miércoles, 17 de diciembre de 2014

Estamos en la maratón

El anoréxico calendario que cuelga sobre la desgastada pared de la sala está a punto de expirar. Su fecha de caducidad registrada es el 31 de diciembre de 2014. Por fin se acaba el austero año, a pesar de los momentos aciagos por los que hemos pasado. Sobra optimismo para pachangueárnosla con los festejos maratónicos del “Guadalupe-Reyes”. Ya comienzan las tradicionales posadas -las cuales empiezan el 16, los guateques realizados antes son pura charlatanería. No se deje engañar-, que siendo honesto no le encuentro lo tradicional a que nos reunamos a ponernos hasta las chanclas de borrachos, querer ligar a la más rica dama de la oficina y criticar la indumentaria de los compañeros que según eso van con sus mejores galas.

Pero si hacemos un ligero análisis, nos daremos cuenta de que sí hay tradición, pues no faltan los que cada año realizan las mismas idioteces como vomitar sobre el ponche, encabronarse por el jodidísimo regalo de intercambio que le dieron, pelear por el garrote para golpear la piñata -y no me refiero a esa amiga tuya- o terminar con los pantalones llenos de lamparones causados por líquidos de dudosa procedencia.

Mis sobrinos, por su parte, hacen miles de intentos por encontrar a través de la Tablet, el Facebook de Santa Claus o de los Reyes Magos, dizque para pedir los regalos, pues les parece muy anticuada esa simplona estrategia mercantil que algunas tiendas departamentales organizan, mediante un evento masivo de chimuelos… perdón, de chicuelos. Esas tiendas sugieren escribir una carta que sujetarán a un globo de helio para después soltarlo con el propósito de que los míticos personajes de la Navidad las reciban. Eso sí, ya tienen listas la velas para salir con el rústico pesebre confeccionado en la caja de zapatos, con algo de heno y las figuritas de la cajita feliz, a berrear algunos villancicos afuera de las casas o para incomodar a los novios en el parque. Lo más lamentable es que al concluir cada noche, la mamá de alguno les quite las monedas con el pretexto de hacerles una fiesta al final. ¡Ajá! Son para completar el abono del sofá.

Poco falta para ver las tiendas atascadas de personas realizando las clásicas compras de pánico. Curiosamente, el lugar con más visitas por esas épocas es el cajero automático para exprimir hasta el último centavo del aguinaldo. ¡Ah!, antes de que se olvide te recuerdo que si no apartaste la cena de Navidad a tiempo, lo más probable es que vayas a colear a algún familiar -aprovechando que en esta temporada a muchos les da por ser caritativos sin ningún interés, algo así como cuando eran niños- o sales con los exquisitos sándwich de confeti, el mega refresco de cola y, claro, el pomo de pisto para celebrar.

En realidad no quiero parecer un desgraciado, desconsiderado y mala onda con las pocas personas que me leen, al publicar esto, pero hay que estar conscientes de que diciembre es el mes de la gula y los excesos. Sí eras de los que sesionaban conmigo en Tragones Anónimos, estarás consciente de que la comida es rica con moderación, pero siendo honestos, ¿quién se va a resistir cuando te comparten ese apetitoso muslito de pavo embarrado en puré de papa, acompañado de la ensaladuca de manzana y sin faltar el vasote de vino tinto? Nadie, pues sabemos que haciendo ejercicio, además de obtener varios beneficios a la salud, evitamos seguir viendo ante el espejo al Botija; así como permitirnos ponernos esas playeras de la Selección Nacional sin el pánico de parecer forro de cuaderno chafa.

Pero, ¿quién se acuerda de practicar algún deporte o realizar ciertas rutinas de cardio cuando nos llega la depre y para sentirnos bien le tupimos con ahínco y felicidad a la comida? Siendo sincero, nadie. No importa que en menos de veinte días cambies de talla o la chamarra de piel, a pesar del frio, ya no se puede abotonar. Lo importante es el relacionarnos con los demás en los festejos decembrinos y dejar que nuestro cuerpo se desparrame un poco. Al cabo, para enero del próximo año bajar de peso será uno de nuestros propósitos. O sea, borrón y cuenta nueva.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

Al que madruga…

En esta recta final del calendario, hay una situación que me ha hecho sentir muy diferente este diciembre al de otros años y es el frio que está extremadamente exagerado, lo cual ha obligado a que duerma con pijama como la de los niños de Peter Pan. Además, éste clima provoca que se resequen los labios a tal grado que nos los hace ver todos cuarteados. Luego andamos como caballos sacando la lengua para humedecerlos. Lo bueno es que venden esas cremitas tipo lipstick para refrescarlos, que siendo honesto experimento cierta rareza al traer los labios llenos de sebo, como si hubiera comido birria de borrego. Con el clima tan gélido, otra cosa que cuesta dificultad es abandonar la cama para cumplir con las labores que factura el empleo.

Imagino que para aquellas personas que no tienen compromiso alguno, el hecho de levantarse temprano ha de ser algo desagradable e incluso hasta tonto, opinión que refutarán los repartidores de periódico, las tortilleras, los locatarios del mercado, los barrenderos, los que hacen ejercicio en el jardín y los conductores de automóviles de servicio, quienes inician el día al despuntar la mañana.

Madrugar es una de las actividades que genera discrepancia de opinión, pues hay quienes se levantan temprano de forma obligada, de esos que a pesar del sueño que aún tienen prefieren camuflarlo lavándose la cara y echándose agua en el cabello para dar la impresión de que son bien higiénicos y se bañan a deshoras del alba. Lo más probable es que cuando ocupen su puesto laboral, en plena jornada estarán cabeceando, boquiabiertos o bostezando tipo león amodorrado y desenterrándose las lagañas; bueno, no sí antes, en pleno trayecto a la chamba, trepados en el colectivo, dormitaron sobre el hombro del de al lado.

También existe la probabilidad de aventarse una pestañita disimulando concentración frente al monitor de la computadora, después de haberse refinado esos calientitos tamales de ceniza con café o la abotagada torta de pierna con su respectivo jugo de naranja. Por obvias razones, si no logró por tan sólo diez minutos dormitar en cualquier postura, lo más seguro es que experimentará sentimientos de insatisfacción, desempeñándose de forma pausada y, claro, malhumorado, culpando a quien sea de su situación.

Hay quienes madrugan por gusto, esos que como impulsados por un resorte saltan de la cama, toman una fría ducha despilfarrando a lo imbécil el agua y champú, se afeitan embelesados por el canto del gallo, se preparan su aromático té de hierbas, salen a la calle dando pasos de triunfadores y saludan a Juan de la Cotona
. ¡Ah, pero eso sí!, caminan por media calle argumentando que lo hacen por precaución, pues no vaya ser que en las penumbras de la banqueta los pille un ladrón o sus zapatos de charol se atasquen de excremento.

Algunos hasta a su mascota sacan a esas horas a dar la vuelta -¡qué culpa tiene el desdichado animal!-. Los que odian el despertarse temprano, achacan a los madrugadores la culpa del horario de verano, que las escuelas inicien sus funciones a las siete, que en las guerras de Independencia y Revolución los fusilamientos se efectuaran a primeras horas de la madrugada, que los panaderos y lecheros repartan sus productos al amanecer, lo cual obliga a las jefecitas a ir lo más temprano a comprarlos, haciendo ruido en sus hogares e incomodando a quienes disfrutan de la presencia de Morfeo.

En conclusión: gracias a quienes despiertan tempranito, la dinámica de la sociedad fluye con mayor rapidez a partir de un horario que para algunos no es el ideal, ni tampoco es verdad que “Por mucho madrugar, amanece más temprano”. Además, no hay ningún antecedente histórico sobre la afirmación esa de que “Al que madruga, Dios le ayuda”, pues lo único que tendrá es más sueño todo el día.

miércoles, 3 de diciembre de 2014

Leyendo a los que no leen

Por estas fechas, en la Perla Tapatía se pone en marcha una bien organizada estrategia de marketing, orquestada por diversas editoriales que promocionan sus libros, bajo el manto de un festival que busca promover la lectura y el intercambio cultural, pues además de los libreros nacionales se invita a otros países. Bajo tal pretexto acuden infinidad de personas, algunas de compras, otras a observar y las peores a estorbar o entorpecer la programación.

Las veces que he acudido, en algunas he encontrado textos de autores desconocidos que han cumplido el objetivo de este evento: cultivarme como lector. Los que siempre me decepcionan son las visitas de grupos escolares, pues dan la impresión de que no hay ni siquiera un itinerario que sea la directriz de la visita. Tal parece que una vez que ingresan al recinto, los profesores dejan libre al estudiantado los cuales, como si se tratará de la marabunta, invaden el lugar corriendo por los pasillos, lanzando berridos o encimándose a las personas con tal de quitarlos de los exhibidores. Como clientes, imagino que no son buenos, debido a lo caro que están los libros. Obvio, eso los limitará a adquirir textos que terminarán nivelando el sofá o la mesa del comedor de sus casas, pero eso sí, arrasan con todo lo que sea regalado, desde separadores hasta promocionales.

En un país donde la cerveza es más barata que los libros, ¿cómo queremos fomentar la lectura? En mi época de primaria recuerdo que en los libros de español se incluían fragmentos de “El Principito”. En ese entonces, quien era responsable de nuestra enseñanza, nunca nos habló de Antoine de Sanit-Exupéry -imagino que por ignorancia-, pues hubiera sido fascinante que antes de obligarnos a leer hasta memorizar el texto convertido en resumen, nos dijera que el autor, además de escritor, fue un amante de la aviación, gusto que lo llevó a una extraña desaparición donde se le atribuyó su muerte.

En la Secundaria sucedió lo mismo con los retazos de “El diario de Ana Frank”, es decir, nunca se nos aclaró que ese libro en realidad era una compilación de los diarios personales de una jovencita llamada Annelies Marie Frank, cuyo título original de la obra era en realidad “La casa de atrás” (Het Achterhuis), nombre al que le designó a su escondite de los nazis en Ámsterdam. Hoy, gracias a la magia del séptimo arte es como resulta posible que la juventud lea. Sí ustedes saben de alguien que primero leyó la colección completa de “Harry Potter” o la trilogía de los “Juegos del hambre” y después vio las películas, que me lo refute. ¿A poco no sería interesante que se incomodarán por la pésima versión cinematográfica totalmente alejada del texto original?

