martes, 8 de abril de 2008

Pongamos que hablo de Colima

Una tarde de primavera cuando el sol brilla de manera que hace reflejar sus rayos sobre los pájaros que revolotean tan bajo que se puede apreciar la majestuosidad de sus alas extendidas, dirigía mis pasos rumbo a la papelería con el propósito de fotocopiar unos documentos que me servirían para defenderme al día siguiente en la clase; al pasar por el jardín de “San Francisco” de Almoloyan pude apreciar el aciago aspecto de Carlos L. Rocha, mejor conocido como el “Capi”, sentado en una banca como si estuviera enmohecido, al aproximarme hacia él, me saludo y con su peculiar sonrisa exclamo: ¡Te tengo una historia que contar! ¡Ven! ¿No quieres escucharla?

Acercándome a él le dije: No es esa en la que tu al frente de la guardia presidencial evitaste que Carlos Castañeda de la Fuente asesinara al Presidente Díaz Ordaz durante los festejos del 53 aniversario de la Constitución en el Monumento a la Revolución allá por 1970; o tal vez aquella en la que te morías de hambre y una bondadosa ramera que había abortado te amamantó con su calostro, para que no sufrieras de inanición.

Apresuradamente aseveró, por supuesto que no, ahora se trata de un desposamiento, pues resulta que el Rey de Coliman ya solicito la mano de la Diana Cazadora, al respetable monumento del General Manuel Álvarez; este insigne consorcio entre tan ínclito caballero y tan egregia dama se celebrará en la pirámide del Chanal y los pajes que sujetarán la cola del vestido que guardará la piel bronceada de la novia serán el pato y el pollo de la Piedra Lisa. ¿Te has dado cuenta unirán sus lazos ni más ni menos que la Diana, la diosa misma de la castidad, la hija misma del cielo, la hermana misma de Apolo? ¿Ya te diste cuenta de que se unirá ni más ni menos que con el famoso Rey Coliman, ilustre entre las tierras de occidente?

En tono de burla le dije, oye Capi ¿De cuál fumaste hoy? Eso es pura fantasía, todos los personajes que mencionas en esa ceremonia pletórica de pompa y esplendor son monumentos y ornamentos que adornan el acontecer de nuestra ciudad; precisamente – respondió el Capi – eso es lo que nos hace falta a nosotros como aborígenes, demostrar que lo que es común aquí, es algo que nos distingue de los demás estados que integran la república mexicana. Esto me remite a platicarte sobre dos personas que conocí y que denotaron un arraigo sentimental por la “Ciudad de las Palmeras” como no he visto jamas.

El primero de ellos es el profesor Felipe Valle colimense que fue gobernador del estado, su gestión en si fue efímera de 1917 a 1919, su periodo sería el último de los más cortos que ha registrado la historia de nuestro estado; era un hombre académico y letrado; en un principio quería ser sacerdote, pero era tan noviero que sus hormonas fueron más fuertes que su vocación. Finalmente la necesidad económica lo hizo ponerse al frente de una multitud de párvulos, con los cuales fue perfeccionando la profesión de docente en el colegio de “San Luis Gonzaga”, donde realizara su educación básica, hoy el Monte de Piedad “Heliodoro Trujillo”.

El ansia de superación lo obligaría a dejar su estado natal, trasladándose a Mazatlán donde además de desempeñarse como profesor también fue colaborador del periódico “El Correo”, a través del cual expresaba su fervor político y literario, que tanto me impacto.

Tuve el gusto de conocerlo personalmente a mediados de 1927, un año antes de su fallecimiento, en una de mis escapadas al puerto de Acapulco, cuando la necesidad púber y la euforia te exige ser rebelde, en esos momentos que te harta el comer bien en tu hogar y decides emprender un estudio sobre el urbanismo gitano. En esas fechas ya estaba hastiado de comer la fruta podrida que las empacadoras del muelle tiran, optando por dejar mi ocio y buscar un empleo con el cual además de alimentarme juntaría para el pasaje de regreso; generosamente el destino hizo que me topara con el colegio fundado por el profesor Felipe Valle, que en aquel entonces era director, y enterándose de que yo era su paisano no dudo en contratarme como conserje.

Todas las tardes iba al plantel ataviado de blancas vestiduras portando su peculiar sombrero a “go-go”; mientras me observaba podar los rosales y jazmines, me platicaba de su entrañable Colima a la vez que me hacia preguntas por las personas que rara vez coincidíamos en conocer; a veces cuando llevaba su guitarra interpretaba canciones mexicanas entre las cuales parodiaba “La Casita” de Felipe Llera y Manuel J. Othón; tu sabes que eso de hacer parodias tiene su sentido muy nuestro, y al profe Valle le nacía dedicársela a su amado Colima, la cual decía más o menos así. Inspirado el Capi deja escapar de su aguardientosa voz la letra de la canción:

“Mi casita”
“Junto a ti; al caer la tarde y cansados de nuestra labor
te ofrecemos con todos los hombres el trabajo, el cansancio y el amor”

Que de donde amigo vengo
de Colima donde tengo de mis
hijos la heredad, es la tierra que
yo adoro de riquezas un tesoro
y un oasis tropical; ahí crecen
las palmeras que se agitan altaneras
desafiando el vendaval tiene un cielo
de zafiro donde absorto de dios miro
su poder y majestad.

