miércoles, 12 de noviembre de 2014

¿Un presente?

En esta época ya comienzan a vislumbrarse el arribo de las vacaciones, el anhelado tiempo de asueto de todo obrero cumplido, bueno. Los flojos también las esperan. Es que se aburren tanto de no hacer nada, que bien se merecen su descansito. En estos días aciagos en los que vivimos, tener vacaciones es complicado, pues con lo caro que está todo ahora sólo un 60% viaja y el resto nos quedamos a invadir las plazas.

Es precisamente en días feriados cuando nos damos cuenta de lo sobrepoblado que se encuentra nuestro estado, pues durante esos periodos no hay la competencia al estilo “Fast & Furious”, de los choferes por llegar a tiempo a su empleo o dejar a la chamacada en las escuelas. Los recorridos que antes se hacían en treinta minutos ahora, como el tráfico ha menguado por el éxodo vacacional, se realizan en veinte minutos o menos.

Curiosamente todo está vacío a excepción de los centros comerciales que se encuentran atiborrados de individuos que no desembolsan un céntimo, pero se la viven ahí, contemplando los escaparates, imaginándose portar la ropa de los maniquíes o teniendo el guajiro sueño de que algún día saldrán de la sofisticada y glamurosa tienda departamental cargados de bolsas. Mientras no sea con basura, ya es ganancia.

No hay mejor coco wash del mercadeo que promocionar esas ventas con el veinte o cuarenta por ciento de descuento y empezar a pagar hasta marzo del próximo año. Es cuando la gente se empeña en comprar desde ahora los regalos de Navidad. Irónicamente, por allá de la tercera semana de diciembre harán lo mismo.

No sé si a ustedes les pasa, pero con tanta pinche influencia comercial, cada navidad se nos complica seleccionar el obsequio adecuado, a veces regalamos puras mamarrachadas que quien lo recibe, mientras no le quite la envoltura, se hace mil y un expectativas de que es lo que tanto le indujeron las estrategia de marketing que necesitaba. Al abrirlo, ¡oh desilusión! Es cuando dan ganas de romper con el mito de paz y armonía al querer arrojarle a los pies su tiznadera.

Si se pone a reflexionar en lo que le han regalado en las últimas tres navidades, piense si ese obsequio, en cuanto lo vieron sus pupilas se ensancharon y exclamó: “¡No maches, qué chingón!”. O sea, que eso que recibió lo haya deseado siempre, que hasta hoy le sea útil. Aquí no cuentan los calzones de licra, ni los calcetines de rombos color rojo o, peor aún, la corbata fucsia que ni siquiera sabe anudársela.

Una corbata está bien, pero ni que fuera empleado bancario o de la tienda esa que se dice ser parte de la vida… del consumidor. Digo: no voy a impartir clases de traje o me presento a la oficina como ejecutivo. En lo más mínimo y claro que no. Sólo una vez al año las utilizo, si es necesario. En definitiva, la corbata no es lo mío.

Ya estamos en vísperas del desembolse económico y para muestra ya está “El Buen Fin”… pero de tu cartera. Piense bien en lo que regalará, visualice la utilidad que representará eso para la persona y qué tanto lo necesita, si cumple con ello, adelante y si no, pues regale afecto que es gratis. Hay tanta gente carente de ello que con su ejemplo tal vez se vuelvan afectuosos.

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