miércoles, 23 de febrero de 2011

My commanding wife

“Los hombres dan vida de ángel, dijo una buena mujer,
porque la tienen a una encuerada y sin comer.” Oscar Chávez

Durante la época cuaternaria de mi adolescencia, cuando uno está en la edad de socializar con adultos para sentirse identificado con ellos y aceptado como tal, hice amistad con Don Matías, un cincuentón cuyo oficio era la carpintería, me gustaba mucho ir a su taller a pasar horas de ocio charlando sobre la filosofía griega, pues a este singular individuo le extasiaba tal tema, tenía una amplia biblioteca sobre textos que versaban desde los pensadores más representativos hasta de su geografía. Gracias a esas pláticas supe que Homero, el ciego rapsoda que compiló la Ilíada y la Odisea, existía una réplica de su persona en cada población de la antigua Grecia, y curiosamente todos se jactaban de ser el original, algo semejante a nuestro Pancho Villa durante la Revolución.

Don Mati, como así le decíamos la chaviza, en su carpintería como caja de herramientas tenía un ataúd de madera, que según él había construido con el propósito de que cuando muriera ahí quería que lo metieran para su cristiana sepultura, Doña Herminia su mujer, cuando le escuchaba decir eso, sacudía la cabeza y guiñaba el ojo izquierdo en señal de guasa; había un aspecto que en la actualidad se considera negativo, más en ese tiempo era una particularidad, este señor aparentemente era muy machista, de esos que piensan que el género femenino en sus genes trae planchar, cocinar, cambiar pañales, lavar ropa y trastes.

Seguido se quejaba de que el modernismo trajo consigo la pésima idea de la liberación femenina, pero que era difusa, pues no tenían claro si la mujer pretendía igualar o destituir al hombre; si pretendían igualarlo, pues le sucedería lo mismo que a las Amazonas, las cuales para poder utilizar el arco tenían que extirparse un seno. Por otro lado si de destituirlo se trataba, estaban en un error, pues somos necesarios para la reproducción humana.

Se apasionaba tanto, hasta el grado de comparar la belleza física del macho y la hembra, preguntándome sobre qué género era más hermoso de las especies, confrontando así las características del aspecto que diferencian al varón de las féminas entre las razas equinas, aves y felinos, a sabiendas que de todas ellas destaca la gallardía del macho; remataba aludiendo que las mujeres son como las verdades, hay que maquillarlas para que no se perciban tan crueles. Sarcásticamente decía que eran un mal necesario que para tenerlas siempre de buen humor, habría que hacerles sendos regalos, además científicamente está comprobado que sólo a las bestias deslumbran los objetos brillantes, razón por la cual a ellas les gustan las joyas.

Creo que todo ese machismo era una fachada, pues siempre seguía al pie de la letra las indicaciones de su esposa, en su delante nunca abordaba tales argumentos, es más, se comportaba como obediente corderito; una vez que lo visité percibí una situación tensa, después supe que debido a ciertas diferencias tenían tres días que ninguno de los dos se dirigía la palabra. Don Mati, solía decir que cuando su vieja se encabronaba con él, en lugar de ponerse histérica se volvía histórica haciéndole un recuento de todas las pendejadas que le había hecho vivir desde que son pareja.

Ese día por más que intentaba involucrarla en nuestra plática, la señora continuaba enmudecida, lo ignoraba, ella sólo a mis palabras respondía denotando que el trato para mí era el de siempre; de pronto el carpintero como energúmeno se puso a vaciar el armario, volteó los cajones y tiró todo lo que ahí contenía. Llevados varios minutos, Doña Herminia no pudo contenerse y le gritó airada, “¿se puede saber qué chingados estás buscando?” “¡Bendito sea el creador, ya lo he encontrado!” Respondió Don Matías con cierto acento de triunfo y esbozando una maliciosa sonrisa-. “¡Tu voz!”.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Jugar por jugar

Cierta vez que me encontraba en abnegada y obligada aptitud de pilmama de mi sobrina de ocho años, acompañándola en una fiesta de cumpleaños, estando observando el espectáculo del payaso, pude notar que a la mayoría de los infantes les importaba poco lo que hiciera el supuesto arlequín, creo que los más interesados en participar dentro de las dinámicas eran los adultos, pues eran ellos los que respondían a las trivias con la idea de no evidenciar la ignorancia de sus retoños.