La televisión, pese a que está siendo desbancada de su dominio sobre las masas por la internet, también influye a que nuestra chamacada se acerque a leer. Recuerden el éxito en los noventas del autor bestseller de México Carlos Trejo, con su obra literaria “Cañitas”, cuyas letras horrorizaban a los lectores con casos reales de actividad paranormal. Cómo olvidar la sabiduría y profundidad con que aborda la psicología de nuestra adolescencia Yordi Rosado en sus libros de “Quiúbole”, libros de cabecera de cualquier padre moderno que quiere comprender las actitudes de sus hijos en esa etapa crucial de la vida.

Con lo anterior no estoy presumiendo que sea un ávido lector, de esos que devoran los libros a su paso, pues de ser así, sería “Hannibal Lector”. Tampoco significa que ya terminó de leer su libro la Princesa Leía o como Bruce Lee, quien es un experto en las artes marciales y gusta de leer. Al contrario, me considero un aficionado a la escritura que escribe más de lo que lee. Por lo tanto apreciado lector, usted al leerme forma parte de esa casta sacerdotisa de leer a los que no leen.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Choque coche

La gente que me conoce pero no saben quién soy, continuamente preguntan por qué no tengo coche, amablemente respondo que al no saber manejar mi vida, ¿cómo quieren que maneje un carro? Siendo honesto en más de una ocasión la necesidad por llegar a tiempo, ha hecho que me haga el mismo cuestionamiento envuelto en sentimientos de arrepentimiento, como una forma de evadir tal sensación, inmediatamente la imaginación hace que me situé en un escenario árido, deprimente, en el cual estoy enojado, frustrado y triste, acabo de tener un accidente automovilístico.

Es una transitada avenida, el tráfico kamikaze ha ocasionado que con mi carro – sí, ese que cuenta con un equipo de audio que vale más que el mismo vehículo– me haya estampado contra la parte trasera de un BMW conducido por una señora de pelo rubio con raíz pintada de oscuro; como siempre a esa ingrata que nadie se quiere echar que es la culpa, ninguno de los dos supuestamente la tiene, pues existen mil y un argumentos que nos exoneran de responsabilidad alguna, pues según eso cada quien conducía por su derecha, además ninguno intentó rebasar por el acotamiento, al igual de señalar con las direccionales el rumbo a tiempo o en el último de los casos el semáforo aún estaba en verde cuando pasamos
.

Conforme transcurren los minutos, los curiosos ya están encima documentándolo con sus celulares, incluso hasta los pasajeros de las rutas lo hacen, es probable que sin mi autorización y ni la de la señora rubia Miss Clairol aparezcamos en alguna red social con cara de tarados, en fin, ellos ahora son el medio informativo más rápido que un adolescente precoz con revista del conejito en el baño.

Hemos causado un embotellamiento terrible, los conductores que transitan a velocidad de caracol practicando tai chi, de seguro nos refrescan la memoria de nuestras jefecitas, eso es lo de menos, pues los dos sabemos que si nos movemos existe la probabilidad que la aseguradora no nos cubra una buena cantidad de los daños, o sea, aparte de que les estas pagando, son unos desconfiados. Ambos comenzamos a experimentar una profunda desesperación, pues sabemos que a partir de ese momento tenemos que dejar en manos del mecánico nuestro medio de transporte particular y tener que recurrir al uso de taxis o camiones colectivos.

Así pasarán los días y los gastos de transporte volverán anoréxica la cartera, llegando a la conclusión de que todo ese dinero que he pagado puntualmente cada mes a la compañía de seguros, no existiera. Pues al final de cuentas los pagos del pasaje, las llamadas con voz de buena onda –dizque para agradarles con tal de que le echen mecánica más rápido– a la agencia automotriz para preguntar si ya lo tienen reparado e incluso las miles de veces que personalmente acudiría, se resolverían al realizar de forma directa sin intermediaros el pago de la reparación.

La verdad no es justo que te vendan la idea de que con asegurar tu carro evitarás un titipuchal de broncas, si al final de cuentas vas a desembolsar dinero, en pocas palabras la compañía de seguros perfecta no existe, es puro negocio; creo que para ser de las buenas, tendría que ofrecerte en calidad de préstamo, mientras el tuyo se encuentra en el taller, un coche para suavizar y economizar a la vez tu vida. Claro que éste no va contar con el sofisticado equipo de sonido ni los cómodos asientos forrados en piel de retina de mosca, ni los cristales eléctricos o el aire acondicionado, pero a cambio te encontrarás varios bolígrafos con el logotipo de la compañía, boletines promocionales y calcomanías, en fin se vale soñar.

Pasado un tiempo, la desesperación va a ocasionar que lleguen sentimientos de arrepentimiento por no haberle pedido el número telefónico a la señora rubia de marca, para hacerle efectivo el pago de indemnización por el chorro de gastos realizados, insistirle a que comprenda que por tratarse de un vehículo de aseguradora los ojetes de la agencia lo dejarán hasta al último, ¡que pinche coraje! Esto y otras más, son las razones por las que no quiero automóvil, es decir, que no exista un pretexto extra para experimentar esas respuestas emocionales ante el incumplimiento de la voluntad individual como lo son la impotencia y la frustración, de por si vivimos en un mundo de infelices y ser parte de esa estadística no es mi objetivo.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ignorancia azul

Hace un resto de tiempo que el abuelo Churío ya no está en este mundo, por lo tanto nunca supo de la existencia del VIH y la enfermedad del SIDA o del ébola, la caída del Muro de Berlín, las guerras del Golfo Pérsico, de Afganistán y de Irak, el 11-S, la legalización de la marihuana y los matrimonios homosexuales, los cambios tecnológicos que repercutieron en la comunicación encabezados por internet; sucesos que con toda probabilidad mi abuelo habría observado y fiscalizado con su peculiar sarcasmo.

Les puedo asegurar de que si hoy viviera, se estaría sujetando su enorme panza tuxquera con tal de contener las carcajadas producto de la admiración burlona que le ocasionaría el saber de la existencia de un controversial símbolo, el cual como muchos otros, ha sido modificado su razón de ser gracias a la malversación de su uso. Me refiero a la nueva función que agregó el WhatsApp, la cual consiste en colorear en tono azul celeste las palomitas dobles que antes indicaban de recibido el mensaje y ahora al ponerse azul alertan a los usuarios de que su mensaje ha sido, dicen que leído, más yo diría que ha sido visto, pues muchos ni lo leemos con atención o simplemente lo checamos para saber de quién es.

Para algunos, tal función fue recibida con beneplácito, mientras que a otros les cayó como patada de mula en los bajos, pues ya no van a poder fingir que aún no les llega ningún mensaje o que de lo “ocupado” que están, no han tenido tiempo para revisarlo, incluso hay quienes interponen que con ello han perdido el derecho a su privacidad. ¡Sí cómo no! Así o más incongruentes. Digo, si quieren privacidad, pues para qué tiznados instalaron el Güats.

Lo curioso de todo esto, es que también estas palomitas -que se asemejan a dos logotipos de conocido desodorante apareándose-, se hayan convertido en símbolos que causen sensaciones celoso-psicópata-obsesivos en algunos individuos al percatarse que son totalmente ignorados por sus receptores. Ante tal drama por parte de los emisores, quienes los reciben han intentado desde aplicar la excusa de que se le descargó el celular, poner el aparato en el “modo avión”, regresar a viejas versiones del WhatsApp, desconectarse de la red o ya de plano desinstalarlo y utilizar alguna aplicación semejante; recurrir a sitios web donde les aseguran proporcionarles herramientas para disimularlo, consiguiendo solamente facilitar de forma inocente su número telefónico a desconocidos.

Como dicen: “La culpa no es del indio, sino del que lo hace compadre”, ya que uno es el responsable de esto. Aquí no es como el Facebook, pues a todos los que tenemos agregados en el guatsap los conocemos, pero no sabemos quiénes son. Es decir: “Caras vemos corazones no sabemos”. ¿A poco no es bien entretenido pasar cierto tiempo de diversión en el baño observando las fotos y leyendo los estados de nuestros contactos?

Lamentablemente es patético que la unión de dos palomitas azules esté generando división al hacer sentir a sus usuarios que son ignorados, cuando no se responde el mensaje a tiempo. Si tanto le preocupan estos símbolos, déjese de tonterías y haga los diálogos artesanales, o sea, hable de frente con las personas y lo que quiere decir expréselo cuando estén a su lado.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿Un presente?

En esta época ya comienzan a vislumbrarse el arribo de las vacaciones, el anhelado tiempo de asueto de todo obrero cumplido, bueno. Los flojos también las esperan. Es que se aburren tanto de no hacer nada, que bien se merecen su descansito. En estos días aciagos en los que vivimos, tener vacaciones es complicado, pues con lo caro que está todo ahora sólo un 60% viaja y el resto nos quedamos a invadir las plazas.

Es precisamente en días feriados cuando nos damos cuenta de lo sobrepoblado que se encuentra nuestro estado, pues durante esos periodos no hay la competencia al estilo “Fast & Furious”, de los choferes por llegar a tiempo a su empleo o dejar a la chamacada en las escuelas. Los recorridos que antes se hacían en treinta minutos ahora, como el tráfico ha menguado por el éxodo vacacional, se realizan en veinte minutos o menos.

Curiosamente todo está vacío a excepción de los centros comerciales que se encuentran atiborrados de individuos que no desembolsan un céntimo, pero se la viven ahí, contemplando los escaparates, imaginándose portar la ropa de los maniquíes o teniendo el guajiro sueño de que algún día saldrán de la sofisticada y glamurosa tienda departamental cargados de bolsas. Mientras no sea con basura, ya es ganancia.

No hay mejor coco wash del mercadeo que promocionar esas ventas con el veinte o cuarenta por ciento de descuento y empezar a pagar hasta marzo del próximo año. Es cuando la gente se empeña en comprar desde ahora los regalos de Navidad. Irónicamente, por allá de la tercera semana de diciembre harán lo mismo.

