jueves, 1 de diciembre de 2016

Si se calla el cantor

El fin de semana pasado los locatarios del mercado tenían rostros empañados por la tristeza, la señora del pollo al rebanar con su filoso cuchillo la pierna del ave para separarle el muslito, suspiraba con un halo de melancolía y no precisamente por el resentimiento que le inspiraba efectuar tal acción, algo parecido le sucedía a la panadera, pues cuando del canasto de pan seleccionaba las conchas, cuernitos y salados, comentaba a la clientela que hoy se percibía cierta pesadumbre, pues esa mañana ya no se encontraba con ellos aquel hombre delgado de gafas quien con su peculiar guitarra hilvanaba a través de su música la nostalgia de una vieja canción al recuerdo de quienes en algún momento de su vida estrecharon vínculos sentimentales a partir de la letra que él entonaba.

Su lugar favorito junto a la juguería yacía vacío, pues alguien sintiéndose un dios cruel y despiadado tomó la estúpida iniciativa de quitarle la vida; se desconocen los motivos de este indeseable individuo que como Mark David Chapman y Yolanda Saldívar pasó a formar parte de la lista de personas non gratas. ¡Se ha callado el cantor! Pensábamos los allí presentes, entonces, como sentencia Horacio Guaraní en las letras de la hermosa canción que da nombre a este texto, debe callarse la vida, porque la vida en sí es todo un canto. ¿Quién levantará los ánimos de las marchantitas? Pues se han quedado sin voz y acompañamiento de guitarra la “Perfidia” y el “Frenesí” de Alberto Domínguez. Los que convivieron con el cantor del mercado, experimentan consternación por su pérdida, incluso más fuerte de la que sintieron por la muerte del Divo de Juárez, ya que con él compartían además de las canciones, el calor humano de su grata camaradería.

Nunca escuché que pidiera monedas a cambio de brindarnos una añoranza de esas que nos cantaba y que alimentaba el corazón de sueños y de esperanzas por continuar en este mundo, es más, yo jamás le deposité en su jícara ningún sueltito de los que me sobraban – ¡pinche codo! –, a pesar de que en cierta ocasión con la canción del “Gran Tomás”, hizo que llegará a la conclusión de que tal rolita era toda una alegoría al “bullying”; también lo extrañará el pícaro carnicero, quien mientras fileteaba al son de “Aventurera”, le hacía dúo parodiándola con su aguardentosa voz de la siguiente forma: “vende caro tu amor, menudera, da el precio del dolor a tu pasado a aquel que de tus labios la miel quiera”.

Tampoco fui su amigo, digo, para ser considerado así, es necesario cumplir con ciertas características peculiares, pero donde sea que le encontraba, ya fuera en el camión o en el jardín de San José, saludaba con su típica sonrisa, diciendo “¡qué tal amigo!”, ahora sé que allá en el otro mundo Agustín Lara y tú, continuarán afirmando como yo aquí en la tierra que las mujeres seguirán siendo divinas, mientras José Alfredo les recuerda que la vida no vale nada, comienza siempre llorando y así llorando se acaba.

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