jueves, 15 de diciembre de 2016

Bajo los efectos del opio

Amanezco tempranito en la comodidad de mi jacal gracias a la tiznada tos que llega puntual a despertarme en lugar del ojete tono de la alarma del reloj; debido al cambio brusco de temperatura durante las primeras horas de la mañana mi voz tiene arrugas, entonces cuando alguien me escucha, se sorprende de lo tétrico que hablo. Estamos a 15 de diciembre, aún no concluye el año, mientras Facebook ya hizo en mi muro un vídeo que resume algunas de las actividades realizadas en esa red social – ¡ajum, qué aburrido! Pero tal vez para quienes me conozcan y no saben quién soy, le den like con tal de inflar ese pinche ego que tengo y continuar viviendo en la jodida ilusión de que lo ahí realizado es lo correcto.

Ya lo dijo el cantautor Andrés Calamaro, parafraseando una cita de Karl Marx, “el opio del pueblo es la telefonía celular y el internet”, pues eso de convertir en celebridades a una señora de Texas por el simple hecho de colocarse una máscara de Chewbacca, elevar a la gloria a un vendedor de empanadas y a una quinceañera potosina, que gracias a la invitación de su apá, puso en el mapa nacional a la comunidad donde radican, pos más de un millón de mexicanos se han anotado a acompañarla en la celebración que se desarrollará en unos cuantos días, ¿a poco? ¡Si los mejinacos ni semos gorrones! Ahora ya es sabido que además de los quince minutos de fama que brinda el tutuba… ¡Ah! Perdón es YouTube, ahora hasta hay quien patrocine ese tipo de mamarrachadas con una buena feria.

También en este 2016 que está por llegar a su fecha de caducidad, nos vimos enfrascados en el chanchullo de la realeza, o sea, la proliferación de lores y ladies, quienes además de exhibir sus patéticas vidas en la web, hubo algunos nada tarugos que aprovechándose de ello obtuvieron un buen de centavitos, para muestra ahí están Lady100Pesos y la poli en topless. Personajes que resultaron atractivos gracias a la mixtura de sentimientos amor-odio que nos inspiraban, pues a pesar de la indignación causada por sus actos, continuábamos como lelos queriendo saber más de lo que les iba a pasar, ¡pinche morbo! Tal parece que entre más alcance tenga la llamada era digital, el criterio racional se reduce, es decir, la ciencia evoluciona y el humano da un salto pa´ tras darwiniano.

En lo que respecta al celular, algunos continuamos bajo la hipnosis del wasap; hay también quienes invertimos parte de nuestro tiempo en realizar videos a los que llaman Mannequin Challenge, donde todos se quedan quietecitos, algo así como jugar a las Estatuas de Marfil, y por su parte el Pokémon Go, es una aplicación donde buscamos animales ficticios, mientras abandonamos a su pinche suerte a los reales.

A pesar de continuar bajo los efectos del actual opio, así como mirar con tristeza como más adictos surgen, la luz al final del túnel es la esperanza que para este 2017, en el próximo ciclo escolar quienes elaboran los Libros de Texto Gratuito, incluyan en los cuadernos de lecturas, fragmentos de canciones de Bob Dylan, ahora que ya es Nobel de Literatura, para que los estudiantes sepan que la respuesta está en el viento. Ya para finalizar, sólo les pido un favor, que en la noche vieja, o sea, el 31 de este mes, en lugar de sacar la fusca a tirar balazos, disparen la pistola de serpentinas que cuetea e ilumina, ese tipo de bulla es menos peligroso e incómodo.

jueves, 8 de diciembre de 2016

Diciembre, entre la gula y lo etílico

Las fiestas Lupe Reyes ya iniciaron, por las calles se observan a los globalizados "inditos" con sus sandalias Nike o Spalding, camisas de manta Pierre Cardin, mientras las hermosas damitas no cesan de convertir nuestra alumbrada calle Madero en una pasarela, donde modelan sus huipiles bordados con la virgencita del Tepeyac y rebozos multicolores, además, las casas lucen ya sus arreglos navideños que combinan la tradición sajona y española.

Llevamos siete días de este mes y el tránsito decembrino ya está aquí, el concierto de cláxones, las refrescadas de madres sin ser diez de mayo que entre los chóferes es el lenguaje común con el que se saludan, la proliferación de vendedores ambulantes quienes ofertan mandarinas, jícamas y golosinas en cada semáforo al mejor postor es constante; los supermercados y tiendas departamentales ya nos lo habían vaticinado desde finales de septiembre cuando inundaron de artículos alusivos a este período.

En las oficinas, los Godínez (o ¿serán gordínez?) alistan sus estómagos para evitar que su cinturón desaparezca entre todo ese músculo en reposo que se cargan al frente de todo lo que refinarán de comida –digo, hay quienes dobletean posada en un día–, así como suavizan sus gargantas, es tiempo de rendir culto al Dios Baco, libando alcohol durante los casi veintiséis días de maratón etílico que las fiestas entre diciembre, enero y febrero – ¿qué no es el 2 de febrero el epilogo de tales pachangas? – les brindan. Pese a que el pretexto es fomentar los buenos deseos, el amor y la paz entre ellos, el intercambio de obsequios siempre es factor de rencilla, pues la envidia por lo invertido en el regalo que se otorgó, casi siempre es inversamente proporcional a lo que se recibió.

De ser posible, ahora sí, hazle caso a los propósitos de año nuevo, por favor toma en serio ese juramento de empezar una dieta balanceada, si vas a pagar la primera mensualidad en el gym, asiste a realizar las rutinas del instructor en lugar de charlar con la escultural administradora, recuerda, ella es el gancho para que sigas pagándoles o de perdis únete al grupo de zumba del barrio, no nada más asistas por ver a las gordibuenas señoras en mallitas, inicia una desintoxicación lo más serio posible, recuerda que únicamente tienes doce uvas que embutirás en la noche vieja y propósitos para sobrevivir en el 2017 sobran.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Si se calla el cantor

El fin de semana pasado los locatarios del mercado tenían rostros empañados por la tristeza, la señora del pollo al rebanar con su filoso cuchillo la pierna del ave para separarle el muslito, suspiraba con un halo de melancolía y no precisamente por el resentimiento que le inspiraba efectuar tal acción, algo parecido le sucedía a la panadera, pues cuando del canasto de pan seleccionaba las conchas, cuernitos y salados, comentaba a la clientela que hoy se percibía cierta pesadumbre, pues esa mañana ya no se encontraba con ellos aquel hombre delgado de gafas quien con su peculiar guitarra hilvanaba a través de su música la nostalgia de una vieja canción al recuerdo de quienes en algún momento de su vida estrecharon vínculos sentimentales a partir de la letra que él entonaba.

Su lugar favorito junto a la juguería yacía vacío, pues alguien sintiéndose un dios cruel y despiadado tomó la estúpida iniciativa de quitarle la vida; se desconocen los motivos de este indeseable individuo que como Mark David Chapman y Yolanda Saldívar pasó a formar parte de la lista de personas non gratas. ¡Se ha callado el cantor! Pensábamos los allí presentes, entonces, como sentencia Horacio Guaraní en las letras de la hermosa canción que da nombre a este texto, debe callarse la vida, porque la vida en sí es todo un canto. ¿Quién levantará los ánimos de las marchantitas? Pues se han quedado sin voz y acompañamiento de guitarra la “Perfidia” y el “Frenesí” de Alberto Domínguez. Los que convivieron con el cantor del mercado, experimentan consternación por su pérdida, incluso más fuerte de la que sintieron por la muerte del Divo de Juárez, ya que con él compartían además de las canciones, el calor humano de su grata camaradería.

Nunca escuché que pidiera monedas a cambio de brindarnos una añoranza de esas que nos cantaba y que alimentaba el corazón de sueños y de esperanzas por continuar en este mundo, es más, yo jamás le deposité en su jícara ningún sueltito de los que me sobraban – ¡pinche codo! –, a pesar de que en cierta ocasión con la canción del “Gran Tomás”, hizo que llegará a la conclusión de que tal rolita era toda una alegoría al “bullying”; también lo extrañará el pícaro carnicero, quien mientras fileteaba al son de “Aventurera”, le hacía dúo parodiándola con su aguardentosa voz de la siguiente forma: “vende caro tu amor, menudera, da el precio del dolor a tu pasado a aquel que de tus labios la miel quiera”.

Tampoco fui su amigo, digo, para ser considerado así, es necesario cumplir con ciertas características peculiares, pero donde sea que le encontraba, ya fuera en el camión o en el jardín de San José, saludaba con su típica sonrisa, diciendo “¡qué tal amigo!”, ahora sé que allá en el otro mundo Agustín Lara y tú, continuarán afirmando como yo aquí en la tierra que las mujeres seguirán siendo divinas, mientras José Alfredo les recuerda que la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba.

jueves, 24 de noviembre de 2016

Mi vieja mula ya no es lo que era…

Conforme pasan los años, voy perdiendo el interés de celebrar mi cumpleaños, la verdad no es gracioso y peor aún que tus compañeros de oficina te lo refresquen con el pinche calendario de cumpleaños, ¡grrrrr! Lo malo es que no falta el incrédulo que a pesar de que lo está leyendo, sale con la mamarrachada: “¡neta wee! ¿Es tu cumpleaños el ___*?” ¡Ay no manches! El meritito día las redes sociales hacen su argüendazo y tómala, sobresaturación de felicitaciones, algunas sinceras, otras por cortesía y obviamente también quien escribió un “felicidades” y aplicó la del copy paste a todos sus demás contactos que ese día coincidieron en la fecha de mi aniversario.

En lugar de estar al pendiente de saber quiénes compartirán conmigo la alegría de que ocupé un lugar en este mundo, prefiero mirar por el espejo retrovisor de mi vida, para tener la amplia visión de la carretera por delante, reconozco que existen momentos en que se está de moda y otros que se está menos, por más que evito no dejar llevarme por las vanidades de las épocas, en más de alguna he sido arrastrado, pero consciente estoy de que el ombligo del mundo nunca he sido; a pesar de no tener una vida exitosa, ya que se empeña el fracaso por estar siempre conmigo, he sido perseverante, procuro ponerme las gafas color optimismo y burlarme de los días oscuros, embarrando ungüento de paciencia sobre la piel curtida por los golpes que me he llevado cada vez que subo al ladrillo y del vértigo caigo al suelo nuevamente, pero como perro lamo mis heridas y ahí sigo moviendo el rabo.

