jueves, 29 de septiembre de 2016

¿Realidad o ficción?

Año 1987, estoy en la fila número 23 del cine Diana, ese que una vez se edificó glorioso por la calle Nigromante, en la primera función me chuté Volver al Futuro II, ahora veo la segunda que proyectan –en ese tiempo veías dos películas diferentes por un solo boleto–, que obviamente es la de estreno, muy bien acompañado de las calientitas palomitas y el respectivo chesco adquiridos en la surtida dulcería, ¡cómo olvidar esa barra de chocolate con relleno de rompope, wow! Al igual que la cinta anterior, esta también aborda temas futurísticos, imagino que esa acción y efecto de estar a la moda con los filmes que presentan escenarios del mañana. A lo largo de la película no hay coches que vuelen, ni motojet, tampoco patinetas que floten, mas los personajes visten ropajes como si esta fuera confeccionada por terlenka –lector Millennials, hago referencia al nombre patentado de una fibra textil sintética de moda en la década de los sesentas–, muy entallada al cuerpo.

Han transcurrido treinta minutos del film cuando de pronto aparece ese movimiento involuntario de abrir la boca para respirar lenta y profundamente en señal de aburrimiento, ocasionado por lo repetitivo y flojo de la trama, lo único que si atrae la atención es que supuestamente en el siglo veintiuno las personas cargan unas cajitas a donde quiera que van, que continuamente observan y con el dedo recorren su pantalla como si buscaran algo o se pudiera tocar lo que se ve en ellas. A tal acción le denominan socializar a pesar de que se encuentren completamente solos al ejecutarla, además, a veces eso que ven, les hace hablar, carcajearse o molestarse y decir improperios cual soliloquio.

De acuerdo al guion, hay un ente que nadie ve, pero todos saben de su existencia pues se interconectan a través de él, incluso, como ya han desaparecido las bibliotecas ese espectro es quien abastece de conocimientos a la humanidad, pues cada habitante continuamente le suministra información que ellos mismos generan. Es tanta su influencia en la sociedad del nuevo milenio que a través de él se denuncia, juzga, ofende e incluso se intimida, algo así como la Santa Inquisición del oscurantismo medieval, nada más que en lugar de acusar de herejía, ahora se pretende dar lecciones mediante los juicios morales de los usuarios, o sea, continúan tan estrechos de moral como en el medievo.

En ese futuro imaginario importan cosa de nada los asaltos a joyerías y bancos, la policía impone severamente la justicia a quienes birlan datos del sistema que se generan en el programa cibernético de la entelequia; incluso llegan a encarcelar a todo individuo que suplante a otro, pues en esos tiempos es fácil hacerlo debido a que cada humano mínimo cuenta con dos o tres formas de comunicación con las cuales según eso se contactan con los demás, por cierto muchos de esos contacto a veces ni los han conocido en la vida real.

Como lo comenté en párrafos anteriores, pese a la información futurística atrayente, la trama esta del bostezo, incluso al término de la función estuve tentado a reclamarle a la taquilla por exhibir churros de tan pésimo calibre, con argumentos que de seguro nunca ocurrirían en la vida real, puro pinche alucine de alguien que se fumó cigarros de esos que dan risa.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Mi época cuaternaria

Cuando estudié el bachillerato, experimenté una especie de salto pa´tras darwiniano, pues de ser el joven siempre bien portado que nunca se atrevería levantarle la falda a la flojera, ese que se arrepentía de haber pisado un blátido, llegó el momento de que renegué de mis progenitores e incluso me dieron tantita pena algunas de sus actitudes, pues como que ingresar a una escuela donde no hay quien te exigiera, casi, casi, obligara a permanecer en el aula, era como estar en una cárcel sin puertas, ya que si el ojete del profesor te sacaba de la clase sentías como quien anda con libertad provisional, además, si encontrabas a alguien podías anteponer la orgullosa justificación de: “me sacó porque lo hice enca… nojar”.

El centro de acopio de aquellos a quienes les otorgaban tal liberación bajo caución era la cafetería, sitio que se abarrotaba en el receso, tiempo en el cual los discípulos de Raffles, el ladrón de las manos de seda, hacían gala de sus habilidades sustrayendo golosinas y pastelitos — ¡ah, cómo extraño esos del logotipo del ave palmípeda!—; si en esos tiempos hubiera tenido la úlcera gástrica de hoy, lo más probable es que no habría sobrevivido a las tortas cubanas atascadas de chile habanero que presumíamos tragar a velocidades extremas y que te dejaban como cicatriz de guerra un tremendo ardor de galillo, alimento no recomendable para personas que se hacen de la boca chiquita.

Mis compañeros además de sus respectivos nombres de pila, respondían sin titubeos cuando alguien les llamaba por Pinzas, Tubas, Ceviche, Pasilla y el Cuñado, ese que contaba con unas hermanas de buen ver. En las listas improvisadas de los profes siempre se colaban cuando éstos hacían el pase reglamentario nombres como: Aquiles Baeza, Rolando Mota o Zoila Vaca Del Campo para sumarse a la guasa popular de mi salón.

