miércoles, 25 de junio de 2014

El adicto

Acá entre nos, todos somos consumidores. No hay razón para incomodarnos por esta afirmación, si bien sabemos que no necesitamos que alguien nos ruegue, es por puro gusto que le topamos a todo lo que nos pongan enfrente. Las drogas que nos ofrecen somos incapaces de rechazarlas -incluso a veces sin importar que nuestras parejas nos abandonen- por carecer de esa fuerza de voluntad que no nos permite dejarlas.

No podemos resistirnos a ellas, estamos en cualquier tienda departamental y nos resulta un martirio resistirnos a llevarnos a crédito esa pantalla led de 55 pulgadas, donde la familia y tu disfrutarán de horas ociosas viendo la idiota programación de cualquiera televisora. Es tanta la adicción, que te importa un bledo que ya estés hasta el cuello de endrogado en la otra sucursal por ese teatro en casa Blu-ray con sonido profesional para una experiencia superior; que debas la letra de empeño en el Monte de Piedad y lo fiado en la tienda de la esquina.

Pese a esas adicciones que tanto nos joroban, cuando la desesperación nos puede conducir al suicidio, no importa que cada mañana escuchemos un “knock knock” de los aboneros romper nuestra intimidad de hogar al invadir la puerta de casa, igual que esas desconsideradas chicas que visten de azul y amarillo con su tarjetitas, que no se cansan de visitarnos a pesar de nuestra obligada ausencia. Tal acoso nos genera un demencial delirio de persecución que hace ofrecer a los hijos, una cátedra sobre el arte de mentir, pues con esos ejemplos de “dile que no estoy, que fui a cigarros a Hong Kong”, circunstancialmente los capacitamos para que cuando ellos estén lo bastante peluditos, nos la apliquen de igual forma.

Es fácil volverse un deudo-dependiente. Sólo basta con pedir prestado a cualquiera, conmoviendo las fibras más íntimas del corazón a través de una historia triste. Lo difícil es cubrir esa deuda después. Ridículamente, ya endrogados llegamos a creer que esos billetes ni los ocupa quien nos los prestó, ¿entonces por qué pagárselos? Los avales se nos rajan, aseguran no conocernos, todo por esta terrible adicción. El crédito cada día se vuelve una pelota de tanto rebote. Lo más patético es que como todo vicioso no aceptamos que lo somos, razón por la cual algunos se enfurecen cuando alguien les canta el Cha-cha-chá de “El Bodeguero”, alegando que se les está haciendo “bullying”.

Letras vencidas, pagarés incumplidos, un salario que ya no rinde, la policía lo tiene a uno fichado, los abogados vienen con sus demandas y, a pesar de todo esto, continuamos endrogándonos. Es que los abonos son algo que nos permite disfrutar de tantas cosas que en realidad ni necesitamos, ¡así somos los adictos!

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