En su desesperación por atraer a los niños el payaso optó por organizar juego de rondas infantiles, fue cuando pude escuchar a uno de los pequeños decir que eso era para niñas y, si los chamaquitos participaban se les caería el pitito.

Órale, esas palabras eran de mucho peso para un cuarentón como yo, que durante la infancia el mejor horario de diversión era la noche, cuando un grupo de niñas y niños me invitaban a participar en esos juegos colectivos tradicionales donde se cantaba con rimas y a la vez se realizaban ciertos movimientos que emulaban la letra de la canción; digo, no era tan gay simular las labores domésticas del “patio de mi casa”, pues no importaba el sexo, lo único que se tomaba en cuenta era vivir el momento de esparcimiento que tanto hombres como mujeres gozábamos, es más, no había necesidad de un exagerado estudio de género para concientizarnos sobre la igualdad de sexos en las comisiones de las faenas del hogar.

Resultaba agradable convivir entre toda esa algarabía y bullicio que mezclaban alegría e inocencia con tintes de ingenuidad, pues entre los jugadores nos tomábamos de las manos, de los hombros e incluso hasta abrazos sin ningún pinche morbo, a diferencia de hoy que los pequeños nomás se rozan la mano y el confiscado chamaquito empieza a decir que es su novia o su libidinoso papá alardea que su gallito anda en el gallinero tras las pollas.

Se dice que las rondas infantiles fueron traídas a nuestro país por los conquistadores, utilizadas como pretexto para castellanizar a los aborígenes; expertos en lúdica afirman que los juegos practicados a través de ellas promueven la participación en grupo, el respeto, la colaboración y el ejercicio físico, evitando ese jodido sedentarismo que promueven los juegos de video que tanto gordinflón infante nos ha dado.

Fue en una fiesta popis donde nos hicieron jugar rondas con la guía de un disco de vinilo que además de incluir la letra de las coplas también se explicaba como debían hacerse los movimientos para representarlas, coartando así nuestra capacidad de improvisación, lo que por ende se volvió un tedio, pues la madre del festejado como sargento dirigiéndose a sus reclutas obligaba a llevar los pasos de forma coordinada, lo cual me hizo recordar una de las razones por las que detestaba la escuela.

Y es que en su mayoría, los juegos de rondas los aprendías como todo lo importante de la vida, en la escuela de la calle, cada grupo de conocidos nos los presentaba como algo novedoso que además de divertirnos afianzaba los lazos de amistad; ahora que recuerdo, ¡qué divertido era robarse a Doña Blanca! Para serles honesto, por lo tergiversado de las versiones de esta copla, siempre dudaba si el estribillo hacia referencia al “Quijotillo”, ese personaje cervantesco de la lánguida figura o se centraba en un “chicotillo”, la tira gruesa de cuero que se utiliza para azotar a los cuacos.

Fue años más adelante cuando al revisar el cancionero de la Compañía Infantil de Televicentro, supe que la forma correcta de pronunciarlo es “jicotillo”, una avispa gruesa de color negro y panza amarilla, que al picar produce un dolor intenso, ahora comprendo el porqué de los pilares de oro y plata, y la verdad ya sabiendo a que se refiere no luce tan terrorífico como lo imaginaba.

Resulta imposible olvidar a Juan Pirulero, donde sacabas tu vocación al emular equis profesión, así como casi terminabas encuerado al ir dejando cada prenda al perder; que agradable eran los encontronazos de los maderos de San Juan cuando la fila de enfrente se acercaba a uno en cada “aserrín, aserrán”; la divertida “Víbora de la Mar” que no dejaba pasar a los de atrás, brindándote la capacidad de elección entre el melón, la sandía o de perdida la vieja del otro día.

Fue una pena que en la década de los ochentas cierto intelectualoide relacionado con la educación pública, bajo el argumento de que las rondas infantiles eran exigentes, crueles e incluso fomentaban el miedo al inculcar valores estrictos; las satanizó a tal grado de lograr su prohibición en las escuelas de preescolar donde las educadoras las fomentaban como herramienta del sano esparcimiento y la cohesión grupal.