En sus amplias canchas, además de la clásica cascarita que nos hacía sentir rockstar de balompié, de los que infla el Carnal de las Estrellas, ahí donde éramos árbitro y equipo a la vez, en las improvisadas bancas se consumían muchísimos tacos de taquicardia, uno que otro sin interesarle el fútbol llanero bien que aprovechaba para echar pasión con su respectiva jainita, ¡ay móndrigo, no te la vayas a acabar!

Compartíamos instalaciones con otro plantel que laboraba en turno opuesto al nuestro, según eso, los que a él asistían eran rete bien estudiosos — ¡na, que se los crea su abuela!—, ya que presumían de tener un nivel académico más alto, y eso que también compartíamos plan de estudios, sólo que según ellos, su planta docente si seguía al pie de la letra los contenidos programáticos y a los alumnos se les motivaba con estímulos académicos a generar hábitos de lectura y cálculo matemático. Además eran bien pinche fresas, o sea, goeee, a nosotros papi nos deja en la meritita puerta del bachi y a ustedes les toca llegar en el camión todos magullados por los brincos de baches y coladeras chuecas, ¡ahí le dejo, porque alguien puede llegar a pensar que estoy ardido! La neta, no, me es intramuscular.

Sin importar cuál de los dos planteles era mejor, la formación que recibí fue útil para rifármela solo, ser organizado para estudiar, investigar por cuenta propia cualquier tema, sin la necesidad de tener un área, pues gracias a mis entrañables profesores, aprendí que el conocimiento es plural y diverso, otra cosa que agradezco y reconozco a mi bachillerato, es que aceptaban por igual a todos sin distinción de alguna diversidad, coexistiendo sin líos, metaleros, rancheros, nerds, fresas y nacos. Un oasis de la variedad pensante en la era cuaternaria.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Vida pedagógica

Hace unos días recibí de obsequio el libro “Memoria y presente. Tres décadas de Pedagogía en Colima”, donde amuebladas cabezas vierten sus recuerdos sobre el papel, cuyas letras proyectan en la memoria miope del lector la nostalgia de volver a caminar por los pasillos azuliverde de mi entrañable escuela, oler el lápiz que impregnaba las aulas, así como recordar también la aromática fragancia de hojear los cuadernos, ocupar nuevamente el muro del balcón de la segunda planta y sentirse sobre una atalaya, volver a ver la naranja silla de plástico que utilizaba para recibir clases y que avanzaba conmigo en cada semestre, pues era la única en la que cabía el volumen de los 140 kilos que pesaba en esas épocas.

Conforme iba leyendo cada una de las 223 páginas que lo integran volvía a ver a los profesores que compartieron con nosotros además de las asignaturas, sus anécdotas familiares, las dificultades domésticas que implicaban el matrimonio, los anhelos de regresar a su tierra natal y saber que ahí esperaban al docente, el viejo perro y las ricas tortillas hechas en el comal por su mamá. Lo único que no logro encontrar entre esas letras del libro cuya portada es una combinación de naranja y rojo, es alguien que hiciera alusión de forma amplia a la revista “Vida Pedagógica”, ¡híjole, a ella sí que me la olvidaron! Sólo un exdirector en menos de un párrafo la describe.

A tal revista, le guardo un hermoso cariño, pues era el medio de difusión de quienes en ese entonces integrábamos la comunidad estudiantil de la facultad, y que nos dábamos a la tarea de diseñar un número cada mes, sin el interés de recibir a cambio una calificación o punto extra en las asignaturas, pues se elaboraba por el deseo y gusto de intercambiar ideas, opiniones, puntos de vista, entre otras cosas muy de nosotros, cuya intención era el acto universal de crear, razón por la cual a través de ella lográbamos que su existencia nos llenara de felicidad y plenitud.

No escatimábamos la inversión de tiempo en fotocopiar el material, transcribir los artículos de compañeros y uno que otro docente que se colaba con su humilde colaboración, pegarlos con cinta adhesiva a hojas tamaño oficio, reproducirlas, engraparlas y recortar los bordes hasta que cada ejemplar viera la luz, después pasar a los grupos –que en ese entonces era uno por semestre, sí éramos pocos pero bien productivos– con la intención de venderla, ¿y qué creen? Se agotaban, pues ciertos textos a veces se transformaban en temas de clase de alguna materia.