Con los años encima he llegado a la conclusión de que la modernidad no va con mi persona, ya que continúo coleccionando discos mientras muchos sólo se conforman con la canción de moda de su tracklist, prefiero platicar con las personas que escribir una “charla” en el WhatsApp –neta que lo mío no es eso dizque de hablar con 80 personas a la vez, pues cuando todos andan de prisa, prefiero algo de tiempo y serenidad, ¡pa´qué ir tan rápido, chintolo! ¿No se dan cuenta qué tanta rapidez hace que mi cabeza no se defina muy bien? Lo mío, lo mío no es aparentar ser autómata, de esos que en el fondo ni se comunican, evidenciando una enorme sensación de soledad y ansiedad.

Nunca he buscado pretextos para evadir mi rutina kafkiana de ir y venir al empleo con el pretexto de escaparme a un lugar paradisíaco del que después me arrepienta o desmotive por el regreso, la vida es un suspiro que se debe disfrutar un ratito, pues cada día que pasa es dar un paso a la sepultura, entonces, si ya probé con el yoga, los cosméticos, la medicina alternativa y el majá mantra, conforme pasan los años sigo poniéndome viejo, eso que ni que, cada mañana me lo escupe el espejo, bienvenidas sean la viagra y el tafil, pues un nuevo gladiador se subirá al ring para combatir a dos de tres caídas sin límite de tiempo contra la osteoporosis y la diabetes.

*Coloca sobre la línea la fecha que más te plazca, digo, no es vital que lo sepas.

jueves, 17 de noviembre de 2016

#todos semos trumpudos

Caminando por los pasillos de nuestra efervescente institución, encuentro a un antiguo compañero de oficina y a quien aprecio mucho por haber compartido buena parte de su vida con todos aquellos que juimos sus colegas laborales, entre la algarabía del abrazo comenta extrañado que en el artículo del jueves pasado no hubiera escrito sobre el nefasto triunfo del magnate norteamericano Donald Trump como presidente de ese país.

Siendo honesto, así a calzón quitado, dejando de lado falsedades tipo caderas de la Kardashian, la verdad no encontraba nada inspirador hablar de ese individuo hábil experto en denostar, al que Arjona le vitorea en una de sus canciones y, quien además realizó en 1992 un cameo en la película Home Alone 2: Lost in New York, cuando Kevin (Macaulay Culkin), le pregunta por el lobby del Hotel Plaza, edificio que en ese entonces era de su propiedad.

Por otro lado, el tipo gana en los United States, lugar que afortunadamente no es mi país, razón por la cual ni votar pude, a diferencia del favorable voto de más de algún latino nacionalizado norteamericano que ahora se siente gringo a pesar de tener el nopal en la frente, nariz de chile relleno, quien cambió su idioma original por un pésimo inglés, y pretende olvidar el olor de los tamales gracias al vapor de las hamburguesas a la plancha.

¡Guácala! Ya estoy siendo afectado por la actitud xenófoba que tanto asombro y asquito causa observar en Trump, lo que significa que no nada más gobierna a los vecinos del norti, también a nuestros sentidos, pues al adoptar conductas misóginas, embusteras, racistas, libidinosas, denigrativas, ultrajantes, etc., etc. y más etc., estamos siendo influenciados por él, creo que lo más saludable es borrar de nuestra persona todas esas actitudes y exorcizar al Donald que llevamos dentro –¡claro, que por supuesto que náquever, con el pato blanco de pico y patas anaranjadas creado por Disney!

Es momento de dejar boberías, como la ridiculez de quemar sus tenis fabricados por la empresa de accesorios deportivos con sede en Boston o la idiotez de no comprar los abarrotes para la despensa en las cadenas de tiendas multinacionales de origen estadounidense, que opera supermercados de descuento y clubes de almacenes, pues, si en más de alguna ocasión ha evidenciado comportamientos como los de este señor, tenga la plena seguridad de que ha sido Trump ante nuestros semejantes en algún momento de la vida sin siquiera residir en el gabacho.

jueves, 10 de noviembre de 2016

Pantomima

Caminando por el Jardín Libertad, sitio que durante la edad juvenil de mis abuelitos se le conocía como la Plaza de Armas, siguiendo a mi nariz gracias al efluvio ocasionado por el sutil vaporcito que emana la cubeta con los tamales recién cocidos que se ofertan en el atrio, veo al oriente erguidos como atlantes observando el ir y venir de nosotros a la catedral y el palacio de gobierno, ambas edificaciones ocupan ese mismo lugar desde que eran parroquia y casa real, mientras en una de las fuentes del citado jardín, gustoso agita las alas el ganso metálico o ¿será pato? Un mimo supuestamente saca agua de la imaginaria cubeta para darse su chaineada, es decir, se peina y faja, mientras intenta ligar a las changuitas que con su patoso caminar le alborotan la hormona.

Ese tipo lánguido de rostro blanco, lágrimas y labios oscuros, camiseta a rayas, pantalón holgado negro y zapatos de clown, no es el único que realiza pantomima, los que nos vanagloriamos de nuestras supuestas hazañas también somos mimos, pues en el absurdo deseo de impresionar o apantallar a los que nos rodean en lugar de lucirnos nos oscurecemos.

Salimos a la calle con la cara pintada de orgullo gracias a la coba que nosotros mismos nos damos, fingiendo ser alguien importante, exitoso, triunfador y de lo bien que vivimos, no percibimos lo mal que estamos con nuestro infinito tesón de aparentar lo que no somos, pasando a veces por encima de los demás, pisoteando incluso a quienes apreciamos y hasta nuestra propia persona, gracias a la pantomima del ego, quien termina haciendo un gracioso pero ridículo acto en la comedia de la vida.

Hoy como todos los jueves, mis oídos disfrutan del exquisito sonido de la Banda de Música del Estado, la cual hace olvidar por unas horas el escandaloso sonido del tráfico, mientras compartimos el gusto de bailar aunque sea con la vista a quienes se deleitan demostrando sus mejores pasos alrededor del quiosco central.

Haciendo la mimesis de un peatón atravieso al norte rumbo al portal Medellín, cuya arquitectura neogótica tropical regresan a la miope memoria el sabor del alfajor y la efigie en barro de los xoloitzcuintles abrazaditos que siendo niño rompí de un pelotazo en casa de mi agüelita y cuya reprimenda no ameritó apoyo psicológico, pues la intensiva terapia de chancletazos se encargó de borrarlo de mi conciencia.

jueves, 3 de noviembre de 2016

Hito a la impaciencia

Madrugada de un lunes cualquiera, los ojos quieren continuar cerrados, la imaginación te traiciona entre el borde de la cama y la mirada perdida en el infinito del piso, es decir, regresas a los brazos de Morfeo como especie de estado vegetativo, el canto del gallo sobre el hombro de la preocupación hace que regreses a la realidad, es hora de ir a cumplir con las obligaciones.

Quince minutos después estas en el parabús junto con la señora de siempre, una mujer rolliza de lentes oscuros – ¡mira, sólo a ella se le ocurre utilizar gafas de sol al alba!–, esperando al filo de la desesperación a que pase la ruta que los llevará a su destino, con ímpetu asomas sigilosamente la cabeza por la asfaltada avenida intentando captar en algún huequito de la larga calle que la barra de pan integral con llantas se aproxime. Y naranjas agrias, ni sus luces.

El reloj de pulsera da la orden de continuar con autotransporte o no, tomando la obligada decisión de recurrir a las piernas para acortar distancia entre tú y algún taxi, hipotecando así el recorte presupuestal del bolsillo, lo cual significa que el desayuno se reducirá a la mitad de lo acostumbrado –adiós hamburgruesa doble, snif, snif, snif–, en pocas palabras, es momento de sepultar al regiomontano que llevas dentro. Después de abórdalo, el ingrato semáforo se pone colorado, cuando éste cambia a verde, como de costumbre, adelante se encuentra el inconsciente conductor clavado texteando con su pinche teléfono, el chófer de la ruta como que se espera a que despabile y al percatarse de que no reacciona hace sonar su claxon en señal de “hazte pa´ un lado que voy de prisa”.

Vayas en cualquier medio de transporte, tengas prisa o no, de todas formas vas a experimentar el sufrimiento del tránsito en las horas de ingreso y salida de las escuelas o la chamba, ten en cuenta que avanzarás cual caracol practicando Tai Chi, pues las ruedas se moverán 15 metros cada 38 minutos, ¡líbranos Dios de que no tengamos diarrea durante esos trajinares! Cuando estas a punto de llegar a la oficina y si eres de los que tienes que checar, respira hondo y reza con no toparte con aquellos individuos que les pesa el alma por lo lento que caminan, ¡por favor, tanto pasillo como escaleras son espacios reducidos y ellos con sus pachorras!

Por fin abres la puerta de cristal de la oficina y notas que no eres el único en llegar tarde, ahí te espera la sonrisa del aire acondicionado que menguará los lamparones de sudor en la camisa, más tarde cuando reposes las sentaderas, algo así como estar atornillado a la silla, disfrutarás del Santo Grial de cada mañana, un buen cafecito, ahí es cuando el factor tiempo se volverá totalmente relativo dejando atrás ese grito desesperado que ahogaste llamado impaciencia.

jueves, 27 de octubre de 2016

Amasijo de muertos vivientes

Se avecina el Día de Muertos, fecha en que la chaviza, gracias al tesón de los profesores, sustituye de su agringada existencia al Halloween por la ofrenda o altar de muertos, de igual forma los fantasma se cambian por las ánimas, se pone de moda en supermercados el tradicional pan de muerto -¡guácala!- no sé, le hubieran puesto otro nombrecito, algo así como pan de calaca.

