jueves, 23 de noviembre de 2023

Dime con quién hablas y te diré quien eres.


Siempre he pensado que las cosas que consumimos durante la infancia y la adolescencia nos dejan marcados en toda nuestra vida, las canciones que escuchábamos, las golosinas que comíamos, los programas de televisión, de radio, etc., quien firma lo que escribe guarda muchos de esos mementos -palabra de origen latín utilizada por la psicología para hacer alusión a todo aquello que nos recuerda algo aún más que a las personas-; hoy, que las nuevas generaciones están acostumbradas a ver pequeños fragmentos de videos -¡entiéndelo Martin Scorsese!-, además, en lugar de abecedario expresan sus emociones o ideas a través de gráficos, siguen los consejos, hábitos de consumo y aceptan a ciegas las opiniones de los llamados influencers.

Razón por la cual, ahora a la chaviza la observamos haciendo vídeos para TikTok, Shorts de YouTube, “Instagram Stories”, en donde comparten momentos de ellos o fotografías de otros, que los personalizan con texto, dibujos y emojis, dejando ver lo vulnerable que son, si por ello los demás no se los aprueban. Quienes los observamos, nos vamos con la finta de que quieren sus 15 minutos de popularidad, si eso que suben a diario llegará a convertirse en tendencia que les facture fama y éxito, pero no, cuando en realidad lo hacen porque se sienten solos y faltos de cariño.

En mi época, que no es la cuaternaria como dicen mis discentes, los teléfonos se utilizaban al igual que hoy, para comunicarnos, pero casi siempre esas llamadas eran de forma privada, es más, hasta existían cabinas en donde por una monedita -¡cómo extraño los teléfonos veinteros!-, disfrutabas de hasta 60 minutos de “guaguarear”, así evitabas que tú sacrosanta jefecita te saliera con aquel fragmento de la canción de Pandora: “Y mi madre me dice que el teléfono es caro ¡Qué me dejen en paz!” Ahora no, pues la costumbre de responder a una llamada es hacerlo con el altavoz, donde todos nos enteramos de las pláticas, que a veces están de la tiznada lo que uno sin querer queriendo escucha.

Digo, a uno que chin…tolos le importa que, si María se hizo la rinoplastia y le quedo aquello como la de Michael Jackson, que Felipe por fin salió del clóset, que a Juan lo cacharon copiando en pleno examen de Historia y entre tanto chisme de barrio, resulta que quien realiza de esa forma la llamada se siente muy importante, sin importarle que a su interlocutor lo esté balconeando, y ya ni les cuento cuando voy en el democrático camión repleto de pasajeros, pero varios de ellos sentados con su WhatsApp abierto, ventilan las mejores novelas que ni Yolanda Vargas Dulché en la revista Lágrimas, Risas y Amor escribió, es más, dan ganas de decirles, “regrésate tantito que no alcance a leer lo de tú pareja”.

Volviendo a los mementos, creo que para las actuales generaciones serán como los mismísimos videos rápidos de hasta 60 segundos que subieron a sus chats individuales o grupales, evocarán su feed para ver las historias de su Facebook mental, a diferencia de mi lento y borroso videocasete.

jueves, 16 de noviembre de 2023

El otro, el mismo.



Durante los preparativos del concurso de Declamación, me encontré con un asunto que llegué a pensar que ya estaba superado, ese que en mis años de alumno de la… creo que mejor no menciono el nombre de la facultad, no vaya a ser que a alguien incomode, y tal vez diga: ¡Cómo de esa prestigiosa institución egreso un tipo así!

En aquellos años, gracias a mi amistad con un integrante de Los Espesos -dícese de un grupo de escritores amateurs que se reunían para intercambiar textos en alguna casona de Colima-, conocí la literatura de Jorge Luis Borges, alucinado empecé a intercambiar mis vales de libros que recibía a cambio de las colaboraciones en el suplemento cultural Cartapacios, del periódico Ecos de la Costa, por algunos títulos de Georgie, como así le decían sus familiares a aquel chamaquito que a los 6 años les comentó a sus progenitores que iba a ser escritor.

