miércoles, 2 de julio de 2014

Lo que comen los colimenses

Todos los seres humanos poseemos ciertas conductas establecidas, tanto por el uso y abuso de nuestro comportamiento o adquiridas gracias a la repetición de ciertas actividades durante la cotidianeidad de un día. ¡Híjole, que bronca la de los veladores! Pues estos, aparentemente, como están despiertos toda la noche -¡sí, cómo no!-, se supone que durante el día tienen que dormir. ¿A qué horas disfrutarán de sus sagrados alimentos?

Imagino que durante el día despertarán dos veces: una para el almuerzo y otra para comer; o en un sólo momento harán ambas cosas, ahorrándose así un buen de billetes. Entonces, la cena para ellos equivale al desayuno. La verdad, es bien complejo comprender esos hábitos alimenticios.

Los colimenses tenemos muy arraigada ciertas costumbres alimenticias que nos han sido heredadas de una generación a otra. Si aplicaran una encuesta sobre los hábitos alimenticios en nuestro estado, el pan con café y los chilaquiles serían los triunfadores en el desayuno, seguidos por la dieta de la “T”, o sea, tacos de todo tipo, tamales y tortas. Otros refinados platillos que no pueden faltar son la birria y la barbacoa.

Si a esa encuesta le agregaran la pregunta de lo que acostumbran llevar los empleados como almuerzo a su trabajo, lo más probable es que nadie la responda con sinceridad, pues la verdad es que llegas al empleo, desayunas en cierto tiempo antes de iniciar, después de unas cuantas horas de dedicarle a la jornada laboral haces otro break, ahora para almorzar, y rematas con el famoso “desempance” a unas horas de concluir. ¡Hágame el favor! Luego nos alarmamos de qué aumentamos unos kilitos.

Los sábados, en nuestra dieta resulta imperdonable el pozole con su trompita, orejita y bandera; repollo finamente picado, rodajas de rábano y bien coloradote de chile, o las enchiladas dulces cubiertas de queso, rellenas de carne molida, pasas y nuez -que para ellas, no hay como el sazón de mi suegra-. Por la noche la carne asada no puede faltar en los finos gustos. Para quienes no hemos dejado de ser plebeyos, les llegamos a los taquitos de trompo al pastor, maciza, sesos, buche y tripitas.

Las cenadurías con su foco de cien watts y mesa a la puerta, donde uno comparte banca con el vendedor de globos, el artista del Cirque du Soleil callejero que hace sus acrobacias frente a los automovilistas en los semáforos y la fritanguera; todos unidos con tal de saborear un suculento platazo con sus respectivos ocho sopitos. El sope gordo de lomo, de pata de marranito en vinagre, bien acompañado del refresco light para no engordar ni un gramo más o el agua de jamaica que de tan helada raspe el galillo.

Además de todos esos platillos mencionados existe uno al que nunca nos podemos resistir; no es por su sabor, ni mucho menos por su aromático buque, es por la simple y sencilla razón de que nos interesa saber lo que hacen los demás. Ese bocado se llama “prójimo”. ¿Gusta un taco? No se haga de la boca chiquita, es bien sabido que lo disfruta, más aún cuando se encuentra ausente el bocadillo.

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