Mientras la vida huele a perones y jugo de caña de la Feria, por su parte un servidor a mitad de semana sufriendo y suplicando que la horripilante flojera abandone este cuerpo chambeador o que de perdis se espere al puentezuco para entonces si ignorar el tiznado ring, ring del maldito despertador y dormir cual lirón.

Son épocas de recordar a los que ya se fueron, sólo que acá nadie muere, todos viven en la memoria o como dicen “no estaba muerto, andaba de parranda”, si no me creen, pos…busquen la nota en internet de que el difunto vocalista de Nirvana, Kurt Cobain está vivito y coleando en Perú.

Entre el amasijo de muertos vivientes como Elvis Presley, Michael Jackson y nuestro Pedro Infante, hay quienes estando vivos se consideran difuntos; tal es el caso de Paul McCartney, ya que quien supuestamente, hasta la fecha continua sacando discos, realizando conciertos, además de posar para fotografías y hacer videos es en realidad un guardia de seguridad que se asemeja un resto a él, pues el pobre de Paul murió en un accidente automovilístico.

A ciencia cierta no ha sido comprobado que los cadáveres vuelvan a la vida, -¡lector, por favor, no confundir con las otras formas de entregar el equipo que los humanos practicamos!- A pesar de que la ciencia niega el regreso de las ánimas, quien aquí les escribe tuvo una escalofriante experiencia con un ser de ultratumba, de esas que te sacan un pedazo del alma del miedo.

Resulta que durante mi infancia cuando aún no necesitaba de ortodoncia ni brackets, continuamente acompañaba a mamá a una mercería a surtir de artículos para su empleo como costurera.

En una de tantas, nos causó extraño que sobre la cortina metálica del ingreso al negocio hubiera colgado un moño negro, ese listón que simboliza el luto por la pérdida de alguien. Al llegar fuimos amablemente atendidos por el esposo de la dueña, quien al tomar la orden de mi madre, dirigió sus pasos rumbo al cuarto contiguo a surtirla; mientras esperábamos, del fondo del pasillo de ese antiguo caserón se acercó la señora, preguntándonos si ya se nos atendía, a lo que mi jefa asintió con un -¡ajá!- sin pronunciar palabra la mujer dio un giro y se retiró, minutos más arribó el marido con el pedido, lo entregó y nos retiramos.

Íbamos a media cuadra cuando nos aborda doña Rufina, amiga de la infancia de mi jefecita, haciéndole la pregunta obligada de dónde iba o venía, muy cortés ella explicó santo y seña de lo que habíamos hecho. Intrigada doña Pina le dice a mamá que le agradaba mucho que ya estuviera abierta la mercería, señal de que el marido había superado la muerte de su esposa, incrédula mi mamá dijo: ¡eso no es cierto, si ella misma salió a atendernos! ¿Verdad que sí hijo? Lo meritito cierto es que yo también la vi con estos ojos que se comerán los gusanos, pues ellos “que sabrán lo que siento porque me verán por dentro y verán mi corazón” (gracias Fobia por la frase), que ella salió y se fue dejándonos la incógnita de que su ánima resultó ser una más que purga con nosotros la vida.

jueves, 20 de octubre de 2016

La realeza del siglo XXI

En algunos países la realeza es absoluta, también la hay constitucional y en otros es representativa, en el nuestro existe, pero… pues simplemente no ejerce soberanía alguna, pues carecen de privilegios, no poseen riquezas ni poder, son más bien alimento al placer voyerista. Acá les conocemos como lady y lord, siendo fácilmente visibles en algunos videos donde dan marcha a su actuar, convirtiéndose para la proliferante sociedad en el banquillo de los acusados ya que les realizan juicios morales sobre su proceder.

Se les otorga tales títulos de nobleza de forma irónica, porque sus actitudes se asocian con individuos de clase alta, de esos que gozan de mucha autoridad. Hay que patentizar este fenómeno de las ladies y lores, pues gracias a nuestro ingenio es como se crean estos términos a los videos de denuncia donde proliferan los seres ordinarios, quienes patéticamente son los más ridículos y a quienes gracias a sus actos de superioridad los vuelven virales los usuarios de las llamadas redes sociales.

El disfrute del video no radica en observar a los supuestamente pudientes cometer actos comprometedores como infringir leyes, exigir sus derechos como si fueran individuos poderosos, sino en esos juicios clasistas donde se expone todo el resentimiento social que sabiamente supieron explotar José Alfredo Jiménez en la canción “El hijo del pueblo” y Luis Alcaraz con su “Quinto patio”.

En las diversas redes sociales se perifonean esas evidencias de prepotencia o lo que se llega a considerar como faltas a la moral, gracias a la oportunidad que ofrece la telefonía celular de captar a través de su cámara el momento justo en que alguien está cometiendo una estupidez, logrando su principal tarea, socializar el ridículo. Cual discípulos de Óscar Cadena, quien con su cámara captara infraganti a individuos allá por mis entrañables 80´s y que popularizó la obertura de la ópera “El barbero de Sevilla”, a tal grado que algunos le atribuyen su autoría a este hombre en lugar de a Gioacchino Rossini.

Hoy contamos con una Cámara Fregadanti, donde se maximizan los estereotipos negativos, que de tanta divulgación a veces llego a cuestionar, ¿hasta dónde podemos transgredir la privacidad de las personas? Pues las redes sociales son rudas, prejuiciosas, doble moralistas, simplemente porque la mano del ser humano cual Rey Midas a la inversa echa a perder todo lo que toca, ¡por favor no repliquen esas jodidísimas evidencias!

Si existen teléfonos inteligentes, pues también quienes los utilizan lo sean, es ridículo que ahora ya ni puedas divertirte a tus anchas en alguna fiesta, pues hay la probabilidad de que alguien esté operando la lente de su celular y capte acciones que para algunos pudieran resultar ofensivas o pasadas de lanza. La medida más certera para evitarlo es que al ingresar a cualquier guateque se retengan los aparatos hasta que salgan del antro, fiesta o congal, para así no correr el riesgo de pertenecer a tan patético linaje.

jueves, 13 de octubre de 2016

El día de la empanada

Transcurría la jornada de clases tan normal que casi ni en cuenta de que en ese momento estuviera vivo ocupando un espacio sobre la tierra, es más, ni consciente estaba de que respiraba mientras ceremoniosamente realizaba el pase de lista, de pronto entre el cuchicheo estudiantil uno de ellos le dice a otro: ¡padrino, mis empanadas! ¿Y eso qué wee? –responde el joven. Muy ufano éste replica, ¡a qué tarado estas! ¿Qué no sabes? Mañana es el día de la empanada.

De pronto mi cerebro hizo una especie de scratch –por si alguien no lo sabe, es el sonido de un disco de vinilo cuando la aguja se brinca debido a alguna imperfección–, y me dije a mi mismo, si octubre es uno de los meses que más me agradan debido a que en el último de sus domingos recuperaremos la tiznada hora de sueño que el ingrato abril nos robó, también porque se avecina la feria con su olor a perones, nueces y dátiles. ¿Cómo alguien puede descartar el tan esperado día cuatro?

En esa fecha los memoriosos panaderos dejan de elaborar las conchas, moños, cuernitos y salados –en casa así les llamamos al bísquets, ¿ok?– con tal de obligarnos a comer las empanadas bajo el pretexto de que la tradición villalvarense, festeja así a San Francisco de Asís durante el novenario que culmina precisamente en ese día, y pese a ello, este imberbe estudiante se pasa por las axilas a tan milagroso santo al darle crédito únicamente a ese pan relleno de pulpa.

Es notorio que a los chicos sólo les importa la suspensión de clases que acarrea un puente vacacional o un día feriado, además gracias a la magia de los diputados a veces ni coincide el día de descanso con la efeméride, pero el motivo por el cual están disfrutando de un receso atascando plazas comerciales y cines es lo que menos interesa. Entonces que no nos cauce admiración que tanto el día de la Independencia (¡momento, náquever con la película!) como el de la Revolución sean considerado simplemente como días del “desfile”, dejando de lado a los héroes nacionales, bueno, sí el 12 de octubre piensan que es el día de la endoscopía por aquello de Colón.

jueves, 6 de octubre de 2016

Voy a pasármelo bien

Los que me conocen y no saben quién soy, no les extraña que a mí no me gusten las fiestas, no es que sea un antisocial como los ignorantes dicen por el simple hecho de no ir a un festejo, es que la neta me aburro fácilmente e incluso a veces parezco entristecido, y… ustedes saben los guateques es de sentirse bien, bailar –pos la neta ni mover el bote se, mucho menos sacudir la chancla–, moverse, desinhibirse, hacer la guaguara con alguien o tomarte unos drinks, pero ni refresco tomo, menos aún alcohol, ¡así o más aburrido!

La onda de las fiestas a mí ni me laten, ni me latirán jamás, eso de ir a un sitio con adornitos o desbordando elegancia que nunca han tenido los organizadores para poner cara de mascota recién comprada no es lo mío. Claro que he ido a una que otra, pero no…no me han atrapado como a muchos que andan en busca de una para pasarla chido, además es común toparte con esos que se cuelan en los festejos a hacerla de tos y a sentirse mal o peor aún, hacer sentir mal a los demás, neta que me surran quienes para justificar su pendejez le reparten la culpa a todo mundo, o sea, uno que tiznados es responsable de que su vida siempre esté nublada.

Igual te encuentras con el invitado que se la lleva nada más criticando, “mira a la quinceañera, esta re bien… revientruda pues el vestido le queda como forro de cuaderno de primaria de lo estirado”. “Al cantante del grupo versátil le han de decir el comal, por calentar gorditas”, “se casaron porque la novia ya tenía el cofre levantado”, ¡ashh! Si vas a donde la gente se divierte a desparramar tu mala leche, a incomodar a los demás con tus inútiles comentarios, mejor quédate en casa, que te soporten tus familiares y no quienes ni tus parientes son.

