jueves, 16 de junio de 2016

¿Qué onda con la contingencia?

(Parte II)

Gracias Siglo XXI, que con su aluvión de avances tecnológicos y apps en los teléfonos nos han acercado con gente tan apartada de nuestros espacios geográficos, al mismo tiempo que nos alejan de una sencilla charla con la gente que se ubica al frente nuestro. Bajo tal argumento, el jefe de una conocida dependencia reunió a su equipo de trabajo, el objetivo de esa asamblea era establecer un orden al uso de la telefonía celular entre todos los que integraban la oficina. Dicen que las reuniones de trabajo son como la picazón en la nariz, entre más te rasques la comezón aumenta y no se te quita, o sea, entre más tiempo se profundicen los temas, más se prolonga la asamblea y menos soluciones se concretizan; esa tarde el nerviosismo imperaba en la sala, cada empleado tenía su hipótesis, pero experimentaban cierta inseguridad.

De pronto, entra el jefe acompañado de su sequito de sicofantes, el silencio sepulcral invadió la sala de reuniones, al estilo de un vulgar candidato a puesto de elección, saluda de mano a cada uno de sus colaboradores, mientras ceremoniosamente agradece la presencia de ellos. Sin rodeos o tal vez presionado por lo apretado de su agenda y sin utilizar las acostumbradas diapositivas, planteó que debido al exagerado uso de los celulares, era necesario establecer un plan de contingencia, pues tanto abuso iba echando al resumidero la ignominia de la comunicación.

En su perorata, manifestó que cuando un usuario requiere de servicios, quienes lo atienden descuidan esta labor al más mínimo sonido de su móvil, cualquiera de las secretarias responde más a los mensajes que levantar el auricular de la oficina para recibir una llamada; además de que en los cubículos se percibe un vacío existencial, pues todos están inmersos en las pantallas del teléfono, sólo se escuchan carcajadas y uno que otro grito que da cierto aire de pabellón psiquiátrico, si se reúnen a la hora del lunch ni se miran a los ojos, pues su concentración es absorbida por el tiznado aparato, que incluso hasta en el retrete lo utilizan, acción que además de ser de mal gusto es antihigiénica.

Cuquita, la responsable de almacén, sin pedir la voz comenta apresurada que ella hasta en el baño saluda a sus compañeros de mano, y si usted considera una exageración el uso del aparato, ese grupo de WhatsApp donde nos integraron sin consultarnos, le perece una mamarrachada, pues los primeros meses se logró el propósito de enlazarlos, pero luego se desvirtuó con las cadenitas, imágenes, chistes, emoticones, entre otras peores. El colmo es cuando Chole, la de finanzas, lo utiliza como medio intimidante, pues si alguien no leyó alguno de sus avisos, lo sanciona como si este medio fuera oficial. ¡Hemos pasado de considerar el antediluviano correo electrónico por donde según usted nos “oficializaba” los citatorios a esto! Lo peor es que ahora hasta los días de descanso ni parecen, debido a que indicaciones, encomiendas y actividades se hacen en cualquier fecha y hora.

Tales comentarios hicieron lo que el viento a Juárez, y de forma lapidaria el patrón expuso que como plan de contingencia cada uno de los empleados debía dejar al ingreso a la oficina su celular en un lugar dedicado a resguardarlo, regresándose al término de la jornada, y si alguno de sus familiares o ellos deseaban establecer comunicación lo podrían hacer a través de una extensión que se crearía para tal efecto. Sin más que agregar, abandona su lugar, no sin antes agradecer la atención de los allí presentes, obviamente que el lugar quedó invadido por un torrencial de polémicas y críticas ante la decisión.

Afirmar que cualquier semejanza con hechos reales es mera coincidencia, sería de guasa, mejor desconéctate de tu aparatito y regresa con los vivos por favor, para que situaciones como las anteriores no se vuelvan una realidad.

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