jueves, 11 de abril de 2019

La vidente

Cada vez que viene a mi recuerdo veo a la abuela Ramona en el lavadero de la enorme pila que había en casa, junto a las montañas de ropa multicolor, agitando sus gruesos brazos al tallar con tal de sacarle la grasa pegada y lamparones ocasionados por la comida a las camisas, mientras que en el lavatrastos mi madre le ayudaba con la ropa íntima de esa clientela que de lunes a sábado hacía llegar las tinas a tope y que quien firma lo que escribe las acarreaba con el apoyo del patín del diablo -scooters, para los millennials.

Al final de esas jornadas era lo chido, cuando me enviaban por las cocas bien frías, que combinábamos con bolillo relleno de frijoles fritos, galletas pan crema o cacahuates – ¡ah, neta que extraño echarle al refresco los maní y rifársela para degustar el último!-; nos sentábamos en las sillas de otate mientras mi abuela contaba anécdotas de su entrañable Tamazula de Gordiano, una de esas trae a mi borrosa memoria lo que les redacto a continuación: A un usurero que casi a media población lo tenía endeudado con sus préstamos y que nunca terminaban de pagarle, pues iban acumulando redito tras otro, llegó a sus oídos las capacidades de una anciana vidente.

Como siempre, inseguro de todo, mandó traerla para solicitar sus favores, pero con la desconfianza de que tal vez la vieja esa fuera una charlatana que le timará su precioso dinero, teniéndola enfrente le dijo: Mira, para empezar te voy a pedir algo que yo únicamente sé, si aciertas te pagaré lo que me pidas, es sencillo si es verdad lo que dicen de ti, la próxima vez que Dios te hable dile que te revele mis pecados, tú sabes, él tan poderoso los debe de conocer.

A los tres días volvió la ancianita y el tacaño le preguntó si pudo dialogar con el Creador, ella asintió con su cabecita de algodón. -¿Y le pediste lo que te ordené?- ¡Sí, lo hice! ¿Qué te dijo? Haciendo una breve pausa la tierna mujer comentó: Dile al avaro que he olvidado sus pecados. Eso es perdonar de verdad, olvidar sin escupirle en la cara al que te debe algo su ofensa o deuda. Mudo y cabizbajo el hombre con una señal hizo que uno de sus mozos le pagara los servicios a la pitonisa. Gracias a tal experiencia a partir de esa fecha dejó de presionar a quienes le debían e incluso bajo el porcentaje de sus réditos.

jueves, 4 de abril de 2019

Lealtad en el siglo XXI

Lealtad es un concepto tan desgastado en este siglo, sí, el siglo XXI, ese en el que la inteligencia se mide por la capacidad de datos que procesa un teléfono celular, la puntualidad es tan antigua que ya nadie la practica, es más, a veces da la impresión de que ni existiera, además las habilidades y destrezas de las personas están resumidas en una App; para mí, ser leal, de acuerdo con la teoría de la época en que me desarrollé, es ese sentimiento de respeto y fidelidad a los propios principios morales, a los compromisos establecidos o hacia una persona.

El futuro de los valores, las buenas costumbres y de la paz está en manos de quienes tengamos leyes y seamos fieles a ellas, las respetemos, las acatemos y las sigamos al pie de la letra, pues de nada sirve argumentar que tenemos distintos tipos de reglamentos y estatutos si los ignoramos, si nos hacemos de la vista gorda por ser la primera vez, si sacamos provecho de los demás favoreciéndolos al no implicárselos o por quedar bien con alguien, luego nos asombramos de que los jóvenes digan: “Si obedeces todas las reglas, te perderás toda la diversión”.

La neta no se vale que ahora la luz amarilla de los semáforos se interprete como “acelera, porque te quedas en la pendeja con el rojo”, que los políticos se vuelvan chapulines con el pretexto de que en el partido que militaban todo era corrupción, mientras ellos al hacer eso violan sus propios estatutos, que se respalde más a quienes se creen que llegarán a ocupar puestos importantes en la escala laboral que a los que en este momento los ocupan, o sea, es como tener tu propia alcancía a la que más adelante le romperás el cochinito y sacarás un titipuchal de monedas. Es triste respirar ese pinche estrés que genera el ambiente donde cada quien espera su rebanada de queso, mientras otros prefieren huir de la ratonera, faltando al respeto a las leyes, lo cual se traduce en una lamentable pérdida de la lealtad.