jueves, 10 de noviembre de 2016

Pantomima

Caminando por el Jardín Libertad, sitio que durante la edad juvenil de mis abuelitos se le conocía como la Plaza de Armas, siguiendo a mi nariz gracias al efluvio ocasionado por el sutil vaporcito que emana la cubeta con los tamales recién cocidos que se ofertan en el atrio, veo al oriente erguidos como atlantes observando el ir y venir de nosotros a la catedral y el palacio de gobierno, ambas edificaciones ocupan ese mismo lugar desde que eran parroquia y casa real, mientras en una de las fuentes del citado jardín, gustoso agita las alas el ganso metálico o ¿será pato? Un mimo supuestamente saca agua de la imaginaria cubeta para darse su chaineada, es decir, se peina y faja, mientras intenta ligar a las changuitas que con su patoso caminar le alborotan la hormona.

Ese tipo lánguido de rostro blanco, lágrimas y labios oscuros, camiseta a rayas, pantalón holgado negro y zapatos de clown, no es el único que realiza pantomima, los que nos vanagloriamos de nuestras supuestas hazañas también somos mimos, pues en el absurdo deseo de impresionar o apantallar a los que nos rodean en lugar de lucirnos nos oscurecemos.

Salimos a la calle con la cara pintada de orgullo gracias a la coba que nosotros mismos nos damos, fingiendo ser alguien importante, exitoso, triunfador y de lo bien que vivimos, no percibimos lo mal que estamos con nuestro infinito tesón de aparentar lo que no somos, pasando a veces por encima de los demás, pisoteando incluso a quienes apreciamos y hasta nuestra propia persona, gracias a la pantomima del ego, quien termina haciendo un gracioso pero ridículo acto en la comedia de la vida.

Hoy como todos los jueves, mis oídos disfrutan del exquisito sonido de la Banda de Música del Estado, la cual hace olvidar por unas horas el escandaloso sonido del tráfico, mientras compartimos el gusto de bailar aunque sea con la vista a quienes se deleitan demostrando sus mejores pasos alrededor del quiosco central.

Haciendo la mimesis de un peatón atravieso al norte rumbo al portal Medellín, cuya arquitectura neogótica tropical regresan a la miope memoria el sabor del alfajor y la efigie en barro de los xoloitzcuintles abrazaditos que siendo niño rompí de un pelotazo en casa de mi agüelita y cuya reprimenda no ameritó apoyo psicológico, pues la intensiva terapia de chancletazos se encargó de borrarlo de mi conciencia.

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