miércoles, 17 de junio de 2015

Pasajero de la vida

Andando por las calles a pesar de no contar con coche propio, a veces me detengo a observar la señalización vial y caigo a la reflexión de que hace falta una más, esa que advierta a los conductores: “Precaución, cruce de personas con WhatsApp”. Considero que con ello se evitaría el discriminado apalcuachamiento de tanto zombiephone que deambula por la ciudad.

Estoy consciente de que utilizar un medio de transporte es una necesidad, lo único que no me gusta es la dependencia que a veces se genera entre el vehículo y la persona, pues es ridículo que te quedes estático por el simple hecho de que tu carro se descompuso o tener que ir a la tienda de la esquina manejando. El argumento que interpongo a favor es que si no puedo manejar mi vida, entonces, ¿cómo voy a manejar un automóvil?

Más, reflexionando un poco, la mayor parte de nuestra vida nos la pasamos de pasajeros: recordemos que durante nueve meses mamá nos llevó a distintos lugares en su vientre de cuna, una vez que nos separamos de ella, fuimos transportados por esa carriola que nos hizo ver nuestro alrededor como especie de turismo; sólo faltaba que mamá dijera “Favor de abstenerse de sacar las manos y de tomar fotografías con flash”. Luego vino la andadera -a los que estamos gorditos nos causó una callosidad justo donde una vez estuvo la cintura- con la cual movíamos las piernas igual que los Picapiedras en su Troncomóvil.

Cuántas vueltas satelitales dimos a la cuadra montados en nuestro triciclo de indígena marca, después sobre la bicicleta y lo bien que nos sentimos al evolucionar dejando en la prehistoria las dos llantitas traseras. Posteriormente nos deslizamos por la vida adolescente sobre una patineta. Tiempo después, con el viento golpeando la cara, experimentamos la libertad al conducir una moto.

Viajamos bien acompañados en el servicio de primera clase que ofrece sauna, aromaterapia y masaje, o séase, el camión colectivo; compartimos diversos estados de humor con los múltiples chóferes de taxi. Años más adelante, regresamos a la andadera debido al desgaste de nuestros huesos y por andar queriendo realizar actividades impropias de la edad. Después nos volvieron a sacar a pasear, remitiéndonos nuevamente al turismo, pero esta vez más aburrido, puesto que ahora hemos perdido la capacidad de asombro y casi siempre nos llevan al mismo sitio, nos guste o no en la silla de ruedas.

Lamentablemente, cuando ya no tengamos uso de nuestras facultades vitales, realizaremos el último viaje, esta vez sin boleto de regreso. Mucha gente nos acompañará, algunos tristes por nuestra partida, otros satisfechos por lo bien que viajaron con nosotros. Ese paseo ya no lo realizaremos ni por voluntad propia ni por la de nadie más, y a pesar de que algunos nunca supimos manejar un carro, tampoco pudimos manejar la vida, pero de que fuimos pasajeros, eso nadie nos lo puede negar.

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