miércoles, 6 de agosto de 2014

Nombres fenomenales

El nombre, según cierto “tumba burros”, puede definirse como la palabra o el conjunto de palabras con las que se designan o distinguen a los seres vivos y a los objetos físicos. Todos los humanos, con la intención de diferenciarse entre ellos, buscan encontrar nombres originales y particulares, pero es tanta esa singularidad que existen infinidad de sujetos con los mismos nombres, lo que los difiere de los demás son los apellidos. Irónicamente emplean la misma metodología para identificar a sus mascotas de otras, de igual forma clasifican las plantas, árboles y sus frutos, así como también lo hacen con otras cosas.

Contamos con dos vías para que esos nombres se oficialicen o, como se dice en lenguaje políticamente correcto, garantizar a todos los habitantes su derecho a la identidad personal, como lo es el registro civil y, en el caso de la religión cristiana, el bautizo, donde además de otorgarle un nombre a través de una ceremonia, quien es bautizado se integra a la comunidad de esa religión. Respecto a la elección de los nombres, de acuerdo a la tradición familiar existen ciertas metodologías: la primera bien podría ser por herencia, o sea, llamarse como alguno de los abuelitos o los padres.

Otro de los métodos más socorridos para otorgar un nombre es recurrir a la Biblia, sustrayéndolos de los personajes que ahí se mencionan. Un dato que es poco conocido por los cristianos, es que de acuerdo al judaísmo, Dios tiene aproximadamente 600 nombres que representan la concepción de la naturaleza divina judía y el vínculo con el todopoderoso, como una forma de respeto y reverencia a la vez. Quienes redactaban los llamados textos sagrados, utilizaban términos de veneración o respeto para mantener oculto los nombres reales del creador, evitando así su vulgarización. En consecuencia, los occidentales han sido evangelizados con la idea de que esos términos son el nombre real de Dios.

Otra infalible metodología para conseguir llamar a los individuos, son los personajes de las películas, telenovelas, series de televisión y, obviamente, los actores, actrices, músicos, cantantes entre otras celebridades del deporte. De ahí que alguna vez nos hemos encontrado con Elton John López, Lady Di Chávez, George Michael Aviña y Gael Macías, ¡hágame usted favor! Pero, ¿qué experimentamos cuando conocimos a Caralampio, Telesforo o Rumualda? Cierta pena ajena, razón por la cual en algunos estados han establecido, dentro de la Ley del Registro Civil, la prohibición de registrar ciudadanos con nombres que sean considerados peyorativos, discriminatorios y denigrantes.

Con lo anterior se pretende evitar a futuro, por una parte que el inocente registrado sea objeto de burla o desprecio y por otra que cuando llegue a la edad escolar, no le hagan “bullying” por tan decoroso nombrecito. Esto me recuerda el triste caso de un colega, quien hasta hace unos meses se llamaba Eustolio. Todo mundo en la escuela, “cariñosamente”, le decían Tolio. Después nos enteramos que le molestaba que los alumnos le dijeran “Tolito”, pues googleando se percató que en Venezuela así le llaman al órgano reproductor del hombre.

Harto de esto, decidió cambiar su nombre de forma oficial. Después de una serie de engorrosos trámites legales obtuvo el anhelado cambio: ahora se llama Eustaquio. Los que lo estiman le dicen “Taquio”, mientras que para los estudiantes es “Taquito” y sus derivados de preparación, que bien puede ser Tuxpeño, de frijoles o de maciza. Esto da la impresión como si un nombre es quien define la personalidad de alguien.

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