jueves, 7 de julio de 2016

¿Actuamos como empleados o como lo que somos? (Primera parte)

Esta vez el texto aborda nuevamente – ¡vuelve la burra al trigo! – el quehacer de cualquier centro de trabajo a nivel nacional, y como ustedes saben hay oficinas en todos lados, de todo tipo, con personal calificado o no, por lo tanto, apreciado lector, si por mera casualidad del destino lo que a continuación redacto se parece a tu realidad, no vayas a salir con el cuento de que estoy criticándote o burlándome de ti, de tus compañeros y de tu jefe. Una vez aclarado esto, regresamos al asunto. Como en todo empleo, quienes laboran deben de cumplir con un horario fijo, gracias a ello a alguien se le ocurrió la brillante idea de llamar a la jornada laboral “días hábiles”.

Durante el transcurso de la semana, el día que más agüita a cualquier oficinista es el lunes –tú sabes, el domingo te la pachangueaste tan sabrosón que se te hizo rete bien cortito–, con el ingrato despertador taladrando los oídos al dolor de cabeza de la crudelia que te cargas, lo bueno es que te espera ese café tipo Lázaro que te levanta y hace andar; el mejor, y hasta eterno se vuelve, es el anhelado viernes, deseo que es superado por el fervor de las quincenas en cuyas fechas sé es feliz durante las primeras horas de saberse con dinero, pues llegando a casa, una vez exprimido el cajero automático, hay que distribuirlo en los múltiples pagos que se adeudan, ahora comprenden la razón del por qué muchos compañeros se convierten en tianguistas de oficina ofertándote sábanas y edredones de encaje, ya que tienen que obtener dividendos extras.

Cada uno de los empleados, además de llevar los sagrados alimentos en tóper, cuyos sobrantes van a ir a parar al museo del refrigerador, poseen una cuenta de correo electrónico cuyo dominio es de la empresa –por si pensabas intercambiar información de otra índole olvídalo, existe la probabilidad de que te agarren infraganti–, desempeñan su trabajo en espacios igualitos que se conocen como cubículos, pero para diferenciarlos cada quien los decora muy a su estilo, a pesar de no ir acorde con el refinado y exquisito agrado del jefe. No sé si experimenten sentimientos de orgullo con ese símbolo distintivo que cuelga de sus arrugadas camisas al que denominan gafete, pues incluso fuera de espacios y horarios laborales lo portan, ya que toco el tema de la camisa, es común que se pongan de acuerdo para elegir un color diferente para cada día de la semana, dándole al traste a quienes gustan de portar sus mejores galas y beneficiando a los tigres de la oficina, esos que siempre llevan las mismas garras.

Como en la mayoría de los empleos, es común que existan dos clases de jefes, el mero chiplocudo, o sea, quien cuenta con nombramiento oficial y a quien por simple hueva o falta de autoridad del primero designa para ejecutar y poner orden sobre los demás; las fiestas en estos lugares evolucionan hasta dar origen a los convivios, donde el grupo de trabajadores demuestra a través de su interactuar que son unidos…pero de víboras –naah, eso es un mito, pues sino compaginaran entre ellos no se irían a comprar tamales de sushi en caravana a la esquina en los momentos que más enguasados están, mientras el patrón saborea un sorbete de bilis con veneno.

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