martes, 8 de abril de 2008

El imperecedero encanto de un bichito

Una tarde de asueto en casa de mamá, mientras disfrutaba de la lectura, mi madre se sentó junto a la vieja radiograbadora y puso un cassette, de la desconada bocina se desprendió el canto de un grillo seguido por notas de piano, y de pronto hice un catártico viaje a mi infancia en donde pude oler el vapor que despedía el empedrado de las calles cuando las primeras gotas de lluvia lo empiezan a humedecer, anunciando que se aproxima un aguacero, acompañado por un concierto de truenos que guiados bajo la batuta de centellas, me hacían correr del río Colima hacia casa, con la bolsa de plástico transparente repleta de pececillos y cangrejos; esa audiocinta era de Crí-Crí, la cual mamá conservaba con recelo de cuando mis hermanos y yo éramos unos chamacos, tal vez ella la escuchaba también con la nostalgia de añorar a aquellos días, cuando sus hijos en verdad la obedecían al pie de la letra y le daban más alegrías que la que actualmente le podemos proporcionar a su ya cansado corazón.

En tan sólo veinticinco minutos de canciones pude olvidar el verso y la prosa que Silvio Rodríguez, Joaquín Sabina y Pablo Milanés le imprimen a sus interpretaciones; las coplas del Grillito Cantor no son una sinfonía son letras simples que despiertan la imaginación de quien las escucha trasportandolo a un mundo repleto de magia; no están hechas por una persona que haya estado en una academia, simplemente se hacían para cubrir los gastos de los estudios y alimentación del creador de esas estrofas Don Francisco Gabilondo Soler; sus composiciones las amo la gente que el nunca conoció personalmente, hizo cómplice de sus letras y viajes oníricos a los niños de cuatro décadas.

Hacer la autopsia a las canciones del grillito que al reír, como cuenta el Duende Bubulín hacia de su sonrisa una canción, creo que hay cosas que ni yo sé y tal vez otras personas si sepan descifrar, con base a su experiencia el mensaje que cada una de ellas les trasmite. Pero quien no recuerda el desfile pedagógico de las vocales, el slang picaresco del “Negrito Sandía” y su prima “Cucurumbe” que aquejada por los problemas intrarraciales descubrió la fórmula que el mismísimo Michael Jackson treinta años después copiaría para ponerse más blanco que un albino a la sobra en una tarde nublada.

Las llamadas anónimas que doña Zorra padecía a causa de su teléfono; el paquidermo que se preocupaba por la alimentación balanceada de su trompudo hijo; el intento por aprenderse la pronunciación de la canción de “Chong Ki Fu”; dormir con la esperanza de que en la madrugada te despertarías y sorprendido a descubrirías a todos tus juguetes bailando, y más aun ver a un Gato Felix defendiendo a sus amigos del amargado arlequín. El pegajoso ritmo country del malandrín roedor vestido de cowboy que la avergonzada niña Kikis a los doce años de edad en su obligada amnesia ya no se acuerda como se baila, canción que sirve de marco para que un abrevadero de párvulos festejen a sus respetables madres en su día social, como parte del programa de una escuela del nivel medio básico. La solidaridad sentimental de las niñas con la “Muñeca fea”; el paso de la niñez a la adolescencia vista desde los ojos de “Teté”, que mucho tiempo después bandas de rock como Fobia y Molotov se harían cargo de arruinarla con sus improperios musicales.
Gracias a mi entrañable pavor a la escuela, por las noches nunca me atrevía a revisar el espacio que había entre mi cama y el suelo, pensando que ahí oculta estaría una maldita bruja en espera de llevarme a su oscuro mundo; precisamente esa aversión por el estudio, provocaba que la canción "Caminito de la escuela" no fuera de mi agrado, pues según el punto de vista de este servidor suyo, a la edad de siete años, solamente a los imbéciles animales les agradaba asistir a ese tensionante lugar, razón por la cual, comprendía el por qué a la mayoría de ellos los tienen enjaulados y nunca se quejan.

Francisco Gabilondo Soler, fue un hombre reconocido y a la vez censurado por la sociedad de su época, por un lado en 1959 Correos de México editó una colección de noventa estampillas alusivas a sus personajes, las cuales en la actualidad alcanzan cifras estratosfericas por los asiduos a la filatelia, y por otro, durante la década de los sesentas la Secretaría de Educación Pública prohibió estrictamente a las escuelas de preescolar y primaria tocar canciones del grillito cantor, porque éstas deformaban la capacidad imaginativa de los niños, más daño a causado el televisor y todavía lo seguimos viendo. Para evitar este problema los estudios Disney se dieron a la ardua tarea de borrar de nuestra representación ficticia a los mexicanisimos cerditos dormilones, por sus ya famosos tres cochinitos con todo y el Lobo Feroz en el largometraje que el entonces televicentro produjera como especie de homenaje a Cri-Crí, en donde al actor Ignacio López Tarso le toco la ardua tarea de representar el papel de este cantautor.

Una vez tocado el tema de las suplantaciones, resultaba decepcionante escuchar las canciones de Cri-Crí en las voces de otros cantantes, como que desvirtúan el encanto ilusorio de los personajes y uno se concentraba a visualizar la efigie del interprete; será por eso que se oía patético el tema de "La Patita" en la voz de Flavio o Chabelo.

Por su parte nuestro Estado, cada día de la semana nos hacia disfrutar de las canciones de Don Gabilondo en la encantadora “Hora de los niños” del grupo Radio Levy, que por cierto se me hizo elitista cuando no sé quien se le ocurrió pasar este programa de la 1:00 de la tarde a las 7:00 de la mañana. Irónicamente la canción de cierre del programa siempre me señalaba que ya se aproximaba la hora de ingresar a la "terrible escuela".

Dentro de su programación en la "Hora de los niños" trasmitían una serie de cuentos de Cri-Crí, narraciones que parecían surgir de una mente infantil, que detallaban mundos tan bizarros que la imaginación del adulto apenas lograba entender; como la historia del sujeto que por necesidad económica acepto recibir cada mes un millón de pesos y que al termino de un año el tipo se atiborro de tanto dinero y cosas adquiridas con él, que ya no había banco que aceptara seguir recibiendo sus ganancias, llegando a tal desesperación que se vio obligado a poner un anuncio en los diarios de circulación local, para que los cacos lo asaltaran, pero los pillos por miedo a que fuera una trampa nunca se atrevían a robarle, y cada mes seguía recibiendo un fatídico millón de pesos; y que decir de los “Paralelepipedos” aborígenes de una tierra donde todos sus habitantes padecían de estrabismo visual, lo cual les obligaba a comprar de todo doble para no equivocarse al tomarlos; un sin fin de fantasías que nos introducían poco a poco en la forma de escribir canciones del grillito cantor.

Es una lastima que a las actuales generaciones de infantes las melodías del Grillo Cantor se le hagan para niños, muy pero muy chiquitos o muy tontos; no las quieren oír por que tal vez alguna de sus concurridas amistades les harán burla o los tacharan de imbéciles inmaduros, y para estar al día no hay cosa mejor que escuchar canciones de los Backstreet boys, Linkin Park o Limp Bizkit, que a pesar de no entenderles nada al contenido de las letras, si pasan la aprobación de sus congéneres.

En la actualidad Don Francisco Gabilondo Soler “Cri-Crí” puede ser considerado en nuestro país como un mito, símbolo, leyenda o una maravilla de marketing; el mundo hispano puede prescindir de sus canciones, yo no, son para mí, la memoria sentimental de la gente. Son la banda sonora del corazón (aunque suene cursi) infantil que alguna vez tuve.

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