miércoles, 6 de agosto de 2014

Diario de un peatón

Durante las semanas en que la chiquillada se encuentra de vagaciones, el tráfico vehicular como que se aplatana o como diría mi “agüelita”: “Le entra la wueva”, pese a que los camiones urbanos ya no van como barra de pan integral de repletos. Tampoco existe pretexto para una encarnizada lucha por el poder de abordar un taxi, en las horas en que las personas que sí trabajan ingresan y salen de sus respectivos centros de chamba y vuelve el tránsito kamikaze a inundar las calles y avenidas de nuestra ciudad.

Es cuando los individuos que andamos a pie, tenemos que cuidarnos de los coches que dan vuelta a toda prisa y encomendarnos a todititos los santos para que nos alcancen a ver, cuando somos esos individuos que caminan y que según el diccionario nos clasificamos como peatón -ojo amigo conductor, ponga atención a esto: escribí PEATÓN, es decir, no somos una boya o vialeta más del asfalto, a pesar de que algunos lo parezcamos, ¿ok?-

La vida continúa para los que no cuentan con el privilegio de unas vacaciones. Por eso, en los cruceros seguimos observando, como en palco de circo, a los músicos afinados interpretar canciones guapachosas, intentando así quitar la cara de amargura de algunos choferes, mientras los acompañantes de estos intérpretes pasan por las ventanillas de los autos su chamagosa cachucha esperando les depositen monedas. Los que ya están en peligro de extinción son los tragafuegos, imagino que por tanta gastritis a causa del estrés. Se chotearon debido a las agruras que muchos padecemos, por lo tanto ya no es novedoso eso de arrojar fuego por la boca.

Los que si abundan son los payasos haciendo sus pésimos actos circenses, los malabaristas que cada día son mejores, pues le entran a todo tipo de equilibrismo, desde pelotas, esferas de cristal, aros y antorchas; incluso hasta forman escaleras humanas. Quienes pululan de sobra son los limpiaparabrisas, que sin preguntar a los conductores les avientan el chorro de agua enjabonada al cristal del automóvil. Si eres de esos que les gusta ahorrar hasta el agua, le vas agradecer la despolvoreada, pero si no, hasta se la vas a refrescar.

Es común en algunos cruceros que como tianguis se oferten diversos productos: refrescos, periódicos, tarjetas para celular, dulces y botanas, es más, hasta tostadas con cuerito y cebiche. No pueden faltar quienes promocionan sus restaurantes de comida rápida, la exagerada publicidad con las tilicas edecanes, regalándonos con su obligada sonrisa papeletas que terminan enmugrándote el coche.

Nosotros los de a pie, no cantamos mal las rancheras, pues ahí están esos viciosos al celular que van caminando por las calles clavando su mirada en los teléfonos, sin fijarse si ya cambio el semáforo o viene coche doblando la esquina, ¡por eso pasan los accidentes! Los intrépidos no pueden faltar, sujetos que en el último parpadeo de la luz roja se cruzan, haciendo una faena al torear cada vehículo digna de oreja y rabo.

Los agentes viales sólo se les pueden ver en algunas esquinas durante las horas pico, silbatazos, movimientos de manos como el controlador de aviones de la película Top Gun, dar el paso ignorando los semáforos y no pueden faltar las recargadas en los postes para textear –aquí uno no sabe, si le están enviando un mensajito a su media toronja o están solicitando a la comandancia que ya vayan por él. Mientras los automovilistas se quedan a media raya peatonal, apachurrando sus cláxones en cuanto se pone el verde, corretearse los mocos por las fosas nasales en los altos o cuando van en plena marcha tocarse sus partes íntimas.

Así pasa a diario por las transitadas avenidas y calles de la ciudad donde aparentemente hay más coches que personas, sino me cree, lo invito a que se salga un rato a caminar y vivirá la experiencia de ser un peatón, ¡ya le hace falta que le amputen el carro!

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