miércoles, 25 de abril de 2012

¡Corre y se va corriendo… la infancia!


Dicen que la infancia es la edad dorada, la época de ensueño, pero de acuerdo a mi ingrata experiencia es también la que más apesta… hoy muchos dirán, ¿a este qué le pasa? Si ser chamaco es pura felicidad, ¡pobre amargado! Claro si hacemos alusión a la niñez actual por supuesto que sí, todo para ellos es miel sobre hojuelas, ¿pero qué tal a los niños de la década de los ochentas, setentas y ya ni le sigo? A todos los nacidos en esas épocas nos tocó vivir momentos oscuros, aciagos, caóticos, pues se nos tenía estrictamente prohibido entre otras cosas el escuchar las charlas de los “adultos”, la única plática que si nos compartían eran sobre esos temas que infundieran miedo, para que luego por las noches hicieras el tremendo sacrificio de aguantarte las ganas de hacer pis, por el méndigo temor de que algún espectro te saliera rumbo al oscuro baño.

Uno tenía que obedecer a todo aquel que fuera mayorcito, ahí se contaban también tus hermanos, los cuales se empeñaban en hacerte la vida de cuadritos, además no tenías el derecho de replicar, pues si llegabas a cuestionar, tus padres te callaban ya sea con un bofetón o un improperio, a diferencia de los infantes de hoy, que hasta a sus progenitores pueden demandar por tales injusticias.

Durante mi niñez intentando olvidar esos momentos tristes me refugiaba en los juegos, disfrutaba de los que implicaran menos desgaste físico, pues como siempre he padecido discapacidad metabólica lo cual me ha regalado unos kilillos extras, prefería el sedentarismo para ahorrar fatigas, entonces los de mesa eran la neta. El que más disfruté fue la lotería, llenar los dieciséis casilleros que integran la planilla con piedritas, maíz, frijol o lo más exquisito galletas de animalitos que nos comíamos mientras salía la carta correspondiente.

Eran fascinantes los representativos dibujos de las barajas, me divertía mucho al ver a la elegante dama y el gallardo catrín, la impúdica sirena mostrando sus bien dotados pechos–sin necesidad de cirugía o photoshop como los de hoy-, la solitaria escalera, el tricolor barril, el afamado músico con su guitarra bajo el brazo y el escandaloso borracho –en cuya imagen daba la impresión de salir de la cantina, pues muchas veces a ese sitio se ingresa buenisano, entonces si estuviera entrando pues no sería un ebrio-, imaginar comer la roja sandía, la siempre verde pera y el amarillo melón; ahora con la globalización la lotería moderna ha de incluir entre las frutas tropicales al kiwi, al carambolo, y al rambután; de igual forma para evitar cualquier segregación racial, al negrito se le llamaría afroamericano, además para dejar de lado las omisiones se incluirían las cartas del oriental y el europeo.

Mas existe un juego que a pesar de que mi infancia quedó atrás hace varias décadas, aún lo juego con las personas que a diario interactúo, me refiero a “La víbora de la mar”, se acuerdan, ese que nos señala la razón de la vida con el corito de “los de adelante corren mucho y los de atrás se quedarán”, sentencia que nos remite a las dinámicas escolares de cualquier nivel educativo donde los que no le echan ganas pues allí seguirán formando parte del sistema, y los que llegamos a ser profesionales, si no hacemos bien nuestro trabajo pues también nos quedaremos rezagados.

La mexicana que vende frutas siempre ha sido cruel conmigo, pues al plantear sus dos opciones, ser melón o sandía, o sea, entrarle a las drogas para experimentar o ser el templo de mis pecados sin cerradura, elegir la profesión que más convenga a mi vocación o a los intereses familiares, tener hijos o educar mi propia vida. Chin, tantas opciones para un individuo que se encuentra totalmente apendejado con su propio desarrollo. Luego viene lo peor, ¿con quién te vas, con melón o con sandia? El problema radica en la elección correcta, pero aquí como en todo juego, uno es sólo, nadie ayuda a nadie, entonces si llego a equivocarme, fácilmente seré clasificado como “la vieja del otro día”.

