jueves, 31 de marzo de 2022

Palabras rimbombantes.




Ya lo recomendaba Julio Cortázar, “no aprender datos idiotas”, en ese su multicitado libro cuyo título no mencionaré, por no seguir choteándolo como lo hacen nuestros modernos literatos del tedio, pero la verdad a los mexicanos sí que nos rete encanta aprenderlos, por algo un tal Mario Moreno nos enseñó a cantinflear a través de sus películas, ¡nos alucina oír al plomero diagnosticar que nuestro retrete tiene dañada la pichancha! Y te quedas así… bien hypeado. Experimento cierta fascinación de que Pérez Prado en su Mambo del Ruletero diga sacalacachimba, para referirse como “cachimba” a los establecimientos a pie de carretera donde venden comida y café para los chóferes, y que acá en Colima las llamamos fondas. El padre de la CH, sí, antes de que nos la quitaran de nuestro diccionario, Chespirito, afirmaba que la palabra clave cuyo significado es “quién sabe”, se dice: churi churin fun flais.

Durante la infancia con Los Picapiedra, aprendí a expresar mi entusiasmo con un ¡yabadabadoo! Agradecer que en casa compraran pizza para cenar con el cowabunga de Las Tortugas Ninjas y cuando me quedaba sin palabras por alguna infamia de la vida, una Mary Poppins incluyó en mi escaso lenguaje un trabalenguas de palabra como supercalifragilisticoespialidoso; obviamente que a estas alturas del texto muchos dirán que no encuentran nada de sustancioso en lo redactado, dándole la razón a Cortázar, pero… más de alguno ha acuñado en su hablar a las emblemáticas palabritas que nuestra clase política ha recurrido como incremento del léxico nacional, desde spanglish como “no traer cash” para advertirle a una pordiosera, enunciar electrodomésticos, cual signo de la prosperidad, “esas que el 75% de los hogares tienen una lavadora, y no precisamente de dos patas o de dos piernas, sino una lavadora metálica”, o sea, en la aclaración siguió regando el tepache aún más, por cierto, ese mismo político a quien agradecemos rescatar del anonimato a las tepocatas y chachalacas, una vez comparó a nuestra máxima deidad religiosa con Pemex.

Así nos encontramos con un titipuchal de pifias como aquellas que nos han causado sobresaltos, agruras, taquicardias y diarreas, verbigracia de decirle huachicol a la acción de alterar combustible y cuyo significado original es adulterar el alcohol para incrementar sus ganancias; en la actualidad ya no existen diferencias de clases entre nacos y nice, ahora la batalla ideológica la encarnan fifís contra chairos. Hace unos días, gracias a las redes sociales y a los medios de difusión conocimos los colimenses a las tlayudas, comida preparada con tortillas tostadas de enormes dimensiones, algo así como nuestras raspadas, que se le ponen frijoles negros, tasajo de carne seca enchilada -bien podría ser cecina, pero la neta ni sabía de su existencia, para que le echo mentiras-, chorizo, queso y aguacate, ahora los aborígenes de la Ciudad de las Palmeras que endulzamos la calabaza con panocha y a quien hace tonterías le decimos nango, nos sentimos bien actuales de que en nuestro lenguaje hayamos agregando un término que ni siquiera existe por acá, pero por parecernos rimbombante lo más seguro es que sumará a nuestro diccionario.

jueves, 24 de marzo de 2022

Chocheando.

Conforme pasan los días, creo que en mi organismo no pasan los años, los muy canijos se quedan, se van integrando poco a poco hasta llegar a deteriorarme, a tal grado que, al despertar cada día descubro un achaque nuevo, y si a ello le agregó esos minutos en que me quedo mirando sin observar nada, menos aún, hacer algo, ¡aghhhh! Pleno indicador de que ya estoy en el umbral de la tercera edad. Igual sucede cuando llego a creer que todo lo de mi época de juventud era mejor que la de las actuales generaciones, llámese diversión, música o costumbres; sin olvidar eso de que ahora la gente consume con mayor rapidez todo, desde moda, géneros musicales y artículos tecnológicos. Por tal razón, los cincuentones como que nos vamos retrasando, llegando a pensar que lo de mis tiempos artesanales y analógicos eran la neta, es más, a veces tengo esa tristísima sensación de que el mundo se va a echar a perder con tanto avance, pues ya no hay comunicación física, lo banal es lo más importante y que el talento es reciclar lo que otros hicieron.

Advertir los estragos de la gravedad, cuando lo que antes de nuestra anatomía estaba en su sitio, con el transcurrir de los años empiezan a colgarse o en el peor de los casos, a caerse, ¡Momento, el crecimiento de pelo en orejas y nariz no es nada estético por favor! Además, eso de experimentar los cambios de temperatura en el ambiente es bien difícil, más aún, cuando tus compañeros de trabajo tienen apenas la mitad de tu edad y deciden encender el clima artificial a la menor temperatura, ¡no sean malitos y préstenme un abrigo, brrrrrrr!