A mí me correspondió formar parte de ella como articulista, que en un principio me daba la impresión de participar en la segunda época de aquella revista también creada por estudiantes denominada “Praxis Educativa”, y que en cierto momento llegué a leer uno de sus ejemplares, y a quienes les debemos la motivación de construir ideas gracias a la infinita paciencia y escasa inspiración pero que nos legaba una sólida experiencia, la de hacer de nuestra facultad, una casa creativa que no se embelesaba en politizar la formación académica, sino, en contribuir en la profesionalización de su comunidad estudiantil.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Alzheimer digital

Revisando la agenda electrónica me doy cuenta que hemos llegado a septiembre, el noveno mes del año, esto significa que durante los primeros dieciséis días en todos lados se mirará la mexicanidad, nada que ver con el Mexican style de nuestros vecinos del norte, con su aburrida lucha libre que ni se acerca un ápice a la de los panzones enmascarados nuestros o las aberraciones a lo que ellos llaman tacos con las tiesas tortillas y el manufacturado guacamole, y lo peor de todo es que a los aborígenes de origen latino les hacen creer que un cinco de mayo es más patriótico que el quince de septiembre.

Es una bendición el contar con la agenda, pues así le programo los pendientes del mes y adiós preocupaciones, ya que consciente estoy de que la alarma me avisará cuando se aproxime la fecha, entonces puedo concentrar la atención en cosas más importantes, como revisar los grupos de WhatsApp, postear frases trascendentales en Facebook o escuchar música. Consciente estoy de que vivir en un mundo acelerado como el actual no es fácil, razón por la cual resulta gratificante y muchas veces inevitable el contar con aparatos tecnológicos que suavicen el velocísimo ritmo.

Muchos de esos aparatos tecnológicos ocupan parte de nuestro cerebro, ya que nos esmeramos en aprender su óptimo funcionamiento, para después de ello invertir tiempo en programarlos con tal de que no nos vayan a fallar. Mientras nos habituamos a su uso la memoria operativa, esa que se mantiene por poco tiempo en la mente y es la que nos permite realizar ciertos trabajos específicos la concentramos en realizar estas actividades y descuidamos otras en donde debiéramos poner mayor atención.

Es un hecho que con el uso de la calculadora se nos ha olvidado realizar operaciones simples de aritmética en nuestra mente; el aprendizaje de las tareas se desvirtúa debido al exagerado copy paste o también al clipboard, pues a veces ni es leído el contenido que se bajó del internet por los estudiantes. Los sentimientos se expresan a través de emojis, o sea, una figura representa equis emoción; los aniversarios de nuestros conocidos, ahora no pueden pasar inadvertidos, pues las redes sociales nos los recordarán, pero, por una fatal casualidad del destino se nos pasa el cumpleaños de alguien, tenemos el pretexto de justificar que por esas fechas no contábamos con megas ni red.

Tanto yo como ustedes, gracias al exagerado uso de ciertos gadgets corremos el riesgo de padecer esa enfermedad mental progresiva que se caracteriza por la pérdida de memoria, desorientación temporal, espacial y psicomotriz, mas, si colocas cualquiera de tus aparatejos a un lado y pones atención a quien te está hablando, no se trata de ninguna apps, es simplemente respeto.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Sincretismo gastronómico

Debido a lo estrecho de mi tiempo, almorzar y cenar son dos actividades que realizo fuera de casa, degustando esa comida callejera de dudosa procedencia e higiene, a veces disfruto de alimentos mugrositos pero sabrosísimos, no hay mayor deleite que atracar sin complejos a esa telera, bolillo o birote partido por la mitad atiborrado de cualquier cosa que atraiga el cariño visual y se vuelva un capricho.

Entre mis gustos también se encuentra esa comida que se rellena de otros platillos, por ejemplo la torta de chilaquiles tan cremosita y jugosa, los tamales de sushi acompañados del atole de calpico – ¡wow, riquísimos! Con tan sólo recordar la pizza de chile relleno o de hamburguesa, mi paladar saliva, ¡pinche Pávlov!

Así es mi país, donde el sincretismo culinario se mezcla con los olores, colores y llena al gusto de la panza nuestra glotonería nacional; entre las mesas, además de la clientela, uno convive con los perros y pichones quienes alertas esperan a que al mordisco se nos caigan trozos de comida que los alimenten, igual no pueden faltar las moscas a las que les excita revolcarse por nuestra piel hasta distraernos para terminar posándose sobre lo que comemos. Todo ese ambiente es sonorizado por diversos géneros musicales y no puede faltar la señal de televisión sin audio, pues entonces cómo tiznados oímos los éxitos de los Ángeles Azules o Calibre 50.

Entre las mesas es posible escuchar a los comensales hablar de los poderes místicos de los chilaquiles que reviven muertos de la cruda, otros dicen que si ser alcohólico fuera una enfermedad los venderían en las farmacias, así también advierten que si no estás crudelio ni se te ocurra echarle de esa salsa verde del molcajete en forma de marranito, pues se vuelven chilakillers que son una explosión estomacal. Otros expresan maravillas de una exótica torta de crepa que se vende al por mayor en cierta lonchería del sur.

No me considero un gourmet, pero cuando de hablar de comida se trata, quienes como yo han acumulado centímetros en el sitio donde una vez estuvo la cintura, saca su sapiencia y busca en donde exista la mejor comida, sabrosa y barata, obviamente que probando se tiene la habilidad de certificar el mejor lugar para hincar el diente sin la necesidad de contar con una app de esas que lleva el antojo callejero a domicilio.