Al igual que un presagio, el estar consciente que voy a pasar un rato desagradable al no tener nada que hacer en eventos donde otros se la pasan bien, es como realizar una profecía autocumplida, entonces, a que tiznados voy, y por favorcito absténganse a invitarme a cualquier BBC (bodas, bautizos y comuniones), pues estaré más nervioso y ansioso que un presbítero en el table por retirarme a mi hogar a pasármela bien.

jueves, 29 de septiembre de 2016

¿Realidad o ficción?

Año 1987, estoy en la fila número 23 del cine Diana, ese que una vez se edificó glorioso por la calle Nigromante, en la primera función me chuté Volver al Futuro II, ahora veo la segunda que proyectan –en ese tiempo veías dos películas diferentes por un solo boleto–, que obviamente es la de estreno, muy bien acompañado de las calientitas palomitas y el respectivo chesco adquiridos en la surtida dulcería, ¡cómo olvidar esa barra de chocolate con relleno de rompope, wow! Al igual que la cinta anterior, esta también aborda temas futurísticos, imagino que esa acción y efecto de estar a la moda con los filmes que presentan escenarios del mañana. A lo largo de la película no hay coches que vuelen, ni motojet, tampoco patinetas que floten, mas los personajes visten ropajes como si esta fuera confeccionada por terlenka –lector Millennials, hago referencia al nombre patentado de una fibra textil sintética de moda en la década de los sesentas–, muy entallada al cuerpo.

Han transcurrido treinta minutos del film cuando de pronto aparece ese movimiento involuntario de abrir la boca para respirar lenta y profundamente en señal de aburrimiento, ocasionado por lo repetitivo y flojo de la trama, lo único que si atrae la atención es que supuestamente en el siglo veintiuno las personas cargan unas cajitas a donde quiera que van, que continuamente observan y con el dedo recorren su pantalla como si buscaran algo o se pudiera tocar lo que se ve en ellas. A tal acción le denominan socializar a pesar de que se encuentren completamente solos al ejecutarla, además, a veces eso que ven, les hace hablar, carcajearse o molestarse y decir improperios cual soliloquio.

De acuerdo al guion, hay un ente que nadie ve, pero todos saben de su existencia pues se interconectan a través de él, incluso, como ya han desaparecido las bibliotecas ese espectro es quien abastece de conocimientos a la humanidad, pues cada habitante continuamente le suministra información que ellos mismos generan. Es tanta su influencia en la sociedad del nuevo milenio que a través de él se denuncia, juzga, ofende e incluso se intimida, algo así como la Santa Inquisición del oscurantismo medieval, nada más que en lugar de acusar de herejía, ahora se pretende dar lecciones mediante los juicios morales de los usuarios, o sea, continúan tan estrechos de moral como en el medievo.

En ese futuro imaginario importan cosa de nada los asaltos a joyerías y bancos, la policía impone severamente la justicia a quienes birlan datos del sistema que se generan en el programa cibernético de la entelequia; incluso llegan a encarcelar a todo individuo que suplante a otro, pues en esos tiempos es fácil hacerlo debido a que cada humano mínimo cuenta con dos o tres formas de comunicación con las cuales según eso se contactan con los demás, por cierto muchos de esos contacto a veces ni los han conocido en la vida real.

Como lo comenté en párrafos anteriores, pese a la información futurística atrayente, la trama esta del bostezo, incluso al término de la función estuve tentado a reclamarle a la taquilla por exhibir churros de tan pésimo calibre, con argumentos que de seguro nunca ocurrirían en la vida real, puro pinche alucine de alguien que se fumó cigarros de esos que dan risa.

jueves, 22 de septiembre de 2016

Mi época cuaternaria

Cuando estudié el bachillerato, experimenté una especie de salto pa´tras darwiniano, pues de ser el joven siempre bien portado que nunca se atrevería levantarle la falda a la flojera, ese que se arrepentía de haber pisado un blátido, llegó el momento de que renegué de mis progenitores e incluso me dieron tantita pena algunas de sus actitudes, pues como que ingresar a una escuela donde no hay quien te exigiera, casi, casi, obligara a permanecer en el aula, era como estar en una cárcel sin puertas, ya que si el ojete del profesor te sacaba de la clase sentías como quien anda con libertad provisional, además, si encontrabas a alguien podías anteponer la orgullosa justificación de: “me sacó porque lo hice enca… nojar”.

El centro de acopio de aquellos a quienes les otorgaban tal liberación bajo caución era la cafetería, sitio que se abarrotaba en el receso, tiempo en el cual los discípulos de Raffles, el ladrón de las manos de seda, hacían gala de sus habilidades sustrayendo golosinas y pastelitos — ¡ah, cómo extraño esos del logotipo del ave palmípeda!—; si en esos tiempos hubiera tenido la úlcera gástrica de hoy, lo más probable es que no habría sobrevivido a las tortas cubanas atascadas de chile habanero que presumíamos tragar a velocidades extremas y que te dejaban como cicatriz de guerra un tremendo ardor de galillo, alimento no recomendable para personas que se hacen de la boca chiquita.

Mis compañeros además de sus respectivos nombres de pila, respondían sin titubeos cuando alguien les llamaba por Pinzas, Tubas, Ceviche, Pasilla y el Cuñado, ese que contaba con unas hermanas de buen ver. En las listas improvisadas de los profes siempre se colaban cuando éstos hacían el pase reglamentario nombres como: Aquiles Baeza, Rolando Mota o Zoila Vaca Del Campo para sumarse a la guasa popular de mi salón.

En sus amplias canchas, además de la clásica cascarita que nos hacía sentir rockstar de balompié, de los que infla el Carnal de las Estrellas, ahí donde éramos árbitro y equipo a la vez, en las improvisadas bancas se consumían muchísimos tacos de taquicardia, uno que otro sin interesarle el fútbol llanero bien que aprovechaba para echar pasión con su respectiva jainita, ¡ay móndrigo, no te la vayas a acabar!

Compartíamos instalaciones con otro plantel que laboraba en turno opuesto al nuestro, según eso, los que a él asistían eran rete bien estudiosos — ¡na, que se los crea su abuela!—, ya que presumían de tener un nivel académico más alto, y eso que también compartíamos plan de estudios, sólo que según ellos, su planta docente si seguía al pie de la letra los contenidos programáticos y a los alumnos se les motivaba con estímulos académicos a generar hábitos de lectura y cálculo matemático. Además eran bien pinche fresas, o sea, goeee, a nosotros papi nos deja en la meritita puerta del bachi y a ustedes les toca llegar en el camión todos magullados por los brincos de baches y coladeras chuecas, ¡ahí le dejo, porque alguien puede llegar a pensar que estoy ardido! La neta, no, me es intramuscular.

Sin importar cuál de los dos planteles era mejor, la formación que recibí fue útil para rifármela solo, ser organizado para estudiar, investigar por cuenta propia cualquier tema, sin la necesidad de tener un área, pues gracias a mis entrañables profesores, aprendí que el conocimiento es plural y diverso, otra cosa que agradezco y reconozco a mi bachillerato, es que aceptaban por igual a todos sin distinción de alguna diversidad, coexistiendo sin líos, metaleros, rancheros, nerds, fresas y nacos. Un oasis de la variedad pensante en la era cuaternaria.

jueves, 15 de septiembre de 2016

Vida pedagógica

Hace unos días recibí de obsequio el libro “Memoria y presente. Tres décadas de Pedagogía en Colima”, donde amuebladas cabezas vierten sus recuerdos sobre el papel, cuyas letras proyectan en la memoria miope del lector la nostalgia de volver a caminar por los pasillos azuliverde de mi entrañable escuela, oler el lápiz que impregnaba las aulas, así como recordar también la aromática fragancia de hojear los cuadernos, ocupar nuevamente el muro del balcón de la segunda planta y sentirse sobre una atalaya, volver a ver la naranja silla de plástico que utilizaba para recibir clases y que avanzaba conmigo en cada semestre, pues era la única en la que cabía el volumen de los 140 kilos que pesaba en esas épocas.

Conforme iba leyendo cada una de las 223 páginas que lo integran volvía a ver a los profesores que compartieron con nosotros además de las asignaturas, sus anécdotas familiares, las dificultades domésticas que implicaban el matrimonio, los anhelos de regresar a su tierra natal y saber que ahí esperaban al docente, el viejo perro y las ricas tortillas hechas en el comal por su mamá. Lo único que no logro encontrar entre esas letras del libro cuya portada es una combinación de naranja y rojo, es alguien que hiciera alusión de forma amplia a la revista “Vida Pedagógica”, ¡híjole, a ella sí que me la olvidaron! Sólo un exdirector en menos de un párrafo la describe.

A tal revista, le guardo un hermoso cariño, pues era el medio de difusión de quienes en ese entonces integrábamos la comunidad estudiantil de la facultad, y que nos dábamos a la tarea de diseñar un número cada mes, sin el interés de recibir a cambio una calificación o punto extra en las asignaturas, pues se elaboraba por el deseo y gusto de intercambiar ideas, opiniones, puntos de vista, entre otras cosas muy de nosotros, cuya intención era el acto universal de crear, razón por la cual a través de ella lográbamos que su existencia nos llenara de felicidad y plenitud.

No escatimábamos la inversión de tiempo en fotocopiar el material, transcribir los artículos de compañeros y uno que otro docente que se colaba con su humilde colaboración, pegarlos con cinta adhesiva a hojas tamaño oficio, reproducirlas, engraparlas y recortar los bordes hasta que cada ejemplar viera la luz, después pasar a los grupos –que en ese entonces era uno por semestre, sí éramos pocos pero bien productivos– con la intención de venderla, ¿y qué creen? Se agotaban, pues ciertos textos a veces se transformaban en temas de clase de alguna materia.