Poco me falta para aumentar el tamaño de las letras y números de mi celular, a veces me auto engañó cuando fuerzo la vista al hacer ojitos de pulga al revisar los mensajes o buscar un número de la agenda. Otro indicador del deterioro por la edad es llegar a pensar que la música del vecino la pone a volumen muy alto, ¡oaaa, oaaa! Más, en la noche le subo al televisor pues casi no la escuchó, eso sin contar… ¿cómo se los explicó? ¡Ah, ya sé! Recuerdan cuando eran infantes y les alucinaba entrar a las jugueterías, pues ahora con la edad, brinco de felicidad al ingresar a las farmacias. Qué decir de esa nueva costumbrita de guardar las sobras de la comida o las bolsitas de salsa para luego echarle a otros platillos y al último terminan en la basura.

Madrugar los fines de semana y días de fiesta de guardar, argumentando que así se aprovecha mejor el día, ¡no pos sí! A quién quiero engañar, la verdad es que esas inconvenientes ganas de ir al baño que se repiten a largo de la noche espantan el sueño, llegando a considerar que si ya son las 6:30 a.m., no tiene caso continuar tumbado en la cama. He llegado a la conclusión de que el mejor indicador que tengo de estar chocheando, es que he cambiado felicidad por tranquilidad, considerando mejor descansar los fines de semana que irme de fiesta o alguna reunión social, digo, no hay nada como estar tumbado en el sofá viendo películas o series, eso sí, con el volumen elevadísimo pues casi ni las oigo.     

jueves, 17 de marzo de 2022

Full stomach, happy heart.



En nuestro México dicharachero sobresale ese adagio que dice: “Panza llena, corazón contento”, situación que a más de alguno nos queda como anillo al dedo, pues cuando la tripa hace su berrinche, lo mejor es aplacarla con un buen atracón y para eso, los puestos callejeros de la Avenida Universidad se pintan solos, la neta que han sido bien aguantadores, pese a la pandemia -sí, aún existe, que se le olvidará a causa de otros chismes, es cuento distinto-, ni han reducido su tamaño ni de sazón, la comida sigue satisfaciendo esos paladares tan exigentes de los universitarios, que en horas de receso escolar si eres oficinista tu implacable e impaciente hambre te facturará una ulcera al quedarte sin esos exquisitos tacos tuxpeños estilo Colima, debido al amontonamiento de alumnos que cual marabunta te lo impedirán. 

En los aspectos laboral y de hambre una cosa lleva a la otra, después de aventarte chambeando parte de la mañana, te empieza a rugir tipo Chewbacca la tripa, señal de que ya ocupamos algo pa’ comer, si a ello le agregas el clima frio tipo Alaska que tus compañeros le ponen al aire acondicionado de la oficina, pues como que el cuerpo te pide un caldo de pollo bien calientito o la birria de El Marro, pero bueno, te conformarás con las tortas de taco en sus diferentes tamaños que venden enfrente de los Bachilleratos 1, 2 y 3, esas que te hacen salivar al ver sobre la plancha ponerse chinita la carne adobada, de res y salchichas, ya que una de las ventajas de estos puestos es que tú puedes ser mudo testigo de cómo te preparan lo que te comerás. Ya sea de pie o compartiendo mesa, la clientela degusta los nachos con el queso fundido y la salsa de uña, los tacos dorados rellenos de papa o panela que dejan transparentes las servilletas de papel, acompañados con la música de fondo del tránsito vehicular, la guasa de la chamacada y las charlas que se ahogan con las mordidas, esas sí que son love bites como las de Def Leppard.

Quienes disfrutamos de esos exquisitos platillos nos hacemos la vista chiquita en relación a las normas de higiene, ya que tenemos la confianza en las personas que los preparan, además, como se hace al momento y al calor del fuego, todos los bichos se mueren ¿o no? Es más, gracias a esa confianza alcanzo la celebridad Doña Bacteria, a grados tan enormes de publicidad que ahora, todos los puestos tanto los de adentro como los de la periferia dicen ser el de Doña Bacteria, por favor, si alguien de ustedes tiene la certeza de quién es en realidad este ínclito personaje de la culinaria callejera, mándenme un mail, para resolver tan enorme misterio.

La neta de tan solo evocar estos puestos donde existe la variedad de alimentos frescos y sabrosos, los cuales han hecho historia, resistiendo el paso del tiempo, haciendo mella en el gusto del universitario tanto de sus bolsillos como del corazón, he empezado a salivar cual can pavloviano y para que no se diga tripa vacía, corazón sin alegría, voy a chutarme unos chilakillers verdes con pollo.

jueves, 10 de marzo de 2022

El “playlist” más triste.




¡Los mexicanos somos bien masoquistas! Muchos dirán que esta afirmación no tiene fundamentos, si en realidad somos rete felices, optimistas y animosos, cierto, así como muchos no aceptan que parte de la década de los ochentas y noventas, tanto la televisión como la radio nos manipulaban haciéndonos creer que teníamos tan solo una capacidad de concentración de tres minutos, para después de ese lapso de tiempo invadir el cerebro con varios de publicidad, esto último no lo digo yo, lo dijo una vez Alejandro Jodorowsky, y él sí que se las sabe. ¿A qué voy con esto? Resulta que un conocido aficionado a la música, los fines de semana de hueva se pone a armar un playlist en Spotify de puras rolas tristísimas, sí, de esas que te dan ganas de tomar una cuerda y ahorcar el ego, con tal de experimentar soledad, tristeza y nostalgia de algo o por alguien, revivir ese amor que nunca sucedió, pero que aun en la lela lo recuerdas como el fenómeno inalcanzable que fue, ¡alguien tiene una oblea para cortarme las venas!

