miércoles, 30 de septiembre de 2015

Haciendo los mandados

Desde hace más de ocho meses, religiosamente los fines de semana acudo al mercado a surtir la despensa con la cual se preparan los alimentos durante la semana, ojo, yo no voy ni al súper ni a la “Comer” como dice el slogan publicitario, pues la verdad es todo un placer abrirse paso entre la algarabía de los verduleros llevando el diablito bien cargado, los golpes del cuchillo del carnicero al filetear las rebanadas y la diversidad de colores de los puestos que venden verduras, frutas y aguas frescas. En este lugar confío pues existe la plena seguridad de que ahí encontraré alimentos de la canasta básica, artículos para el hogar y abarrotes.

Es triste percatarse cómo la inflación afecta el poder adquisitivo, pues cada ocho días surto los mismos productos con mayor cantidad de pesos, ¡ah, cómo extraño aquel dólar de once pesos! Entre el olor a fritangas, las gorditas de chicharrón dando chacamotas en el aceite hirviendo, los sopitos de manteca con café calientito, los vapores del menudo light y el pozole seco que dejan sin hambre de tan sólo olerlos, camino con bolsas en mano –dije bolsas en mano-, no bolso de brazo.

Aquí podemos comprobar el éxito de las campañas al fomento de la lectura, sólo basta observar cómo las marchantitas adquieren el periódico al merolico voceador que grita que en la sección de policiacas viene la noticia sobre los cuerpos encontrados en el arroyo, además de la infinidad de literatura que hay al alcance de cualquier cartera o bolsa del mandado como el libro Vaquero, Sensacional de Traileros, el Condorito y Lágrimas, Risas y Amor, en fin, una variedad de revistas usadas pero que aún se pueden disfrutar en los puestos que además de ponerlas a la venta, ofrecen mil chucherías más.

Durante todo el tiempo que llevo acudiendo al mandado, he podido reconocer hábitos y costumbres tan comunes de los locatarios, uno de ellos es la atención al cliente, pues si eres asiduo a cierto negocio, ten la plena seguridad que después de la tercera visita de compras gozarás de un trato VIP, que incluye pilón, descuentos, e incluso, hasta llevarse ciertos productos fiados cuando te gastaste hasta el último centavo en ese delicioso tamal de ceniza.

Otra extravagancia de ellos es cuando les pagas con un billete de alta denominación y no tienen cambio, ten la plena seguridad que en ningún puesto lo habrá, además, son unos desconfiados, pues los billetes de cincuenta y veinte pesos –esos que parecen panchólares– siempre los tallan para comprobar si son falsos, ¡claro que en la carnicería lo más seguro es que todos los sean si los frotan con el cuchillo! Olvídate de que te acepten uno de a mil, o sea, en épocas de aguinaldo y fondo de ahorro ni se te ocurra llevártelo.

Ya para finalizar con esas fijaciones de los vendedores, el sábado pasado al pagar con un billete al que le faltaba un diminuto borde, encontré mi infortunio, pues resulta que hay un pacto entre ellos donde de acuerdo a su criterio cuando les ofrezcan un billete con tales características no deben de recibirlo, pues ha perdido validez. Hasta donde sé, un papel-moneda no es válido si le falta un trozo mayor al de una moneda de a diez pesos, pero eso ni lo consideran, pues su necedad insiste en que le falta un trozo, por lo tanto, ni insistas en que te lo reciban, así que no tuve más remedio que regresar mis compras y humildemente volví a casa por otro, es decir, ahora sí les hice el mandado.

miércoles, 23 de septiembre de 2015

El Chikuncumbia o virus de la duda

Con la guasa característica tan nuestra, en el lugar donde laboro se está llevando una especie de cuenta regresiva de aquellos a los que uno a uno van padeciendo la enfermedad de… híjole, ora sí que me pusieron a parir chayotes pues en la web se utilizan hasta tres tipos de nombres para clasificarla: Chikungunya, Chikunguña o Chikunguya, según San Google, espacio donde se registran 9, 380,000 páginas de Internet que utilizan estas tres palabras, la primera de ellas es el vocablo original en el idioma makonde de un grupo étnico del sureste de Tanzania y del norte de Mozambique, cuya traducción al castellano equivale a doblarse, haciendo referencia a uno de los síntomas.

Esta enfermedad es ocasionada por el piquete del mosquito infectado el cual puede ser Aedes aegypti o Aedes albopictus, presentándose en el afectado fiebre mayor a 39° C., dolor de articulaciones, cabeza, espalda y músculos, es posible en algunos casos náuseas, conjuntivitis (ardor y enrojecimiento de ojos) y erupción cutánea (manchas rojas en la piel con su respectiva comezón).

Quienes experimentan cualquiera de estos síntomas de tan severos que son, a veces pierden la capacidad de realizar cualquier actividad –disfuncionalidad física que según cierto secretario no oficializa incapacidad, o sea, si no te puedes ni mover para ir al W.C. o hasta te duelen los toques que tus amigos te dan en Facebook, lo que te motiva a no presentarte a laborar, el patrón está obligado a decidir si se te pagará o no la falta.

Entre las incógnitas que ha generado la enfermedad, existe que no todos los contagiados presentan la misma sintomatología, la hipótesis que los “expertos” formulan es que dependiendo de las veces en que el insecto picó a la persona así será su gravedad. Otra aún más confusa es cuando en una familia todos han enfermado y uno no o viceversa, ¿qué no se supone que el bichito estuvo en casa y por ende existe la posibilidad de haber infectado a más de uno? Pues supuestamente el virus se transmite de un individuo a otro mediante las picaduras.

A la incertidumbre de las consecuencias de la enfermedad hay que agregarle que no existe vacuna ni medicamentos que la erradique por completo, pues son las mismas defensas del organismo las que lo expulsan, la medicina que recetan únicamente atiende los padecimientos. También existe la amarilla información que se transforma en angustia generada por algunos sitios de Internet donde hipotetizan consecuencias fatales a quienes fueron infectados por el virus, una página de dudosa procedencia afirma que es una de las enfermedades apocalípticas, según eso se liberó el cuarto jinete de Revelaciones, así como si fuera una especie de ébola latino; existen afirmaciones de médicos donde aseguran que algunas personas continuarán desarrollando la inflamación y el dolor de articulaciones hasta en periodos de veinte años.

Gracias a todo el pánico generado a raíz de las supuestas repercusiones de la enfermedad en quienes la han experimentado, se han vuelto abstemios por el miedo de morir, asisten con mayor frecuencia a las sesiones religiosas como agradecimiento o para pedir por la protección de los familiares, ah, pero eso sí, cada vez que se les presenta una secuela del virus de la duda, éste ya tiene nombre, ahora es Chikuncumbia para la burla nacional como especie de catarsis.

jueves, 10 de septiembre de 2015

Perdido en la traducción

Hace unos días fue publicada por internet la nota donde la alcaldesa de Bom Jardim municipio brasileño del estado de Rio de Janeiro, gobernaba por WhatsApp. ¡Órale, qué padre! Ella hizo realidad el sueño húmedo de cualquier servidor público: saciar su adicción al celular y ejercer las funciones desde cualquier sitio. Creo que tales anhelos han sido desde antaño, pues ahora recuerdo a un jefe que religiosamente nos hacía consultar el correo electrónico todas las mañanas para enterarnos de las disposiciones laborales del día, es decir, no se tomaba la molestia de decirlo personalmente. Mención honorífica merecen esos jefes que se valen de otros empleados para girar órdenes, como si fueran de categoría distinta. ¿Y el personal secretarial, son artículos de lujo o qué? ¿No se dan cuenta que así, en lugar de acelerar procesos generan brechas laborales?

Es común que nos dejemos arrastrar por la vorágine de la tecnología y sus gadgets, pero perder el sentido humano bajo el pretexto de que se agiliza la comunicación con tal de fomentar el gusto de ejercitar la alta velocidad del ojo al pulgar y omitir la rapidez intelectual; si a ello le agregamos la ansiedad por llenar el recuadrito de la pantalla, además de la desesperación porque se agotarán el número de caracteres del mensaje, es cuando cómo todo un chavo-ruco tiene que utilizar acrónimos, esos vulgarismos que la chamacada emplea.

Lo patético es que a veces ignora que esas siglas pueden tener más de un significado de acuerdo al contexto, pero él cree que sus empleados lo percibirán moderno escribiendo BRB en lugar de un “enseguida vuelvo”, que en realidad se trata de un estado del Messenger en inglés que se escribe Be Right Back. Para denotar asombro redacta OMG, según eso para verse fresón, pero en verdad son la síntesis de Oh My God! palabras que originalmente fueron sustraídas de promocionales de esas películas prohibidas a menores que algunos empleados ven durante la jornada laboral, haciendo caso omiso de las siglas NSFW (Not Suitable For Work), es decir, no apto para el trabajo.

Ah, pero qué tal cuando pone WTF como señal de desacuerdo, sin saber que está haciendo alusión al What The Fuck, ese vulgarismo que para lectores castos y puritanos bien se podría traducir como… ¡Ay! A ver, piensa, piensa. Ya sé, ¿qué diablos? ¿Qué demonios? Mientras pongo una sonrisa de satisfacción por mi pequeño momento de brillantez intelectual, recuerdo que también han escrito LOL, que sustituye al “ja, ja, ja, ja”, cuyas siglas pertenecen a Laughing Out Loud, algo así como reírse mucho -no manches, que mal se leería en algún comic de Batman a The Joker o el Guasón, en lugar de sus clásicas risas un simple LOL.

Claro que nuestro intelecto no podía quedarse al margen de tanto acrónimo gabacho, razón por la cual de factura nacional a veces se escribe OPP, que se utiliza como manifestación de admiración o asombro positivo y que con perdón de ustedes significa Otro Pinche Pedo. Amigo, si en tus mensajes de texto del celular, en los chats de Facebook, Twitter o Skype recurres a más de alguna de las siglas antes citadas, la verdad estás en la era de la modernización, por lo tanto eres un chavo-ruco de onda.

miércoles, 2 de septiembre de 2015

Un mundo nos vigila

Hoy gracias a la magia de la tecnología existe un aparato que muchos llaman teléfono celular, otros le dicen simplemente celular, cuando en realidad se trata de un amasijo en donde, en un mismo dispositivo, existe calculadora, señal de televisión, reproductor de audio y vídeo, sintonizador de radio FM, cámara de vídeo y fotográfica a la vez, navegador de internet, GPS, agenda electrónica, reloj auto ajustable al odioso cambio de horario, linterna y diversos juegos, todo complementan el combo embrutecedor de quienes lo utilizamos.

Ese gadget, contrario al ego de sus dueños, entre más pequeño es mejor, pues resulta mucho más fácil de portar. Gracias a todo lo que en él se incluye se ha vuelto en algo vital, al grado de generar una simbiosis entre aparato y usuario; además de acortar distancias prolongando llamadas -¡Bueno, eso depende del crédito o el plan con la compañía!-, se emplea para tomar fotos y hacer cortometrajes de cualquier situación, cayendo en el ridículo de perderse de la adrenalina de un concierto o evadir el apoyo ante una catástrofe con tal de hacer una buena toma.

Ahora somos reporteros sin haber ido a la Escuela de Periodismo, emulando a don Enrique Metinides, quien inició su carrera en la nota roja tomando fotografías de accidentes viales a los 10 años y publicó su primera fotografía a los 12, además de un titipuchal de gráficas que conforman el legado de aquella revista cultural llamada Alarma!, alimento de los hambrientos mirones, es decir, todos nos hemos dedicado a documentar los acontecimientos a través de nuestro celular, como lo son desastres naturales, choques de coches hasta intentos de robo y suicidio.

Una vez obtenidas las evidencias sin escrúpulo alguno por el dolor o sufrimiento ajeno, es más, sin la autorización de los implicados, las subimos al Facebook y nos hinchamos de orgullo al ir acumulando los llamados “Me Gusta”. ¡Hágame el pinche favor, agradarles las calamidades del prójimo! Pero aunque parezca irónico, a muchos de nuestros conocidos les fascinan, incluso hasta hacen juicios morales de los hechos manifestando su modesta opinión. Olvidando que por cada diez like recibidos, mínimo tendrá unas quince críticas destructivas. Ello no importa al saber que gozará del poder efímero que brinda el contar con la aprobación de los demás.

El espectro de esa actividad ha permeado a los medios estándares de información como la televisión, pues éstos reciben a través de las redes sociales el último acontecimiento captado por la lente de algún ciudadano para que se difunda a nivel nacional. Así tenemos a conductores de noticieros haciendo alarde de lo que le reportan sus “televidentes”. Obvio que el regocijo del autor de la fotografía o el vídeo cuando ve su obra en televisión nacional supera el placer de cualquier cantidad de like.

Irónicamente, ignora que al tratarse de una difusión de tal magnitud hay que considerar que cuando todo es importante, ya nada importa. Además, en medio de tanto ruido, quien guarda silencio es el que más llama la atención. Por eso amigo, ¡calladito te ves más chulo y recuerda que un mundo nos vigila!