A mí me correspondió formar parte de ella como articulista, que en un principio me daba la impresión de participar en la segunda época de aquella revista también creada por estudiantes denominada “Praxis Educativa”, y que en cierto momento llegué a leer uno de sus ejemplares, y a quienes les debemos la motivación de construir ideas gracias a la infinita paciencia y escasa inspiración pero que nos legaba una sólida experiencia, la de hacer de nuestra facultad, una casa creativa que no se embelesaba en politizar la formación académica, sino, en contribuir en la profesionalización de su comunidad estudiantil.

jueves, 8 de septiembre de 2016

Alzheimer digital

Revisando la agenda electrónica me doy cuenta que hemos llegado a septiembre, el noveno mes del año, esto significa que durante los primeros dieciséis días en todos lados se mirará la mexicanidad, nada que ver con el Mexican style de nuestros vecinos del norte, con su aburrida lucha libre que ni se acerca un ápice a la de los panzones enmascarados nuestros o las aberraciones a lo que ellos llaman tacos con las tiesas tortillas y el manufacturado guacamole, y lo peor de todo es que a los aborígenes de origen latino les hacen creer que un cinco de mayo es más patriótico que el quince de septiembre.

Es una bendición el contar con la agenda, pues así le programo los pendientes del mes y adiós preocupaciones, ya que consciente estoy de que la alarma me avisará cuando se aproxime la fecha, entonces puedo concentrar la atención en cosas más importantes, como revisar los grupos de WhatsApp, postear frases trascendentales en Facebook o escuchar música. Consciente estoy de que vivir en un mundo acelerado como el actual no es fácil, razón por la cual resulta gratificante y muchas veces inevitable el contar con aparatos tecnológicos que suavicen el velocísimo ritmo.

Muchos de esos aparatos tecnológicos ocupan parte de nuestro cerebro, ya que nos esmeramos en aprender su óptimo funcionamiento, para después de ello invertir tiempo en programarlos con tal de que no nos vayan a fallar. Mientras nos habituamos a su uso la memoria operativa, esa que se mantiene por poco tiempo en la mente y es la que nos permite realizar ciertos trabajos específicos la concentramos en realizar estas actividades y descuidamos otras en donde debiéramos poner mayor atención.

Es un hecho que con el uso de la calculadora se nos ha olvidado realizar operaciones simples de aritmética en nuestra mente; el aprendizaje de las tareas se desvirtúa debido al exagerado copy paste o también al clipboard, pues a veces ni es leído el contenido que se bajó del internet por los estudiantes. Los sentimientos se expresan a través de emojis, o sea, una figura representa equis emoción; los aniversarios de nuestros conocidos, ahora no pueden pasar inadvertidos, pues las redes sociales nos los recordarán, pero, por una fatal casualidad del destino se nos pasa el cumpleaños de alguien, tenemos el pretexto de justificar que por esas fechas no contábamos con megas ni red.

Tanto yo como ustedes, gracias al exagerado uso de ciertos gadgets corremos el riesgo de padecer esa enfermedad mental progresiva que se caracteriza por la pérdida de memoria, desorientación temporal, espacial y psicomotriz, mas, si colocas cualquiera de tus aparatejos a un lado y pones atención a quien te está hablando, no se trata de ninguna apps, es simplemente respeto.

jueves, 1 de septiembre de 2016

Sincretismo gastronómico

Debido a lo estrecho de mi tiempo, almorzar y cenar son dos actividades que realizo fuera de casa, degustando esa comida callejera de dudosa procedencia e higiene, a veces disfruto de alimentos mugrositos pero sabrosísimos, no hay mayor deleite que atracar sin complejos a esa telera, bolillo o birote partido por la mitad atiborrado de cualquier cosa que atraiga el cariño visual y se vuelva un capricho.

Entre mis gustos también se encuentra esa comida que se rellena de otros platillos, por ejemplo la torta de chilaquiles tan cremosita y jugosa, los tamales de sushi acompañados del atole de calpico – ¡wow, riquísimos! Con tan sólo recordar la pizza de chile relleno o de hamburguesa, mi paladar saliva, ¡pinche Pávlov!

Así es mi país, donde el sincretismo culinario se mezcla con los olores, colores y llena al gusto de la panza nuestra glotonería nacional; entre las mesas, además de la clientela, uno convive con los perros y pichones quienes alertas esperan a que al mordisco se nos caigan trozos de comida que los alimenten, igual no pueden faltar las moscas a las que les excita revolcarse por nuestra piel hasta distraernos para terminar posándose sobre lo que comemos. Todo ese ambiente es sonorizado por diversos géneros musicales y no puede faltar la señal de televisión sin audio, pues entonces cómo tiznados oímos los éxitos de los Ángeles Azules o Calibre 50.

Entre las mesas es posible escuchar a los comensales hablar de los poderes místicos de los chilaquiles que reviven muertos de la cruda, otros dicen que si ser alcohólico fuera una enfermedad los venderían en las farmacias, así también advierten que si no estás crudelio ni se te ocurra echarle de esa salsa verde del molcajete en forma de marranito, pues se vuelven chilakillers que son una explosión estomacal. Otros expresan maravillas de una exótica torta de crepa que se vende al por mayor en cierta lonchería del sur.

No me considero un gourmet, pero cuando de hablar de comida se trata, quienes como yo han acumulado centímetros en el sitio donde una vez estuvo la cintura, saca su sapiencia y busca en donde exista la mejor comida, sabrosa y barata, obviamente que probando se tiene la habilidad de certificar el mejor lugar para hincar el diente sin la necesidad de contar con una app de esas que lleva el antojo callejero a domicilio.

jueves, 25 de agosto de 2016

Posts baby

Atrás quedó el trending topic ocasionado por anuncio de que en el matrimonio la cigüeña nueve meses después haría un alunizaje suave. Ahora la criaturita lleva apenas ocho meses de vivir en el vientre de cuna de mamá, ella por su parte ya van tres ecosonogramas – ¡están cañón de interpretar qué forma tiene!–que sube a su Facebook, mismos que han acuñado un titipuchal de like que le enorgullecen; mientras el culeco de papá ha creado una quiniela en su Twitter con el hashtag, #niñaoniño, donde sus amistades realizan pronósticos.

Cuando por fin conoce el mundo, mientras el médico le da la nalgada de bienvenida, papá lo recibe con el Smartphone, sacándole mil y un fotografías que posteará en el Facebook que le creó con el nombre que seleccionaron del libro nombres de bebés para Dummies, desde luego que sin tomar en cuenta su aprobación aceptó a las amistades de él y de mamá con el dominio del actual perfil. Ahí cada uno de ellos descubrirá como mamá se embriaga e incluso se vuelve adicta al olor de los piecitos de su retoño, igual serán testigos de ese paso evolutivo cuando vea a la luz el primer diente, también cual astronauta camine por vez primera sobre la superficie terrestre.

Años más adelante recibirá 569 “me gusta”, gracias a la foto que mamá le sacó aquella vez que iba de abejita al festival de la primavera del kínder; de igual forma atiborrará la red cuando realice sus aportes al arte rupestre en la sala y mamá entre sentimientos encontrados se atreva a llamarlo “campos de oro” con tal de atraer la simpatía de los contactos, a quienes también les resultará imposible evadir cada vez que cumpla años el muro repleto de imágenes donde se evidencia la transformación del querubín.

Lo que no saben sus progenitores es que poco a poco esos contactos que le adjudicaron al bebé ya ni leen lo que “publica”, incluso es posible que hasta lo hayan bloqueado, debido al hartazgo de conocer las peripecias, travesuras y eventos personales con los que los bombardean a diario.

Madres y padres, ya sabemos que su encanto con el nene aún no termina, pero por favor recuerden que existen hechos tan íntimos del pequeño que a los demás ni nos interesan, incluso existen lugares como la CDMX donde de acuerdo al código penal es una falta administrativa tomar fotografías o videos a alguien sin su consentimiento y a ustedes durante los primeros años de vida de su retoño les valió sorbete hacerlo.

jueves, 18 de agosto de 2016

WhatsApp... casos de la vida real

Era feliz aquella vez cuando alguien tuvo la amabilidad de integrarme a un grupo de WhatsApp, fue tanto el gusto, que para diferenciar el tono de llamada del “Guats” con el del grupo y así saber cuándo alguien enviara mensajes, le programé el ringtone de Chewbacca" de Star Wars. Las primeras horas experimentaba orgullo de que la gente con admiración preguntaba la fuente del sonido, obvio que creía que chui era la neta del planeta, pero a los tres días ya me había hartado de que cada tres o cuatro minutos el alarido del Wookie interrumpiera momentos agradables de mi vida.

Una vez acostumbrado al tono, volví al disfrute de intercambiar ideas y opiniones acordes con la intención del grupo, pero… de pronto uno de los contactos decidió romper con la rutina y sacando sus brillantes dotes de Polo Polo, envió los chistes más pedantes y jocosos, sin cerciorarse de que algunos pudieran ofenderse o experimentar vergüenza del contenido, inmediatamente saturaron de "emoji", que dejaban en duda si aprobaban o no la acción –digo, hay caritas donde les salen lágrimas y uno ignora si son de llanto o de alegría. Ridículamente aseguramos detestar el bullying, pero en el grupo la mayoría disfrutábamos cuando alguien hacía de su patiño a alguno de los contactos, todos –en el chat, claro está–, arremetían contra él, unos a favor de la guasa, otros disque defendiéndolo pero ejecutándoselo a la vez.

En otra ocasión, en plena reunión laboral, suena mi celular, mientras las diapositivas avanzan, la curiosidad me gana y observo en la pantalla un meme de cierto político cuyo nombre omito para no herir susceptibilidades, la risa escapa y el jefe con aire de jalón de orejas, cuestiona mi opinión en relación a lo expuesto, lo cual hace que recurra al hada de la improvisación y la muy torpe se equivoca, entonces el monstruo de la vergüenza acompañado de su amigo ridiculez se quedan conmigo, ¡pinches ojetes!

Debido a la mala experiencia, mi pareja recomienda que silencie por un año los avisos del grupo, ¡tómala! A las tres horas de hacerlo, tenía un círculo verde que me indicaba chorrocientos mil mensajes sin leer. ¿Cuántas horas de mi escaza existencia implicaría para saber su contenido? ¡Un titipuchal! Los fines de semana no faltaba el ocioso que mandara cadenitas milagrosas, chistes de contenido kilométrico – ¡uff, qué flojera!– de todos colores y sabores, fotos de los lugares paradisiacos a donde iba y de la asquerosa comida que degustaba, como si uno se le fueran a antojar el plato de chilaquiles con mucha crema y salsa verde que más bien se asemejaban al vomito de la chica del exorcista.

