nalgas la dejaron así?”, sentarse en los changarros de este parque temático por el simple hecho de estar bien y que por un momento te dejen de joder mientras saboreas un raspado de guayaba con leche o tostadas de cuerito enchilados con su salsa endiablada La Fama.

Ahora me ha dado por viajar en bicicleta al bachillerato, para compensar los casi 45 minutos que paso en el camión urbano para ir y venir. He descubierto que esta ciudad no es amigable con los ciclistas, entre las banquetas que parecen uno más de los laberintos de Mario Bros, las obras por todas partes, hacen de uno El Guerrero de la Carretera, con ojos por todos lados para no caer en un bache, apalcuachar un gato, embarrar la llanta con caca o desmadrarse en cualquier cruce, además de las luces de mírame a huevo. Si a ello le agregamos el profundo hedor que en estos tiempos de humedad desprende la ciudad, no queda más que decir que esta vida citadina siempre me deja con la sensación de que al día le faltan horas, que dura muy poquito y que en general no son suficientes 24, de la noche mejor ni hablar.