miércoles, 20 de agosto de 2014

A clases con clase

Son las seis y veinte minutos de la mañana. Estas arrejuntadito con esa jovencita de cabello rizado, sus labios carnosos se abren pausadamente dejando escapar su lengua… ¡Bip, bip, bip, bip…! Suena la alarma del despertador programado a las 6:10, o sea, no la escuchaste a tiempo. Como impulsado por un resorte enderezas el cuerpo, lo percibes pesado como una roca, te sientas al borde del colchón, la mirada se pierde en el infinito, llegan a la memoria los momentos felices de anoche, el piquete de un zancudo hace que regreses del viaje onírico, las pupilas se te ensanchan, los números rojos del reloj te patean el cerebro recordándote que son las 6:40 y no te has bañado. ¡Bueno, eso no importa, nadie lo notará! Además, con una embarrada de desodorante y un poco de loción para después de afeitar se disimula.

Revisas a tu alrededor, gustoso descubres que tu mamá dejó sobre la silla que hay frente a la computadora un pantalón y la playera del uniforme finamente acomodados para que te los pongas -ocho años más adelante, cuando vivas con tu pareja, extrañarás esos actos de magia de las madres-. Tomas el desodorante y lo untas, inmediatamente te atavías el uniforme, recoges los tenis de tela y los calzas; llevas al bolsillo el dinero que siempre deja tu padre sobre la mesa que se ubica en la sala y corriendo abandonas el hogar. Estando a la intemperie experimentas cierto aire frio, comienzas a acelerar el caminar con el propósito de calentar el cuerpo.

Afuera, el tráfico ya es intenso. En el parabús muchos esperan la llegada del medio de transporte colectivo. Faltan diez para las siete de la mañana. El camión repleto de pasajeros se detiene dejando escapar un rechinido que genera vibraciones en su interior. Las personas que viajan como papalotes colgados del pasamanos de las puertas trasera y delantera se incomodan, pues tienen que dejar su lugar para dar ingreso a siete individuos más; estos no se quieren introducir, pues saben del horno que les espera dentro. Alcanzas a ocupar el espacio que se ubica entre el último escalón del ingreso y el asiento del chofer.

Cada vez que el conductor mueve la palanca de velocidades golpea con el codo tus partes íntimas, eso te apena mucho, ¡pero no hay otro espacio! En el interior, lo caliente del vapor que emanan los cuerpos al sudar aletarga a los ocupantes, esto los hace aparentar como sonámbulos, pues los ojos se les cierran por momentos, así vayan de pie. Sólo se escucha la voz de una chica, la cual, desde que abordó, no ha parado de hablar y su interlocutor sólo se limita a emitir sonidos guturales. Resulta estresante como el camión se detiene a cada rato. Se hace eterno el arribo a la escuela.

Sabes que el primer día de clases es 100% adaptación, después de un mes te acostumbrarás al horario de clases con caries. Sueños guajiros de los profesores al creer que todos aprendieron al parejo y a la hora del examen reprueban más de la mitad. Atrás quedarán las ridículas presentaciones pasando al frente, esa obligada y vergonzosa forma de decirle a un montón de extraños quién eres. Esbozar una sonrisita al ojete catedrático que se cree un erudito y la verdad es todo un gorgojito, al cual bien le gruñirías cada vez que lo ves.

Estas consciente que durante los primeros días vivirás en estado zombi, debido a la necesidad de dormir producto de las madrugadas y las desveladas conectado como cadáver viviente a la internet. Poco a poco irás perdiendo ese rencor hacia los ñoños que escriben todo en sus bien clasificadas libretas, pues tanta perfección te hace sentir un irresponsable. Ya no habrá más chicas fashion emergency, de esas que compraron un titipuchal de ropa nueva con tal de estrenar las primeras dos semanas de clases. Los diez minutos que se llevan de cada clase los profesores platicando proezas que sus familiares ni se las creen, serán el cuento de nunca empezar, así como el receso de ocho minutos mientras realizan el reglamentario pase de lista.

Claro que sería divertido no tener que madrugar cinco mañanas a la semana, resistir el agua fría durante el baño; que cómodo es quedarte en pijama viendo el televisor y desayunar hasta las once pero, ¿tú crees que serías feliz como estadística nacional de NINI? Haz de cuenta que no escribí lo anterior, porque puede que digas que sí.

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