Tiene al norte dos volcanes que se
yerguen cual titanes que custodian
la ciudad en sus prados siempre hay
fiesta por su vocinglera orquesta de
las aves al trinar; y aunque mi terruño
es chico quiso dios hacerlo rico pues
nos dio un cacho de mar y al retumbo
del oleaje; se despierta en el boscaje
nuestra fauna tropical.

En el campo es un ranchero muy señor
de su potrero de su cuaco y de su buey;
de calzón y de huarache fandanqueando
en el mariachi no se cambia por un rey.
En su cerro crece el pino la caoba y el encino,
el cedro y el arrayan tiene. Tiene un clima que
convida a pasar aquí la vida por toda la eternidad.

Mi Colima tierra amada ya despinta la alborada
de un hermoso porvenir pues los que somos sus
hijos hacemos votos prolijos porque siempre
seas feliz. Mi Colima tierra chica esperamos que
te elija pronto la felicidad por lo fértil de tu suelo
de tus hijos el anhelo y que reine en ti la paz.

Una vez terminada de entonar la pieza, se rasca la cabeza, y entre sus labradas uñas se pueden apreciar fragmentos de caspa, dando un ligero sorbo a su bolsita llena de mezcal exclama: Qué tal si que estaba inspirado Don Felipe ¿Verdad? La otra persona que me sorprendió por su amor a nuestra tierra fue un alemán que conocí hace uno meses en el parque de la Piedra Lisa; este tipo se encontraba extasiado contemplando la enorme roca que sirve de pretexto para llamar así a uno de los pulmones de la ciudad, mientras un grupo de niños se resbalaban una y otra vez sobre ella.

Diplomáticamente me aproxime a entablar un diálogo como embajador de la comarca costeña, tratando de emplear el idioma de Shakespeare que aprendí durante mi estancia en los Estados Unidos como bracero, pero como no me entendía muy bien que digamos, el decidió utilizar sus dotes bilingües, lo que vino a facilitar nuestra charla. Este muchacho decía llamarse Daniel Zimmermann, originario de Munich Alemania, era el hijo de una familia acomodada, pero nunca se acostumbró a lo bueno y al cumplir los dieciocho años emprendió su viaje por el mundo, eso si, cada mes sus padres le enviaban su cheque para cubrir cualquier necesidad que se le presentará.

Afirmó que de todos los lugares que había conocido, Colima era uno de los más hermosos y que nosotros deberíamos de sentirnos orgullosos de vivir en una ciudad jardín, en donde mezclan la flora y fauna con la modernidad que ella reviste; Zimmermann se desempeñaba en la poesía y le gustaba dedicarle pensamientos y frases rimadas a los sitios que tanto le gustaban; precisamente en esos momentos estaba frente al gran peñasco inspirándose, escribiendo sobre un maltratado cuaderno lo que su corazón e imaginación le dictaba. Con el propósito de no amedrentar a su musa, opte por guardar silencio y esperar a que éste desarrollara su caricia de papel a nuestro afortunado risco.

Cuando lo termino, mi curiosidad fue tanta que no pude contener pedirle que me lo leyera, y Daniel sin ningún recato de vergüenza lo interpretó, lleno de vanidad y orgullo de la siguiente forma:

“Un momento en Colima”

Cerca de la piedra lisa una bella hada está.
Por el parque va con prisa Soledad de sololá.

Dice el hada con sonrisa: “¡Hola! Vamos a jugar
y sobre esta piedra lisa mano a mano deslizar”.

“Libre eres; recio viento; soplas como tempestad.
Dame solo un momento; luego tienes libertad”.

“Un momento inocente dame para mi manjar.
Luego sopla inclemente donde quieres divagar”.

Rápido, veloz desliza con el hada Soledad y
a los cerros va con prisa como recia tempestad.

Más el hada a su casa corre para trabajar;
barre, friega, cuece, asa, preparando un hogar.

Luego Soledad asoma, pone fin a su vagar;
manso su asiento toma, goza del ameno hogar.

Con un profundo suspiro el Capi exclamó: ¿No te parece bello que un forastero rinda tributo a una pequeña porción del Colima de mis penurias? Ya concluida su lectura Daniel Zimmermann guardo sus cosas en la mochila, y en señal de amistad me obsequió una ánfora finamente labrada por artesanos alemanes, regalo que subliminalmente indicaba que la sustituyera por mi bolsa de plástico donde conservo mi néctar; pero no me duro mucho, pues en una de mis clásicas borracheras tuve que malbaratarla a un coleccionista de antigüedades para curarme la resaca.

Como podrás darte cuenta, un estado se identifica en muchos aspectos, pero de cada habitante depende que se de a conocer su majestuosidad, a veces se escucha ridículo cuando un colimense va a otro estado y se toma fotos, habla mucho de los sitios, lo que según mi punto de vista es tan sólo cuestión de ego; aquí tenemos muchos lugares que admira pero nadie se fija y si los consideras a veces te tachan de jodido e infortunado por no poder salir de donde estas, en fin que se le va hacer, así somos los humanos.

Como el tiempo no perdona, el timbre de mi reloj me hizo recordar cual era mi intención aquella tarde, y tuve que dejar al buen Carlitos, disfrutando de su tabaco y de su “bolis”, emprendiendo la huida inventando no se que cuento, a pesar de la insistencia de éste para que siguiera haciéndole un poco menos aburrido el resto del día.

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