miércoles, 26 de noviembre de 2014

Choque coche

La gente que me conoce pero no saben quién soy, continuamente preguntan por qué no tengo coche, amablemente respondo que al no saber manejar mi vida, ¿cómo quieren que maneje un carro? Siendo honesto en más de una ocasión la necesidad por llegar a tiempo, ha hecho que me haga el mismo cuestionamiento envuelto en sentimientos de arrepentimiento, como una forma de evadir tal sensación, inmediatamente la imaginación hace que me situé en un escenario árido, deprimente, en el cual estoy enojado, frustrado y triste, acabo de tener un accidente automovilístico.

Es una transitada avenida, el tráfico kamikaze ha ocasionado que con mi carro – sí, ese que cuenta con un equipo de audio que vale más que el mismo vehículo– me haya estampado contra la parte trasera de un BMW conducido por una señora de pelo rubio con raíz pintada de oscuro; como siempre a esa ingrata que nadie se quiere echar que es la culpa, ninguno de los dos supuestamente la tiene, pues existen mil y un argumentos que nos exoneran de responsabilidad alguna, pues según eso cada quien conducía por su derecha, además ninguno intentó rebasar por el acotamiento, al igual de señalar con las direccionales el rumbo a tiempo o en el último de los casos el semáforo aún estaba en verde cuando pasamos
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Conforme transcurren los minutos, los curiosos ya están encima documentándolo con sus celulares, incluso hasta los pasajeros de las rutas lo hacen, es probable que sin mi autorización y ni la de la señora rubia Miss Clairol aparezcamos en alguna red social con cara de tarados, en fin, ellos ahora son el medio informativo más rápido que un adolescente precoz con revista del conejito en el baño.

Hemos causado un embotellamiento terrible, los conductores que transitan a velocidad de caracol practicando tai chi, de seguro nos refrescan la memoria de nuestras jefecitas, eso es lo de menos, pues los dos sabemos que si nos movemos existe la probabilidad que la aseguradora no nos cubra una buena cantidad de los daños, o sea, aparte de que les estas pagando, son unos desconfiados. Ambos comenzamos a experimentar una profunda desesperación, pues sabemos que a partir de ese momento tenemos que dejar en manos del mecánico nuestro medio de transporte particular y tener que recurrir al uso de taxis o camiones colectivos.

Así pasarán los días y los gastos de transporte volverán anoréxica la cartera, llegando a la conclusión de que todo ese dinero que he pagado puntualmente cada mes a la compañía de seguros, no existiera. Pues al final de cuentas los pagos del pasaje, las llamadas con voz de buena onda –dizque para agradarles con tal de que le echen mecánica más rápido– a la agencia automotriz para preguntar si ya lo tienen reparado e incluso las miles de veces que personalmente acudiría, se resolverían al realizar de forma directa sin intermediaros el pago de la reparación.

La verdad no es justo que te vendan la idea de que con asegurar tu carro evitarás un titipuchal de broncas, si al final de cuentas vas a desembolsar dinero, en pocas palabras la compañía de seguros perfecta no existe, es puro negocio; creo que para ser de las buenas, tendría que ofrecerte en calidad de préstamo, mientras el tuyo se encuentra en el taller, un coche para suavizar y economizar a la vez tu vida. Claro que éste no va contar con el sofisticado equipo de sonido ni los cómodos asientos forrados en piel de retina de mosca, ni los cristales eléctricos o el aire acondicionado, pero a cambio te encontrarás varios bolígrafos con el logotipo de la compañía, boletines promocionales y calcomanías, en fin se vale soñar.

Pasado un tiempo, la desesperación va a ocasionar que lleguen sentimientos de arrepentimiento por no haberle pedido el número telefónico a la señora rubia de marca, para hacerle efectivo el pago de indemnización por el chorro de gastos realizados, insistirle a que comprenda que por tratarse de un vehículo de aseguradora los ojetes de la agencia lo dejarán hasta al último, ¡que pinche coraje! Esto y otras más, son las razones por las que no quiero automóvil, es decir, que no exista un pretexto extra para experimentar esas respuestas emocionales ante el incumplimiento de la voluntad individual como lo son la impotencia y la frustración, de por si vivimos en un mundo de infelices y ser parte de esa estadística no es mi objetivo.

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