A raíz de lo anterior, al cabo de seis meses de permanencia voluntaria en el grupo, por cordura propia y salud mental tomé la audaz – ¡uy! ¡Qué valiente!– decisión de abandonarlo. Considero que es genial utilizar este tipo de aplicaciones como herramienta que facilita la comunicación, cuando de verdad se intercambia información y no me refiero a los chismes de lavadero o como plataforma de prospectos a standuperos, pues es ahí donde nace el problema, y lo peor es cuando se abusa de ella.

jueves, 11 de agosto de 2016

¡Lo que callamos los Godínez!

A los oficinistas de antaño se les conocía como “Gutierritos” en honor de aquel obrero bonachón, humilde y honrado que entregaba el sueldo completo a su esposa, la cual le retribuía con humillaciones y desprecios argumentando su mediocridad en el desempeño laboral, opinión que era compartida por el Kool-Aid de su patrón; tal personaje mantuvo pegado al televisor a gran parte de la audiencia de nuestro país a mediados de la década de los sesentas a través de la telenovela. Ahora, con el arribo de la tecnología –adiós máquina de escribir, bienvenida computadora–, Gutiérrez evoluciona hasta transformarse en Godínez.

Pese a su metamorfosis, la sombra de Gutierritos los persigue, pues aún los jefes se siguen pasando de lanza con ellos, no les respetan los horarios laborales, continúan esperando con desesperación los viernes y las quincenas, creen que mejor los identifica el gafete que la credencial de elector y al convivir con los demás empleados, se abstienen de algunas actitudes y acciones, es decir, con tal de mantener la armonía prefieren callarse.

Es común que vean llegar a la secretaria en minifalda de bolitas, la saluden sin prestar atención, una vez que pase, zas, clavan su libidinosa mirada donde termina la espalda, mientras se digan así mismo… La verdad por respeto a ustedes eso no se pude publicar. Cuando se integra un nuevo compañero al equipo, el jefe lo presenta y pide que lo asesoren, con sonrisa de oreja a oreja argumentan que es un placer, mientras que más de alguno piense que es una lata enseñar a chambear a ese simio. Pasada varias semanas y éste insiste en que le expliquen algo nuevamente, se responderá: “¡claro, inmediatamente, no estaría de más!” –mientras que por dentro se piense: “¡ah, qué pendejo! Este Vergara vale su apellido”.

Como en todo centro de trabajo, existen individuos que le agradan al jefe –aquí no cuenta la curvilínea experta taquimecanógrafa que continuamente asedia–, son tus compañeros, pero lo que ellos no saben que a pesar de creer que los une una sincera amistad, algunos los consideran lambiscones, barberos y zalameros, algo así como animal rastrero, escoria de la vida, adefesio mal hecho, infrahumano, espectro del infierno, maldita sabandija, así, textual como lo expresa Paquita la del Barrio.

Fin de semana, para ser exacto domingo, estás en plena reunión familiar en el Parque Regional degustando una sardina con galletas Pan Crema, entre la algarabía de la reunión, escuchas la alarma del WhatsApp del grupo de la oficina, es el patrón con su clásico saludito lleno de parabienes y melcocha para arremeter después con una sarta de actividades que esperan para el lunes, o sea, desconfía de que por ser día de asueto consumas drinks de más y se te olviden los compromisos laborales. Obviamente, que los compañeros y tú saturan de respuestas afirmativas el grupo, al mismo tiempo que piensan, ¡cómo chifla! ¿A caso no tiene familia? Es mi tiempo de calidad con mis seres queridos y sale con sus estúpidas inseguridades.

El mero mero de arriba –y no es el Creador–, le llama la atención al jefe por una burrada que cometió, llega a la oficina y se desquita con sus subordinados presionándolos para que corrijan el error como si ellos fueran quienes la regaron, sutilmente los trabajadores pondrán cara de que es pan comido, agrado y hasta cierto esmero por evidenciar servicio, pero en su interior aceptarán que son los babosos favoritos que siempre le hacen la valona.

Hay un dicho popular de origen mexica que dice “caras vemos, corazones no sabemos”, el cual se puede interpretar como no confiar en alguien por la simple apariencia, ya que lo exterior no dice nada sobre lo que son y lo que piensan, imagínense si hicieran un lunes antidoping en la chamba, ¡uta! cuántos adictos de esos que hasta varitas de incienso se introducen por… ustedes ya saben por dónde, se encontrarían.

jueves, 4 de agosto de 2016

Big Brother

En una de mis devotas visitas al supermercado, empujando el carrito entre los pasillos, encontré a una señora con sus dos hijas pequeñas, lo que atrajo mi atención fue la lastimera queja de la menor hacia su madre, evidenciando el maltrato de parte de la hermana mayor hacia su persona, mientras la señora revisaba el color de tinte, sin girar su cabeza para verla entre dientes, balbuceó, “¡Ya cállate, no seas chillona!”. Mientras las dejo atrás, por mi desamueblada cabeza concluyo, si la chavita le hubiera dicho que en lugar de su hermana, una niña de su escuela la estaba molestando, segurito que la doña iría directo con las autoridades educativas del plantel con denuncia en mano de la CNDH a embarrársela a la cara, alegando que el plantel no está atendiendo un problema de bullying, discriminación y abuso hacia su hija.

El hecho está en que para algunos padres y madres, las rencillas entre hermanos son nimiedades y hasta llegan a creer que tienen su lado formativo – ¿qué? ¿cómo? –, pues gracias al tesón, vigilancia y descuidos entre ellos, aprenden diversas pautas de defensa personal, se adentran en ciertas nociones del derecho civil que disciplinan las relaciones personales, patrimoniales, voluntarias o forzosas; adquieren sin necesidad de asistir a cursos la aplicación de los primeros auxilios. No es necesario ver alguna película de terror para que los menores experimenten el miedo, de eso se encargan los familiares al darles a conocer un buen de entelequias, llámese el chamuco, coco, bruja, etcétera, con los cuales aprenderán a compartir, respetar a los adultos y estarse sosiegos.

Desde la infancia, nuestros hermanos mayores sin necesidad de ver En Familia con Chabelo, nos adentran en las bondades del trueque catafixiano al permutarnos premios, ganancias y obsequios – por ejemplo el domingo–, por otros más ostentosos pero con el riesgo de que tal maniobra resulte a la inversa, ¡buuaahh! Otra de sus aportaciones, es el enriquecimiento del lenguaje del menor con múltiples palabras soeces, que los inocentes padres atribuirán a los compañeritos de la escuela. Imposible olvidar ese “lero, lero candelero”, enunciado irrebatible que denotaba el gandallismo del hermano quien experimenta satisfacción al escuchar entre sollozos expresar a su hermanito las palabras de “no oigo, no oigo, soy de palo, tengo orejas de pescado”.

A los hermanos grandes los menores no pueden intimidarlos diciéndoles que su papá tiene una pistola, ya que ese argumento que muchas veces pone fin a cualquier diferencia entre sus colegas chavitos a ellos les hace lo que el viento a Juárez, tampoco surte efecto el “ya córtalas”, pues pese a los resentimientos entre ellos siguen siendo familiares y lo único que queda es decirles “chócalas”, algo así como te perdono nada más porque eres mi gran hermano, no importa que me hagas la vida de cuadritos, chance y hasta también eres mi cuate.

jueves, 14 de julio de 2016

¿Actuamos como empleados o como lo que somos? (Segunda parte)

Continuando con el recuento anecdótico de esos personajes urbanos que en vida desarrollan un tercio de su existencia en las oficinas: los empleados, quienes además de cumplir con su horario conectados a internet o consultando los comentarios del WhatsApp, calman la ansiedad fumándose uno que otro taco de taquicardia, atiborran en horas pico los camiones – ¡sí los menos afortunados utilizamos este citadino medio de transporte!–, reciben, si bien les va, esa codiciada presea que llena de envidia a quienes no les toca llamado bono – náquever con el vocalista de U2–, a veces tienen que acatar ciertas normas, algunas escritas, otras simplemente se transmiten de forma verbal, algo así como óyelo Pedro, entiéndelo Juan.

Entre esos principios que a muchos se nos hacen hasta coercitivos, pero que en realidad debiéramos de adoptar con tal de evidenciar conductas correctas ante los compañeros, clientes y autoridades de la institución donde se labora, se encuentra esa insana costumbre de publicar a través de las redes sociales algún rencor, crítica o mofa sobre cualquier integrante de la dependencia, ten en cuenta que a pesar de no ser tu contacto esa personita que ventilas, tarde que temprano alguien le chismeará. Esta norma sí debiera de estar escrita, pues es horrible entrar a un espacio cerrado donde huele al almuerzo que recalentaste en el microondas e incluso hasta impregnaste la ropa de los demás a tu suculenta torta de huevo con chorizo. Por piedad, no compartas tus gustos musicales – ¡ya chole con Juanga! –, si piensas que poniéndote audífonos es la solución, ten en cuenta que los demás no tienen ninguna necesidad de escuchar tus dotes de cantante, eso déjalo para el karaoke de los juevebes o en tu casa.

¡Por favor, casi, casi por compasión! Nunca se quiten los zapatos, pinten las uñas, depilen o rasuren, planchen el pelo y maquillen en horas de trabajo, da una imagen exquisitamente doméstica que no va para nada con el de una oficina, ah y borren de sus cabecitas que sus colegas no notarán si van crudos o sin bañarse, pues con el puro olor basta para que el más ingenuo de ellos se dé cuenta. Si llegara a existir flirteo entre colegas, por favor sean discretos, pues los demás no son ni celestinas, mucho menos sacerdotes que guarden secretos de confesión y en una de esas puede que se entere el cónyuge que ostenta las protuberancias sobre la mollera, ¡qué culpa tiene una honorable institución de que dañen la reputación con sus calenturas!

