miércoles, 24 de junio de 2015

¡Aaaay nanita!

¿Cuántas veces has experimentado miedo? Yo, uta un titipuchal de veces más que ustedes. Esa angustia que invade mi estado de ánimo debido a la ignorancia o imaginación del tipo de daño que sufriré ante lo desconocido. Claro que muchas veces, las expectativas de pánico imaginarias sobrepasan a la realidad en sí. Agreguémosle que para controlar nuestros ímpetus, durante la infancia los progenitores utilizaban al miedo como una forma de intimidación, convirtiéndose en el clásico “estate sosiego”.

Gracias a ese método de domesticarnos es como muchos supimos de la existencia del Chamuco, el Robachicos, la Llorona, el Diablo, entre otros espectros que curiosamente nunca los vimos. Eso sí, el escuchar el rechinar de los arbustos cuando el viento los movía sobre el cristal de la ventana durante la noche, se nos ponía la piel de gallina. Igual de terrible era lo kilométrico que se encontraba el cuarto de baño de tu habitación a deshoras de la madrugada, pues significaba todo un reto a quienes nos despertaban las ganas de orinar, llegar hasta ahí a encender la luz, al igual que cuando nos retirábamos. También nos hacían falta agallas para sacar los objetos que se nos iban bajo la cama en la noche, pues resultaba menos peligroso hacerlo al día siguiente. Esos monstros, sin lugar a dudas, eran la cristalización de nuestros miedos, pánico y temores infundados.

Años más adelante, cuando la infancia es mancillada por el monstruo de la adultez, florecen las inseguridades gracias al recelo o aprensión. Esta vez, el miedo es el resultado de la probabilidad de que suceda algo contrario a lo que se desea. Es cuando te das cuenta de que el miedo nunca se ha separado de ti, sólo que ahora, todas aquellas aberraciones que tejió la imaginación de mamá o papá se han transformado en otras más malignas como el pavor a ser despedido y andar tocando puertas para conseguir un empleo; las atemorizantes deudas que cada quincena tocan a la puerta de casa y de la conciencia; el mezquino rechazo que te machaca la autoestima hasta hacerte sentir un microbio y el vergonzante desprestigio con su amiga la bruja humillación quienes te empujan al abismo del desequilibrio emocional.

Desafortunadamente ya no están el Santo ni Blue Demon, menos aún Chabelo y Pepito para que se solidaricen en la lucha contra esas abominaciones, ahora eres tu quien los enfrentará. Lo único que no debes de olvidar es que así como los espectros de la infancia, estos sólo habitan entre los muebles de tu cabeza y depende en gran parte de ti exorcizarlos para siempre con el agua bendita del manantial de tu esfuerzo, compromiso y tenacidad.

miércoles, 17 de junio de 2015

Pasajero de la vida

Andando por las calles a pesar de no contar con coche propio, a veces me detengo a observar la señalización vial y caigo a la reflexión de que hace falta una más, esa que advierta a los conductores: “Precaución, cruce de personas con WhatsApp”. Considero que con ello se evitaría el discriminado apalcuachamiento de tanto zombiephone que deambula por la ciudad.

Estoy consciente de que utilizar un medio de transporte es una necesidad, lo único que no me gusta es la dependencia que a veces se genera entre el vehículo y la persona, pues es ridículo que te quedes estático por el simple hecho de que tu carro se descompuso o tener que ir a la tienda de la esquina manejando. El argumento que interpongo a favor es que si no puedo manejar mi vida, entonces, ¿cómo voy a manejar un automóvil?

Más, reflexionando un poco, la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos de pasajeros: recordemos que durante nueve meses mamá nos llevó a distintos lugares en su vientre de cuna, una vez que nos separamos de ella, fuimos transportados por esa carriola que nos hizo ver nuestro alrededor como especie de turismo; sólo faltaba que mamá dijera “Favor de abstenerse de sacar las manos y de tomar fotografías con flash”. Luego vino la andadera -a los que estamos gorditos nos causó una callosidad justo donde una vez estuvo la cintura- con la cual movíamos las piernas igual que los Picapiedras en su Troncomóvil.

Cuántas vueltas satelitales dimos a la cuadra montados en nuestro triciclo de indígena marca, después sobre la bicicleta y lo bien que nos sentimos al evolucionar dejando en la prehistoria las dos llantitas traseras. Posteriormente nos deslizamos por la vida adolescente sobre una patineta. Tiempo después, con el viento golpeando la cara, experimentamos la libertad al conducir una moto.

Viajamos bien acompañados en el servicio de primera clase que ofrece sauna, aromaterapia y masaje, o séase, el camión colectivo; compartimos diversos estados de humor con los múltiples chóferes de taxi. Años más adelante, regresamos a la andadera debido al desgaste de nuestros huesos y por andar queriendo realizar actividades impropias de la edad. Después nos volvieron a sacar a pasear, remitiéndonos nuevamente al turismo, pero esta vez más aburrido, puesto que ahora hemos perdido la capacidad de asombro y casi siempre nos llevan al mismo sitio, nos guste o no en la silla de ruedas.

