jueves, 23 de noviembre de 2017

LOcO FiN

Wow¡ Así como si fuera eslogan publicitario de tienda departamental, este último puente del 2017 se la rifó, primero sacó a relucir nuestro perfil consumista con eso del “Buen Fin:)” –por cierto, ¿qué onda con la sonrisita? –, comprando tantas cosas que ni necesitábamos, además ni era cierto eso de los televisores de 10.999 pesos, pos ni los encontré. En el cine, el viernes veíamos a más personas en mallas que ni los lunes de zumba por el jardín de mi barrio, es más, aquello en pantalla parecía pijamada por la película de Justice League.

El 20 triplicamos el festejo patrio, pues además de conmemorar el 107 de la Revolución, de paso repetimos el cumpleaños del Benemérito de las Américas, Don Benito Juárez García, y para que no se nos olvide, ahí va de nuez la celebración de la Independencia, ¡híjole! Cuánta información por procesar en las materias primas de las masas encefálicas de nuestra chaviza, con tal de que quedara bien fomentada nuestra idiosincrasia patriótica, luego de esto, creo que no aplica esa cuestión de: ¿pa´qué estudiamos historia?

Como dicen nuestros Bitles del nopal, Café Tacuba en su canción El Ciclón: “quiero hacerla un cuadrado, deformarla en un triángulo, pero la vida siempre vuelve a su forma circular”, todo regresó a la normalidad el martes 21, que parecía lunes, pero en realidad era martes, lo supe cuando al pasar por el Rancho de Villa contemplé a las vendimias atascadas de clientes y en el parabús el gentío esperando sin esperanza la ruta del tentempié que los llevará a su chante.

jueves, 16 de noviembre de 2017

Expresión al bidé

Este lunes, para los usuarios de los servicios de transporte urbano de la zona conurbada, se dio un preludio al 1 de enero del 2018 con el incremento de dos pesos a la tarifa general, quienes no nos enteramos el meritito día del anuncio oficial, pudimos constatarlo gracias al enooooorme ocho que aparecía al frente de los camiones, los distraídos como este inseguro servidor de ustedes llegó a creer que todas las rutas se habían transformado en la número 8, ¡chin! ¿Dónde habían quedado las 10, 20 y 3? Parecía como si nos las hubieran robado, después, la 14 hizo que entrará en razón cuando abajo del ocho se incluía la frase “Sin llorar” a son de burla #@!%’¡#&.

Un simple número expresaba la buena nueva para los choferes y la desesperación de las carteras de quienes utilizan este servicio. Así como lo hicieron los transportistas, existen formas de expresión por todas partes, las paredes grafiteadas con groserías u obras de arte, esos panorámicos anuncios de las calles –que a veces de tantos que hay, se contamina de forma visual mi amada Ciudad de las Palmeras–, en las visitas a los baños públicos uno se topa con lecturas exquisitas que van de lo divertido y sarcástico, a lo directo y triste.

También existimos sujetos que al expresarnos tal vez nos convertimos en enemigos de la RAE, por las frases sin sentido que decimos –y que también escribimos–, cualquier semejanza con el loro de mi casa es pura coincidencia. Reconozco que cuando tratamos de llegar a los demás, una evidencia clara es nuestra imperiosa necedad de entablar comunicación con otros, precisamente en ese hablar tan crucigramado intentamos que los demás nos codifiquen lo que decimos, aprovecho para agradecer a quienes ponen sus ojos en esto que tan devotamente escribo todos los jueves.

De todas las desdichas humanas que permanecen ocultas con total justificación en el ámbito de lo privado, los lenguajes cursis de pareja son los que más pena ajena causa a quien los escuchamos, neta, eso de que vas en el camión, mientras la pareja de enfrente va diciéndose frases de pastel o cuando tu compañera de la chamba responde la llamada de su pioresnada con apodos tan domésticos como “¡sí mi amor, lo que tú digas cariño!” ¡Puaf! ¡puaj!

A consecuencia de lo anterior, en un (fallido) intento de ser lo más mesurado al hablar, con la precaución de evitar decir esas palabras hermosas que se verán ensuciadas por los múltiples usos de los termómetros de mis vísceras, en mi cerebro planeo conversaciones que probablemente nunca se lleven a cabo, pues lo más patético es que suelo siempre expresar lo que ni siquiera pensé.

jueves, 9 de noviembre de 2017

Pérdida de tiempo

Ya pasó el Día de Muertos, atrás quedaron esos panditas… ¡Ups! Digo, calaveritas que la chaviza se disfrazaba para conmemorar a los difuntos, pero, que yo sepa Ace Frehley y Peter Criss de Kiss aún no mueren, ¿entonces por qué muchos se maquillaron como ellos ese día? Aprovechando el archirequetemegapuente, acudí a equis sala de cine a ver esa película animada que nos restriega en la cara la capacidad imaginativa de los gringos al reciclar nuestras tradiciones y folklor, o sea, nos asombraron al exhibirnos algo que para nosotros de tan común que era ni en cuenta, pues lo tomábamos de ordinario que pasaba inadvertido.

Hablando de momentos inadvertidos, cierta vez una colega laboral con el clásico sarcasmo de nuestra profesión me dijo: ¡oyes! Tu que escribes sobre las tonterías de la vida – ¡qué! ¿Cómo? “#@!%’¡#&–, nunca te has puesto a pensar en el valioso tiempo que perdemos entre la duración del cambio del semáforo de rojo a verde, casi llega al minuto y medio, los cuales si los sumas con todos los que te cruzas al día y los multiplicas por los meses, al año son un titipuchal de momentos de la vida que te pierdes en la lela, es decir, vas desperdiciando la vida en cada luz roja.

Creo que el tiempo nunca se pierde si en esos momentos lo utilizamos para pensar, no en divagar sobre la inmortalidad del cangrejo, sino en colocar en los pensamientos asuntos que se analicen con atención y detenimiento, generando puntos de vistas que permitan tomar decisiones acertadas a esos asuntos. Recuerde que cuando uno viaja ya sea en camión, taxi o coche particular, las cosas se miran distintas, pues las perspectivas cambian, las broncas que nos parecen grandes, tomando un poquito de distancia ya sea en espacio o en el tiempo ese que según usted se pierde en cada cambio de luz, se ven diferentes.

¡Ah! Regresando al tema de la película, apreciado lector, si dudaste de mi insensibilidad al ver la cinta, honestamente, sí lloré, pero no de ternura, sino de enfado, porque ahora para el mundo ser mexicano es festejar el dos de noviembre perdiéndose en el laberinto del tiempo y el olvido otras manifestaciones populares de nuest