jueves, 29 de octubre de 2020

Racista de clóset.


Dicen que en México no existe el racismo, que se trata de clasismo, imagino que tal idea la hemos fomentado para no dejar salir del clóset ese cabrón racista que todos llevamos dentro, como una forma de evidenciar ante esos escépticos que el racismo existe en nuestro país y nos es nada más Trump, ¡no te hagas, del ojo chiquito cuando en la mayoría de los anuncios vemos puro güero! Si un chingo de nosotros somos de piel cafecita, es más, hasta nos hemos burlado cuando nuestros paisanos indígenas que no hablan español, en son de guasa decimos que son alemanes.

No se vale que te la pases diciendo que tus abuelitos son extranjeros con tal de ser menos mexicano que los demás, ¡wey, hasta te los inventas con tal de sentirte superior! Lo peor, si tu apellido materno es extranjero, en tus redes sociales omites el primero con tal de apantallar, la neta, eso sí que es bien pinche racista. No me salgas con el cuento de que nunca le has dicho a alguien que te cae gordísimo, naco, prieto o indio. Cuando pasas por el cruce peatonal y están centroamericanos pidiendo ayuda a los conductores, les haces el feo, porque piensas que son delincuentes. Al personal que ayuda en las labores domésticas, ante tus finas amistades te refieres a ella como “Chacha o Gata”, ¡así o más ojete!

También es racismo cruel y lo más ridículo es que te lo aplicas tu mismo, cuando utilizas los filtros de las Apps para aclarar tus fotos, ¡pendejo, así eres! ¿No te engañes? Chicas que usan maquillaje más claro que su tono de piel o la que se compra una crema blanqueadora, ¡ay m´hija, ni con piedra pómez! La pareja que piensa en tener un chulo bebé… güerito, lo más patético, es que quien firma lo que escribe, está redactando un texto que denota clasismo y discriminación, pues estoy señalando la paja en el ojo ajeno y gratis me echo la viga.

jueves, 22 de octubre de 2020

Perdone usted la tristeza.

Ya han pasado casi ocho meses del confinamiento, en un principio me costaba trabajo cambiar de hábitos, eso de lavarme las manos a cada rato por higiene, y que con el transcurrir de los días lo fui haciendo por miedo a contagiarme, a que me entubaran o estrenar una nueva morada en Los Mirtos. Ahora ya ni me acuerdo cómo era la vida antes del coronavirus, me he acostumbrado a mirar a mis seres queridos con cubrebocas que ya no recuerdo su sonrisa, la comisura de mis labios hoy se encuentra marcados por surcos rojos en esos repliegues cutáneos que nadie ve, mientras, adivinamos que hay risas por los sonidos amorfos de la carcajada que se ahoga cual sordina de trompeta con el cubrebocas.


A los recién nacidos les colocan caretas, es decir, la primera impresión de este nuevo mundo la ven tras de una mica de PET, ¡híjole, esto me recuerda cuando en El Regreso del Jedi, Darth Vader agonizando le pide a Luke Skywalker que le quite la máscara para verlo con sus ojos reales! Otra cosa que he observado es la pinche tristeza que nos está invadiendo gracias a la impotencia de no poder hacer lo que nos gusta, debido al miedo de enfermarnos, estamos perdiendo la perspectiva de futuro y por ende perdemos el sentido de las cosas, ya ni nos encabronamos por el cambio de horario, actualmente los cumpleaños como que no son tan esperados con ese ahínco característico, es más, hasta está de hueva que Facebook te lo recuerde, además, ese tiznado agotamiento que todos tenemos, aburrimiento crónico, ganas de nada, que nos pone en pausa, ¡nos estamos enterrando en vida!

Nuestro optimismo va perdiendo la batalla, lector, recuerda que la felicidad es moverse, no te hundas en el sofá a observar tu teléfono, deja aun lado la computadora, apaga Netflix por un rato, dale día libre a la flojera, si vas a utilizar el celular olvídate de guasapear, llámale y dile a esa persona cuánto la aprecias y extrañas, recuerda que la tristeza es quedarte quieto, el dueño de tus ideas eres tú y no ese aluvión de malas noticias, piensa positivo, la única medicina que nos receta la vida es la música, hay que cantar, bailar y oír canciones, perdone usted la tristeza, mientras intento escuchar Ask de The Smiths, esa rolita de Morrisey que habla de cómo deberíamos aprovechar las oportunidades en la vida, especialmente las amorosas, antes de que sea tarde.








jueves, 15 de octubre de 2020

Redes sociales, los nuevos lavaderos del vecindario.


Durante este confinamiento me he puesto a observar la flora -sí, hay perfiles que en lugar de la foto del usuario ponen de flores- y fauna -esos que exhiben a sus mascotas en lugar de ellos- de las redes sociales que utilizo, sin confusiones, eso que hago no es stalkear, créanme que esta tarea también la realizan ahora los que contratan personal, pues con observar el perfil de sus futuros empleados se dan cuenta de los gustos, filias, fobias, entre otras cosas. Por ejemplo, esos que, sin reconocerlo aún, que su relación de pareja está aproximándose a la fecha de caducidad, son capaces de postear tanto odio, disculpas o promesas de amor sin nombre, es decir, sin dedicatoria, al puro estilo de “óyelo, Juana, entiéndeme, Jacinta”, mientras los que les damos “me gusta”, bien que sabemos que se trata de un desahogo instantáneo. Lo peor, cuando te encuentras con el dueño del perfil en la calle y en buen plan le preguntas cómo va su relación, se encabrona con uno por saber eso.