En la actualidad nuestros infantes juegan a ser adultos, para cuando crezcan querer volver a ser niños, además casi todos sus juegos son violentos, carentes de paz y armonía, es más, denotan mucha influencia de los mass-medios, pues si utilizan carritos siempre quieren tener los más modernos, la Barbie es “totalmente palacio” y toma pastillas anticonceptivas, gracias a Max Steel hay monjas sin violar, se ha disminuido el combate al narcotráfico, y los juegos que implican cierta actividad lúdica, se convierten en cuadriláteros de la WWE o pista de carreras, lo cual nos hace suponer que en sí toda la niñez es hiperactiva o que los niños en lugar de leche materna consumieron RedBull.

miércoles, 9 de febrero de 2011

Le hemos dado un mal nombre al amor

“Everybody`s making love and no one really cares”. John Lennon

Uno de los cuatro asiduos lectores que tengo, en cierta ocasión me sugirió que escribiera sobre el amor, imagino porque está recién casado y esa vez nos encontramos en un conocido club de video, donde además de ello, me recomendaba puras películas románticas, para que se den una idea de cómo está de enamorado, ese día me enteré por su propia voz que no le agradan los filmes pornográficos, debido que al final nadie se casa.

Menuda situación, cómo voy a escribir del amor, si soy el más vil ejemplo o antítesis del romanticismo, pues hago promesas a mi pareja que nunca cumplo, soy meloso cuando se me antoja, posesivo, celoso, falto de confianza, descuidado en los detalles y olvido las fechas importantes de la relación.

Es más, considero desgastante pasar el resto de una vida intentando ser el ideal que nuestra pareja tiene concebida; la sensación de tener que complacer a otro, además de denotar una baja autoestima, con el paso del tiempo llega a estresar, y como es sabido tanto estrés cansa.

Muchas de las veces me pregunto cuando escucho a parejas hablarse de forma cariñosa, si están reafirmando sus sentimientos o simplemente quieren autoconvencerse de que continúan queriendo a esa persona con la que comparten su vida.

Cuando un divorciado se casa, se vuelve algo parecido en la ecología al reciclaje, sólo que aquí lo hace para compartir su solitaria y aburrida vida con otro ser igual de hueva que él; como una vez dijo el Groucho Marx, "la principal causa de divorcio, sin lugar a dudas es el matrimonio", entonces ¿para qué casarse? ¿Acaso los sentimientos necesitan de etiquetas?

Cuando su pareja le pregunte, ¿qué somos? Usted con firmeza le puede responder que son humanos, mujer y hombre o mexicanos, digo, para qué anteponer títulos de estatus sociales como noviazgo, matrimonio o amasiato; honestamente no sé porqué los homosexuales fueron tan masoquistas al ponerse a exigir se les autorizara contraer nupcias, pero bueno, a ellos también les ha de gustar la mala vida.

Digo, para qué entrelazan sus vidas legalmente si a menos de un año ya estarán tramitando la separación en un juzgado, después de tanto cariño, apapachos, caricias e intercambio de fluidos de todo tipo deciden dar por concluida la relación, es como si Eva interpusiera su demanda contra Adán por no darle una vida doméstica honorable, de ser cierto uno se pregunta, ¿qué más quiere, no estaban en el Paraíso?

Es gracias a la influencia de la mercadotecnia que todo los sentimientos de afecto los queremos hacer tangibles, razón por la cual las empresas hacen su negocio, lucrando con nuestra supuesta forma de amar; situación que no estoy de acuerdo, pues el amor se demuestra con hechos, acciones y gestos humanos, no con materiales que se utilizan una vez, ¡hágame favor, pedir disculpas mandado flores! ¿No es más humano disculparse de forma verbal?

Además es algo ridículo reconocer la importancia sentimental del mensaje de texto en los celulares o creer que con llamarle cada cinco o diez minutos hacemos sentir que nos importa, eso más bien es hostigamiento; por lo tanto este catorce de febrero rejúntesele a su pareja, practíquele un delicioso arrumaco y no olvide que lo mejor de la vida no se compra, debiendo amar sobre todas las cosas, por ejemplo, sobre la cama, arriba del sofá, en el suelo aunque duelan las rodillas, en la arena a pesar de que se filtre en los lugares más recónditos, o sea, si el amor es ciego, entonces hay que agudizar el tacto.

miércoles, 2 de febrero de 2011

¿Anciano yo?

“Hace un siglo que te hizo el alfarero
y ni ánimas que ocultes los cien años que te tragas”.
Francisco Gabilondo Soler.


Cuenta la historia de la filosofía que al llegar a la senectud Diógenes de Sinope, un vagabundo y sabio pensante de las calles de Atenas que convirtió la pobreza extrema en virtud, por fin se puso a trabajar, la gente al verlo tan decrépito, le sugerían que se abstuviera de realizar tantas actividades y que mejor descansara. Él simplemente les respondía, ¿acaso cuando el competidor va a llegar a la meta, es cuando más ánimo imprime a su carrera para ser el primero en llegar?

