viernes, 25 de abril de 2008

ESA NECEDAD LLAMADA MOCEDAD

Escribir sobre estereotipos de los adolescentes implica realizar una radiografía de la realidad social en donde se conjugan dos términos entre si, uno es la acepción de cultura y otro es la palabra civilización, entendiendo a esta como Alfonso Reyes la definía, “el conjunto de conquistas materiales, descubrimientos prácticos y adelantos técnicos de la humanidad. Mientras que cultura son las conquistas semejantes de carácter teórico o en el puro campo del saber y del conocimiento”. En este sentido en la vida civilizada por cada derecho que se exige, existe un deber que se debe de cumplir.

Bajo esta ideología es como los hombres rigen su modo de vida, creando leyes, principios y normas sociales a las cuales hay que acatar; es por ello que desde una generación a otra se van inculcando. En los primeros años de vida es muy fácil, al sujeto hay que decirle que hacer y como hacerlo, pero lo complicado viene después, de acuerdo a Mario Benedetti cuando el ser humano “es expulsado de la infancia para entrar a una de las etapas más críticas que acompañan una serie de cambios físicos y psicológicos, en donde comienza a surgir en él un fuerte resentimiento hacia las personas que no lo comprenden, los adultos que casi siempre buscan amedrentar esos ímpetus de locura que caracteriza a este periodo ordenando y prohibiendo”, tratan de controlar sus actos, con la justificación de evitar que cometan los mismos errores de ellos pues desde el modo de pensar adulto son una catástrofe moral; eligen su profesión sin antes consultarles si es de su agrado, sólo por el simple hecho de que el abuelo o el padre la ejercen.

Es la adolescencia la edad de piedra, son esos personajes omnipresentes que viven en un mundo fascinante, lleno de diversión, sexo y violencia simbólica como anestesia a su espíritu rebelde; incansables buscadores de la excitación física y mental que con frío cinismo, tratan de satisfacer sus imperiosas necesidades primarias, donde el aburrimiento es el peor pecado que se puede cometer en su ajetreada vida; a ellos no les interesa la crisis mundial, pero si les urge saber cuando va a salir la edición especial de Rolling Stone; no les preocupa que van a ser de adultos, más si envidian la profesión del fotógrafo de la Playboy; no conocen todos los museos de su estado, pero si se saben de punta a punta las plazas comerciales; no les importa si Hidalgo y Zapata murieron en defensa de la patria, pero guardan luto el día que se suicido su cantante de rock predilecto; no les agrada que su dignidad sea amputada, en cambio la sociedad adulta les aburre y prefieren no escucharla subiéndole al volumen a sus estéreos al grado de aturdirse con la música.

El tabulador de palabras que en el seno familiar se inculcó, es dejado atrás para dar paso a una nueva forma de expresión jergales y calos; de acuerdo a su forma de pensar, los padres son contradictorios en sus consejos, pues les dicen que las drogas enervan el cerebro hasta llegar a la demencia; entonces porque cuando eran niños les leían cuentos como Peter Pan y Alicia en el país de las maravillas, que en realidad son viajes psicodélicos perfectos que ni con el mejor estupefaciente alucinógeno se puede realizar.

La tecnología ha venido a dar un cambio en la ontogénesis del ser humano, dando origen al homo sapiens informaticus; por un lado los jóvenes están acostumbrados a la veracidad de las imágenes antes que los hechos, gracias a la televisión, ya que estos desde la infancia pasaban más tiempo frente al televisor que en el aula de clases.

En promedio un joven ve programas de televisión treinta horas semanales, y si eso se le suma las que disfrutan navegando por Internet, consultando cosas tan simples como el diseñar y actualizar su red social, tratar de entablar una relación sentimental vía correo electrónico o simplemente buscar obtener sexo interactivo como lo recomienda el vaticano.

Ese estilo de vida en donde se combinan los medios masivos de comunicación y la informática, ha hecho una juventud acéfala, es decir, entre más fácil se hagan las cosas mejor; de que sirven los periódicos, si están la Internet y el televisor; para que leer y comprender libros que exigen cierto grado de concentración, mejor escuchar un audio libro, esperar el resumen en algún blog o simplemente rentar una película basada en el texto.

Tal parece que la tecnología es para los muchachos un medio más de diversión, algo que los hace pensar en una forma de progreso estático aunado a las reglas del consumismo, o sea progresar es igual a no moverse de su silla, sólo basta tener una moderna computadora y se trabajará en una especie de oficina virtual donde todo se podrá adquirir por medio de cualquier sitio de subastas en la Web.

Al llegar al nivel medio superior el joven se encuentra ante un mundo distinto al que conoció en sus estudios anteriores, ya no hay prefectos que controlen su conducta, ni profesores sermoneadores; se puede fumar - al fin que ellos son los que van a padecer de cáncer pulmonar- por cada idiotez que diga nadie se molestará, al contrario esto aumentará su fama; si se desea y los ánimos así lo disponen puede entrar a clases, si no se puede ir de despelote a algún otro lugar; de hecho están en su hábitat donde las aulas lucen el polvo acumulado de meses en los cristales - si es que los hay - ventiladores de techo doblados que semejan enormes murciélagos, paredes donde la semiótica estudiantil se manifiesta, sillas con paletas tipo diccionario en el cual se encuentran un sin fin de respuestas, baños que conservan el delicado buqué distintivo de esta edad.

El bachillerato desde la óptica estudiantil es percibida a través de dos ángulos muy distintos, un primero dista en quienes lo consideran como un segundo hogar, es decir, la ubre que alimenta a los apóstoles del cuaderno; mientras que para el segundo es como una cárcel sin puertas, es donde se pierde el sentido de guardería y adquiere un sentido de estacionamiento para esos que hacen la mimesis de estudiantes, aquellos que consideran más fácil salir la preparatoria mediante exámenes extraordinarios, que a través de los cursos normales, situación por la cual algunos de estos no llegan a concluir sus estudios. Es como si al ingresar a ese abrevadero de jóvenes que representa la enseñanza media, se fueran desvaneciendo los conocimientos obtenidos a lo largo de la educación básica.

Con el paso del tiempo viene una metamorfosis, y lo que era ruido enajenante pasa al disfrute sutil de la música, la pornografía al saludable erotismo y el papel de hada buena que en la infancia representará la religión, poco a poco se desvanece para dar acceso al iconoclasta. Es el paso del preparatoriano a universitario.

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