miércoles, 8 de octubre de 2014

Celulitis

Hace unas cuantas décadas, la cantante británica Sheena Easton sonaba en la radio interpretando cierta canción cuya letra en castellano iba así: “Esclava del teléfono, así vivo yo, dejándote mensajes de amor, como siempre sin contestación…”, rolita que simultáneamente choteó la, en ese entonces, recién formada agrupación de Timbiriche. Hoy, esa tonadilla nos parece un gusto culposo de la nostalgia ochentera, pero es una pena que continuamos siendo esclavos del teléfono. Es más, nos aferramos a éste como especie de fetiche.

Si definiéramos el amuleto de este siglo, el celular bien podría ser ese objeto al que le hemos atribuido ciertos poderes mágicos al brindarnos protección contra las fuerzas naturales de la soledad. Te aísla de todo, pues la concentración se fija en observar lo que sucede en su pantallita, a tal grado de poseer habilidades de hipnosis casi casi idiotizantes, pues tal parece que es tanta su atracción que la fascinación producida llega a seducir tanto, que incluso hay personas que pierden la noción del tiempo al estar adentro de la nueva cajita idiota.

Madres, padres y profesores ahora se enfrentan con un nuevo enemigo: un rival que birla la atención de hijos, alumnos y personas en general, de por si existe en las actuales generaciones un déficit de atención. Ahora, con la telefonía celular la comunicación física entre personas está pasando a ser un mito, ya que resulta más atractivo enfocar el circuito del habla a los mensajes escritos con horrores de ortografía, las caricias a través de los llamados emoticones y los regalos virtuales de cumpleaños a larga distancia.

Lo peor es que nosotros somos los culpables de que proliferen en las nuevas generaciones, este problema, pues el ingenio mercadotécnico nos ha vendido la idea de que si no contamos con un teléfono móvil, correremos el riesgo de estar incomunicados.

Más la triste realidad es que con estos artefactos, los que nos autoexiliamos del mundo real somos los usuarios, dando mayor crédito a lo que acontece por esta vía que a la realidad misma.

Hay quienes, en su afán por justificar tal conducta, aluden a su favor que el hecho de utilizar tanto el móvil en sus actividades, les ha permitido desarrollar la habilidad de prestar atención a dos cosas complejas a la vez, como lo es conducir un coche y recibir llamadas, estar en un restaurante cenando con su pareja y responder mensajes del WhatsApp. ¡Ajá! Honestamente, lo que se hace es cambiar de forma abrupta y vertiginosa el foco de atención, lo que en algún momento puede ocasionar cierto descuido con resultados fatales.

Sin tener la llamada “piel naranja”, hoy muchos padecen de celulitis, pero de tanto utilizar su teléfono -bueno si así se le debe de llamar a un dispositivo que puede sacar fotos, video en alta definición, grabar y reproducir música en formato MP3, sintonizar estaciones de radio, calculadora científica, agenda electrónica, así como quitar tiempo y evadir la realidad del entorno. ¡Ah!, también es un causante de divorcio-. Pese a que estamos conscientes de que su uso puede llegar a perjudicarnos, continuamos siendo esclavos del teléfono a la espera de ese mensajito.

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