No sé si a ustedes les pasa, pero con tanta pinche influencia comercial, cada navidad se nos complica seleccionar el obsequio adecuado, a veces regalamos puras mamarrachadas que quien lo recibe, mientras no le quite la envoltura, se hace mil y un expectativas de que es lo que tanto le indujeron las estrategia de marketing que necesitaba. Al abrirlo, ¡oh desilusión! Es cuando dan ganas de romper con el mito de paz y armonía al querer arrojarle a los pies su tiznadera.

Si se pone a reflexionar en lo que le han regalado en las últimas tres navidades, piense si ese obsequio, en cuanto lo vieron sus pupilas se ensancharon y exclamó: “¡No maches, qué chingón!”. O sea, que eso que recibió lo haya deseado siempre, que hasta hoy le sea útil. Aquí no cuentan los calzones de licra, ni los calcetines de rombos color rojo o, peor aún, la corbata fucsia que ni siquiera sabe anudársela.

Una corbata está bien, pero ni que fuera empleado bancario o de la tienda esa que se dice ser parte de la vida… del consumidor. Digo: no voy a impartir clases de traje o me presento a la oficina como ejecutivo. En lo más mínimo y claro que no. Sólo una vez al año las utilizo, si es necesario. En definitiva, la corbata no es lo mío.

Ya estamos en vísperas del desembolse económico y para muestra ya está “El Buen Fin”… pero de tu cartera. Piense bien en lo que regalará, visualice la utilidad que representará eso para la persona y qué tanto lo necesita, si cumple con ello, adelante y si no, pues regale afecto que es gratis. Hay tanta gente carente de ello que con su ejemplo tal vez se vuelvan afectuosos.

miércoles, 5 de noviembre de 2014

Ay va la neta

¡México lindo y qué Rigo! Por supuesto que me refiero al de la Costa Azul, ese que ahora forma parte del amasijo de muertos vivientes que caminan por la senda del recuerdo de todos nosotros. ¿A poco no cada vez Pedro Infante canta más bonito? Como dijera el maistro Alex Lora: “Si quieres conocer tus defectos, ¡cásate! Y si quieres conocer tus cualidades, ¡muérete!”. Ora sí que el hecho de estar aquí, donde en el día hacemos la guerra y por las noches el amor, con este adagio sale sobrando estar.

Creo que lo que importa es lo que hacemos en vida y ya cuando seamos difuntos, la gente que se quedó lo platicará por uno aquí, justo en donde y a pesar del precio del limón, ese cítrico sigue siendo el acompañante de todos los alimentos, incluso hasta para remedio -ojo, no es medicamento, es remedio-; aquí, donde a pesar de contar con cadenas de supermercados, las marchantitas van al mandado a los tianguis. ¡Qué bueno es apoyar la economía de nuestra gente! Lo ridículo es que contando con estados que producen café de primera, incluso de exportación, sigamos consumiendo el de manufactura extranjera.

Aquí, donde es todo un lio ir de compras con un billete de alta denominación, pues curiosamente si una tienda no tiene cambio, en ninguna parte lo habrá; justo en un lugar en donde hacemos fiesta incluso en los velorios, a los cuales asisten además de los familiares cercanos y lejanos, hasta personas que ni siquiera conocías; aquí, donde se organiza un guateque y tenemos la difusa idea de que aparentamos bonanza si los realizamos en McDonald´s o Starbucks, ¡quesque porque le da cache! Lo que muchos ignoran es que a esos sitios en otros países es donde acuden los indigentes, y en una nación donde a los afroamericanos, asiáticos y gringos los consideramos el centro de atención, pero lamentablemente seguimos viendo como inferiores a cualquier sudamericano, además de detestar a los argentinos.

Los mexicanos no somos racistas, somos clasistas. Es más, la mayoría a pesar de ser clasemedieros, nos sentimos de la hi-socialité, con la vaga idea de que un sinónimo de ello es ser consumista, o sea, salir con las bolsas de los centros comerciales llenas de cosas que ni siquiera necesitamos. Consideramos al presidente y los gobernadores nuestros iguales, los tuteamos e incluso les ponemos sobrenombres; tendemos a llamarle a las personas y a algunas cosas en diminutivo, así como si las apreciáramos de verdad o las viéramos como pobrecitos; estamos conscientes de cuánto dura un ahorita y cuándo es al ratito.

Nos escandalizamos del maltrato a los animales y se nos hace natural ver a gente arriesgar el pellejo en los semáforos por unas monedas, pero libres de impuestos. Dicen que somos homofóbicos y cuando albureamos hacemos referencia a temas fálicos. Pese al disfraz de civilización de algunos, nunca hemos dejado de ser machistas. Un claro ejemplo es el nalgapower, es decir, cuando se contrata a las damitas no por sus habilidades laborales, sino por otras cualidades. En pocas palabras continuamos pensando con las hormonas en lugar de las neuronas. Nos incomoda que cada seis meses cambie el horario, pero nos importa un carajo ser puntuales.

Ya de por sí a la raza no le gusta la escuela, peor aún que en los baños no les pongan jabón y rollo, entonces, ¿cómo queremos que estudien? Ahora que toco este tema, me da no sé qué cuando llegas a los baños públicos de algún mercado o plaza y te cobran por utilizarlos, además, si ya diste el cover, es injusto que te racionalicen a 18 cuadritos.

Dizque la zorra nunca se ve su cola, es por ello que aquí le paro, pues van a preguntarse: ¿a poco este no hace lo mesmo? ¡Claro! Me cuachalanga rete harto el pozole los sábados con tortilla, el birote relleno de frijoles fritos con litros de refresco por las mañanas, salirme a sentar al quicio de la puerta en las tardes al caer el sol, hacerme ojo de hormiga cuando llega el abonero, ponerme contento cuando es quincena a pesar que sólo sea por ese día y pedir prestado centavos que nunca pagaré.

miércoles, 29 de octubre de 2014

Lenguaje moderno

En días pasados, la Real Academia de la Lengua Española incluyó en su diccionario las palabras más utilizadas en la internet. Tal torcedura de brazo fue debido a la vulgarización de frases, nombres y términos que inundan las redes sociales -esto no significa que entre más corriente más ambiente, ¿o sí? -, considerando que por lo menos tales palabras hayan sido empleadas un promedio de veinticinco mil veces. Otro dato curioso es que la mayoría son derivaciones del habla inglesa. Lo cual refresca en mi memoria a los primos radicados en Los Ángeles, con sus decires como “parquear”, “troca”, “pucharle”, “marqueta”, entre otras aberraciones de nuestro idioma ocasionado por el forzado spanglish ¿o será ingléspañol?

Según cifras extraídas del sitio de la revista Algarabía, los alemanes en su lenguaje tienen 185,000 palabras, los franceses cuentan unas cien mil, mientras que los vecinos del norte (entiéndame usted los gringos), como siempre queriendo ser los primeros, poseen 300,000; los hispanoparlantes, esa inmensa minoría, llegamos a las 200,000; es decir, el doble que los franceses, quince mil más que los germanos y cien mil abajo de los estadounidenses. Pero ahora, con la inclusión o más bien adopción del lenguaje moderno de la era digital al nuestro, lo más probable es que las incrementemos.

Como esas palabras ya son parte de nuestro patrimonio lingüístico, y si usted es de las personas que gusta de presumir su amplio diccionario al hablar, puede recurrir a ellas. Por ejemplo, en lugar de señalarle a alguien que lo que dice nadie lo hará público en papel, simplemente afirme: “eso que dices, bloguealo”. La manera más fácil de lograr la comunicación entre usted y esa persona que es lenta para comprender las cosas más simples, es “chatear” -no estoy haciendo promoción a la fonda de La Chata-. Los profesores, en lugar de decirles a sus estudiantes: “Les dejo la siguiente tarea y podrán utilizar el término copypastear”, que en nuestra actualidad es la acción a la que los educandos equiparan el realizar una investigación documental.

Al hecho de personalizar las prendas de vestir -que por cierto, algunos en lugar de mejorarlas las empeoran-, se le denominará customizar. Siendo honesto, no le encuentro sentido estético a colocarle pedrería o maripositas a esa blusa guinda de muy mal gusto. Al ejercicio de descombrar la basura virtual hasta descargar un archivo se le conoce como downloadear, finísimo vocablo que ahora lo podrá emplear para afirmar que se encuentra compilando música o videos para su colección privada.

Al hecho de borrar evidencias que perjudiquen la reputación, a partir de hoy lo llamaremos destaguear. Antes, a la acción de quienes les encantaba observar y sacar conclusiones de ello, se le conocía como crítica, ahora que se electrificó la mirada es factible que digamos, ¡mira me están escaneando!

A la persona que entre charlas saca a relucir sus múltiples personalidades y que por cierto nadie se las conocía, lo más seguro que en esos momentos está feisbuqueando. Por otro lado, olvídese de decir reenvíame tal o cual información, ahora se escuchará más moderno diciendo forwardeame los mensajes. Al arte de erradicar esos defectos del rostro o las facturas de la edad en las imágenes, algo así como una cirugía estética en dos dimensiones, es digno del lenguaje de los grandes salones llamarle fotoshopear.

Los pocos que leen esto se preguntarán: ¿Si estoy en contra de la deformación del lenguaje, por qué le doy más impulso al ser sarcástico con este texto? Simplemente es una sana crítica a ese ridículo empeño de buscar siempre un equivalente en castellano a cada tecnicismo extranjero, cuando a veces ni siquiera existe, pero nuestro ingenio lo adapta solamente agregándole una fonética en castellano. Espero que con estas y otras palabras adaptadas a nuestro idioma, las nuevas generaciones incrementen su vocabulario y erradiquen la absurda expresión de wey, que es utilizada como si fuera una coma en su habla, ¡verda wee!

jueves, 23 de octubre de 2014

Se arreglan metidas de pata

En el ambiente de la política desde el año 1984, cierto autor gringo al escribir un editorial en el periódico New York Times, fue el primero en utilizar el término “Spin Doctors”, para hacer alusión a esa estrategia de influenciar a los votantes a través de la imagen del candidato, es decir, la apariencia física de éste, así como también el ritmo, cadencia y acento de su voz. Recuerdan las botas y cinturones del expresidente Vicente Fox, su forma de hablar -chiquillos y chiquillas-, que indudablemente repercutió en el subconsciente del electorado hasta el grado de obtener sus votos.

