lunes, 28 de julio de 2014

Musicómano

Soy un melómano sin remedio, un vicioso -dice mi pareja que debería de acudir a Melómanos Anónimos. ¡Ajá! ya me imagino ponerme de pie de la silla de tijera en madera y decir: “Me llamo Marcial, soy un coleccionista de música impulsivo, compulsivo e incurable”, mientras todos los ahí presentes responden “¡Hola, Marcial!”. Tuve un déjà vu de la película Fight Club.

La música es para un servidor algo así como una válvula de escape: me relaja, hace que la imaginación recorra espacios inverosímiles, nazcan historias, pero cuando la escucho es tanta la concentración que le dedico que se me dificulta poner atención en otra cosa que no sea el ritmo y la cadencia de los sonidos, pues comienzo a tener viajes oníricos sin recurrir al uso de algún alucinógeno.

En la casa de ustedes existen discos por todos lados, a lo que tal vez expertos llamen Síndrome de Acumulación Compulsiva, pues hay muebles rústicos repletos de ellos en sus cajones, también depositados en cajas de cartón, plástico e incluso de metal. Los géneros musicales son muy variados, la razón es que todo depende del estado de ánimo en que me encuentre o desee estar. A veces cuando el humor se pone nostálgico, escuchó canciones que formaron parte del soundtrack en alguna de las etapas de mi desarrollo; cuando decido ser fatalista, casi, casi masoquista, impregno el ambiente con sonidos de esas rolas que apalcuachan el corazoncito y lo dejan más pachiche que una ciruela pasa.

Nunca me ha gustado la piratería -de acuerdo a cifras del periódico El Economista, el 52% de la población prefiere comprarlos en esta clandestina forma-, ya que todos los cedes que inundan mi hogar son originales, pues no hay mejor disfrute como lo es el desprender el celofán que recubre la cajita, sacar la portada que en algunos hasta es una especie de cuadernillo donde el intérprete o grupo plasma las dedicatorias, incluyen los créditos de autores de las canciones, los productores de cada una de ellas, datos de los músicos y alguna que otra curiosidad, que el horrendo disco falso no contiene. Ridículos se verían los fabricantes de piratería redactando en ellos los nombres de quienes colaboraron en tan delictiva acción, sería como pedirle a alguien que nos dé una golpiza.

Esta adicción por la música me ha permitido descubrir que el mismo elepé de un artista o grupo varía el contenido de las canciones dependiendo del país donde se hizo, que algunas ediciones de artistas mexicanos publicadas en el país de nuestros vecinos del norte han sido censuradas gracias a su estúpida doble moral. Además yo no sé qué tengan de rudos Bon Jovi, Poison y Aerosmith, si la mayoría de sus grandes éxitos son melosas baladas, es igual de ilógico a esos que se empeñan en llamar a Alejandra Guzmán la “Reina del rock”, por sus cortes de pelo locochones, el tatuaje de mariposa y esa voz rasposa, pero que canta “Volverte a amar” y “Hacer el amor con otro”, o sea, así o más cursi.

Gracias a este vicio es como comprendí esa exquisitez con la que ciertos autores se quebraron la cabeza al redactar canciones como la “Mesa que más aplauda” o “La Macarena”. ¡Qué ingenio para hacer que sus rimas armaran, pero que para mis oídos son una tortura absoluta! Ridículamente para muchos, son un clásico de bodas, quince años, bautizos y primeras comuniones, es más, hay quienes aún las aman y se atreven a seguir sus coreografías en los festejos antes mencionados.

La música es -y mientras no quedo sordo por el transcurrir de los años- mi analgésico, el teflón donde resbalan mis problemas o la musa inspiradora sin que tenga que recurrir a quemar Roma. Como interpretara en los setentas Village People: “You can't stop the music, nobody can stop the music. Take the heat from flame, try not feeling pain, though you try in vain it's much easier”.

No hay comentarios: