miércoles, 14 de diciembre de 2011

Amarga Navidad

“Yo no soy cliente de Santa Claus,
a mí mis juguetitos me los traen
los Santos Reyes”.
Ardillitas de Lalo Guerrero


Los vecinos de esta ciudad nos preparamos para la celebración de la navidad, desde el primer día del mes de diciembre los anoréxicos Santaclós de la zapatería cuyo nombre es un apellido, se han hecho cargo de recordárnoslo con la promoción de su gran barata anual, repartiendo caramelos envueltos en los papeles publicitarios, que tanto infantes como adultos recogen en la calle, incluso se cruzan frente a los raudos coches con tal de obtener uno; también la botarga del médico que baila afuera de la farmacia se ha disfrazado del emblemático personaje de origen turco que antaño se llamara San Nicolás, pero que una conocida marca de refrescos de cola se haría cargo de confeccionarle la ropa con los colores que la infancia identifica fácilmente.

Precisamente este peculiar individuo que en España lo conocen como Papá Noel, ha sido causante de diversos traumas de la niñez, y que de adulto retribuye gasto en terapias psicológicas, porque cierta mañana del veinticinco de diciembre no nos consideró en la lista de regalos, tristemente cuando saliste a la calle encontraste a tu vecinita de colitas chuecas felizmente jugando con “Fabiola, la muñeca que camina por sí sola”, en compañía de la chimuela latosa de seis años que con su “Comiditas Lili Ledy” pasan un rato ameno, al igual que tus cuates de diversión quienes emocionados montan un Gran Prix sobre la “Scalextric”, y en cambio tú, ni te atreves a dar un paso hacia fuera, ya que el ojete de Santa esa navidad ni te peló, pues el “Spider track” de Ensueño, nunca amaneció junto al arbolito, pese que a durante toda la noche, cada treinta minutos despertabas a tu hermano que dormía en la cama contigua para saber si ya era hora de que llegaran los regalos.

Experimentabas los mismos sentimientos de frustración, de aquella navidad cuando la traviesa prima estrenó tu triciclo “Apache”, rompiéndole el eje de la llanta delantera, dejándote sin diversión por casi dos semanas, fue cuando pensaste para qué tiznados anuncian ese artículo con la pinche cancioncita “duran, duran, duran…aaapaaache”, si ni aguantan nada; lo mismo sentiste cuando se le olvidó incluir al barrigón de las barbas blancas, las baterías del trenecito del oeste, y fue hasta el tercer día que pudiste verlo funcionar, pues resulta que siendo día festivo difícilmente encontrabas una tienda abierta donde adquirir las citadas fuentes de energía, es más, viviste en carne propia la mísera desolación que tus vecinitos los gemelos sufrían cada navidad que sus padres no les dejaban jugar con sus regalos porque los podían descomponer.

Años más adelante el peludote fanfarrón amigo tuyo que ya iba a la secundaria te hizo sentir defraudado por tus padres, cuando te dijo delante de la palomilla, que la flamante bicicleta Benotto que tanto presumías, no te la había traído Santa y en realidad tus papás la compraron, lo que significaba que durante varios años te habían hecho pendejo, haciéndote creer el cuento de que ese mítico personaje y sus renos te traían todos los juguetes; por esta y otras razones en la adolescencia durante la víspera navideña cuando escuchabas que habría intercambio familiar, querías que te la hicieran efectiva intercambiando a toda tu parentela por otra; ya de casado te diste cuanta que es la misma situación solo que en domicilio distinto.

En la actualidad gracias al gesto heroico del terapeuta, hemos aprendido que la navidad es bien bonita a pesar de que cada año se aleja más de nuestras tradiciones y se va haciendo más gringa, ¡hágame el favor, cómo es posible que un pino adornado con esferas, lucecitas de colores y escarcha artificial se ubique cerca del pesebre de Belén donde nació nuestro Señor! Por otro lado, me considero un privilegiado consentido del señor Clos, pues nunca me dejó sin mis regalos, además soy fan del Niño Dios, y creo que esto tiene mucho peso allá arriba, por lo tanto espero que todas las noches para usted apreciable lector sean buenas y los días navidad.

miércoles, 7 de diciembre de 2011

Devocionario

Durante la infancia parte del ocio que vivía, cuando me cansaba de no hacer nada, lo dedicaba a llenar álbumes de cromos que abordaban distintas temáticas; esos cromos los adquiría en pequeños sobres que se vendían en la tienda de la esquina o comprando productos de comida chatarra que los incluían. Como resultado de tal pasatiempo acrecenté el bagaje cultural al igual que la barriga que en la actualidad tantas enfermedades cardiovasculares me ha regalado y por más intentos de reducirla no he podido.

Uno de esos álbumes abordaba en sus ilustraciones de forma simpática las festividades que el calendario nacional celebra a lo largo de los 365 días; cabe aclara que hago referencia a tiempos pasados, antes de que los diputados hicieran de las fechas conmemorativas “puentes”, donde muchas de las veces ni coinciden con el día de forma exacta.

Gracias a ese álbum fue donde descubrí que diciembre es el mes que con tan solo cuatro fechas importantes, las personas hacen que su celebración se prolongue por varios días; para empezar están las de la Virgen de Guadalupe. En un principio se festejaba como novenario–que en realidad eran diez días-, iniciando el tres y concluyendo el doce, hoy ya no es así, se ha transformado en docenario.

Es fascinante ese sincretismo de la Virgen Morena del Tepeyac, donde se mezclan el sentimiento patriótico y el fervor religioso, o sea, todos los mexicanos por esas fechas somos guadalupanos, incluso hasta los protestantes; lo ridículo de todo es que solo por doce días atiborramos la Catedral, nos vestimos de indígenas globalizados, cantamos, decimos plegarias y expresamos una gran devoción que caduca el día trece, ya que después, solo los devotos continuarán rindiéndole culto, mientras los demás nos preparamos para los festejos que siguen, siempre y cuando no se nos presente una gran necesidad, porque de ser así, regresamos.

Otra de las fechas que implican varios días para su consumación, son Nochebuena y Navidad –siendo ésta última, el cromo que más pastelitos con relleno cremoso comí para encontrarla-, es más, éstas dan inicio desde el mes de octubre, cuando las grandes tiendas comerciales invaden sus departamentos con los tradicionales colores rojo, verde y plateado. Es una lástima que el verdadero sentido de estas celebraciones se tergiverse gracias a la influencia mercantil, que nos hace comprar felicidad, paz y armonía en objetos efímeros, que en unas cuantas horas se volverán cosas comunes, dejándonos nuevamente ese terrible vacío que durante todo un año intentamos llenar.

El 28 cuando se conmemora a los Santos Inocentes, diversas personas lo empiezan un día antes con sus acostumbradas bromitas, algunas de ellas son tan pesadas que llegan a herir susceptibilidades, desvirtuando la intención original de honrar a los primeros mártires de la religión cristiana.

El cierre del calendario y de mi álbum es con el 31, cuando se festeja el último día del año; pero creo que esta vez, tal celebración se verá empañada por la infundada zozobra que ciertos profetas de dudosa reputación ocasionaron al pronosticar que para el 2012 existe la posibilidad de que nuestro planeta llegue a su fin; pero mientras se aproxime tal evento, usted siga la fiesta que tenemos más pachangas para el resto de nuestros días.