Ya ocupando la silla presidencial, al preciso se le fueron las ancas cuando se le ocurrió en plena rueda de prensa llamar a las abnegadas amas de casa, “lavadoras de dos patas” y que posteriormente intentó disculparse diciendo: “Si alguna mujer se sintió agraviada, cuenta con mis disculpas más sentidas. Pero mi intención fue clara y lo que estoy impulsando es una gran equidad de género en el país." Con semejante justificación, imagino que se ganó el aprecio del público femenino. La verdad es que no se echó a la bolsa a todas las damas, pero sus frases se acuñaron al léxico nacional, como su trillada utilización del verbo “apanicar”, que en realidad no significa nada en nuestro castellano, pero que se deriva del inglés “to panic”, que significa tener miedo o pánico.

Los gabachos -no me refiero a los franceses que pululan por el río Gabas-, sino a los vecinos del país del norti, son quienes también adjudican al término “spin”, cierta virtud para disfrazar los errores cometidos por candidatos y políticos en acciones positivas que incluso llegan a manipular y engañar haciéndose pasar por ambigüedades, verdades no comprobadas o afirmaciones negativas que se vuelven positivas, e incluso hasta en eufemismos. Como la torpeza de ese candidato al atribuirle la autoría de una obra de Carlos Fuentes a Enrique Krauze, generando polémica que se transformó en guasa gracias al ingenio mexicano y que debido a la difusión de los medios llegó convertirse en simpatía, o sea, bien manipulado el “spin”.

Esa táctica de darle un giro a las metidas de pata en México para volverlas aciertos es funcional, pues en un país donde la doble moral impera así de simple: escuchas un chiste que alude a los genitales en su término más peyorativo, la gente se retuerce de la risa, pero pasado el momento, son capaces de clasificarlo de vulgar y soez, más no descartan la posibilidad de decírselo a otros. Bajo tal subjetividad, a veces resulta imposible distinguir en dónde termina la extravagancia y empieza la ridiculez o cuál es el límite entre una equivocación y un acierto, pues las burlas acerca de las torpezas o acciones engorrosas desde la óptica política se transforman en estrategias de publicidad gratuita, es decir, no hay excremento que no se limpie.

Entonces apreciado lector, si en las próximas elecciones uno de los candidatos a ocupar un puesto público, le piden que opine sobra la obra de Benedetti, y éste hace referencia a la exquisitez de su sabor o que le fascinan la Maxxima y la Hawaiana, ni se mofe, pues existe la posibilidad de que con ello se vuelva el favorito y gane el puesto que pretende.

miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Qué onda?

Cuando cursaba los estudios de licenciatura conocí a una profesora española que venía de intercambio, en un momento de relax de su clase, nos preguntó sobre un personaje nacional que es muy mencionado por sus tierras, tal individuo es Jalisco, obviamente que le aclaramos que se trata de uno de los estados que integran nuestro país y no de una persona, a lo que la mujer argumento que esa confusión era ocasionada por una canción donde se asegura que se trata de una linda persona a la que le dicen que no se raje y que tiene una novia llamada Guadalajara, como la ciudad, uno de los compañeros le aclaró que es por culpa de Manuel Esperón, quien escribió la letra cuyo estribillo hace alusión al estado como si se tratase de un ser humano.

Aclarado lo anterior y ya en plan de feedback cultural, nos cuestionó sobre el significado de la palabra “onda”, híjole aquí sí que necesito disculparme con las generaciones actuales, pues probablemente ya ni la utilicen en su lenguaje, tal frase se integró a nuestro hablar por la década de los sesentas, misma que como el término chingar, también generó toda una familia semántica.

Lo que empezó como un saludo genérico que cambiaba al ¡qué tal!, ¡qué hay! Incluso al quihubo por el entonces modernizante, ¡qué onda! Y que con el paso del tiempo fue adquiriendo ciertas derivaciones, pues el ingenio de factura nacional lo mutó en qué hongo, qué Honduras, hasta se afresó con ondiux, que por cierto es muy naca también; tal frase hizo entrar a nuestro país en onda, lo que significaba un ambiente donde la adolescencia del México de los sesentas tenía la ilusión de poder cambiar al mundo.

Con la llegada de la Nueva Onda –expresión que incluso me hace sentir más anticuado de lo que estoy al escribirla, nuestro lenguaje acuñó otra palabra más, que nos sería útil para expresarnos, por ejemplo a las personas accesibles y de carácter amable les decían el o la buena onda, también existía el antagónico para hacer referencia a quienes eran unos gorgojos y ojetes, a esos les llamaban los mala onda; si te distraías era común justificarte con ¡se me fue la onda! Cuando captabas el sentido de algo, lo comprendías o entrabas en ambiente, definitivamente estabas agarrando la onda, incluso también la utilizaban todos aquellos que se introducían en su cuerpo cualquier tipo de droga, cabe aclarar que las varitas de incienso no cuentan para entrar en ese estado, eso es otra onda, o sea, que implica un mejor nivel de percepción.

Cuando alguien nos fastidiaba le poníamos un estate sosiego al advertirle, que en buena onda no estuviera molestando, claro que con esto algunos se sacaban de onda, es decir, se paniqueban e incluso se decepcionaban por esta llamada de atención; razón por la cual llegábamos a preguntar, ¿cuál es la onda? Si lo hacíamos con voz tranquila era para saber algo, pero si lo pronunciábamos de forma agresiva equivalía a un interrogatorio tipo judicial pero sin tehuacanazo. En el plano sexoso, cuando alguien le demostraba a otro cierto interés carnal, se decía que le estaba tirando la onda y cuando una pareja estaba en pleno ejercicio de los arrumacos intercambiando fluidos por la trompita, era común indicar que ellos tenían onda.

Al integrarse esta palabra a nuestro caló, la literatura en sus intentos inútiles por llegar a la juventud y también a los no tan jóvenes, crea una corriente narrativa y poética, donde el veracruzano Parménides García Saldaña o el acapulqueño José Agustín intentarían romper con los tabúes que la sociedad de esa época imponía al rock, sexo y drogas, además de supuestamente corromper a la literatura tradicional con una escritura que expresaba un lenguaje coloquial y abierto, a raíz de esto, a quienes les agradaba esta literatura los bautizaban como onderos.

Por lo tanto, si en su diccionario parlanchín aún persiste este término, no se preocupe al pensar que no ha evolucionado, lo que sucede es que continúa atrapado en esa época de las flores y símbolos de amor, destilando paz, pero sobretodo mucho amor, eso es la onda de hoy.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Celulitis

Hace unas cuantas décadas, la cantante británica Sheena Easton sonaba en la radio interpretando cierta canción cuya letra en castellano iba así: “Esclava del teléfono, así vivo yo, dejándote mensajes de amor, como siempre sin contestación…”, rolita que simultáneamente choteó la, en ese entonces, recién formada agrupación de Timbiriche. Hoy, esa tonadilla nos parece un gusto culposo de la nostalgia ochentera, pero es una pena que continuamos siendo esclavos del teléfono. Es más, nos aferramos a éste como especie de fetiche.

Si definiéramos el amuleto de este siglo, el celular bien podría ser ese objeto al que le hemos atribuido ciertos poderes mágicos al brindarnos protección contra las fuerzas naturales de la soledad. Te aísla de todo, pues la concentración se fija en observar lo que sucede en su pantallita, a tal grado de poseer habilidades de hipnosis casi casi idiotizantes, pues tal parece que es tanta su atracción que la fascinación producida llega a seducir tanto, que incluso hay personas que pierden la noción del tiempo al estar adentro de la nueva cajita idiota.

Madres, padres y profesores ahora se enfrentan con un nuevo enemigo: un rival que birla la atención de hijos, alumnos y personas en general, de por si existe en las actuales generaciones un déficit de atención. Ahora, con la telefonía celular la comunicación física entre personas está pasando a ser un mito, ya que resulta más atractivo enfocar el circuito del habla a los mensajes escritos con horrores de ortografía, las caricias a través de los llamados emoticones y los regalos virtuales de cumpleaños a larga distancia.

Lo peor es que nosotros somos los culpables de que proliferen en las nuevas generaciones, este problema, pues el ingenio mercadotécnico nos ha vendido la idea de que si no contamos con un teléfono móvil, correremos el riesgo de estar incomunicados.

Más la triste realidad es que con estos artefactos, los que nos autoexiliamos del mundo real somos los usuarios, dando mayor crédito a lo que acontece por esta vía que a la realidad misma.

Hay quienes, en su afán por justificar tal conducta, aluden a su favor que el hecho de utilizar tanto el móvil en sus actividades, les ha permitido desarrollar la habilidad de prestar atención a dos cosas complejas a la vez, como lo es conducir un coche y recibir llamadas, estar en un restaurante cenando con su pareja y responder mensajes del WhatsApp. ¡Ajá! Honestamente, lo que se hace es cambiar de forma abrupta y vertiginosa el foco de atención, lo que en algún momento puede ocasionar cierto descuido con resultados fatales.

Sin tener la llamada “piel naranja”, hoy muchos padecen de celulitis, pero de tanto utilizar su teléfono -bueno si así se le debe de llamar a un dispositivo que puede sacar fotos, video en alta definición, grabar y reproducir música en formato MP3, sintonizar estaciones de radio, calculadora científica, agenda electrónica, así como quitar tiempo y evadir la realidad del entorno. ¡Ah!, también es un causante de divorcio-. Pese a que estamos conscientes de que su uso puede llegar a perjudicarnos, continuamos siendo esclavos del teléfono a la espera de ese mensajito.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Los días más felices de nuestras vidas

No sé si a ustedes les sucedió, pero a mí, cuando era niño, no me gustaba ir a la escuela. La Primaria fue un lugar que inspiró soledad y tristeza, pues estar ahí significaba pasar un tiempo alejado de mis seres queridos, convivir con otros infantes que no eran mis amigos del barrio -es más, algunos hasta agresivos se comportaban-, seguir las ridículas ordenes de un adulto que, para no desempeñar bien su función docente, nos ponía a realizar numeraciones, extensas planas de texto copiadas de los pesados libros y memorizar resúmenes para repetírselo cuando éste nos lo solicitara. Además, coincidía con la comparación de Paulo Freire, donde afirmaba que las escuelas, hospitales y cárceles se asemejan en su estructura física, sólo que en las primeras sus celdas no tienen rejas y debes permanecer ahí por presión familiar.

