jueves, 24 de agosto de 2023

Animalitos.



En memoria de Toncho, ese miztli que fue tan chido.

Años atrás no comprendía las causas de porqué mi madre les lloró a las 2 palomas que murieron o cómo se despidió de Periquín con un beso en el pico cuando lo enterramos cerca del rosal que se ubica en la cochera, ni cuánto extrañaba a sus 3 perritos que las pinches enfermedades se los habían arrebatado, de cómo nos pidió en actitud berrinchuda que le consiguiéramos otro gato cuando la Litzy se murió, y cuando ella en el hospital donde la perdí, horas antes me heredaba los cuidados de Toncho, un felino blanco como las nubes del cielo, quien al no volver a verla regresar a casa, de tristeza dejó de comer por varias semanas, haciendo que cumpliera mi promesa de cuidarlo, internándolo en aquella veterinaria, y que gracias a las habilidades de la médica Ivonne, lo reintegró a nuestro mundo por 5 años más, pero que la mañana de este lunes una móndriga neumonía, le causó la muerte mientras permanecía en la incubadora de la veterinaria, creo que la única vez cuando un michi te rompe el corazón, es cuando el suyo deja de latir.

Esas mascotas que socializamos los seres humanos, nosotros, los llamados homo sapiens, los seres inteligentes y civilizados, que de acuerdo a la historia misma, hasta la fecha no se ha visto que lo demuestren al 100%; es que nos creemos tan superiores, cuando despojamos de su condición humana a los asesinos, terroristas y violadores, y los equiparamos con los animales, pero, los animales no inventaron las armas, ni la silla eléctrica, ni la bomba atómica, ni la cámara de gases, tampoco declaran la guerra ni matan por ambición o por hacer daño, y ni se pelean con sus semejantes por ideología o porque le van al equipo de futbol contrario.

Mi gato, era incapaz de hacerme daño, solo se limitaba a dejar una estela de pelos por toda la casa, se arrimaba para que le acariciara el lomo y la cabeza, ronroneaba mientras veíamos la televisión, me recibía al llegar a casa, con el interés de que le diera su alimento. Ahora que ya no lo tengo comprendo el aprecio de mamá por sus animalitos, imagino que por eso el escultor británico Hywel Brân Pratley, a la efigie de bronce que hará de más de 2 metros bañada en bronce conmemorativa a la Reina Isabel II, la diseñó para dejarla inmortalizada junto a sus perros corgi.

jueves, 17 de agosto de 2023

Basurita coquetona.


Ya lo escribió Julio Cortázar, en ese mi libro fetiche de
 Rayuela: “cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo”, y es que uno no es que sea antisocial, simplemente hice de mi casa mi propio patíbulo -mero parafraseó de ese Canto XIII de El Infierno, extracto de La Divina Comedia de Dante Alighieri, donde se castigan a los violentos contra sí mismos-, y es que en el hogar conservó todo lo que me gusta, “basurita coquetona” que los millennials desconocen, cds, vinilos, casetes, cómics, así como juguetes Lilí-Ledy y Ensueño; además, estar en lugares donde uno no desea permanecer, como que es de mala suerte, y no es que sea supersticioso, pero la neta, el saber de antemano que uno pasará un mal rato al no tener nada que hacer de provecho será una profecía autocumplida.

Mientras que los juguetes no son de adultos, más bien, aquellos monitos que en mi infancia hacían volar la imaginación, por cierto, era todo un alucine esa canción de Francisco Gabilondo Soler –Cri-Crí para la raza-, llamada “El Baile de los Muñecos”, en la cual se anticipa a Pixar con su Toy Story, cantándonos la historia de unos juguetitos que todos los días a las 3 de la mañana se avientan un bailongo o de esos guateques que concluyen hasta el alba, y ahí me tienen, cuando el pis a deshoras de la noche me despertaba, esperaba con curiosidad ver echarse un zapateado al Kid Acero con la Mujer Biónica.

A los cómics les guardo mucho aprecio, con ellos nació el gusto por la lectura, es más, a los 6 años le pedí a mi madre que me enseñara a leer, para así comprender lo que decían los dibujos, ahí me tienen haciendo sonidos guturales mientras practicaba gracias a la pedagogía de El Silabario de San Miguel -pequeño folleto de 8 hojas, impreso en rústico papel revolución-; mientras que la música, pues nos hay nada como escucharla en sus formatos originales que resaltan los 24bits/192KHz de la grabación, olvídense de esos datos en streming austeros y comprimidos de malísima calidad de audio, que por cierto, con la llegada de MP3, Apple Music, Deezer y Spotify, se acabaron aquellas joyas de los conciertos grabados, entre mis preferidos resalta el “101”, de Depeche Mode, grabado en 1989.

