miércoles, 10 de diciembre de 2014

Al que madruga…

En esta recta final del calendario, hay una situación que me ha hecho sentir muy diferente este diciembre al de otros años y es el frio que está extremadamente exagerado, lo cual ha obligado a que duerma con pijama como la de los niños de Peter Pan. Además, éste clima provoca que se resequen los labios a tal grado que nos los hace ver todos cuarteados. Luego andamos como caballos sacando la lengua para humedecerlos. Lo bueno es que venden esas cremitas tipo lipstick para refrescarlos, que siendo honesto experimento cierta rareza al traer los labios llenos de sebo, como si hubiera comido birria de borrego. Con el clima tan gélido, otra cosa que cuesta dificultad es abandonar la cama para cumplir con las labores que factura el empleo.

Imagino que para aquellas personas que no tienen compromiso alguno, el hecho de levantarse temprano ha de ser algo desagradable e incluso hasta tonto, opinión que refutarán los repartidores de periódico, las tortilleras, los locatarios del mercado, los barrenderos, los que hacen ejercicio en el jardín y los conductores de automóviles de servicio, quienes inician el día al despuntar la mañana.

Madrugar es una de las actividades que genera discrepancia de opinión, pues hay quienes se levantan temprano de forma obligada, de esos que a pesar del sueño que aún tienen prefieren camuflarlo lavándose la cara y echándose agua en el cabello para dar la impresión de que son bien higiénicos y se bañan a deshoras del alba. Lo más probable es que cuando ocupen su puesto laboral, en plena jornada estarán cabeceando, boquiabiertos o bostezando tipo león amodorrado y desenterrándose las lagañas; bueno, no sí antes, en pleno trayecto a la chamba, trepados en el colectivo, dormitaron sobre el hombro del de al lado.

También existe la probabilidad de aventarse una pestañita disimulando concentración frente al monitor de la computadora, después de haberse refinado esos calientitos tamales de ceniza con café o la abotagada torta de pierna con su respectivo jugo de naranja. Por obvias razones, si no logró por tan sólo diez minutos dormitar en cualquier postura, lo más seguro es que experimentará sentimientos de insatisfacción, desempeñándose de forma pausada y, claro, malhumorado, culpando a quien sea de su situación.

Hay quienes madrugan por gusto, esos que como impulsados por un resorte saltan de la cama, toman una fría ducha despilfarrando a lo imbécil el agua y champú, se afeitan embelesados por el canto del gallo, se preparan su aromático té de hierbas, salen a la calle dando pasos de triunfadores y saludan a Juan de la Cotona
. ¡Ah, pero eso sí!, caminan por media calle argumentando que lo hacen por precaución, pues no vaya ser que en las penumbras de la banqueta los pille un ladrón o sus zapatos de charol se atasquen de excremento.

Algunos hasta a su mascota sacan a esas horas a dar la vuelta -¡qué culpa tiene el desdichado animal!-. Los que odian el despertarse temprano, achacan a los madrugadores la culpa del horario de verano, que las escuelas inicien sus funciones a las siete, que en las guerras de Independencia y Revolución los fusilamientos se efectuaran a primeras horas de la madrugada, que los panaderos y lecheros repartan sus productos al amanecer, lo cual obliga a las jefecitas a ir lo más temprano a comprarlos, haciendo ruido en sus hogares e incomodando a quienes disfrutan de la presencia de Morfeo.

En conclusión: gracias a quienes despiertan tempranito, la dinámica de la sociedad fluye con mayor rapidez a partir de un horario que para algunos no es el ideal, ni tampoco es verdad que “Por mucho madrugar, amanece más temprano”. Además, no hay ningún antecedente histórico sobre la afirmación esa de que “Al que madruga, Dios le ayuda”, pues lo único que tendrá es más sueño todo el día.

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