Jefes, consideren que así hagan los convivios que sean nunca van a satisfacer el gusto de sus subordinados, no olviden que quien cuerda les da ahorcados los quiere ver, graben en sus cerebros que cualquier regalo o favor hecho por un empleado es inversamente proporcional a lo que éste espera a cambio de ello. Su personal tiene jornada establecida que cubrir en horarios constituidos y no están a disposición de lo que les plazca en cualquier momento, de igual forma su desempeño lo deben de realizar en sus respectivos espacios, o sea, si quieres que poden el césped o reparen algún desperfecto de tu residencia tendrás que pagarlo de tu bolsillo y en horario ajeno al de la dependencia, entiende que no es parte de su salario laboral.

Consiente estoy de que somos humanos y nos cuesta trabajo comportarnos como obreros, pero no es justo que bajo el pretexto de la amistad algunos te quieran hacer cómplice de los complot, atentados e incluso hasta golpes de estado fraguados hacia las autoridades o lo peor, te hagan decidir por cualquiera de los grupos en que se encuentran divididos para que te afilies a uno de ellos. Uno simplemente va a cumplir con su compromiso laboral, mientras que los apadrinamientos, amistades y sentimentalismos deben de quedarse afuera de las paredes de la oficina, no del cubículo, así que por favor respétalo y regresa los artículos que se te prestaron, ¡ámonos!

jueves, 7 de julio de 2016

¿Actuamos como empleados o como lo que somos? (Primera parte)

Esta vez el texto aborda nuevamente – ¡vuelve la burra al trigo! – el quehacer de cualquier centro de trabajo a nivel nacional, y como ustedes saben hay oficinas en todos lados, de todo tipo, con personal calificado o no, por lo tanto, apreciado lector, si por mera casualidad del destino lo que a continuación redacto se parece a tu realidad, no vayas a salir con el cuento de que estoy criticándote o burlándome de ti, de tus compañeros y de tu jefe. Una vez aclarado esto, regresamos al asunto. Como en todo empleo, quienes laboran deben de cumplir con un horario fijo, gracias a ello a alguien se le ocurrió la brillante idea de llamar a la jornada laboral “días hábiles”.

Durante el transcurso de la semana, el día que más agüita a cualquier oficinista es el lunes –tú sabes, el domingo te la pachangueaste tan sabrosón que se te hizo rete bien cortito–, con el ingrato despertador taladrando los oídos al dolor de cabeza de la crudelia que te cargas, lo bueno es que te espera ese café tipo Lázaro que te levanta y hace andar; el mejor, y hasta eterno se vuelve, es el anhelado viernes, deseo que es superado por el fervor de las quincenas en cuyas fechas sé es feliz durante las primeras horas de saberse con dinero, pues llegando a casa, una vez exprimido el cajero automático, hay que distribuirlo en los múltiples pagos que se adeudan, ahora comprenden la razón del por qué muchos compañeros se convierten en tianguistas de oficina ofertándote sábanas y edredones de encaje, ya que tienen que obtener dividendos extras.

Cada uno de los empleados, además de llevar los sagrados alimentos en tóper, cuyos sobrantes van a ir a parar al museo del refrigerador, poseen una cuenta de correo electrónico cuyo dominio es de la empresa –por si pensabas intercambiar información de otra índole olvídalo, existe la probabilidad de que te agarren infraganti–, desempeñan su trabajo en espacios igualitos que se conocen como cubículos, pero para diferenciarlos cada quien los decora muy a su estilo, a pesar de no ir acorde con el refinado y exquisito agrado del jefe. No sé si experimenten sentimientos de orgullo con ese símbolo distintivo que cuelga de sus arrugadas camisas al que denominan gafete, pues incluso fuera de espacios y horarios laborales lo portan, ya que toco el tema de la camisa, es común que se pongan de acuerdo para elegir un color diferente para cada día de la semana, dándole al traste a quienes gustan de portar sus mejores galas y beneficiando a los tigres de la oficina, esos que siempre llevan las mismas garras.

Como en la mayoría de los empleos, es común que existan dos clases de jefes, el mero chiplocudo, o sea, quien cuenta con nombramiento oficial y a quien por simple hueva o falta de autoridad del primero designa para ejecutar y poner orden sobre los demás; las fiestas en estos lugares evolucionan hasta dar origen a los convivios, donde el grupo de trabajadores demuestra a través de su interactuar que son unidos…pero de víboras –naah, eso es un mito, pues sino compaginaran entre ellos no se irían a comprar tamales de sushi en caravana a la esquina en los momentos que más enguasados están, mientras el patrón saborea un sorbete de bilis con veneno.

jueves, 23 de junio de 2016

El enemigo del Rector

Hoy abordaré un asunto que tal vez a ciertos individuos les resulte algo incómodo, porque probablemente ellos lleguen a pensar que es un texto redactado con la finalidad de abordar situaciones que para sus prejuiciosas mentes sean temas escabrosos, y más aún, por el título. Pues no es así, ya que creo que sobran las palabras para decir lo que nuestro actual Rector ha realizado durante su gestión, quienes lo hemos acompañado, de sobra sabemos que ahí están sus hechos que hablan por sí solos.

Ha demostrado que la soberbia y el despotismo no son parte de su personalidad, prueba de ello es que el dirigente de la Máxima Casa de Estudios ha sido un hombre que en reiteradas ocasiones ha concientizado a los orgullosos egresados de las distintas escuelas y facultades que al recibir ese documento que les acredita la culminación de su periodo de estudios no sólo son aptos para afrontar los retos de la sociedad del conocimiento, sino que también existe la responsabilidad de retribuir lo que la comunidad universitaria les brindó a la sociedad.

Sabe que al desempeñar el puesto que ocupa en el Siglo XXI, que es sin lugar a dudas el siglo de la acción, no debe permanecer estático, menos aún en una Universidad que está en constante efervescencia, debido a su incansable cruzada por mantenerse en la vanguardia tecnológica, dar respuestas a las diversas condiciones de cooperación, multiculturalidad e internacionalización.

Ávido lector de la poesía y aficionado a la oratoria, decidió dejar a un lado a ambas para tomar partido a través de la acción, en la actualidad si leemos sus entrevistas en lugar de expresar datos que inflen el ego de todo lo que ha gestionado en favor de la institución, denota preocupación de que en las aulas se imparta una formación que no sólo sea antídoto contra la ignorancia, sino también que concientice sobre las repercusiones de los prejuicios que generan la violencia, de ahí su sentida inquietud de que se ofrezca una educación con calidad, donde además de preservar el conocimiento se fomente el respeto como seres humanos entre los que formamos parte del proceso enseñanza-aprendizaje, con la seguridad de que ello se traducirá en respetar a la sociedad en sí y a la vida misma.

Para quien firma lo que están leyendo, la valía de una persona se mide o se considera según sea el tamaño de su enemigo, y no hay más grande rival que la ignorancia, ustedes dirán si nuestro Rector no ha elegido un buen adversario, ahora nos toca a nosotros brindarle apoyo desde las trincheras académicas para acompañarlo durante cada round. Algunos tal vez me acusen de servilismo ante lo expuesto, de que ni siquiera es una reflexión, pero el mensaje que me deja es que no se nos vaya acabar el tiempo sin saber exactamente quién tiznados es nuestro enemigo y pasemos por la vida sin pena ni gloria.

jueves, 16 de junio de 2016

¿Qué onda con la contingencia?

(Parte II)

Gracias Siglo XXI, que con su aluvión de avances tecnológicos y apps en los teléfonos nos han acercado con gente tan apartada de nuestros espacios geográficos, al mismo tiempo que nos alejan de una sencilla charla con la gente que se ubica al frente nuestro. Bajo tal argumento, el jefe de una conocida dependencia reunió a su equipo de trabajo, el objetivo de esa asamblea era establecer un orden al uso de la telefonía celular entre todos los que integraban la oficina. Dicen que las reuniones de trabajo son como la picazón en la nariz, entre más te rasques la comezón aumenta y no se te quita, o sea, entre más tiempo se profundicen los temas, más se prolonga la asamblea y menos soluciones se concretizan; esa tarde el nerviosismo imperaba en la sala, cada empleado tenía su hipótesis, pero experimentaban cierta inseguridad.

De pronto, entra el jefe acompañado de su sequito de sicofantes, el silencio sepulcral invadió la sala de reuniones, al estilo de un vulgar candidato a puesto de elección, saluda de mano a cada uno de sus colaboradores, mientras ceremoniosamente agradece la presencia de ellos. Sin rodeos o tal vez presionado por lo apretado de su agenda y sin utilizar las acostumbradas diapositivas, planteó que debido al exagerado uso de los celulares, era necesario establecer un plan de contingencia, pues tanto abuso iba echando al resumidero la ignominia de la comunicación.

En su perorata, manifestó que cuando un usuario requiere de servicios, quienes lo atienden descuidan esta labor al más mínimo sonido de su móvil, cualquiera de las secretarias responde más a los mensajes que levantar el auricular de la oficina para recibir una llamada; además de que en los cubículos se percibe un vacío existencial, pues todos están inmersos en las pantallas del teléfono, sólo se escuchan carcajadas y uno que otro grito que da cierto aire de pabellón psiquiátrico, si se reúnen a la hora del lunch ni se miran a los ojos, pues su concentración es absorbida por el tiznado aparato, que incluso hasta en el retrete lo utilizan, acción que además de ser de mal gusto es antihigiénica.

Cuquita, la responsable de almacén, sin pedir la voz comenta apresurada que ella hasta en el baño saluda a sus compañeros de mano, y si usted considera una exageración el uso del aparato, ese grupo de WhatsApp donde nos integraron sin consultarnos, le perece una mamarrachada, pues los primeros meses se logró el propósito de enlazarlos, pero luego se desvirtuó con las cadenitas, imágenes, chistes, emoticones, entre otras peores. El colmo es cuando Chole, la de finanzas, lo utiliza como medio intimidante, pues si alguien no leyó alguno de sus avisos, lo sanciona como si este medio fuera oficial. ¡Hemos pasado de considerar el antediluviano correo electrónico por donde según usted nos “oficializaba” los citatorios a esto! Lo peor es que ahora hasta los días de descanso ni parecen, debido a que indicaciones, encomiendas y actividades se hacen en cualquier fecha y hora.