Durante el recreo, la alimentación era repetitiva. Después de pasar ahí cuatro semanas, te dabas cuenta de que el menú consistía en consumir lo mismo. Además, le dabas a la señora del estanquillo la moneda de cinco pesos a cambio de dos tostadas de cuerito y tenías que elegir entre un vaso con agua de jamaica o dos chicles, o sea, que tu capacidad de elección desde ahí te la empezaban a marginar. Tiempo después, gracias a Chabelo y su Catafixia, comprendería que la vida en sí, es cambiar lo que conseguimos por algo indefinido, ignorando su valor y sin la jodida oportunidad de recuperarlo una vez hecho el trueque.

Imagino que ese negocio de las cooperativas escolares si era redituable, pues en el poco tiempo que fui estudiante me tocó ver la disputa entre dos profesoras por administrarla, a tal grado de llegar a las ofensas entre ellas. ¡Mira, qué mal ejemplo para la chamacada! Siendo sincero, extrañé el no haber traído mi celular para documentar tal discusión y subirla a YouTube para dejar constancia de los hechos, pero para eso tendría que esperar veinte años.

Como siempre he sido de buen comer, prefería guardar mi capital escolar para la salida, pues ahí me esperaba el señor del carretón de madera con su deliciosa fruta. Era imposible resistirse al pico de gallo qué él preparaba a base de jícama, pepino y mango con mucha sal, chile y bastante jugo de limón. En la actualidad, cuando desayuno mis deliciosos medicamentos para tratar la enfermedad por reflujo gastroesofágico y la úlcera péptica, hago un recuento de todo lo grasoso, picante y ácido que he comido, pero la verdad lo disfruté.

Con el calorcito del mediodía se antojaba visitar a la Doña de los raspados, quien rascaba ese hielo transparente y de dudosa procedencia al que le echaba conserva de guayaba, nance, piña, limón y tamarindo. Aquí siempre se colaba la inquieta abeja que terminaba aderezando el néctar estampándose sobre él. No podían faltar esos juegos donde la probabilidad de ganar o perder no dependen de nuestras destrezas, sino del azar, dando con ello nuestros pininos en las apuestas y clientes en potencia de los casinos que treinta años a futuro se construirían en nuestra ciudad y que tenían como precursor a Don Ramiro, el anciano que nos vendía rifas tipo “rascadito”, donde por un tostón uno podía ganarse un chicle de cajita o la máscara de Huracán Ramírez.

Afortunadamente, sólo estuve en la Escuela Primaria seis semanas, pues fui más productivo laborando que estudiando. Entonces no regresé a ella hasta que estuve lo bastante peludote y descubrí que la educación formal es una llave que puede abrir más puertas. En varias ocasiones regresaba a la salida para disfrutar de las vendimias. Hoy lo he hecho nuevamente por el mejor de los caminos: el recuerdo y la nostalgia de uno de los días más felices de la vida.

miércoles, 24 de septiembre de 2014

¿Semos Mexinacos?

Ya pasaron las Fiestas Patrias. Ese marketing con que diversas compañías lucran, ya sea mediante la venta de adornitos tricolores, banderas sin patente y héroes patrios de cartón pegados en lujosos y modernos centros comerciales -es como si festejáramos la Independencia con acento inglés-, en los puestos ambulantes que ofrecen las ruidosas trompetas, serpentinas y cohetes; así como las noches mexicanas donde un titipuchal de personas, bajo el pretexto de ser nacionalistas, se ponen unas borracheras de perder la razón. ¡Ah! pero eso sí, ataviados con sus güipiles, guayaberas y hasta algunos con ropa vaquera. ¡Hágame usted favor!

¿Eso nos hace mexicanos? O sea, por unas cuantas horas y listo, ya somos más aborígenes de estas tierras que el nopal y el águila del emblema nacional. Creo que no, pues la idiosincrasia y las nuevas costumbres han forjado la nueva patria, donde las personas experimentan ese espíritu nacionalista sí la selección de soccer gana un juego o la representación deportiva en algún evento internacional se adjudica un triunfo. Ahora, gracias a una industria cervecera se canta con mayor arraigo el “Cielito lindo” que el Himno Nacional, y claro nos venden toda esa fuerza inspiradora, motivacional y de superación personal con el choteado: ¡Sí se puede!

Somos mexicanos al hacer una fiesta para cien personas y nos llegan doscientas, cuando la comida no tiene sabor si no le ponemos chile o que el mejor remedio para los males del cuerpo es el limón. También porque no nos puede faltar un humeante plato de pozole en nuestra dieta, ni los vaporizados tacos de todo tipo y la bebida que encierra la esencia de nuestro país: el caballito de tequila, ese diminuto recipiente de cristal donde cometemos un homicidio al ahogar las penas hasta asesinarlas en el néctar del agave o lo alzamos en señal de alegría al festejar lo que seya.

Pelo en pecho, barriga chelera abultada, al igual que un tupido y largo mostacho que rebasa la comisura de los labios y apenitas deje ver la división entre la nariz y la buchaca, voz ronca de tono jalado, cinturón escondido entre las arrugas de la camisa y los pliegues del pantalón con más artefactos colgando a su alrededor que el del inspector Gadget; de piel cafecita, estatura baja. Ah, no pueden faltar sus gafas oscuras que incluso hasta de noche las trae. Ese es el estereotipo del mexicano actual que desplazó a la imagen del indígena amodorrado junto al nopal.

Individuos que se identifican con su patria al ser encandilados por el verde, blanco y rojo de la iluminación que se desparrama por todo el centro histórico, luces que iluminan la mente e inspiran para agarrar una copa y brindar a la salud de los héroes que nos dieron libertad, todo en algún antro que ofrezca barra libre, antojitos mexicanos y enormes pantallas para ver “El Grito”, con la esperanza de que al terminar, un DJ los pondrá a sacudir la tierra de los zapatos con su set sorpresa de música bien nuestra, dejando escapar al son de cada canción los huacos que nos enraízan a este país.

miércoles, 10 de septiembre de 2014

Autorretrato

Como el slogan de ese dañino chocolate, a mi ciudad no la cambio por nada. La verdad no le envidio a otro estado su espacio urbanizado, pues en el nuestro no hay nada mejor que disfrutar en estos temporales: los chubascos que se presentan de tres minutos, destrozando todo a su paso cual marabunta; las lloviznas con sol, rompiendo con el mito de que si esta nublado seguro llueve. Es más, algunas veces se nubla y ninguna gota cae. El intenso calor que nos llena de lamparones de sudor la ropa, los baches que por arte de magia nos hereda el clima, la Cruz Roja ruleteando por sus calles, repartidores de pizza y tortas que son más rápidos en llegar a su destino que la Policía, entre otras maravillas que sin discusión son todo un privilegio para quienes habitamos esta urbe.

Creo que es esa la razón por la cual a muchos les gusta sacarse un selfie con el paisaje de fondo. Ahora que saco a colación tal acción, resulta divertido el observar cómo las personas se transforman en fotógrafos de todo, cuyo propósito es documentar su vida para otros en cualquier red social, esperando recibir la gratificante recompensa de unos cuantos “me gusta”. ¡Ridículo que ahora la autoestima se eleve con tan solo un clic! Lamentablemente para algunos es así. Es más, conozco gente que por tomar una buena fotografía para postearla en su muro, han descuidado detalles tan importantes como el disfrute de su familia, pareja o hasta la sana convivencia entre amigos, de igual manera no les importa el dolor ajeno con tal de obtener una gráfica, como lo ocurrido en Estambul con el oficial de Policía que en pleno rescate de una persona que intentaba suicidarse arrojándose de un puente, no duda ni por un instante y considera el momento ideal para un selfie.

Otros hasta en esos intentos de sacarse un autorretrato han perdido la vida, como la pareja polaca que cayó por el acantilado de Cabo de Roca, en Portugal, mientras sus hijos de 5 y 6 años presenciaban este fatal accidente o la estadounidense que instantes después de subir su foto colisiona contra un camión, perdiendo la vida. Antes, un autorretrato era cierto ensayo que el artista realizaba en una especie de intento por analizar con profundidad su propia persona, donde se escrutaba su rostro, con el objeto de conocer los detalles de sí mismo. Hoy es por simple gusto de inflar el ego, pues el fin de esas fotos no es ni por fomentar el arte, mucho menos artístico, es por cosechar el mayor número de likes.

¡Qué ridículo que toda esa ansiedad por tener la mejor foto, nos borre la sensibilidad humana! Peor aún, cambiar el contacto físico de una caricia, beso o abrazo por un emoticón o guiño electrónico. Nos estamos olvidando que las caricias amistosas o de amor tienen voz propia, que transmiten nuestros sentimientos incluso mejor que una felicitación por escrito en cualquier red social.

Ya para finalizar, les recomiendo hacer un ejercicio que resulta simpático de la actividad de sacarse fotos, la cual consiste en observar a los que se autorretratan, pues equivale a estar en el zoológico frente a la jaula de los monos, debido a las chuscas poses, gestos, caras y los escenarios que eligen, dando así un paso hacia atrás darwiniano.

miércoles, 3 de septiembre de 2014

Circo, maroma y teatro

No me gusta acrecentar los temas polémicos, pero es imposible eludirlo pues desde que era niño me apasionaban los circos. Imaginaba a todos los que lo integran viajar sobre vagones o en convoy llevando su espectáculo a las ciudades. En tal representación veía a las jirafas sacando sus largos cuellos por encima del transporte, los tigres enjaulados dormidos panza arriba, el sabio paquidermo masticar la paja mientras disfruta del paisaje, el chapoteadero tipo jacuzzi de los hipopótamos, abierto y recibiendo el aire de los lugares por donde pasaban.

En la actualidad, la Ley de Protección Animal prohíbe a los circos utilizar animales en sus espectáculos, únicamente los pueden exhibir, siempre y cuando demuestren que legalmente son sus dueños. Pero si los circos bien pudieran ser algo así como un museo ambulante, donde uno imagina la forma en que nuestros antepasados se divertían en ese espectáculo repetitivo, con los chistes gastados de los payasos, los trucos que todos sabemos de los magos, las mareadoras vueltas en columpio de los acróbatas, los aburridos malabaristas y los animales de siempre haciendo lo mismo.