Esto lo decía Diógenes, porque él era inteligente y además un cínico por excelencia. Acá entre nosotros los seres ordinarios, muchas veces nos causa admiración observar a ese octogenario que a pesar de ser prospecto a jubilación continúa desempeñándose en su empleo de forma óptima, escribo óptima, porque existen seniles que se les olvida que su organismo ya no es el mismo, que el paso de los años poco a poco nos va desgastando, por lo tanto ya no tenemos las mismas habilidades, destrezas y capacidades de antaño.

Dice mi peluquero, que cuando a uno le comienza a crecer cabello en el interior de las orejas y no sobre el cráneo, es sinónimo de ancianidad; pues con el transcurrir de los años al ser humano le crecen la nariz, las orejas, los vellos de sus respectivas cavidades, es más hasta las cejas se vuelven especie de abanicos sevillanos, el único que no crece es el miembro viril, ese al contrario como osamenta de tortuga se esconde.

¿Entonces cómo diablos nos empeñamos en ser lo que un día fuimos? A poco no es patético el anciano que todavía se siente galán, cabello negro de reconocida marca, bañado en perfume para disimular el olor a polilla, cortejando a chamaquitas de 16 a 25 años, porque las de edad más avanzada están rucas, los clásicos tipos que se defienden con el nacanizado lema, “a gato viejo, ratón tierno” o “gallina vieja hace mal caldo”.

¡Huy si cómo no! Lo único que obtendrán como resultado es ser un provecto con cuernos, pues la “dichosa” jovencita con tal de conseguir algún beneficio lo aceptará, le dará cuerda de que es un garañón -recuerde estimado lector que quien cuerda te da, ahorcado te quiere ver-; y el día menos pensado, esta damisela saldrá con una persona de su edad a escondidas, aplicando la táctica de ojos que no ven corazón que no siente.

Respecto a las artes del placer coital, a esa edad se vuelve toda una sátira del macho nacional, es decir, el acto sexual se convierte en un acto de fe, donde a pesar del supuesto placebo que las pastillas de color azul otorgan, por la ansiedad que experimentan al sentir el supuesto vigor sensual regresan a su adolescencia, transformándose en potentes eyaculadores precoces; y lo más triste, muchas de las veces que ingieren esos estimulantes, el músculo que se les para es el cardiaco, además es tanto el orgullo cuando se recupera la potencia sexual por el viagra que muchos alardean de practicar onanismo en repetidas ocasiones.

Es una triste realidad que cuando nos vamos volviendo viejos, muchas de las veces nos percibimos ignorados, como que nadie nos otorga la importancia merecida, es más, cuando alguien le hace plática a un anciano sobre equis tema, caen en la parla e incluso involucran a sus familiares a tal grado de ridiculizarlos, resultando vergonzoso para la parentela, si por casualidad se encuentran cerca de ahí, y éste ni cuenta se ha dado de ello.

No es que esté menospreciando el empeño, la dedicación, tenacidad y experiencia que un ser humano en la longevidad posee, lo que pasa es que muchas veces, por el pánico a sentirse excluidos del ritmo social, intentan olvidarse de los límites que facturan los años, dejan de lado los achaques que se van cosechando a causa del ritmo de vida que han llevado; es decir, una cosa es confundir las ganas de mantenerse vigente con la terquedad de querer aparentar lo que no se es.

Creo que conforme vamos desarrollándonos, si tomáramos conciencia la etapa en la que estamos, seríamos humanos más realizados, esto significa, tomar en consideración la serie de cambios fisiológicos que en cada una de ellas vamos experimentando, su impacto en los aspectos psicosociales; y lo más importante formarnos una serenidad de juicio.

Conforme envejecemos deberíamos dejar de ver este lapso de tiempo como una fase final, y considerarla como una etapa de maduración que nos permita reconocer la jubilación como una compensación al esfuerzo de los años laborales que invertimos, aceptar que vamos a depender de otros en un 80%, aprender a superar la pérdida de los seres queridos, y lo más importante reconocer nuestras deficiencias y virtudes, y más ahora debido a la fractura de 350 kilómetros de longitud que dejó el sismo del 2010 en Chile entre la Plaza de Nazca y la Sudamericana acortó los días de nuestro planeta 1.26 microsegundos, lo cual sin lugar a dudas apresurará el avance de los años y con ello la edad.