No satisfecho con los libros, en la naciente Internet de aquel entonces, busqué entrevistas, anécdotas y textos diversos sobre Borges, y fue ahí que leí uno llamado “Instantes”, que lo distribuían como el último del Bonaerense Universal, pero que resultó ser un fake -sí, desde aquellos años ya existían-, engaño que en mayo de 1989, la revista Plural difundió, y que en el libro de “Todo México” de Elena Poniatowska a principios del año 1990 se le continúo atribuyendo también, y para rematar el investigador Miguel Capistran lo incluyo en su compilación “Borges y México” de 1999.

La verdad de quién escribió este texto, continúa siendo un misterio, es decir, sin una fuente fidedigna, pues se le concede la autoría al humorista y caricaturista estadounidense Don Herold y a Nadine Stair, con fechas de publicación distintas, para el primero se dice que fue en el año de 1935 y para la segunda en 1975.

Luego Bono, sí, él mismísimo de U2, en un conocido programa de televisión nacional de 2017, leyó un fragmento de “Instantes”, del chileno Jorge Luis Borges, ya se imaginarán el mitote que esto causó, y si a ello le agregamos las pifias de algunos de nuestros mandatarios, como llamarlo “José Luis Borges”, “José Luis Borgues” o aludir que también a él como a Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Miguel Ángel Asturias y Gabriel García Márquez, recibió el Nobel de Literatura, hacen que este escritor argentino sea el más citado y el menos leído, ese mismo, que cuando supo que iba a perder la vista debido a una patología congénita decidió leer todos los libros de la biblioteca de Buenos Aires.

jueves, 9 de noviembre de 2023

Misantropía “Godín”



Existe un adagio popular que dice: “Si estás dando frutos, prepárate para las pedradas”. Lo más probable es que en tu vida de oficina, habrás conocido a más de algún Godín que demuestra su desprecio por quien tranquilamente saca su chamba a tiempo, se la rifa haciéndola bien y aún le queda tiempo para socializar, consultar sus redes sociales y disfruta de sus sagrados alimentos en menos de los 30 minutos reglamentarios. Bueno, pues esas personas de pobreza intelectual son incapaces de reconocer como válidas las ideas de sus compañeros, pues creen que los están humillando, y nel, lo único es que, en sus desamuebladas cabecitas, con tanta rigidez y uniformidad, las personas que le echan fibra al empleo no son compatibles entre sus finas amistades, ¡la verdad es que, con esos tipos de compañeros, uno ni necesita enemigos!

A veces me preguntó, ¿por qué se les cae el mundo oficinista por cualquier cosa? Y pior aún, si no está bajo su control, neta que es una pena verlos de capa caída, todo agüitados, pero sin dar su brazo a torcer, pues fingen compartir los éxitos y logros de los demás, aunque por dentro se los esté llevando el chamuco del narcisismo por la envidia de observar las felicitaciones que el jefe hace. Esa terquedad de siempre pensar que ese compañero es una amenaza, que sus intenciones buscan desacreditarlo o ponerlo en ridículo en público gracias a lo cumplido que es con las labores encomendadas; es muy probable que se crea empático e intente fomentar el trabajo en equipo, hable de tolerancia, haga la mimesis de que escucha ideas, mientras su ego las juzga, mas ni siquiera dedica tiempo en saber qué quieren decirle a los demás.

No pueden ser lobos vestidos de cordero, pues los lamentables sentimientos de inseguridad y desconfianza que experimentan ante los compañeros de la chamba que les va bien, los hacen considerarse inferiores, razón por la cual buscan de cualquier forma coartar la creatividad y potencialidad de los otros. Así de tóxicos son, pues como ya te habrás dado color, a pesar de que sean peras o manzanas, no experimentan la empatía por quienes sí la arman chido en sus labores, por eso optan en juzgarlos como si se tratasen de golpes de suerte.

Híjole, con esta lectura creo que ya les has puesto nombres y apellidos a tus cuates de la chamba que presentan tan estólidas características. ¡Calmantes montes, alicantes pintos y pájaros cantantes! Pueque tú podrías ser uno de ellos tambor.