miércoles, 15 de octubre de 2014

¿Qué onda?

Cuando cursaba los estudios de licenciatura conocí a una profesora española que venía de intercambio, en un momento de relax de su clase, nos preguntó sobre un personaje nacional que es muy mencionado por sus tierras, tal individuo es Jalisco, obviamente que le aclaramos que se trata de uno de los estados que integran nuestro país y no de una persona, a lo que la mujer argumento que esa confusión era ocasionada por una canción donde se asegura que se trata de una linda persona a la que le dicen que no se raje y que tiene una novia llamada Guadalajara, como la ciudad, uno de los compañeros le aclaró que es por culpa de Manuel Esperón, quien escribió la letra cuyo estribillo hace alusión al estado como si se tratase de un ser humano.

Aclarado lo anterior y ya en plan de feedback cultural, nos cuestionó sobre el significado de la palabra “onda”, híjole aquí sí que necesito disculparme con las generaciones actuales, pues probablemente ya ni la utilicen en su lenguaje, tal frase se integró a nuestro hablar por la década de los sesentas, misma que como el término chingar, también generó toda una familia semántica.

Lo que empezó como un saludo genérico que cambiaba al ¡qué tal!, ¡qué hay! Incluso al quihubo por el entonces modernizante, ¡qué onda! Y que con el paso del tiempo fue adquiriendo ciertas derivaciones, pues el ingenio de factura nacional lo mutó en qué hongo, qué Honduras, hasta se afresó con ondiux, que por cierto es muy naca también; tal frase hizo entrar a nuestro país en onda, lo que significaba un ambiente donde la adolescencia del México de los sesentas tenía la ilusión de poder cambiar al mundo.

Con la llegada de la Nueva Onda –expresión que incluso me hace sentir más anticuado de lo que estoy al escribirla, nuestro lenguaje acuñó otra palabra más, que nos sería útil para expresarnos, por ejemplo a las personas accesibles y de carácter amable les decían el o la buena onda, también existía el antagónico para hacer referencia a quienes eran unos gorgojos y ojetes, a esos les llamaban los mala onda; si te distraías era común justificarte con ¡se me fue la onda! Cuando captabas el sentido de algo, lo comprendías o entrabas en ambiente, definitivamente estabas agarrando la onda, incluso también la utilizaban todos aquellos que se introducían en su cuerpo cualquier tipo de droga, cabe aclarar que las varitas de incienso no cuentan para entrar en ese estado, eso es otra onda, o sea, que implica un mejor nivel de percepción.

Cuando alguien nos fastidiaba le poníamos un estate sosiego al advertirle, que en buena onda no estuviera molestando, claro que con esto algunos se sacaban de onda, es decir, se paniqueban e incluso se decepcionaban por esta llamada de atención; razón por la cual llegábamos a preguntar, ¿cuál es la onda? Si lo hacíamos con voz tranquila era para saber algo, pero si lo pronunciábamos de forma agresiva equivalía a un interrogatorio tipo judicial pero sin tehuacanazo. En el plano sexoso, cuando alguien le demostraba a otro cierto interés carnal, se decía que le estaba tirando la onda y cuando una pareja estaba en pleno ejercicio de los arrumacos intercambiando fluidos por la trompita, era común indicar que ellos tenían onda.

Al integrarse esta palabra a nuestro caló, la literatura en sus intentos inútiles por llegar a la juventud y también a los no tan jóvenes, crea una corriente narrativa y poética, donde el veracruzano Parménides García Saldaña o el acapulqueño José Agustín intentarían romper con los tabúes que la sociedad de esa época imponía al rock, sexo y drogas, además de supuestamente corromper a la literatura tradicional con una escritura que expresaba un lenguaje coloquial y abierto, a raíz de esto, a quienes les agradaba esta literatura los bautizaban como onderos.

Por lo tanto, si en su diccionario parlanchín aún persiste este término, no se preocupe al pensar que no ha evolucionado, lo que sucede es que continúa atrapado en esa época de las flores y símbolos de amor, destilando paz, pero sobretodo mucho amor, eso es la onda de hoy.

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