Si usted apreciado lector se encuentra en los años con terminación “enta”, probablemente habrá o seguirá jugando al reptil marítimo y me dará la razón de que la extinta infancia además de doler… apesta.

miércoles, 18 de abril de 2012

Señales


Conforme pasan los días empiezo a creer que la tan trillada profecía maya del fin del mundo se está cumpliendo, ¡entonces qué significado tiene que a principios de abril se presenten ciertas lloviznas y el volcán se cubra de nieve, algo así como las nevadas primaverales europeas! Igual de extraño resulta que después del equinoccio de primavera al clima le haya valido madres la llegada de tan jariosa estación del año y el frío aún continúe tanto por las noches como en las madrugadas haciéndonos aguadas las relaciones íntimas, y es que con el gélido ambiente todo se empequeñece, además por las tardes hace un calor infernal que nos convierte en húmedas esponjas humanas, y como que no se antojan los arrumacos.

Otros le atribuyen tales alteraciones climáticas al desgaste de nuestro planeta, puede que tengan razón, pero en lo que no comulgo con ellos es con la idea de que si podas los árboles con el propósito de erradicar cierta plaga o fauna nociva, los supuestos ambientalistas te satanicen a tal grado de clasificarte como su enemigo, digo, uno los está podando no cortándolos de tajo, además si son tan ecologistas como lo presumen, pues entonces no utilicen gadgets tecnológicos para beneficio propio como el smartphone, las tablets, los GPS y las pantallas de plasma, que como es sabido son producto de esa pinche industrialización que tanto le ha partido la mandarina a gajos a la madre Tierra.

A final de cuentas tengo la impresión que esos ambientalistas son como los rábanos, se miran de un color distinto por fuera que al de adentro, pues si son tan amigos de la naturaleza porqué no se van a vivir a una cueva, les aseguro que no aguantarían ni un día sin las comodidades de la urbanización que tanto critican.

Además de las manifestaciones climáticas extraordinarias, también he sido testigo de actitudes fuera de lo común en algunas personas, cierto día al cruzar por una esquina me quedé boquiabierto al ver como un chofer de taxi me cedió el paso, es más, cuando le di las gracias tuvo la amable respuesta en decirme “primero está el peatón, mi jefe”, órale, se acabó su hermetismo, ya son capaces de denotar un trato amable a quien no es su cliente; ese mismo día vi como un complaciente conductor de sitio se extirpó de su asiento para abrir la cajuela del coche e introducir en ella el equipaje de un sorprendido caballero.

Algo similar viví cuando al viajar en ruta de autotransporte colectivo, pude observar como un sujeto con cara de gañán le dejaba su asiento a la señora cuarentona de gorda pantorrilla y cuerpo de uva; mis oídos se impactaron al escuchar que el estrepitoso sonido de música chúntara que siempre emiten los estéreos de estos camiones ahora eran suavizados con las melódicas notas de las seis variaciones para piano en re mayor de Ludwig van Beethoven, no cabe duda, estamos en los últimos días.

Para sentir más pánico por la aproximación de tan apocalíptica fecha, una tarde fue el vecino a regresarme las tijeras para podar césped; cierto conocido me pagó los quinientos pesos que le presté hace como tres años y pidió disculpas por su atraso; un antiguo compañero de la facultad regresó mi cd de grandes éxitos de Andy Gibb que le presté un mes antes de egresar de la licenciatura.

Mis alumnos ahora se muestran más atentos a la clase, se piden prestado los útiles escolares sin displicencia, solicitan permiso de forma amable al ingresar a la aula y saludan cuando llego a ella, es decir, ya no con su clásico sarcasmo, al contrario se les escuchan las palabras con sinceridad, cuando alguien se equivoca nadie se burla, si se llegan a faltar al respeto, se piden disculpas mutuamente, ¡uta, esto sí que es de pánico! ¿no creen?

Con todos estos acontecimientos paranormales, a uno le invade el desasosiego, entonces sólo resta buscar refugio en los templos para rogar al creador su perdón, pues de continuar presentándose tales señales, lo más probable es que ya nos falte poco para la extinción, y si la tierra insiste con sus ensayos de baile, lo único viable para salvaguardar el pellejo es irse a Yucatán.