jueves, 27 de octubre de 2016

Amasijo de muertos vivientes

Se avecina el Día de Muertos, fecha en que la chaviza, gracias al tesón de los profesores, sustituye de su agringada existencia al Halloween por la ofrenda o altar de muertos, de igual forma los fantasma se cambian por las ánimas, se pone de moda en supermercados el tradicional pan de muerto -¡guácala!- no sé, le hubieran puesto otro nombrecito, algo así como pan de calaca.

Mientras la vida huele a perones y jugo de caña de la Feria, por su parte un servidor a mitad de semana sufriendo y suplicando que la horripilante flojera abandone este cuerpo chambeador o que de perdis se espere al puentezuco para entonces si ignorar el tiznado ring, ring del maldito despertador y dormir cual lirón.

Son épocas de recordar a los que ya se fueron, sólo que acá nadie muere, todos viven en la memoria o como dicen “no estaba muerto, andaba de parranda”, si no me creen, pos…busquen la nota en internet de que el difunto vocalista de Nirvana, Kurt Cobain está vivito y coleando en Perú.

Entre el amasijo de muertos vivientes como Elvis Presley, Michael Jackson y nuestro Pedro Infante, hay quienes estando vivos se consideran difuntos; tal es el caso de Paul McCartney, ya que quien supuestamente, hasta la fecha continua sacando discos, realizando conciertos, además de posar para fotografías y hacer videos es en realidad un guardia de seguridad que se asemeja un resto a él, pues el pobre de Paul murió en un accidente automovilístico.

A ciencia cierta no ha sido comprobado que los cadáveres vuelvan a la vida, -¡lector, por favor, no confundir con las otras formas de entregar el equipo que los humanos practicamos!- A pesar de que la ciencia niega el regreso de las ánimas, quien aquí les escribe tuvo una escalofriante experiencia con un ser de ultratumba, de esas que te sacan un pedazo del alma del miedo.

Resulta que durante mi infancia cuando aún no necesitaba de ortodoncia ni brackets, continuamente acompañaba a mamá a una mercería a surtir de artículos para su empleo como costurera.

En una de tantas, nos causó extraño que sobre la cortina metálica del ingreso al negocio hubiera colgado un moño negro, ese listón que simboliza el luto por la pérdida de alguien. Al llegar fuimos amablemente atendidos por el esposo de la dueña, quien al tomar la orden de mi madre, dirigió sus pasos rumbo al cuarto contiguo a surtirla; mientras esperábamos, del fondo del pasillo de ese antiguo caserón se acercó la señora, preguntándonos si ya se nos atendía, a lo que mi jefa asintió con un -¡ajá!- sin pronunciar palabra la mujer dio un giro y se retiró, minutos más arribó el marido con el pedido, lo entregó y nos retiramos.

Íbamos a media cuadra cuando nos aborda doña Rufina, amiga de la infancia de mi jefecita, haciéndole la pregunta obligada de dónde iba o venía, muy cortés ella explicó santo y seña de lo que habíamos hecho. Intrigada doña Pina le dice a mamá que le agradaba mucho que ya estuviera abierta la mercería, señal de que el marido había superado la muerte de su esposa, incrédula mi mamá dijo: ¡eso no es cierto, si ella misma salió a atendernos! ¿Verdad que sí hijo? Lo meritito cierto es que yo también la vi con estos ojos que se comerán los gusanos, pues ellos “que sabrán lo que siento porque me verán por dentro y verán mi corazón” (gracias Fobia por la frase), que ella salió y se fue dejándonos la incógnita de que su ánima resultó ser una más que purga con nosotros la vida.

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