jueves, 3 de noviembre de 2016

Hito a la impaciencia

Madrugada de un lunes cualquiera, los ojos quieren continuar cerrados, la imaginación te traiciona entre el borde de la cama y la mirada perdida en el infinito del piso, es decir, regresas a los brazos de Morfeo como especie de estado vegetativo, el canto del gallo sobre el hombro de la preocupación hace que regreses a la realidad, es hora de ir a cumplir con las obligaciones.

Quince minutos después estas en el parabús junto con la señora de siempre, una mujer rolliza de lentes oscuros – ¡mira, sólo a ella se le ocurre utilizar gafas de sol al alba!–, esperando al filo de la desesperación a que pase la ruta que los llevará a su destino, con ímpetu asomas sigilosamente la cabeza por la asfaltada avenida intentando captar en algún huequito de la larga calle que la barra de pan integral con llantas se aproxime. Y naranjas agrias, ni sus luces.

El reloj de pulsera da la orden de continuar con autotransporte o no, tomando la obligada decisión de recurrir a las piernas para acortar distancia entre tú y algún taxi, hipotecando así el recorte presupuestal del bolsillo, lo cual significa que el desayuno se reducirá a la mitad de lo acostumbrado –adiós hamburgruesa doble, snif, snif, snif–, en pocas palabras, es momento de sepultar al regiomontano que llevas dentro. Después de abórdalo, el ingrato semáforo se pone colorado, cuando éste cambia a verde, como de costumbre, adelante se encuentra el inconsciente conductor clavado texteando con su pinche teléfono, el chófer de la ruta como que se espera a que despabile y al percatarse de que no reacciona hace sonar su claxon en señal de “hazte pa´ un lado que voy de prisa”.

Vayas en cualquier medio de transporte, tengas prisa o no, de todas formas vas a experimentar el sufrimiento del tránsito en las horas de ingreso y salida de las escuelas o la chamba, ten en cuenta que avanzarás cual caracol practicando Tai Chi, pues las ruedas se moverán 15 metros cada 38 minutos, ¡líbranos Dios de que no tengamos diarrea durante esos trajinares! Cuando estas a punto de llegar a la oficina y si eres de los que tienes que checar, respira hondo y reza con no toparte con aquellos individuos que les pesa el alma por lo lento que caminan, ¡por favor, tanto pasillo como escaleras son espacios reducidos y ellos con sus pachorras!

Por fin abres la puerta de cristal de la oficina y notas que no eres el único en llegar tarde, ahí te espera la sonrisa del aire acondicionado que menguará los lamparones de sudor en la camisa, más tarde cuando reposes las sentaderas, algo así como estar atornillado a la silla, disfrutarás del Santo Grial de cada mañana, un buen cafecito, ahí es cuando el factor tiempo se volverá totalmente relativo dejando atrás ese grito desesperado que ahogaste llamado impaciencia.

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