Resulta curioso cómo otros espectáculos que en su momento fueron clasificados de originales, al convertirse en costumbre pierden ese encanto y pasan al olvido. Pero los actos circenses de tanto repetirse se han convertido en una tradición, y como es sabido, a los mexicanos nos encantan las tradiciones, pues dan origen a retazos anacrónicos que como diapositiva de un tren de imágenes, la mente los proyecta en los recuerdos, perpetuando momentos y personajes que en ellos intervienen.

Más tal parece que la humanidad se empeña en erradicar los espacios circulares: el circo romano desapareció con el Imperio, la tauromaquia agoniza y ahora cercenamos al circo. Pero no se preocupe si las carpas desaparecen, contamos con un espectáculo circense de la más alta calidad: el de la vida, donde es posible contemplar a todos esos animales que pierden su racionalidad al volante, al igual cuando arrojan basura en la calle, se estacionan en doble fila o sitios para discapacitados, o sea, esos sujetos que al ver lodo no dudan ni por un segundo en atascarse.

Contamos con todas esas personas que hacen lo que los demás, que como especie de cencerro siguen la conducta de sus semejantes cuales blancos corderitos. Ahí están esos que con tal de evadir sus responsabilidades, se hacen patos sin necesidad de ir al lago. No pueden faltar a quienes les damos el calificativo de venado sólo por el simple hecho de verlos en la esquina. Existen también aquellos que en cada acción ridícula se convierten en úrsidos y dan todo un show gratuito.

Este circo citadino no es nómada, pero sí cuenta con su respectivo serpentario, donde se enroscan quienes no pueden estar tranquilos sino muerden, critican o dañan con sus comentarios, mientras el hipnotizador de serpientes está de vacaciones. Además, cuenta con todos esos antecesores evolutivos nuestros que se la pasan haciendo monadas al interactuar con uno. No son changos, pero si está de la changada lo que hacen. No pueden faltar los roedores de dos patas que se llevan lo poco que tenemos a su madriguera política.

¡Venga amigo visitante, conozca a los dinosaurios! Esos fósiles que a pesar de llevar varios lustros ocupando el mismo sitio en una escuela, centro laboral o changarro, cada vez se perpetúan y como que no quieren extinguirse. Los insectos abundan, son de esos que de tanto maltrato por la sociedad, les han privado de su ego. No se olvide que en asuntos espectaculares, los circos son pura maroma y teatro, mientras que la realidad... también lo es.

miércoles, 20 de agosto de 2014

A clases con clase

Son las seis y veinte minutos de la mañana. Estas arrejuntadito con esa jovencita de cabello rizado, sus labios carnosos se abren pausadamente dejando escapar su lengua… ¡Bip, bip, bip, bip…! Suena la alarma del despertador programado a las 6:10, o sea, no la escuchaste a tiempo. Como impulsado por un resorte enderezas el cuerpo, lo percibes pesado como una roca, te sientas al borde del colchón, la mirada se pierde en el infinito, llegan a la memoria los momentos felices de anoche, el piquete de un zancudo hace que regreses del viaje onírico, las pupilas se te ensanchan, los números rojos del reloj te patean el cerebro recordándote que son las 6:40 y no te has bañado. ¡Bueno, eso no importa, nadie lo notará! Además, con una embarrada de desodorante y un poco de loción para después de afeitar se disimula.

Revisas a tu alrededor, gustoso descubres que tu mamá dejó sobre la silla que hay frente a la computadora un pantalón y la playera del uniforme finamente acomodados para que te los pongas -ocho años más adelante, cuando vivas con tu pareja, extrañarás esos actos de magia de las madres-. Tomas el desodorante y lo untas, inmediatamente te atavías el uniforme, recoges los tenis de tela y los calzas; llevas al bolsillo el dinero que siempre deja tu padre sobre la mesa que se ubica en la sala y corriendo abandonas el hogar. Estando a la intemperie experimentas cierto aire frio, comienzas a acelerar el caminar con el propósito de calentar el cuerpo.

Afuera, el tráfico ya es intenso. En el parabús muchos esperan la llegada del medio de transporte colectivo. Faltan diez para las siete de la mañana. El camión repleto de pasajeros se detiene dejando escapar un rechinido que genera vibraciones en su interior. Las personas que viajan como papalotes colgados del pasamanos de las puertas trasera y delantera se incomodan, pues tienen que dejar su lugar para dar ingreso a siete individuos más; estos no se quieren introducir, pues saben del horno que les espera dentro. Alcanzas a ocupar el espacio que se ubica entre el último escalón del ingreso y el asiento del chofer.

Cada vez que el conductor mueve la palanca de velocidades golpea con el codo tus partes íntimas, eso te apena mucho, ¡pero no hay otro espacio! En el interior, lo caliente del vapor que emanan los cuerpos al sudar aletarga a los ocupantes, esto los hace aparentar como sonámbulos, pues los ojos se les cierran por momentos, así vayan de pie. Sólo se escucha la voz de una chica, la cual, desde que abordó, no ha parado de hablar y su interlocutor sólo se limita a emitir sonidos guturales. Resulta estresante como el camión se detiene a cada rato. Se hace eterno el arribo a la escuela.

Sabes que el primer día de clases es 100% adaptación, después de un mes te acostumbrarás al horario de clases con caries. Sueños guajiros de los profesores al creer que todos aprendieron al parejo y a la hora del examen reprueban más de la mitad. Atrás quedarán las ridículas presentaciones pasando al frente, esa obligada y vergonzosa forma de decirle a un montón de extraños quién eres. Esbozar una sonrisita al ojete catedrático que se cree un erudito y la verdad es todo un gorgojito, al cual bien le gruñirías cada vez que lo ves.

Estas consciente que durante los primeros días vivirás en estado zombi, debido a la necesidad de dormir producto de las madrugadas y las desveladas conectado como cadáver viviente a la internet. Poco a poco irás perdiendo ese rencor hacia los ñoños que escriben todo en sus bien clasificadas libretas, pues tanta perfección te hace sentir un irresponsable. Ya no habrá más chicas fashion emergency, de esas que compraron un titipuchal de ropa nueva con tal de estrenar las primeras dos semanas de clases. Los diez minutos que se llevan de cada clase los profesores platicando proezas que sus familiares ni se las creen, serán el cuento de nunca empezar, así como el receso de ocho minutos mientras realizan el reglamentario pase de lista.

Claro que sería divertido no tener que madrugar cinco mañanas a la semana, resistir el agua fría durante el baño; que cómodo es quedarte en pijama viendo el televisor y desayunar hasta las once pero, ¿tú crees que serías feliz como estadística nacional de NINI? Haz de cuenta que no escribí lo anterior, porque puede que digas que sí.

miércoles, 13 de agosto de 2014

Mexica-nice

Cerca de la casa de ustedes que es la mía -¿o será al revés?- se ubica una plaza comercial. En ella se encuentran cosas tan innecesarias a precios nefastamente económicos. Uno de los sitios más concurridos, además de los baños, es el espacio destinado a los alimentos. Allí es posible toparse con una eclética exposición de comidas, pues la mixtura de olores a gorditas de chicharrón bailando en aceite, chop suey despidiendo extraños vapores, sushi, hamburguesas, tortas, baguettes, pastas y ensaladas italianas, ocasionan que las personas atiborren las mesas. Ahí los oídos de la clientela se contaminan del ensordecedor murmullo, es como si el lugar se transformará en la Torre de Babel, pues no se logra comprender nada de las charlas, a menos de que se encuentren al lado.

Las pantallas de plasma que hay como entretenimiento mientras esperas el pedido, pese a que cuentan con señal satelital, siempre están sintonizadas en los canales de televisión abierta, en esos que mantienen al rebaño perplejo o en los de deportes de la programación privada. Lo bueno es que ninguna tiene sonido y la mayoría de los presentes les ponen poca atención, pues la información de sus celulares es más interesante, incluso más que las personas que los acompañan.

Los comensales entre pláticas sobre el controvertido jet-set del fraccionamiento o el barrio -dependiendo de la clase social-, si la señora de corte a la francesa con su huipil y pose de perfil a lo Facebook luce años menor que la Doña del cine nacional, degustan de las gorditas de diseño y el pollo frito de autor.

El lugar en su decoración conjuga la multiculturalidad, espejo donde se refleja el anhelado neonacionalismo heredado por los decoradores de la década de los noventas, quienes en su intento por fomentar una cultura ultra patriota cayeron en lo kitsch.

A veces pululan esculturas que en lugar de promover el arte, crean un folclorismo estético como si se tratase de una serie de souvenirs del más puro mercantilismo, de ese chafa que venden los merolicos en las ferias: ¡O sea goe´, el arte también vende! Ajá, como si fueran estampitas o calcomanías.

Existen áreas verdes que se asemejan a los jardines de la película “The Shining”, obvio que no tan lúgubre, pues es común observar a los visitantes sacarse autofotos con las plantas y en los torrentes de agua cristalinas que intentan emular a las fuentes.

Sus amplios estacionamientos gozan de modernidad, pues en cada uno hay un sistema digital detector de vehículos que contabilizan el ingreso y egreso de los mismos. Lo curioso es que los que se ubican más cerca de los locales comerciales siempre están repletos, gracias a esa extraña enfermedad que padecemos los seres humanos como es la flojera.

En esa plaza sonorizada con musiquita lounge que está cerca de su “casa”, es común la convivencia entre plebeyos wannabes, fresas y mirreyes, comprando ropa y accesorios outlets, creyendo que con eso se verán igual de cool que los modelos descamisados y de asqueroso abdomen de lavadero, que incitan a las damiselas a tomarse una foto juntito a su imagen, mientras un servidor intenta fallidamente enderezar la panza, camuflar la lonja y sacar el pecho como saludo a nuestro lábaro patrio, en pocas palabras, ocultar las carnitas que sobran aguantando la respiración. En fin náquever con ellos, ¡ah, pero eso sí!, cuando estamos en eso centros comerciales nos creemos que ya somos de primer mundo goeee´.

miércoles, 6 de agosto de 2014

Nombres fenomenales

El nombre, según cierto “tumba burros”, puede definirse como la palabra o el conjunto de palabras con las que se designan o distinguen a los seres vivos y a los objetos físicos. Todos los humanos, con la intención de diferenciarse entre ellos, buscan encontrar nombres originales y particulares, pero es tanta esa singularidad que existen infinidad de sujetos con los mismos nombres, lo que los difiere de los demás son los apellidos. Irónicamente emplean la misma metodología para identificar a sus mascotas de otras, de igual forma clasifican las plantas, árboles y sus frutos, así como también lo hacen con otras cosas.

