jueves, 14 de julio de 2016

¿Actuamos como empleados o como lo que somos? (Segunda parte)

Continuando con el recuento anecdótico de esos personajes urbanos que en vida desarrollan un tercio de su existencia en las oficinas: los empleados, quienes además de cumplir con su horario conectados a internet o consultando los comentarios del WhatsApp, calman la ansiedad fumándose uno que otro taco de taquicardia, atiborran en horas pico los camiones – ¡sí los menos afortunados utilizamos este citadino medio de transporte!–, reciben, si bien les va, esa codiciada presea que llena de envidia a quienes no les toca llamado bono – náquever con el vocalista de U2–, a veces tienen que acatar ciertas normas, algunas escritas, otras simplemente se transmiten de forma verbal, algo así como óyelo Pedro, entiéndelo Juan.

Entre esos principios que a muchos se nos hacen hasta coercitivos, pero que en realidad debiéramos de adoptar con tal de evidenciar conductas correctas ante los compañeros, clientes y autoridades de la institución donde se labora, se encuentra esa insana costumbre de publicar a través de las redes sociales algún rencor, crítica o mofa sobre cualquier integrante de la dependencia, ten en cuenta que a pesar de no ser tu contacto esa personita que ventilas, tarde que temprano alguien le chismeará. Esta norma sí debiera de estar escrita, pues es horrible entrar a un espacio cerrado donde huele al almuerzo que recalentaste en el microondas e incluso hasta impregnaste la ropa de los demás a tu suculenta torta de huevo con chorizo. Por piedad, no compartas tus gustos musicales – ¡ya chole con Juanga! –, si piensas que poniéndote audífonos es la solución, ten en cuenta que los demás no tienen ninguna necesidad de escuchar tus dotes de cantante, eso déjalo para el karaoke de los juevebes o en tu casa.

¡Por favor, casi, casi por compasión! Nunca se quiten los zapatos, pinten las uñas, depilen o rasuren, planchen el pelo y maquillen en horas de trabajo, da una imagen exquisitamente doméstica que no va para nada con el de una oficina, ah y borren de sus cabecitas que sus colegas no notarán si van crudos o sin bañarse, pues con el puro olor basta para que el más ingenuo de ellos se dé cuenta. Si llegara a existir flirteo entre colegas, por favor sean discretos, pues los demás no son ni celestinas, mucho menos sacerdotes que guarden secretos de confesión y en una de esas puede que se entere el cónyuge que ostenta las protuberancias sobre la mollera, ¡qué culpa tiene una honorable institución de que dañen la reputación con sus calenturas!

Jefes, consideren que así hagan los convivios que sean nunca van a satisfacer el gusto de sus subordinados, no olviden que quien cuerda les da ahorcados los quiere ver, graben en sus cerebros que cualquier regalo o favor hecho por un empleado es inversamente proporcional a lo que éste espera a cambio de ello. Su personal tiene jornada establecida que cubrir en horarios constituidos y no están a disposición de lo que les plazca en cualquier momento, de igual forma su desempeño lo deben de realizar en sus respectivos espacios, o sea, si quieres que poden el césped o reparen algún desperfecto de tu residencia tendrás que pagarlo de tu bolsillo y en horario ajeno al de la dependencia, entiende que no es parte de su salario laboral.

Consiente estoy de que somos humanos y nos cuesta trabajo comportarnos como obreros, pero no es justo que bajo el pretexto de la amistad algunos te quieran hacer cómplice de los complot, atentados e incluso hasta golpes de estado fraguados hacia las autoridades o lo peor, te hagan decidir por cualquiera de los grupos en que se encuentran divididos para que te afilies a uno de ellos. Uno simplemente va a cumplir con su compromiso laboral, mientras que los apadrinamientos, amistades y sentimentalismos deben de quedarse afuera de las paredes de la oficina, no del cubículo, así que por favor respétalo y regresa los artículos que se te prestaron, ¡ámonos!

jueves, 7 de julio de 2016

¿Actuamos como empleados o como lo que somos? (Primera parte)

Esta vez el texto aborda nuevamente – ¡vuelve la burra al trigo! – el quehacer de cualquier centro de trabajo a nivel nacional, y como ustedes saben hay oficinas en todos lados, de todo tipo, con personal calificado o no, por lo tanto, apreciado lector, si por mera casualidad del destino lo que a continuación redacto se parece a tu realidad, no vayas a salir con el cuento de que estoy criticándote o burlándome de ti, de tus compañeros y de tu jefe. Una vez aclarado esto, regresamos al asunto. Como en todo empleo, quienes laboran deben de cumplir con un horario fijo, gracias a ello a alguien se le ocurrió la brillante idea de llamar a la jornada laboral “días hábiles”.

Durante el transcurso de la semana, el día que más agüita a cualquier oficinista es el lunes –tú sabes, el domingo te la pachangueaste tan sabrosón que se te hizo rete bien cortito–, con el ingrato despertador taladrando los oídos al dolor de cabeza de la crudelia que te cargas, lo bueno es que te espera ese café tipo Lázaro que te levanta y hace andar; el mejor, y hasta eterno se vuelve, es el anhelado viernes, deseo que es superado por el fervor de las quincenas en cuyas fechas sé es feliz durante las primeras horas de saberse con dinero, pues llegando a casa, una vez exprimido el cajero automático, hay que distribuirlo en los múltiples pagos que se adeudan, ahora comprenden la razón del por qué muchos compañeros se convierten en tianguistas de oficina ofertándote sábanas y edredones de encaje, ya que tienen que obtener dividendos extras.

Cada uno de los empleados, además de llevar los sagrados alimentos en tóper, cuyos sobrantes van a ir a parar al museo del refrigerador, poseen una cuenta de correo electrónico cuyo dominio es de la empresa –por si pensabas intercambiar información de otra índole olvídalo, existe la probabilidad de que te agarren infraganti–, desempeñan su trabajo en espacios igualitos que se conocen como cubículos, pero para diferenciarlos cada quien los decora muy a su estilo, a pesar de no ir acorde con el refinado y exquisito agrado del jefe. No sé si experimenten sentimientos de orgullo con ese símbolo distintivo que cuelga de sus arrugadas camisas al que denominan gafete, pues incluso fuera de espacios y horarios laborales lo portan, ya que toco el tema de la camisa, es común que se pongan de acuerdo para elegir un color diferente para cada día de la semana, dándole al traste a quienes gustan de portar sus mejores galas y beneficiando a los tigres de la oficina, esos que siempre llevan las mismas garras.

Como en la mayoría de los empleos, es común que existan dos clases de jefes, el mero chiplocudo, o sea, quien cuenta con nombramiento oficial y a quien por simple hueva o falta de autoridad del primero designa para ejecutar y poner orden sobre los demás; las fiestas en estos lugares evolucionan hasta dar origen a los convivios, donde el grupo de trabajadores demuestra a través de su interactuar que son unidos…pero de víboras –naah, eso es un mito, pues sino compaginaran entre ellos no se irían a comprar tamales de sushi en caravana a la esquina en los momentos que más enguasados están, mientras el patrón saborea un sorbete de bilis con veneno.