viernes, 16 de noviembre de 2007

¿Quién educa al educador?

Navegando por internet me encontré un artículo interesante del Mtro. Alfredo L. Fernández titulado El valor de educar y la evaluación educativa; de las múltiples ideas que en él se redactan existe una en particular que me llamó la atención, “la vocación del hombre consiste en ser hombre”. En esta frase su discurso alude cómo el formador de seres humanos tiene una ardua tarea al transmitir sus conocimientos, habilidades y destrezas a otros que se cree las ignora; lo que remite entonces a reflexionar si la vocación de la educación tiene como finalidad educar a los hombres, porque existen docentes que hacen de sus clases una pletórica alegoría a Morfeo, el ritmo de sus cátedras es comparable a la velocidad de un caracol practicando TaiChi, entre otros elementos atribuibles al desempeño de tal actividad.

En el nivel medio superior de nuestra Alma Mater existen aproximadamente quinientos profesores, los hay desde los que cuentan con casi veinticinco años de experiencia en la enseñanza y los de recién ingreso; la antigüedad docente es un asunto que podría ser tratado en otro artículo, lo que hoy preocupa es lo siguiente, si la Dirección General de Educación Media Superior entre sus programas que desarrolla tiene uno dedicado exclusivamente a la capacitación y actualización de los profesores, ¿Por qué siempre o casi siempre asisten los mismos? ¡Si, como las estampitas de álbum de colección! En cada curso que se organiza los mismos rostros, es más, ya parecen un gueto académico.

Renglón aparte merece la vorágine de profesionales que gracias a la difícil situación que impera en el mercado laboral se han visto en la necesidad de ofrecer sus servicios a la docencia y esto indudablemente ha repercutido en los estudiantes, en la actualidad es común encontrarse con personas expertas en el ramo de la construcción dando cursos de física, matemáticas y hasta química, egresados de licenciaturas en derecho, trabajo social y psicología impartiendo clases de taller de lectura y redacción, incluso hasta pedagogos dando cátedras de economía; a estos cuerpos docentes alguna vez Alfredo L. Fernández denominó como “educologos”, gracias a la característica antes mencionada. La D.G.E.M.S. ha diseñado cursos exclusivos a estos profesores con el propósito de fomentar habilidades didácticas y pedagógicas.

A pesar de los esfuerzos que ello implica, tal actividad parece el cuento de nunca empezar, pues los asistentes continúan siendo el grupo de profesores omnipresentes, y para los que fue dirigido, ni el polvo de ellos se vislumbra. Esta aberración más del folclore docente no es particular de este grupo de docentes, también sucede con los de recién ingreso, los que fallaron en sus aptitudes pedagógicas, etc.

Ante tal situación, ¿Qué se puede hacer para invitar a nuestros colegas a sumarse a la capacitación en los cursos de formación del profesorado? Tomar una actitud perniciosa y a la vez perversa enviándoles oficios de extrañamiento, obligarlos a asistir a punta de descuentos salariales y omisiones en la programación de cursos a futuro. Como ustedes saben los incentivos negativos erradican las motivaciones negativas para quienes las ponen en práctica ya no lo hagan y los que intenten imitarlas se abstengan de hacerlo. Estos ostracismos la verdad sólo conducen a una desarticulación en el buen funcionamiento del sistema y merman las relaciones de carácter laboral en las instituciones

A raíz de lo expuesto sólo queda recordar lo que una vez dijo Gandhi: “Puesto que yo soy imperfecto y necesito la tolerancia y la bondad de los demás, también he de tolerar los defectos del mundo hasta que pueda encontrar el secreto que me permita ponerles remedio”. Para cambiar estas ideas en mis congéneres se necesita de la ayuda de Freud, Einstein, Rousseau, la Madre Teresa y más, bien vale la pena el intento.

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