Tales comentarios hicieron lo que el viento a Juárez, y de forma lapidaria el patrón expuso que como plan de contingencia cada uno de los empleados debía dejar al ingreso a la oficina su celular en un lugar dedicado a resguardarlo, regresándose al término de la jornada, y si alguno de sus familiares o ellos deseaban establecer comunicación lo podrían hacer a través de una extensión que se crearía para tal efecto. Sin más que agregar, abandona su lugar, no sin antes agradecer la atención de los allí presentes, obviamente que el lugar quedó invadido por un torrencial de polémicas y críticas ante la decisión.

Afirmar que cualquier semejanza con hechos reales es mera coincidencia, sería de guasa, mejor desconéctate de tu aparatito y regresa con los vivos por favor, para que situaciones como las anteriores no se vuelvan una realidad.

jueves, 9 de junio de 2016

¿Qué onda con la contingencia?

(Parte I)

¡El clima como ha cambiado! Con tanta modificación da la impresión de que las estaciones del año son teorías tan perfectas que vimos en la escuela y en la actualidad no tienen razón de ser, es más, tal brusquedad de temperaturas hacen que la letra de la canción “El Planeta” del grupo fresón de rap de los noventas Caló – ¡sí, tengo sus discos, chintolo no sólo de Vivaldi y Mozart vive el hombre! –, convierta a los autores del tema Claudio Yarto y Aleks Syntek en profetas.

Con la contaminación nuestro vocabulario se apropió de palabras como biodegradable, reciclado, ozono, IMECAS – ¡y no es ninguna antigua civilización prehispánica!–, deforestación, ecocidio –aunque parezca que esta frase se la chutaron de algún programa de la Tremenda Corte, existe–, smog, entre otros. Acá en la Ciudad de las Palmeras aún no tenemos que preocuparnos a pesar de que ya existen zonas donde hay más coches que inquilinos en los domicilios, sólo en urbes como la CDMX que a consecuencias del alto índice de contaminación imponen una serie de fases preventivas como lo es evitar que circulen automóviles de ciertas características y con ello disminuir el problema.

Ante tal restricción los capitalinos guardan sus carros y utilizan el transporte público o abordan alguno de los servicios gratuitos establecidos por el gobierno, además, otra de las precauciones es el cuidado de la salud, por lo que recomiendan no realizar ejercicio al aire libre y ni exponerse al sol por más de 15 minutos.

A los inicio de mi vida laboral, en el año 1998, cuando por fin nos dejaba de hacer bobo Jacobo al despedirse de su noticiero longevo y James Cameron se echaba a la bolsa once premios óscar por su hipercursi película Titanic, mis nuevos compañeros de oficina nos enfrentamos a una especie de contingencia, resulta que sólo una computadora contaba con conexión a Internet, obvio que todos queríamos utilizarla, ya sea por las maravillas de búsqueda que nos proporcionaba AltaVista, así como el entrar en contacto entre nosotros mismos a través del correo electrónico Yahoo! –digo uno tiene cosas muuuuy privadas que compartir lejos de la mirada hostigadora del jefe.

Ante tal demanda quien en ese entonces era nuestro patrón inmediato –cuyo nombre omitiré para no herir susceptibilidades, decidió crear un plan de contingencia donde se establecía un horario de uso para cada uno de los Godínez, ¡ups! Digo oficinistas. De lunes a viernes se utilizaría de ocho de la mañana a doce de la tarde, durante este horario por bloques de dos horas se compartiría entre los responsables del turno matutino y por las tarde de cuatro a ocho para el turno vespertino. Lunes, miércoles y viernes únicamente podrían usarla aquellos empleados cuyo apellido paterno iniciará con alguna de las diez primeras letras del alfabeto, mientras que martes, jueves y sábado el resto, y para no perder la caballerosidad, las damas serían las primeras.

En esa época era imposible observar como hoy a gente arduamente adherida a la computadora a través de alguna red social y descansando en sus horas laborales, las jornadas de trabajo duraban lo mismo, y las personas se conocían de verdad. Si continuamos como hasta ahora lo hacemos inmersos en la Internet, no nos extrañe por qué los extraterrestres no han hecho contacto con nosotros.

jueves, 2 de junio de 2016

Nickname

El otro día, en la plaza comercial, saludé a un excompañero de generación del bachillerato, esos encuentros son como activar la máquina del tiempo, pues las charlas únicamente abordan recuentos de anécdotas, pase de lista de los demás que integraban nuestro grupo, ¿dónde están? ¿A qué se dedican? Un tema ineludible y que no puede faltar es el de los profesores que nos impartieron clases.

Esta vez, con tal de evitar cuestiones sobre mi persona –si ya me casé, cuántos hijos tengo, entre otras jocosas situaciones–, saqué a colación el nombre del teacher de inglés, ¿Y ese quién es? –con cierto aire de incredulidad responde mi amigo. En cuanto le digo que se trata de “La Jícama con chile”, inmediatamente lo recuerda. ¡Ah, no pinches mames! ¿Qué ya se murió el ruco? –Note tesonero lector, que cuando uno se topa con antiguas amistades de la escuela como que hay un salto pa´tras darwiniano o como si fuéramos esa especie que se denomina chavos rucos, regresamos a las expresiones coloquiales de nuestra época. Cabe aclarar que al profe le apodábamos así porque era de tez blanca y pecosa.

Además, eso de ponerles motes a las personas, no sé si sea algo tan nuestro, pero hay quienes recordamos más por su sobrenombre que por el del registro civil. Lo incómodo de ello es que subraya los defectos físicos como esas orejas que son de proporciones diminutas a largas, los cráneos que sobresalen del tamaño del cuerpo y la nariz alargada o chata, así como aquellos que poseen un cuerpo delgado o a los que nos sobran kilogramos.

Hay apodos en distintos ámbitos, abundan en las profesiones, la política, los deportes y la religión; también existen esos sobrenombres cariñosos con los cuales nuestros seres queridos nos llaman; todo es melcocha y ternurita hasta que alguien ajeno a nosotros lo escucha y con acento sarcástico nos lo echa en cara delante de los cuates. Hay quienes tienen nombre de mote, ahí sí ni qué decir, pues gracias a sus progenitores llevan el bullying de por vida, pero desembolsando cierta cantidad se puede cambiar, más a veces en lugar de mejorar se empeora.

Tenemos tan arraigado eso de los apodos en nuestro país que cierta vez que puse una denuncia por robo –a satisfacción del morbo estimado leedor, fue por mi bicicleta tísica y viuda que un @&%#... se la llevó mientras hacía fila para comprar tortillas, ¡sí, no pude dejar formado el tortillero, es más, ni llevaba!–, en el formato uno de los requisitos del demandante, era además del nombre, profesión, empleo, etcétera, tener que proporcionar un alias, al ver la cara de admiración que puse por ello, la agente aseveró, “no le dé vergüenza todos tenemos uno, mi viejo me dice “mi funda”, ¡ah no, pues así sí! Déjame acordarme como me dicen mis alumnos.

Si por la seriedad, solemnidad, rectitud y respetabilidad con que a veces nos dirigimos a los demás creemos que estamos exentos de apodos, ¡qué inocente! Aquel de vosotros que esté libre de sobrenombre, que dispare el primer Boing...

jueves, 26 de mayo de 2016

La era de Mr. Chip

Han pasado dieciséis años de que el llamado Siglo XXI –¡escrito así, la verdad que se lee bien decimonónico!– invadiera nuestras vidas con su titipuchal de avances en materia tecnológica, los cuales sin lugar a dudas modificaron los estándares de vida, pues al parecer por fin pudimos acariciar ese futuro que sólo en las películas de ciencia ficción veíamos.

Hoy no solamente los autorretratos son obras exclusivas de Gauguin, Durero, Filippo Lippi y Vincent van Gogh, ya que casi todos nos hacemos el propio, gracias a las cámaras digitales o el celular, pero aún persiste la idea añeja de que una selfie manifiesta las cualidades físicas de su autor, ¡he ahí la razón del porque nadie muestra la fotografía de su credencial de elector! Ya que aludo al celular, este gadget a sus 20 años de existencia, tiene un espectro de influencia a tal grado de que existen familias donde abundan más de estos aparatos que miembros y cuando se llega a descomponer el dolor de la pérdida es mayor que el de la muerte de un ser querido.

Para encontrar “información” que genere conocimiento ya no es necesario ir a las bibliotecas, pues la mayoría de trabajos escolares o las respuestas de un examen en pleno momento de evaluación se logran obtener gracias a la magia de un buscador de Internet, volviendo arcaicos a aquellos acordeones en la suela del zapato, en el dobles de la falda o en el extensible del reloj, además la frase de que la educación se mama es cosa del pasado, ahora sólo se conecta, se baja y listo. Situación que nos regresa a 1849 con la Fiebre del Oro, solamente que ahora no se trata del elemento químico de número atómico 79, sino de esa tecnología que permite conectar diferentes equipos informáticos a través de una red inalámbrica de banda ancha denominada WiFi.

La autoestima se incrementa gracias a todas esas manitas con el dedo índice hacia arriba que se conocen como like, adiós libros de superación personal, sniff… sniff… sniff… Ya no es necesario ir al ministerio público a poner una denuncia, sólo basta publicarlo en alguna red social y chance se vuelva viral hasta convertirse en Trending topic, entonces la autoestima se fortalecerá de tantos “Me Gusta" que cosecharás – ¡ridículo, pero cierto que a muchos les agrade la desgracia de otros! Igual ese deporte de subir fotos con las cuales entre menos ropa se utilice en ellas más followers obtendrá e incluso se transformará en hotness.

Si hemos realizado cualquiera de lo anterior, no nos debería de causar admiración que en algún momento de nuestra existencia cuando no contemos con señal o se haya caído el sistema, entonces esos seres extraños que habitan en nuestra casa y que se autonombran familiares los conozcamos por primera vez y de la extrañeza nos encerremos en el baño para superar el trauma.