Y para echarle más sal a la herida mental, ese conocido titulaba las listas de reproducción con los nombres de sus ex. Recuerdo en mi adolescencia cuando existían los casetes, me daba por grabar música agüitante para poder llorar a gusto, era como si necesitará despreciarme, experimentar sufrimiento; gracias a esas cintas sin aún tener novia, supe que el amor acaba, y eso que a José José en esa época no le daba la razón, ya que resultaba increíble abandonar a alguien a quien se amaba, así como me lo habían enseñado Blancanieves y La Cenicienta, acuérdense de ese eslogan de “vivieron felices para siempre”. Luego un tal Mijares con su disco homónimo -que después se llamó “Soñador”-, invitaba a ser 100% heterosexual, la cubanita parlanchina de María Conchita Alonso denostaba las repercusiones que acarrean las noches etílicas, mientras un Manuel Ascanio advertía las consecuencias de ser infiel, en fin, todo un repertorio lacrimógeno de un adolescente que vivía romances imaginarios con chicas que jamás lo aceptarían como novio.

Hoy que escuchó “La tumba será el final”, en esa versión cantinera de Bunbury, pienso, mientras suena el magistral acordeón de El Flaco Jiménez, que la idea de crear listas de canciones tristes para provocar lágrimas, así como evocar dolor y melancolía, es simplemente para prepararnos a ese adiós definitivo, sin importar un hasta luego, es decir, perpetuar un vals infinito que prolongue la despedida… Y para que no se nos olvide que la vida es un rosario de misterios dolorosos que entre cada una de sus cuentas existen esas pequeñísimas pausas de felicidad.

jueves, 3 de marzo de 2022

Yo me bajo en la Maclovio.



Recuerdo esa calle en la época de la infancia, con su empedrado que cuando llovía el olor a tierra mojada era humedad sabrosona, sus banquetas chuecas elaboradas por los vecinos, la mayoría de las casas tenían techo de teja con el titipuchal de pelotas lisas atoradas. En los pocos cables de energía eléctrica que en ese entonces había, casi siempre colgaban de ellos papalotes descoloridos y tenis rotos. Pese a los diablitos de varios vecinos, la luz funcionaba bien, salvo el día en que transmitían películas de El Santo, la muy ojete se iba hasta por seis horas. De niño pensaba que no vivía en un lugar como el tercer mundo del tercer mundo, pues no lo percibía tan jodido, era algo así como clase mediero, pues conocía lugares peores, la única evidencia del progreso que desde ese entonces ya funcionaba, y que cuando desperté ya estaba ahí, era la gasolinera, en donde los camiones urbanos con su laringitis resollaban día y noche.

Después de un enorme sismo, nuestra casa de adobe y teja se derrumbó, sí, como la canción de Emmanuel, luego llegó una tropa de albañiles y nos la hicieron nueva, sin que la familia invirtiera ni un pesito, nos pavimentaron la calle con chapopote, las banquetas continuaban chuecas y chimuelas, de pronto la afluencia vehicular aumentó, dando fin a las cascaritas de fútbol, es más, ya ni había tierra para las canicas ni el changarais; quienes chambeaban en oficinas tuvieron que cambiar su rutina de ida y vuelta, pues el servicio de taxi que antes pedían con quince minutos de anticipación, ahora lo tenían que solicitar con media hora, para que no les salieran con: “uy, seño…pos es que le puedo enviar la unidá en unos veinte minutos o más, es que el tráfico esta rete pesado”, ¡ni modo a recorrer medio sueldo viajando en taxi!

Hoy la calle esta pior de atascada de coches, el pavimento lleva como quince capas de revestimiento y cuando llueve la humedad es ahumada, ya casi no quedan árboles y los que quedan son causa de riñas entre chóferes para dejar bajo la sombra sus vehículos, los pocos vecinos que quedan ya ni se conocen entre ellos, además, todas las mañanas levantan resignadamente las inmensas cacas de los finísimos perros que la gente lleva consigo mientras realizan sportive walking, las ambulancias continúan paseando la tragedia en primera clase, las aceras gastadas de tanto peatón cada día se corroen más, pero mi amigo no se desanime aquella Ruta 5 pronto pasará, los desmaquillados locales comerciales que albergaron la ilusión de un próspero negocio ahí están más solos que El Paraíso bíblico, al llegar al 310, de pronto me dio por llorar, ya no había las gradas donde te solías sentar a ver la gente pasar, ahora una puerta como La Fortaleza Roja de Games of Thrones borró toda esencia de ti, mientras mi corazón se puso a gritar, ¿dónde estás? A pesar de ello, señor del camión, yo me bajo en la Maclovio donde mi infancia guardó.