Contamos con dos vías para que esos nombres se oficialicen o, como se dice en lenguaje políticamente correcto, garantizar a todos los habitantes su derecho a la identidad personal, como lo es el registro civil y, en el caso de la religión cristiana, el bautizo, donde además de otorgarle un nombre a través de una ceremonia, quien es bautizado se integra a la comunidad de esa religión. Respecto a la elección de los nombres, de acuerdo a la tradición familiar existen ciertas metodologías: la primera bien podría ser por herencia, o sea, llamarse como alguno de los abuelitos o los padres.

Otro de los métodos más socorridos para otorgar un nombre es recurrir a la Biblia, sustrayéndolos de los personajes que ahí se mencionan. Un dato que es poco conocido por los cristianos, es que de acuerdo al judaísmo, Dios tiene aproximadamente 600 nombres que representan la concepción de la naturaleza divina judía y el vínculo con el todopoderoso, como una forma de respeto y reverencia a la vez. Quienes redactaban los llamados textos sagrados, utilizaban términos de veneración o respeto para mantener oculto los nombres reales del creador, evitando así su vulgarización. En consecuencia, los occidentales han sido evangelizados con la idea de que esos términos son el nombre real de Dios.

Otra infalible metodología para conseguir llamar a los individuos, son los personajes de las películas, telenovelas, series de televisión y, obviamente, los actores, actrices, músicos, cantantes entre otras celebridades del deporte. De ahí que alguna vez nos hemos encontrado con Elton John López, Lady Di Chávez, George Michael Aviña y Gael Macías, ¡hágame usted favor! Pero, ¿qué experimentamos cuando conocimos a Caralampio, Telesforo o Rumualda? Cierta pena ajena, razón por la cual en algunos estados han establecido, dentro de la Ley del Registro Civil, la prohibición de registrar ciudadanos con nombres que sean considerados peyorativos, discriminatorios y denigrantes.

Con lo anterior se pretende evitar a futuro, por una parte que el inocente registrado sea objeto de burla o desprecio y por otra que cuando llegue a la edad escolar, no le hagan “bullying” por tan decoroso nombrecito. Esto me recuerda el triste caso de un colega, quien hasta hace unos meses se llamaba Eustolio. Todo mundo en la escuela, “cariñosamente”, le decían Tolio. Después nos enteramos que le molestaba que los alumnos le dijeran “Tolito”, pues googleando se percató que en Venezuela así le llaman al órgano reproductor del hombre.

Harto de esto, decidió cambiar su nombre de forma oficial. Después de una serie de engorrosos trámites legales obtuvo el anhelado cambio: ahora se llama Eustaquio. Los que lo estiman le dicen “Taquio”, mientras que para los estudiantes es “Taquito” y sus derivados de preparación, que bien puede ser Tuxpeño, de frijoles o de maciza. Esto da la impresión como si un nombre es quien define la personalidad de alguien.

Diario de un peatón

Durante las semanas en que la chiquillada se encuentra de vagaciones, el tráfico vehicular como que se aplatana o como diría mi “agüelita”: “Le entra la wueva”, pese a que los camiones urbanos ya no van como barra de pan integral de repletos. Tampoco existe pretexto para una encarnizada lucha por el poder de abordar un taxi, en las horas en que las personas que sí trabajan ingresan y salen de sus respectivos centros de chamba y vuelve el tránsito kamikaze a inundar las calles y avenidas de nuestra ciudad.

Es cuando los individuos que andamos a pie, tenemos que cuidarnos de los coches que dan vuelta a toda prisa y encomendarnos a todititos los santos para que nos alcancen a ver, cuando somos esos individuos que caminan y que según el diccionario nos clasificamos como peatón -ojo amigo conductor, ponga atención a esto: escribí PEATÓN, es decir, no somos una boya o vialeta más del asfalto, a pesar de que algunos lo parezcamos, ¿ok?-

La vida continúa para los que no cuentan con el privilegio de unas vacaciones. Por eso, en los cruceros seguimos observando, como en palco de circo, a los músicos afinados interpretar canciones guapachosas, intentando así quitar la cara de amargura de algunos choferes, mientras los acompañantes de estos intérpretes pasan por las ventanillas de los autos su chamagosa cachucha esperando les depositen monedas. Los que ya están en peligro de extinción son los tragafuegos, imagino que por tanta gastritis a causa del estrés. Se chotearon debido a las agruras que muchos padecemos, por lo tanto ya no es novedoso eso de arrojar fuego por la boca.

Los que si abundan son los payasos haciendo sus pésimos actos circenses, los malabaristas que cada día son mejores, pues le entran a todo tipo de equilibrismo, desde pelotas, esferas de cristal, aros y antorchas; incluso hasta forman escaleras humanas. Quienes pululan de sobra son los limpiaparabrisas, que sin preguntar a los conductores les avientan el chorro de agua enjabonada al cristal del automóvil. Si eres de esos que les gusta ahorrar hasta el agua, le vas agradecer la despolvoreada, pero si no, hasta se la vas a refrescar.

Es común en algunos cruceros que como tianguis se oferten diversos productos: refrescos, periódicos, tarjetas para celular, dulces y botanas, es más, hasta tostadas con cuerito y cebiche. No pueden faltar quienes promocionan sus restaurantes de comida rápida, la exagerada publicidad con las tilicas edecanes, regalándonos con su obligada sonrisa papeletas que terminan enmugrándote el coche.

Nosotros los de a pie, no cantamos mal las rancheras, pues ahí están esos viciosos al celular que van caminando por las calles clavando su mirada en los teléfonos, sin fijarse si ya cambio el semáforo o viene coche doblando la esquina, ¡por eso pasan los accidentes! Los intrépidos no pueden faltar, sujetos que en el último parpadeo de la luz roja se cruzan, haciendo una faena al torear cada vehículo digna de oreja y rabo.

Los agentes viales sólo se les pueden ver en algunas esquinas durante las horas pico, silbatazos, movimientos de manos como el controlador de aviones de la película Top Gun, dar el paso ignorando los semáforos y no pueden faltar las recargadas en los postes para textear –aquí uno no sabe, si le están enviando un mensajito a su media toronja o están solicitando a la comandancia que ya vayan por él. Mientras los automovilistas se quedan a media raya peatonal, apachurrando sus cláxones en cuanto se pone el verde, corretearse los mocos por las fosas nasales en los altos o cuando van en plena marcha tocarse sus partes íntimas.

Así pasa a diario por las transitadas avenidas y calles de la ciudad donde aparentemente hay más coches que personas, sino me cree, lo invito a que se salga un rato a caminar y vivirá la experiencia de ser un peatón, ¡ya le hace falta que le amputen el carro!

lunes, 28 de julio de 2014

Musicómano

Soy un melómano sin remedio, un vicioso -dice mi pareja que debería de acudir a Melómanos Anónimos. ¡Ajá! ya me imagino ponerme de pie de la silla de tijera en madera y decir: “Me llamo Marcial, soy un coleccionista de música impulsivo, compulsivo e incurable”, mientras todos los ahí presentes responden “¡Hola, Marcial!”. Tuve un déjà vu de la película Fight Club.

La música es para un servidor algo así como una válvula de escape: me relaja, hace que la imaginación recorra espacios inverosímiles, nazcan historias, pero cuando la escucho es tanta la concentración que le dedico que se me dificulta poner atención en otra cosa que no sea el ritmo y la cadencia de los sonidos, pues comienzo a tener viajes oníricos sin recurrir al uso de algún alucinógeno.

En la casa de ustedes existen discos por todos lados, a lo que tal vez expertos llamen Síndrome de Acumulación Compulsiva, pues hay muebles rústicos repletos de ellos en sus cajones, también depositados en cajas de cartón, plástico e incluso de metal. Los géneros musicales son muy variados, la razón es que todo depende del estado de ánimo en que me encuentre o desee estar. A veces cuando el humor se pone nostálgico, escuchó canciones que formaron parte del soundtrack en alguna de las etapas de mi desarrollo; cuando decido ser fatalista, casi, casi masoquista, impregno el ambiente con sonidos de esas rolas que apalcuachan el corazoncito y lo dejan más pachiche que una ciruela pasa.

Nunca me ha gustado la piratería -de acuerdo a cifras del periódico El Economista, el 52% de la población prefiere comprarlos en esta clandestina forma-, ya que todos los cedes que inundan mi hogar son originales, pues no hay mejor disfrute como lo es el desprender el celofán que recubre la cajita, sacar la portada que en algunos hasta es una especie de cuadernillo donde el intérprete o grupo plasma las dedicatorias, incluyen los créditos de autores de las canciones, los productores de cada una de ellas, datos de los músicos y alguna que otra curiosidad, que el horrendo disco falso no contiene. Ridículos se verían los fabricantes de piratería redactando en ellos los nombres de quienes colaboraron en tan delictiva acción, sería como pedirle a alguien que nos dé una golpiza.

Esta adicción por la música me ha permitido descubrir que el mismo elepé de un artista o grupo varía el contenido de las canciones dependiendo del país donde se hizo, que algunas ediciones de artistas mexicanos publicadas en el país de nuestros vecinos del norte han sido censuradas gracias a su estúpida doble moral. Además yo no sé qué tengan de rudos Bon Jovi, Poison y Aerosmith, si la mayoría de sus grandes éxitos son melosas baladas, es igual de ilógico a esos que se empeñan en llamar a Alejandra Guzmán la “Reina del rock”, por sus cortes de pelo locochones, el tatuaje de mariposa y esa voz rasposa, pero que canta “Volverte a amar” y “Hacer el amor con otro”, o sea, así o más cursi.

