miércoles, 13 de agosto de 2014

Mexica-nice

Cerca de la casa de ustedes que es la mía -¿o será al revés?- se ubica una plaza comercial. En ella se encuentran cosas tan innecesarias a precios nefastamente económicos. Uno de los sitios más concurridos, además de los baños, es el espacio destinado a los alimentos. Allí es posible toparse con una eclética exposición de comidas, pues la mixtura de olores a gorditas de chicharrón bailando en aceite, chop suey despidiendo extraños vapores, sushi, hamburguesas, tortas, baguettes, pastas y ensaladas italianas, ocasionan que las personas atiborren las mesas. Ahí los oídos de la clientela se contaminan del ensordecedor murmullo, es como si el lugar se transformará en la Torre de Babel, pues no se logra comprender nada de las charlas, a menos de que se encuentren al lado.

Las pantallas de plasma que hay como entretenimiento mientras esperas el pedido, pese a que cuentan con señal satelital, siempre están sintonizadas en los canales de televisión abierta, en esos que mantienen al rebaño perplejo o en los de deportes de la programación privada. Lo bueno es que ninguna tiene sonido y la mayoría de los presentes les ponen poca atención, pues la información de sus celulares es más interesante, incluso más que las personas que los acompañan.

Los comensales entre pláticas sobre el controvertido jet-set del fraccionamiento o el barrio -dependiendo de la clase social-, si la señora de corte a la francesa con su huipil y pose de perfil a lo Facebook luce años menor que la Doña del cine nacional, degustan de las gorditas de diseño y el pollo frito de autor.

El lugar en su decoración conjuga la multiculturalidad, espejo donde se refleja el anhelado neonacionalismo heredado por los decoradores de la década de los noventas, quienes en su intento por fomentar una cultura ultra patriota cayeron en lo kitsch.

A veces pululan esculturas que en lugar de promover el arte, crean un folclorismo estético como si se tratase de una serie de souvenirs del más puro mercantilismo, de ese chafa que venden los merolicos en las ferias: ¡O sea goe´, el arte también vende! Ajá, como si fueran estampitas o calcomanías.

Existen áreas verdes que se asemejan a los jardines de la película “The Shining”, obvio que no tan lúgubre, pues es común observar a los visitantes sacarse autofotos con las plantas y en los torrentes de agua cristalinas que intentan emular a las fuentes.

Sus amplios estacionamientos gozan de modernidad, pues en cada uno hay un sistema digital detector de vehículos que contabilizan el ingreso y egreso de los mismos. Lo curioso es que los que se ubican más cerca de los locales comerciales siempre están repletos, gracias a esa extraña enfermedad que padecemos los seres humanos como es la flojera.

En esa plaza sonorizada con musiquita lounge que está cerca de su “casa”, es común la convivencia entre plebeyos wannabes, fresas y mirreyes, comprando ropa y accesorios outlets, creyendo que con eso se verán igual de cool que los modelos descamisados y de asqueroso abdomen de lavadero, que incitan a las damiselas a tomarse una foto juntito a su imagen, mientras un servidor intenta fallidamente enderezar la panza, camuflar la lonja y sacar el pecho como saludo a nuestro lábaro patrio, en pocas palabras, ocultar las carnitas que sobran aguantando la respiración. En fin náquever con ellos, ¡ah, pero eso sí!, cuando estamos en eso centros comerciales nos creemos que ya somos de primer mundo goeee´.

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