miércoles, 3 de septiembre de 2014

Circo, maroma y teatro

No me gusta acrecentar los temas polémicos, pero es imposible eludirlo pues desde que era niño me apasionaban los circos. Imaginaba a todos los que lo integran viajar sobre vagones o en convoy llevando su espectáculo a las ciudades. En tal representación veía a las jirafas sacando sus largos cuellos por encima del transporte, los tigres enjaulados dormidos panza arriba, el sabio paquidermo masticar la paja mientras disfruta del paisaje, el chapoteadero tipo jacuzzi de los hipopótamos, abierto y recibiendo el aire de los lugares por donde pasaban.

En la actualidad, la Ley de Protección Animal prohíbe a los circos utilizar animales en sus espectáculos, únicamente los pueden exhibir, siempre y cuando demuestren que legalmente son sus dueños. Pero si los circos bien pudieran ser algo así como un museo ambulante, donde uno imagina la forma en que nuestros antepasados se divertían en ese espectáculo repetitivo, con los chistes gastados de los payasos, los trucos que todos sabemos de los magos, las mareadoras vueltas en columpio de los acróbatas, los aburridos malabaristas y los animales de siempre haciendo lo mismo.

Resulta curioso cómo otros espectáculos que en su momento fueron clasificados de originales, al convertirse en costumbre pierden ese encanto y pasan al olvido. Pero los actos circenses de tanto repetirse se han convertido en una tradición, y como es sabido, a los mexicanos nos encantan las tradiciones, pues dan origen a retazos anacrónicos que como diapositiva de un tren de imágenes, la mente los proyecta en los recuerdos, perpetuando momentos y personajes que en ellos intervienen.

Más tal parece que la humanidad se empeña en erradicar los espacios circulares: el circo romano desapareció con el Imperio, la tauromaquia agoniza y ahora cercenamos al circo. Pero no se preocupe si las carpas desaparecen, contamos con un espectáculo circense de la más alta calidad: el de la vida, donde es posible contemplar a todos esos animales que pierden su racionalidad al volante, al igual cuando arrojan basura en la calle, se estacionan en doble fila o sitios para discapacitados, o sea, esos sujetos que al ver lodo no dudan ni por un segundo en atascarse.

Contamos con todas esas personas que hacen lo que los demás, que como especie de cencerro siguen la conducta de sus semejantes cuales blancos corderitos. Ahí están esos que con tal de evadir sus responsabilidades, se hacen patos sin necesidad de ir al lago. No pueden faltar a quienes les damos el calificativo de venado sólo por el simple hecho de verlos en la esquina. Existen también aquellos que en cada acción ridícula se convierten en úrsidos y dan todo un show gratuito.

Este circo citadino no es nómada, pero sí cuenta con su respectivo serpentario, donde se enroscan quienes no pueden estar tranquilos sino muerden, critican o dañan con sus comentarios, mientras el hipnotizador de serpientes está de vacaciones. Además, cuenta con todos esos antecesores evolutivos nuestros que se la pasan haciendo monadas al interactuar con uno. No son changos, pero si está de la changada lo que hacen. No pueden faltar los roedores de dos patas que se llevan lo poco que tenemos a su madriguera política.

¡Venga amigo visitante, conozca a los dinosaurios! Esos fósiles que a pesar de llevar varios lustros ocupando el mismo sitio en una escuela, centro laboral o changarro, cada vez se perpetúan y como que no quieren extinguirse. Los insectos abundan, son de esos que de tanto maltrato por la sociedad, les han privado de su ego. No se olvide que en asuntos espectaculares, los circos son pura maroma y teatro, mientras que la realidad... también lo es.

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