Dirán que todo es pura cuerda, ¡yo ni le hago eso! Pues quien cuerda te da ahorcado te quiere ver, más, existen quienes piensan en la actualidad que, al colocar emoticones en el WhatsApp, los que los reciben experimentan las emociones expresadas, pos no, date de santos que de perdida fuiste leído, o sea, si se te pusieron en azul las palomitas, pues sino, lo más seguro es que te genere un desconchinfle nervioso. Espero que antes de llegar al punto final del texto le sigan puntos suspensivos existenciales, de esos que afloran la diástole del núcleo de mi pecho, y ahora me comprendan más que antes, en fin, yo soy Marcial, y, ustedes no.

jueves, 10 de agosto de 2023

Senectud en éxtasis.


Llegar a la edad… ¿cómo le puedo llamar sin ofender a alguien? En la época que contaba con 2 dedos de frente -¡sí, en algún momento de mi mocedad tuve abundante cabello!- les decíamos viejitos, ahora las voces más típicas les llaman adultos mayores o de la tercera edad, es decir, descartamos esos términos tipo conductor de noticias en horario prime time como el de personas de edad avanzada, población mayor, ancianos, seniles o señores, mientras las y los nietos sin ningún complejo les continuaran diciendo abuelos o abuelas. De acuerdo a cifras de la Organización Mundial de la Salud, en el año 2050, el 22% de los habitantes del planeta serán mayores de 60 años.

Nuestros viejecitos, que a esa edad guardan en sus memorias los sabores y los saberes, ellos, quienes desean ser acompañados y escuchados como alimento que les nutre el alma, en donde reposa aquello que les adorna el altar de la memoria y las remembranzas que iluminan las veladoras que llevan escrito cada uno de los nombres de sus familiares. Una calurosa mañana de este verano infernal, lo volví a encontrar con su pantalón bien planchado, de esos que señalan el doblezpli, ataviado de una guayabera pulcra, sin arrugas ni lamparones, con más de 80 años encima, oliendo a jabón de tocador, sentado en la banca del jardín; individuo que tres cuartos de su vida los dedicó a trabajar hasta generar una empresa con la cual obtuvo buenas ganancias.

En esta ciudad de todos y de nadie, si ya no caben los muertos en El Camposanto, menos los vivos en las casas, este hombre senil, con 4 hijos que ya no quieren responsabilizarse de él, y, que, en su búsqueda por la perpetuidad hogareña, ya no la encuentra ni en casa, si a ello le agregan su feroz resistencia a la tecnología, situación que le ocasiona que sus vástagos lo lleguen a considera un estorbo.

Al verme pasar, me saluda y de su bien amueblada memoria, me dice: “¿te acuerdas que iba a ir a preguntar sobre la estancia en un asilo?” – ¡Ah, neta! ¿Qué le dijeron? En su argumento, comentó estar agüitado por mí, pues en esa casa hogar para ancianos -cuyo nombre reservaré para su morbosidad apreciado lector-, las mensualidades por estancia están divididas en 32 mil, 16 mil y 8 mil, o sea, por categorías, que para un ser tan ordinario como quien firma lo que escribe, pues no alcanzaría más que pa´ la última. ¡Pinches estereotipos!

Estaba entusiasmado y triste a la vez, pues ahí se encontró con varios de sus amigos, que por lo avanzado de la edad ya no lo reconocieron, además, no vio ninguna enfermera que le subiera la fiebre; pero que tranquilamente esperará a que le suceda lo mismo que a sus conocidos, ya no se acuerda de algunas cosas, y cuando olvide por completo quién es, lo más seguro es que comenzará a vivir la senectud en éxtasis.

jueves, 3 de agosto de 2023

La gran familia Robinson.


En 1719, Daniel Defoe publicó la primera novela inglesa, llamada La vida e increíbles aventuras de Robinson Crusoe, que con la popularización todo mundo la conocemos como Robinson Crusoe, en donde se describe la autobiografía ficticia del protagonista, un náufrago inglés que pasa 28 años en una remota isla desierta, y que con el paso del tiempo se adapta a la soledad, una soledad que le hace apreciarla, de darse cuenta que la ausencia a veces vale la pena.

Así como la soledad acompañada que a diario observo, novios sentados en las oxidadas bancas del oscuro jardín, que ya no buscan las tinieblas para darle rienda suelta a sus instintos carnales, sino, para estar cada quien sumergidos en las pantallas de sus teléfonos celulares; hortera soledad de ese desayuno familiar en lujoso restaurante, en donde cada integrante ausente de la situación, pero presentes en el WhatsApp. Clases, charlas o presentaciones en donde el interlocutor solo es escuchado por su propia conciencia a punto de la renuncia a su auditorio cautivo de la telefonía.

Ya no importa, es más, ni siquiera existe, ese antropófago civilizado llamado Viernes, ahora se trata de un dispositivo o aparato telefónico, portátil, que con el cual ya casi nadie realiza llamadas, o sea, su verdadera esencia, ahora se ha convertido en ese balón de voleibol con quien hablaba otro náufrago, de nombre “Wilson”, que nos hace formar parte de la gran familia Robinson a quienes habitamos esta isla desierta conocida como planeta Tierra.