miércoles, 17 de diciembre de 2014

Estamos en la maratón

El anoréxico calendario que cuelga sobre la desgastada pared de la sala está a punto de expirar. Su fecha de caducidad registrada es el 31 de diciembre de 2014. Por fin se acaba el austero año, a pesar de los momentos aciagos por los que hemos pasado. Sobra optimismo para pachangueárnosla con los festejos maratónicos del “Guadalupe-Reyes”. Ya comienzan las tradicionales posadas -las cuales empiezan el 16, los guateques realizados antes son pura charlatanería. No se deje engañar-, que siendo honesto no le encuentro lo tradicional a que nos reunamos a ponernos hasta las chanclas de borrachos, querer ligar a la más rica dama de la oficina y criticar la indumentaria de los compañeros que según eso van con sus mejores galas.

Pero si hacemos un ligero análisis, nos daremos cuenta de que sí hay tradición, pues no faltan los que cada año realizan las mismas idioteces como vomitar sobre el ponche, encabronarse por el jodidísimo regalo de intercambio que le dieron, pelear por el garrote para golpear la piñata -y no me refiero a esa amiga tuya- o terminar con los pantalones llenos de lamparones causados por líquidos de dudosa procedencia.

Mis sobrinos, por su parte, hacen miles de intentos por encontrar a través de la Tablet, el Facebook de Santa Claus o de los Reyes Magos, dizque para pedir los regalos, pues les parece muy anticuada esa simplona estrategia mercantil que algunas tiendas departamentales organizan, mediante un evento masivo de chimuelos… perdón, de chicuelos. Esas tiendas sugieren escribir una carta que sujetarán a un globo de helio para después soltarlo con el propósito de que los míticos personajes de la Navidad las reciban. Eso sí, ya tienen listas la velas para salir con el rústico pesebre confeccionado en la caja de zapatos, con algo de heno y las figuritas de la cajita feliz, a berrear algunos villancicos afuera de las casas o para incomodar a los novios en el parque. Lo más lamentable es que al concluir cada noche, la mamá de alguno les quite las monedas con el pretexto de hacerles una fiesta al final. ¡Ajá! Son para completar el abono del sofá.

Poco falta para ver las tiendas atascadas de personas realizando las clásicas compras de pánico. Curiosamente, el lugar con más visitas por esas épocas es el cajero automático para exprimir hasta el último centavo del aguinaldo. ¡Ah!, antes de que se olvide te recuerdo que si no apartaste la cena de Navidad a tiempo, lo más probable es que vayas a colear a algún familiar -aprovechando que en esta temporada a muchos les da por ser caritativos sin ningún interés, algo así como cuando eran niños- o sales con los exquisitos sándwich de confeti, el mega refresco de cola y, claro, el pomo de pisto para celebrar.

En realidad no quiero parecer un desgraciado, desconsiderado y mala onda con las pocas personas que me leen, al publicar esto, pero hay que estar conscientes de que diciembre es el mes de la gula y los excesos. Sí eras de los que sesionaban conmigo en Tragones Anónimos, estarás consciente de que la comida es rica con moderación, pero siendo honestos, ¿quién se va a resistir cuando te comparten ese apetitoso muslito de pavo embarrado en puré de papa, acompañado de la ensaladuca de manzana y sin faltar el vasote de vino tinto? Nadie, pues sabemos que haciendo ejercicio, además de obtener varios beneficios a la salud, evitamos seguir viendo ante el espejo al Botija; así como permitirnos ponernos esas playeras de la Selección Nacional sin el pánico de parecer forro de cuaderno chafa.