Gracias a este vicio es como comprendí esa exquisitez con la que ciertos autores se quebraron la cabeza al redactar canciones como la “Mesa que más aplauda” o “La Macarena”. ¡Qué ingenio para hacer que sus rimas armaran, pero que para mis oídos son una tortura absoluta! Ridículamente para muchos, son un clásico de bodas, quince años, bautizos y primeras comuniones, es más, hay quienes aún las aman y se atreven a seguir sus coreografías en los festejos antes mencionados.

La música es -y mientras no quedo sordo por el transcurrir de los años- mi analgésico, el teflón donde resbalan mis problemas o la musa inspiradora sin que tenga que recurrir a quemar Roma. Como interpretara en los setentas Village People: “You can't stop the music, nobody can stop the music. Take the heat from flame, try not feeling pain, though you try in vain it's much easier”.

miércoles, 2 de julio de 2014

Lo que comen los colimenses

Todos los seres humanos poseemos ciertas conductas establecidas, tanto por el uso y abuso de nuestro comportamiento o adquiridas gracias a la repetición de ciertas actividades durante la cotidianeidad de un día. ¡Híjole, que bronca la de los veladores! Pues estos, aparentemente, como están despiertos toda la noche -¡sí, cómo no!-, se supone que durante el día tienen que dormir. ¿A qué horas disfrutarán de sus sagrados alimentos?

Imagino que durante el día despertarán dos veces: una para el almuerzo y otra para comer; o en un sólo momento harán ambas cosas, ahorrándose así un buen de billetes. Entonces, la cena para ellos equivale al desayuno. La verdad, es bien complejo comprender esos hábitos alimenticios.

Los colimenses tenemos muy arraigada ciertas costumbres alimenticias que nos han sido heredadas de una generación a otra. Si aplicaran una encuesta sobre los hábitos alimenticios en nuestro estado, el pan con café y los chilaquiles serían los triunfadores en el desayuno, seguidos por la dieta de la “T”, o sea, tacos de todo tipo, tamales y tortas. Otros refinados platillos que no pueden faltar son la birria y la barbacoa.

Si a esa encuesta le agregaran la pregunta de lo que acostumbran llevar los empleados como almuerzo a su trabajo, lo más probable es que nadie la responda con sinceridad, pues la verdad es que llegas al empleo, desayunas en cierto tiempo antes de iniciar, después de unas cuantas horas de dedicarle a la jornada laboral haces otro break, ahora para almorzar, y rematas con el famoso “desempance” a unas horas de concluir. ¡Hágame el favor! Luego nos alarmamos de qué aumentamos unos kilitos.

Los sábados, en nuestra dieta resulta imperdonable el pozole con su trompita, orejita y bandera; repollo finamente picado, rodajas de rábano y bien coloradote de chile, o las enchiladas dulces cubiertas de queso, rellenas de carne molida, pasas y nuez -que para ellas, no hay como el sazón de mi suegra-. Por la noche la carne asada no puede faltar en los finos gustos. Para quienes no hemos dejado de ser plebeyos, les llegamos a los taquitos de trompo al pastor, maciza, sesos, buche y tripitas.

Las cenadurías con su foco de cien watts y mesa a la puerta, donde uno comparte banca con el vendedor de globos, el artista del Cirque du Soleil callejero que hace sus acrobacias frente a los automovilistas en los semáforos y la fritanguera; todos unidos con tal de saborear un suculento platazo con sus respectivos ocho sopitos. El sope gordo de lomo, de pata de marranito en vinagre, bien acompañado del refresco light para no engordar ni un gramo más o el agua de jamaica que de tan helada raspe el galillo.

Además de todos esos platillos mencionados existe uno al que nunca nos podemos resistir; no es por su sabor, ni mucho menos por su aromático buque, es por la simple y sencilla razón de que nos interesa saber lo que hacen los demás. Ese bocado se llama “prójimo”. ¿Gusta un taco? No se haga de la boca chiquita, es bien sabido que lo disfruta, más aún cuando se encuentra ausente el bocadillo.

miércoles, 25 de junio de 2014

El adicto

Acá entre nos, todos somos consumidores. No hay razón para incomodarnos por esta afirmación, si bien sabemos que no necesitamos que alguien nos ruegue, es por puro gusto que le topamos a todo lo que nos pongan enfrente. Las drogas que nos ofrecen somos incapaces de rechazarlas -incluso a veces sin importar que nuestras parejas nos abandonen- por carecer de esa fuerza de voluntad que no nos permite dejarlas.

No podemos resistirnos a ellas, estamos en cualquier tienda departamental y nos resulta un martirio resistirnos a llevarnos a crédito esa pantalla led de 55 pulgadas, donde la familia y tu disfrutarán de horas ociosas viendo la idiota programación de cualquiera televisora. Es tanta la adicción, que te importa un bledo que ya estés hasta el cuello de endrogado en la otra sucursal por ese teatro en casa Blu-ray con sonido profesional para una experiencia superior; que debas la letra de empeño en el Monte de Piedad y lo fiado en la tienda de la esquina.

Pese a esas adicciones que tanto nos joroban, cuando la desesperación nos puede conducir al suicidio, no importa que cada mañana escuchemos un “knock knock” de los aboneros romper nuestra intimidad de hogar al invadir la puerta de casa, igual que esas desconsideradas chicas que visten de azul y amarillo con su tarjetitas, que no se cansan de visitarnos a pesar de nuestra obligada ausencia. Tal acoso nos genera un demencial delirio de persecución que hace ofrecer a los hijos, una cátedra sobre el arte de mentir, pues con esos ejemplos de “dile que no estoy, que fui a cigarros a Hong Kong”, circunstancialmente los capacitamos para que cuando ellos estén lo bastante peluditos, nos la apliquen de igual forma.

Es fácil volverse un deudo-dependiente. Sólo basta con pedir prestado a cualquiera, conmoviendo las fibras más íntimas del corazón a través de una historia triste. Lo difícil es cubrir esa deuda después. Ridículamente, ya endrogados llegamos a creer que esos billetes ni los ocupa quien nos los prestó, ¿entonces por qué pagárselos? Los avales se nos rajan, aseguran no conocernos, todo por esta terrible adicción. El crédito cada día se vuelve una pelota de tanto rebote. Lo más patético es que como todo vicioso no aceptamos que lo somos, razón por la cual algunos se enfurecen cuando alguien les canta el Cha-cha-chá de “El Bodeguero”, alegando que se les está haciendo “bullying”.

Letras vencidas, pagarés incumplidos, un salario que ya no rinde, la policía lo tiene a uno fichado, los abogados vienen con sus demandas y, a pesar de todo esto, continuamos endrogándonos. Es que los abonos son algo que nos permite disfrutar de tantas cosas que en realidad ni necesitamos, ¡así somos los adictos!

miércoles, 18 de junio de 2014

La educación gratuita

Durante este periodo de fin de cursos, madres y padres se preocupan por dos cosas importantes, pues como ustedes saben es momento de que algunos de sus vástagos egresen de cierto nivel educativo, lo cual implica erogar una buena cantidad económica en la ropa que lucirá durante la ceremonia de egreso, además de cumplir con la promesa de que si obtuvo un decoroso promedio lo llevarían a ver el Mundial de soccer; no a Brasil, sino a cierta sala de cine con un megacombo o, ya de perdida, comprarle ese álbum del Mundial que incluye un súperposter de nuestra heroica selección -fomentando así el sentido patriótico- y la caja con cien paquetes de estampitas, con tal de que no se estrese al llenarlo comprando sobres individuales.

El segundo gasto a realizar es con la ansiada inserción al nivel educativo siguiente, donde los inocentes progenitores se topan con el capricho de sus hijos por querer ingresar a la escuela donde la mayoría de los amigos se inscribirán, animados por la fama de que en ese centro educativo los docentes son unos barquitos, casi, casi Titanics, que no dejan tareas a diario, ni trabajos muy difíciles, así como que también existen, cada fin de semana, pachangas y relajo, es decir, hay más socialité que educación. Por su parte, los abnegados padres de familia intentarán, inútilmente, convencerlos de entrar a instituciones educativas exigentes y comprometidas con la formación académica. Algunos lograrán su cometido, otros sucumbirán ante los caprichos de los chamaquitos.

Como todo inicio de cursos, hay que invertir en útiles escolares nuevos, pagos de inscripción, uniformes, entre otras cosas. La formación escolarizada tiene un precio, más existe una educación que es completamente gratuita, esa que desde que la pareja concibió a una criatura le tuvo que brindar, imponiéndole normas y limites, o sea, disciplinarlo para que pudiera insertarse en la población sin ninguna imposibilidad de aceptación social, haciendo de ella una persona orientada, pues todos los seres humanos requieren de pautas para actuar, sino las tienen se vuelven unos ciegos que caminan a tientas.

Existen hogares donde los padres, creyéndose muy modernos, aseguran ser “amigos” de sus hijos, olvidándose por completo de ser primero papá o mamá, razón por la cual les permiten hacer cosas que a ellos, sus papás, les prohibieron, tolerándoles algunas faltas de respeto hacia su persona y concediéndoles cualquier cosa con tal de ganarse su “amistad”, sin percatarse que con esto no les están inculcando el respeto y las limitaciones. ¿Será por eso que todos conocemos nuestros derechos pero no sabemos cuáles son nuestras obligaciones?

Esa educación gratuita que desde el seno familiar se debe inculcar, consiste en brindar seguridad, afecto, transmitir una serie de valores, hacer ciudadanos comprometidos con su entorno social y la naturaleza, fomentar el respeto a las normas y convencionalismos sociales, porque educar es concientizar al individuo de que no todo en la vida es posible, que existen cosas que no deben de realizarse y que ser democrático es respetar “el no”, cuando se pone en riesgo la integridad del prójimo, pues como es sabido, al formar sujetos bajo una educación permisiva, estamos haciendo ciudadanos egoístas y frustrados; si no deseamos que nuestros hijos lleguen a situaciones extremas, hay que saber decirles a tiempo que no a lo que ya de sobra sabemos que les llegará a afectar, en lugar de permitirles cualquier cosa con tal de quedar bien con ellos.

Sí, es usted padre o madre, quien tiene todo el derecho de exigir una educación de calidad, pero no se olvide que ésta inicia en el hogar, por lo tanto un puñado de profesores jamás enseñará eso que desde la familia se debió de aprender a través del buen ejemplo.