miércoles, 3 de diciembre de 2014

Leyendo a los que no leen

Por estas fechas, en la Perla Tapatía se pone en marcha una bien organizada estrategia de marketing, orquestada por diversas editoriales que promocionan sus libros, bajo el manto de un festival que busca promover la lectura y el intercambio cultural, pues además de los libreros nacionales se invita a otros países. Bajo tal pretexto acuden infinidad de personas, algunas de compras, otras a observar y las peores a estorbar o entorpecer la programación.

Las veces que he acudido, en algunas he encontrado textos de autores desconocidos que han cumplido el objetivo de este evento: cultivarme como lector. Los que siempre me decepcionan son las visitas de grupos escolares, pues dan la impresión de que no hay ni siquiera un itinerario que sea la directriz de la visita. Tal parece que una vez que ingresan al recinto, los profesores dejan libre al estudiantado los cuales, como si se tratará de la marabunta, invaden el lugar corriendo por los pasillos, lanzando berridos o encimándose a las personas con tal de quitarlos de los exhibidores. Como clientes, imagino que no son buenos, debido a lo caro que están los libros. Obvio, eso los limitará a adquirir textos que terminarán nivelando el sofá o la mesa del comedor de sus casas, pero eso sí, arrasan con todo lo que sea regalado, desde separadores hasta promocionales.

En un país donde la cerveza es más barata que los libros, ¿cómo queremos fomentar la lectura? En mi época de primaria recuerdo que en los libros de español se incluían fragmentos de “El Principito”. En ese entonces, quien era responsable de nuestra enseñanza, nunca nos habló de Antoine de Sanit-Exupéry -imagino que por ignorancia-, pues hubiera sido fascinante que antes de obligarnos a leer hasta memorizar el texto convertido en resumen, nos dijera que el autor, además de escritor, fue un amante de la aviación, gusto que lo llevó a una extraña desaparición donde se le atribuyó su muerte.

En la Secundaria sucedió lo mismo con los retazos de “El diario de Ana Frank”, es decir, nunca se nos aclaró que ese libro en realidad era una compilación de los diarios personales de una jovencita llamada Annelies Marie Frank, cuyo título original de la obra era en realidad “La casa de atrás” (Het Achterhuis), nombre al que le designó a su escondite de los nazis en Ámsterdam. Hoy, gracias a la magia del séptimo arte es como resulta posible que la juventud lea. Sí ustedes saben de alguien que primero leyó la colección completa de “Harry Potter” o la trilogía de los “Juegos del hambre” y después vio las películas, que me lo refute. ¿A poco no sería interesante que se incomodarán por la pésima versión cinematográfica totalmente alejada del texto original?

La televisión, pese a que está siendo desbancada de su dominio sobre las masas por la internet, también influye a que nuestra chamacada se acerque a leer. Recuerden el éxito en los noventas del autor bestseller de México Carlos Trejo, con su obra literaria “Cañitas”, cuyas letras horrorizaban a los lectores con casos reales de actividad paranormal. Cómo olvidar la sabiduría y profundidad con que aborda la psicología de nuestra adolescencia Yordi Rosado en sus libros de “Quiúbole”, libros de cabecera de cualquier padre moderno que quiere comprender las actitudes de sus hijos en esa etapa crucial de la vida.

Con lo anterior no estoy presumiendo que sea un ávido lector, de esos que devoran los libros a su paso, pues de ser así, sería “Hannibal Lector”. Tampoco significa que ya terminó de leer su libro la Princesa Leía o como Bruce Lee, quien es un experto en las artes marciales y gusta de leer. Al contrario, me considero un aficionado a la escritura que escribe más de lo que lee. Por lo tanto apreciado lector, usted al leerme forma parte de esa casta sacerdotisa de leer a los que no leen.

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