miércoles, 21 de noviembre de 2007

¿Cómo ser estudiante y no morir en el intento?

A todos los alumnos que me han enseñado
el oficio de la docencia.

Hablar sobre la labor estudiantil dentro del aula es analizar un aspecto del individuo como si se tratara de una dualidad biológica, es decir, una vida doble, pues al término de una jornada escolar, el sujeto llega a su hogar quitándose el uniforme y con ello la actitud discente, atrás quedan los salones, las prácticas de laboratorio, el difícil arte de escuchar la homilía docente y saborear la eucaristía académica.

Es como si la escuela fuera tan terrible que no da cabida a sinónimos de hogar y albergue; los alumnos se debaten entre el sarcasmo de los profesores y las burlas de sus compañeros, han convertido la inteligencia en pecado de omisión; son unos verdaderos activistas ecológicos que se manifiestan en contra del sacrificio de tanto árbol que ha dado origen a la creación de libros. Si llegan a fastidiar al profesor éste sin lugar a dudas lo expulsará y para el estudiante equivaldrá a libertad bajo palabra, pero si no quieren ser "libres" a su modo, simplemente demuestran una obediencia cargada de tintes hipócritas y serviles hacia su profesor; el laboratorio de informática por su parte se transforma en embajada del "chat" internacional que los internautas utilizan en sus vastas conquistas sentimentales, y ahora con el uso de la computadora portatil, pues también el salón de clases , si el profesor es aburrido.

En épocas de evaluación se da una encarnizada batalla por sacar los mejores promedios, sin medir las consecuencias de a quién se aplasta; esto obliga a los muchachos a estudiar arduamente en la semana que se programan los exámenes, rompiendo con el letargo que semanas atrás les había llenado el televisor, la discoteca y los bares noctívagos en los que se daban charlas tan interesantes sobre canibalismo y escatofagia informativa del prójimo; es por ello que en los días de exámenes se les puede ver estudiando por doquier, en la parada del colectivo, por los pasillos de la escuela y hasta en el interior de los baños, memorizando información que recitarán como un loro a la hora del examen, y transcurridos los días se convertirá en amnesia pura.

La presión de las pruebas parciales les retribuye problemas gástricos e incesantes dolores musculares, tal parece que en cada evaluación parcial el médico y el psiquiatra recibieran sus mesadas; bajo esta situación no hay mejor remedio que solicitar la analgésica ayuda del instrumento norteño de Don Ramón Ayala, "el acordeón", el cual puede adoptar múltiples formas desde una pequeñísima hoja, hasta el respaldo del compañero de enfrente, en fin todo sea por no defraudar a sus familiares con una calificación reprobatoria; después de dos semanas todo vuelve a la aparente normalidad, con la misma rapidez que se asimiló la información en unos cuantos días, así de rápido se olvida.

La peor fase del estudiante se presenta cuando ya está a punto de concluir su formación escolar y se va a enfrentar con la difícil elección de carrera; precisamente en esas fechas en su cabeza comienza a gestarse un dilema o encrucijada vocacional, por un lado está la presión familiar y por otro el orgullo de no quedarse atrás de sus compañeros en el avance académico, y si a ello le sumamos la escasez del bolsillo que muchas veces no les permite ingresar al área formativa de su preferencia. En esos momentos su ego se siente doblegado y la circunstancias le obligan a pedir ayuda; requiriendo de alguien que lo oriente sobre su futuro, el cual desde su óptica se parece más al cobrador de abonos de un comercio al que hay que escondérsele.

Hasta aquí surgen una serie de interrogantes que como docentes nos planteamos, ¿qué hacer ante esta situación del alumno, si no tenemos las herramientas profesionales necesarias? ¿cómo ayudarle en su orientación vocacional y evitarle caer en una disonancia? Esas y otras preguntas quedan a la reflexión de quien se interesó en la lectura de este artículo.

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