Pero, ¿quién se acuerda de practicar algún deporte o realizar ciertas rutinas de cardio cuando nos llega la depre y para sentirnos bien le tupimos con ahínco y felicidad a la comida? Siendo sincero, nadie. No importa que en menos de veinte días cambies de talla o la chamarra de piel, a pesar del frio, ya no se puede abotonar. Lo importante es el relacionarnos con los demás en los festejos decembrinos y dejar que nuestro cuerpo se desparrame un poco. Al cabo, para enero del próximo año bajar de peso será uno de nuestros propósitos. O sea, borrón y cuenta nueva.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Al que madruga…

En esta recta final del calendario, hay una situación que me ha hecho sentir muy diferente este diciembre al de otros años y es el frio que está extremadamente exagerado, lo cual ha obligado a que duerma con pijama como la de los niños de Peter Pan. Además, éste clima provoca que se resequen los labios a tal grado que nos los hace ver todos cuarteados. Luego andamos como caballos sacando la lengua para humedecerlos. Lo bueno es que venden esas cremitas tipo lipstick para refrescarlos, que siendo honesto experimento cierta rareza al traer los labios llenos de sebo, como si hubiera comido birria de borrego. Con el clima tan gélido, otra cosa que cuesta dificultad es abandonar la cama para cumplir con las labores que factura el empleo.

Imagino que para aquellas personas que no tienen compromiso alguno, el hecho de levantarse temprano ha de ser algo desagradable e incluso hasta tonto, opinión que refutarán los repartidores de periódico, las tortilleras, los locatarios del mercado, los barrenderos, los que hacen ejercicio en el jardín y los conductores de automóviles de servicio, quienes inician el día al despuntar la mañana.

Madrugar es una de las actividades que genera discrepancia de opinión, pues hay quienes se levantan temprano de forma obligada, de esos que a pesar del sueño que aún tienen prefieren camuflarlo lavándose la cara y echándose agua en el cabello para dar la impresión de que son bien higiénicos y se bañan a deshoras del alba. Lo más probable es que cuando ocupen su puesto laboral, en plena jornada estarán cabeceando, boquiabiertos o bostezando tipo león amodorrado y desenterrándose las lagañas; bueno, no sí antes, en pleno trayecto a la chamba, trepados en el colectivo, dormitaron sobre el hombro del de al lado.

También existe la probabilidad de aventarse una pestañita disimulando concentración frente al monitor de la computadora, después de haberse refinado esos calientitos tamales de ceniza con café o la abotagada torta de pierna con su respectivo jugo de naranja. Por obvias razones, si no logró por tan sólo diez minutos dormitar en cualquier postura, lo más seguro es que experimentará sentimientos de insatisfacción, desempeñándose de forma pausada y, claro, malhumorado, culpando a quien sea de su situación.

Hay quienes madrugan por gusto, esos que como impulsados por un resorte saltan de la cama, toman una fría ducha despilfarrando a lo imbécil el agua y champú, se afeitan embelesados por el canto del gallo, se preparan su aromático té de hierbas, salen a la calle dando pasos de triunfadores y saludan a Juan de la Cotona
. ¡Ah, pero eso sí!, caminan por media calle argumentando que lo hacen por precaución, pues no vaya ser que en las penumbras de la banqueta los pille un ladrón o sus zapatos de charol se atasquen de excremento.

Algunos hasta a su mascota sacan a esas horas a dar la vuelta -¡qué culpa tiene el desdichado animal!-. Los que odian el despertarse temprano, achacan a los madrugadores la culpa del horario de verano, que las escuelas inicien sus funciones a las siete, que en las guerras de Independencia y Revolución los fusilamientos se efectuaran a primeras horas de la madrugada, que los panaderos y lecheros repartan sus productos al amanecer, lo cual obliga a las jefecitas a ir lo más temprano a comprarlos, haciendo ruido en sus hogares e incomodando a quienes disfrutan de la presencia de Morfeo.