Lamentablemente, cuando ya no tengamos uso de nuestras facultades vitales, realizaremos el último viaje, esta vez sin boleto de regreso. Mucha gente nos acompañará, algunos tristes por nuestra partida, otros satisfechos por lo bien que viajaron con nosotros. Ese paseo ya no lo realizaremos ni por voluntad propia ni por la de nadie más, y a pesar de que algunos nunca supimos manejar un carro, tampoco pudimos manejar la vida, pero de que fuimos pasajeros, eso nadie nos lo puede negar.

miércoles, 10 de junio de 2015

Ensayo sobre la miopía

Durante los últimos quince años he utilizado lentes para mejorar la vista, pues mis ojos, según el oftalmólogo, padecen un error refractivo que consiste en que los objetos cercanos los puedo ver con bastante claridad, mientras que los distantes se miran como si fueran una pintura impresionista, en pocas palabras: soy miope.

La miopía es un desorden visual, no una enfermedad, o sea, no es contagiosa a pesar de que según cifras del sector salud, un 27% de los mexinacos semos miopes. Desde que estoy consciente de este problema, las personas sarcásticamente afirman que si traigo lentes, por qué me los quito para leer o checar el WhatsApp; lo que no comprenden es que de cerca si veo y las micas entorpecen la visibilidad, además no estoy ciego, utilizo gafas para mejorar la vista, no es que quiera verme hípster. ¿Qué no entienden? ¡Es una necesidad, las antiparras son mis ojos! Ridículo el chistosito que cuando te mira sin ellos sale con la estupidez de: “¿Cuántos dedos ves?” ¡Ay, no mammy blue! Inche indiorante: veo borroso no cosas de menos o de más.

Antes de utilizar gafas, muchos de mis conocidos se incomodaban porque al saludarme a lo lejos, yo ni en cuenta. Lo que ellos no sabían era que no los distinguía, es más, ni estando a escasos metros. Ahora que ya las porto me encuentro con ciertas personas non gratas, y es cuando desearía no traerlas.

Otra situación humillante es el grosor de las micas: a veces ocasionan que los ojos se vean como de pulga o cuando algún conocido se pone mis anteojos, inmediatamente entra a la dimensión desconocida sin necesidad de algún estupefaciente, exclamando: “¡No manches, que horrible ves!” Tristemente evidencia que su capacidad intelectual no le ayuda mucho, no entiende que sin ellos el mundo de lejos lo miro empañado y no deforme como él lo ve porque no sufre de ese trastorno visual.

Existe una operación para corregir tal desperfecto en el control de calidad de mi organismo, con la cual erradicar el historial de topo que he llevado, pero he llegado a la conclusión que utilizando espejuelos uno aparenta cierta respetabilidad, un aire de sabiondo a pesar de la miopía intelectual y si te van a golpear se la piensan dos veces, pues te consideran un discapacitado. Por otro lado, con ellos o sin ellos, de todas formas me he tropezado, pisado excremento canino e incluso he estado a punto de morir atropellado al cruzar las avenidas por no ver los coches. Además, si algún día decidiera someterme a la intervención quirúrgica, lo más probable es que extrañaría a la miopía que muestra el futuro empañado, así como mi realidad misma.

miércoles, 3 de junio de 2015

Contexto electoral

A unos cuantos días de las elecciones, en lo que va de estos últimos meses los candidatos en su pugna por ocupar un puesto de elección popular, sólo han evidenciado el descrédito de la clase política y los partidos que los representan, pues han concientizado a la ciudadanía que únicamente cada tres o cuatro años, con tal de ganar su simpatía, les dan infinidad de obsequios como despensas que a veces incluye comida chatarra, tortas al vapor frías, refrescos calientes, camisetas de algodón tipo oblea (a la primera lavada se romperán), termos que se balancean cuando son depositados sobre una superficie plana y mochilas que a los tres días de uso rasgan sus costuras. Si a eso le agregamos un sinnúmero de promesas de las cuales sólo cumplirán aquellas que se apegan a la realidad -bueno, si es que se acuerdan de ellas cuando ya estén ocupando el puesto– y no los sueños guajiros que plantearon.

No sé si nuestros políticos están conscientes de que todo lo anterior puede ocasionar que las personas se harten de tanta salpicadera de lodo que se hace durante el contexto electoral, y a la mera hora intenten protestar anulando su voto o absteniéndose de acudir a las urnas. Como pueblo debemos de evitar hacer las dos acciones antes mencionadas, pues no es razonable culpar a quienes sí ejercieron su deber ciudadano del Gobierno que tenemos o lo peor, llegar a niveles de afirmar que si ganó equis persona fue porque los votantes lo eligieron, y si éste resulta corrupto, entonces todos los que votaron por él fueron sus cómplices, ¡Hágame el favor!

Sabemos que entre los candidatos actuales es difícil elegir, pero si no votamos por alguien es peor. El domingo sé parte de quién decide y demuestra tu capacidad de elección, más si no lo haces, entonces no hay razón justificable para que te quejes de algo en lo que no participaste. Recuerda, hoy miras las fotos de los postulantes con su mejor sonrisa, date el gusto de quitárselas votando, ten la plena seguridad de que quién pierda vivirá el resto de sus días amargado y los que ganen, pues con tanto trabajo que tendrán ni tiempo habrá para sonreír.