Hay quienes han transformado su red social en un tianguis, así nos encontramos esos tenis Nike que te mandó tu carnal de Los Ángeles rete culeros a la venta, la bicla con llantitas tísica y oxidada de tus hijos, la colección de películas en formato DVD, la almohada hipoalergénica de microfibras de gel, fresca y firme con resto de humedad tuya y alguno que otro lamparon de sudor, las bocinas Pionner desconadas del Tsuru de tu papá, entre otros objetos que te hacen recordar la frase de “pásele, ¿qué le damos güerito?”. También aquellos que consideran a su mascota como la más adorable del mundo y que a todos les hace gracia, la neta, a veces como que me da la idea de que ese animalito tiene la personalidad y porte que siempre quiso tener el usuario que se atrevió a realizarle un perfil, haciendo que, a través de él, su mascota exprese sus sentimientos tan pinche cursi, ¡el perro ni el hámster, así como el gato ni dedos tienen! ¿Crees que no me doy cuenta?

Así es mi estimado lector, ahora para enriquecer su curriculum vitae, agréguele los perfiles de sus redes sociales, para que cualquier stalkers tenga un titipuchal de material de los cuales echar mano para saber un chingo de cosas sobre alguien sin ser visto. Con tal de evitar esto configure bien la privacidad de su red, y evite dar más pena ajena a sus contactos absteniéndose a publicar situaciones tan embarazosas, que, de todos modos, ni nos vamos a solidarizar, simplemente le daremos reenviar a otros para que tengan de qué hablar en épocas de confinamiento.

jueves, 8 de octubre de 2020

Bocadillos híbridos.


En gustos se rompen géneros, dice esa voz popular para justificar las aberraciones gastronómicas de los mexicanos, como la torta de chilaquiles, la concha rellena de frijoles refritos con queso seco, verdaderos monstros caloríficos de esos paladares exigentes y faltos de cierta refinación, óigame, deberían de hacer la pizza de enchilada, ¡no! Digo, si se trata de enfrentar sabores, ¿a qué sabrá un chile relleno de sushi? Ahora que nuestra vida se resume en una pequeña pantalla del más moderno celular, a poco no le dan ganas de subir las fotos de esos platillos y que sus más de 1K de seguidores en Instagram… pos le aplaudan con un titipuchal del Emoji de las manitas.

No te hagas que la virgen te habla, tú que cambiaste la melcocha panochera del plátano macho por La Lechera, si, ya sé que durante gran parte de tu vida los videojuegos te enseñaron a vivir, pero no es para que ahora le hagas el feo a esos Cheetos que tanto te gustaban en cátsup, dizque porque es comida ultra procesada y la Maruchan con salsa Valentina que le llamas desempance en las horas muertas de la oficina para espantar el mal del puerco que te llega despuesito del lunch, si tu fuente creativa es cualquier página web donde copiar lo que te exige el patrón como jornada laboral, y ahora me sales con bocadillos híbridos.

¡Qué concha la tuya! Hacerle ojo de buey a tu viejo, ya ni la amuelas con los cuernos que le ostentas, si a salado te supo, qué esperas para tronarle los huesitos, no le aunque se hagan polvorón, ay, tú mírala siempre de catrina y rete chula mi prieta cuando se mira en los ricos espejos, al cabo de orejitas oiga usté, ¡vamos éntrale al picón que del sapo la delicia es! ¡la neta una disculpa! Este último párrafo ya la había publicado en mi Feis, pero como ando bien enguasado con las clases en línea, creí que como cierre quedaba chido.

viernes, 2 de octubre de 2020

¡No te quites la máscara!

La vida extraña que esté 2020 nos ha ido introduciendo es un fenómeno al que llamamos, así como si se tratase de un meme bizarro: “Nueva Normalidad”, donde las empresas que ofrecen servicio delivery, acá para los rucos como yo, es el equivalente al reparto o entrega, ¡si wee, repartidores! quienes se han convertido en asistencia de primera necesidad, así te lleguen los tacos de cochinita pibil más fríos que la cola de un pingüino o la pizza de tan tiesa hasta ganas dan de aventarla como frisbee, es más, capaz de que con ella y el palo de escoba haces el Disco Chino de aquella canción de Enrique y Ana, ¡pinche tiempo pandémico!

El móndrigo Semáforo de riesgo epidemiológico, es terco como… mejor ni menciono al cuadrúpedo, no vaya a herir susceptibilidades, y ya se la saben, ahora de todo nos encabronamos, estamos como ollitas de Tonalá… de todo nos quebramos. Al igual que en mi infancia, estos últimos meses se me ha ido la vida frente a una pantalla, y ahora no por ver la barra de caricaturas del Tío Gamboín, sino para asistir a reuniones de trabajo, dar clases y recibir cursos en donde se domestique mi ignorancia sobre asuntos tecnológicos.


Imagino lo desesperados que han de estar porque el semáforo se ponga verde, todos aquellos que se creen bien chipocludos y aseguran que el virus no existe, para restregarnos en la cara que ellos tenían razón, igual el mamón que está guardando la frasecita de: “sobreviví al Covid-19 con un simple retazo de tela”, no digas pendejadas ni intentes quitarte la máscara, pues más cara te va a salir la factura de hospitalización.