jueves, 29 de octubre de 2015

¡Los trajeados… nomás!

Viajando en el sistema de autotransporte colectivo de nuestra speedica ciudad, me he topado con cada cosa extraña, una de esas rarezas son los empleados de banco o tienda departamental, es que no sé cómo notar la diferencia, pues ambos visten de traje, algunos a la medida y otros a la medida pero de sus posibilidades, pues las manos desaparecen entre las mangas, al igual que el largo de los pantalones que me recuerdan a los de Clavillazo.

Motivado por la intriga, y, porque no, por el morbo, decidí preguntar a los que durante una semana compartían el diario de ruta conmigo, ¿cuál es la experiencia de portar un traje? Pues con el clima tan cálido que tenemos y ellos todos los días aparentemente bañados, olorosos a fragancia, simulando decencia, mientras uno para lograrlo tiene que mover el rabo. Sus respuestas tal vez fueron de guasa, pero como dicen, entre broma y broma la verdad se asoma. Los cuatro trajeados dicen que pese a ser un requisito para desempeñar su trabajo, tal vestimenta les eleva la autoestima, pues con él la mayoría de las personas los respetan, incluso a veces les ha ameritado un trato especial a diferencia de los demás.

Uno de ellos aseguró que cuando se lo quita como que pierde prestigio, sentimiento que lo ha orillado a salir a cenar a las fondas, ir de compras al súper o al cine con él puesto; en conclusión, el traje es como la pluma mágica de Dumbo. Juan “N”, confirmó el poder que otorga un traje al decir que si alguien te ve sin él, pueque pierda el sentido continuar laborando en tan prestigiada empresa que te obliga a portarlo, pues disipa todo sentido de presunción.

Otro, afirmó que existe el riesgo al quitárselo de perder respeto o personalidad, es por eso que al ducharse se coloca un plástico con tal de protegerlo de la regadera. Hubo quien dijo que una vez la tintorería no se lo entregó a tiempo y sintió que se le derrumbaba la vida, a partir de tan fatídica fecha optó por comprar dos, así mientras se quita uno el otro se encuentra disponible para su uso.

Coincidieron en que son unos incomprendidos, pues la mayoría de las personas no entiende que andar de traje por la vía pública les confiere un trato VIP, orgullo que les brinda satisfacción después de estar ocho extensas horas de pie atendiendo a sujetos con diversos sentidos del humor o los caprichos del gerente. Orgullo que la plebe nunca entenderá –externó entre sollozos–, ¡por favor no nos eviten nuestra única ilusión! Además, si así andamos en la calle no es para aparentar superioridad, sino porque en realidad somos superiores, sino nos creen, pregúntenle a nuestra familia.

Imagino que sus respuestas fueron puro choro, pues en realidad no creo que el traje haga a la persona superior o digna de un trato especial, pero de que eleve la autoestima eso ya es situación de cada quién, pero como ya sabemos a pesar de los años muchos aún tienen acné mental y requieren de apachurrarles las espinillas.

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