En conclusión: gracias a quienes despiertan tempranito, la dinámica de la sociedad fluye con mayor rapidez a partir de un horario que para algunos no es el ideal, ni tampoco es verdad que “Por mucho madrugar, amanece más temprano”. Además, no hay ningún antecedente histórico sobre la afirmación esa de que “Al que madruga, Dios le ayuda”, pues lo único que tendrá es más sueño todo el día.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Leyendo a los que no leen

Por estas fechas, en la Perla Tapatía se pone en marcha una bien organizada estrategia de marketing, orquestada por diversas editoriales que promocionan sus libros, bajo el manto de un festival que busca promover la lectura y el intercambio cultural, pues además de los libreros nacionales se invita a otros países. Bajo tal pretexto acuden infinidad de personas, algunas de compras, otras a observar y las peores a estorbar o entorpecer la programación.

Las veces que he acudido, en algunas he encontrado textos de autores desconocidos que han cumplido el objetivo de este evento: cultivarme como lector. Los que siempre me decepcionan son las visitas de grupos escolares, pues dan la impresión de que no hay ni siquiera un itinerario que sea la directriz de la visita. Tal parece que una vez que ingresan al recinto, los profesores dejan libre al estudiantado los cuales, como si se tratará de la marabunta, invaden el lugar corriendo por los pasillos, lanzando berridos o encimándose a las personas con tal de quitarlos de los exhibidores. Como clientes, imagino que no son buenos, debido a lo caro que están los libros. Obvio, eso los limitará a adquirir textos que terminarán nivelando el sofá o la mesa del comedor de sus casas, pero eso sí, arrasan con todo lo que sea regalado, desde separadores hasta promocionales.

En un país donde la cerveza es más barata que los libros, ¿cómo queremos fomentar la lectura? En mi época de primaria recuerdo que en los libros de español se incluían fragmentos de “El Principito”. En ese entonces, quien era responsable de nuestra enseñanza, nunca nos habló de Antoine de Sanit-Exupéry -imagino que por ignorancia-, pues hubiera sido fascinante que antes de obligarnos a leer hasta memorizar el texto convertido en resumen, nos dijera que el autor, además de escritor, fue un amante de la aviación, gusto que lo llevó a una extraña desaparición donde se le atribuyó su muerte.

En la Secundaria sucedió lo mismo con los retazos de “El diario de Ana Frank”, es decir, nunca se nos aclaró que ese libro en realidad era una compilación de los diarios personales de una jovencita llamada Annelies Marie Frank, cuyo título original de la obra era en realidad “La casa de atrás” (Het Achterhuis), nombre al que le designó a su escondite de los nazis en Ámsterdam. Hoy, gracias a la magia del séptimo arte es como resulta posible que la juventud lea. Sí ustedes saben de alguien que primero leyó la colección completa de “Harry Potter” o la trilogía de los “Juegos del hambre” y después vio las películas, que me lo refute. ¿A poco no sería interesante que se incomodarán por la pésima versión cinematográfica totalmente alejada del texto original?

La televisión, pese a que está siendo desbancada de su dominio sobre las masas por la internet, también influye a que nuestra chamacada se acerque a leer. Recuerden el éxito en los noventas del autor bestseller de México Carlos Trejo, con su obra literaria “Cañitas”, cuyas letras horrorizaban a los lectores con casos reales de actividad paranormal. Cómo olvidar la sabiduría y profundidad con que aborda la psicología de nuestra adolescencia Yordi Rosado en sus libros de “Quiúbole”, libros de cabecera de cualquier padre moderno que quiere comprender las actitudes de sus hijos en esa etapa crucial de la vida.

Con lo anterior no estoy presumiendo que sea un ávido lector, de esos que devoran los libros a su paso, pues de ser así, sería “Hannibal Lector”. Tampoco significa que ya terminó de leer su libro la Princesa Leía o como Bruce Lee, quien es un experto en las artes marciales y gusta de leer. Al contrario, me considero un aficionado a la escritura que escribe más de lo que lee. Por lo tanto apreciado lector, usted al leerme forma parte de esa casta sacerdotisa de leer a los que no leen.