jueves, 15 de octubre de 2015

El lado más bestia de la vida (Segunda parte)

Como siempre, después de saborear el exquisito café con las secretarias, espera mi hábitat natural enrejado, el cubículo, mudo testigo de esas películas prohibidas a menores que observo a través del Internet para distraer la tensión laboral. Los de la oficina de enfrente echan guasa diciendo que nuestros espacios son serpentarios porque se encuentran divididos por cristales, más ridículos los de ellos que sólo tienen divisiones en tablaroca dando la apariencia de caballerizas, y yo prefiero ser una víbora que un penco.

El espacio destinado de archivo como siempre es una mixtura de olores a cebolla, cilantro, perejil y vapores diversos que te recuerdan la cocina de cualquier restaurant chino, pues durante cada receso de alimentos se ha convertido en comedor comunitario. Al caminar por los pasillos se pueden escuchar tres tipos de canciones de distintos géneros sonando a volumen alto. En el ambiente se percibe la ausencia del jefe, pues las risotadas y gritos de los compañeros resuenan en todo el recinto, ellos están conscientes que hasta las 11 de la mañana cuando éste llegue, el lugar se convertirá en un templo budista, aquí aplica aquella cancioncilla de la ronda infantil “Jugaremos en el bosque… la la lara la la...♫”. Además, cada quien ya sabemos lo que nos corresponde durante la jornada, como concluir lo que ayer pausamos por comprarles a los vendedores que deambulan a diario, mientras otros tienen que ejecutar las clásicas órdenes del boss que gira por el WhatsApp.

Hay un ser que se respeta más que al jefe, su secretaria privada, ella es como Dios, pues en sus manos está el destino de todos los empleados, muchas de las decisiones importantes de nuestra oficina están a disposición de su libre albedrío, con decirles que hasta el mero-mero chipocludo en lugar de dictarle los oficios, cede toda su confianza a la atinada redacción de esta mujer, es por ello que muchos optan por dirigirse a tal realeza mediante zalamerías, pues con ella ni es si o no, es “o”, ah, pero eso sí, cuidadito con que le caigas mal, ten la plena seguridad que tu estancia laboral será efímera.

Dentro de la cadena alimenticia de todo empleado existe un eslabón que nos ata al progreso, incluso es la fecha más anhelada, es más, a veces he llegado a pensar que su espera supera a la ansiedad de las vísperas navideñas, ansia semejante a la expectativa de la llegada del viernes, me refiero a la quincena, remuneración que nos da alegría unas cuantas horas, pues sólo dura unos instantes y luego pasa a poder de los aboneros. Otra codiciada presea que es motivo de envidia, rencores y de luchas encarnizadas por conseguirlo es el bono –náquever con el vocalista de U2– de productividad, que supuestamente te haces acreedor asistiendo a cursos.

Pero para ser productivo en el empleo no es necesario asistir a un tedioso curso de sensibilización donde las psicólogas que lo imparten tienen más problemas existenciales que uno o recibir capacitación tras capacitación en el área donde te desempeñas y continuar siendo el malhumorado de siempre que atiende pésimamente a los usuarios, es tan sólo cumplir con la complicada y simple actitud de ser felices en el trabajo o desarrollar tu empleo con gusto. Lamentablemente hemos permitido que el mundo cambie nuestra sonrisa cuando debiera ser a la inversa, pero como siempre sobran esos que con sus malas intenciones intentan darnos de patadas por la espalda y desacreditar nuestro trabajo mientras nos saludan con todo y melcocha.

Más si no somos capaces de cambiar una situación, lo más sensato es cambiar nuestra actitud, pues es de sabios cambiar de opinión y de necios el insistir siempre con lo mismo; cuidarse de esos compañeros inseguros que cambian su actitud hacia nosotros cuando se encuentran al lado de otras personas, evitar justificar nuestros descuidos laborales aludiendo que se hizo lo que se pudo; si miramos a los demás por encima del hombro que sea porque lo estamos apoyando y no humillando. Recuerda que entre mejor realicemos nuestro trabajo, menos se debe de notar, pues haciendo lo que pocos hacen, tendremos lo que pocos tienen.

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